Terminaron los Juegos Olímpicos y la evaluación popular
de la delegación mexicana pasa por los extremos del vaso lleno y el vaso vacío.
Es momento de volver a hacer un análisis de la situación del deporte en México,
tanto el de alto rendimiento como el social.
Lo primero a decir es que los resultados de México en
París 2024 están dentro de los parámetros esperados. Estos normalmente se
miden, más que en medallas, en el número de finalistas (entendidos como
primeros ocho lugares). Se calculaban 24 y fue exactamente ese número, aunque
no siempre con el atleta esperado. Y se sabía, debido a que chinos y coreanos
dominan ampliamente dos de las disciplinas en las que México es competitivo,
los clavados y el tiro con arco, respectivamente, que esas 24 finales no se traducirían
en un número proporcional de medallas, que sería de 9, sino en menos.
Todo esto significa que, para entender la evolución o
el retroceso del deporte de alto rendimiento, la clave es medir el número de
finales en cada ciclo olímpico. Y éste lleva largo rato estancado.
En ese sentido, es incorrecto hacerse las ilusiones
con los resultados positivos que ha habido en juegos regionales (los
Centroamericanos y del Caribe, y los Panamericanos). En éstos, se puede ser
potencia continental en deportes totalmente dominados por Europa, o se puede
incrementar el número de medallas más por la caída en el nivel de rivales como
Cuba o Venezuela, que por mejoría mundial de México.
Dicho esto, hay que subrayar que, en el caso de los
deportistas mexicanos, todo buen resultado es mucho más mérito del atleta que
de las autoridades deportivas. En ese sentido, el desempeño del país en los
Juegos Olímpicos es largamente superior al apoyo que los atletas han recibido
de parte de la Conade y al presupuesto aprobado para el deporte.
La política de promoción deportiva durante el gobierno
de AMLO se ha caracterizado por cuatro elementos: restricción presupuestaria,
destrucción de iniciativas que habían funcionado, desorden administrativo y
atención a las federaciones deportivas de acuerdo con su alineación política*.
Durante este gobierno, los recursos aprobados para el
deporte equivalen a la cuarta parte de los que se le destinaron hace una
década. Equivalen al 0.036% del Presupuesto de Egresos de la Federación. De
cada cien pesos de gasto, a la Conade van poco más de 3 centavos. Lo peor es
que ni siquiera se ejercen en su totalidad. Austeridad mal entendida.
También se ha desnaturalizado la Olimpiada Nacional
(ahora Juegos Nacionales Conade), se extinguió el Fondo para el Deporte de Alto
Rendimiento, con la excusa de que los fideicomisos son corruptos, y se
desaparecieron la Academias Deportivas Nacionales, con el pretexto de que así
se apoyaba más a unos deportes que a otros.
El desorden administrativo es evidente. Por un lado,
cambiaron los criterios para la asignación de becas a deportistas, centrándose
más en resultados obtenidos que en análisis de la potencialidad de cada uno. Y
aún sobre este criterio, la asignación de las becas ha sido un batidillo. Los
apoyos diferenciados a las federaciones no se explican sin un criterio de
preferencia política o personal, porque deportivo no es (la más beneficiada ha
sido la de volibol). El Comité Olímpico Mexicano, en tanto, vio reducidos en
90% sus apoyos, y ha tomado la estrategia de aliarse con patrocinadores
privados.
Durante años la Conade ha estado en conflicto con los
deportistas acuáticos por el apoyo de Ana Guevara a Kiril Todorov, presidente
de la Federación Mexicana de Natación, desconocido por World Aquatics debido a
sus actos comprobados de corrupción. Guevara retiró las becas a los deportistas
que no se plegaran a Todorov y participaran en selectivos ajenos a la FMF. De
ahí el pleito con clavadistas y con las valientes representantes de natación
artística.
Pero tal vez la clave más importante esté en la
insuficiencia de infraestructura deportiva, que no está en manos de la Conade,
sino de los Ejecutivos. A nivel federal, la inversión en esta infraestructura
fue mínima, salvo por el caso del beisbol. A nivel local, los únicos estados
interesados en el desarrollo del deporte han sido Jalisco, Nuevo León, Baja
California y Yucatán, que han instalado diversos Centros de Alto Rendimiento,
lo que permite a los jóvenes de esas entidades practicar deporte con entrenadores
y ha redundado en éxitos en los Juegos Deportivos Conade. En la Ciudad de
México, en cambio, no ha habido ese interés, y el CNAR -ubicado en la capital- sólo
admite atletas de élite. La delegación olímpica en París 2024 ha sido la menos
chilanga de la historia, y no es casualidad.
Y en referencia al deporte entre niños y adolescentes,
un par de datos: 48% de las escuelas primarias del país, y 69% de las
secundarias, no tienen profesor de educación física. El 38% de las
instalaciones escolares carecen totalmente de espacios deportivos y
recreativos. En esas circunstancias, no deben extrañarnos los rezagos en salud,
condición física y capacidades deportivas de la población.
Se requiere de un cambio en la política deportiva, entender al deporte como prioridad social, de convivencia y de salud. Ello implica promoción directa, pero también mucha inversión en infraestructura, articular los esfuerzos de distintas secretarías de Estado, así como reestructurar y potenciar la Escuela Nacional de Entrenadores. Todo ello implica un mayor presupuesto a la Conade, que debe ser vigilada para que no incurra en las políticas preferenciales y en las prácticas opacas (por decirlo ligerito) que han caracterizado a la actual administración.
Si se hiciera esa transformación, en unos años México tendría otro nivel de competitividad en eventos como los Juegos Olímpicos. Mientras tanto y por lo pronto, una felicitación a los deportistas mexicanos en París, quienes, como los maratonistas de natación en el río Sena, han nadado contra corriente en medio de aguas turbulentas y sucias.
*Una versión más amplia del análisis de la política deportiva en el sexenio de AMLO se puede leer en mi ensayo "La política del deporte: entre la austeridad y el desorden", en el libro El daño está hecho (Balance y políticas para la reconstrucción), coordinado por Ricardo Becerra, Editorial Grano de Sal, México 2024.
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