viernes, marzo 01, 2019

Biopics: tres personajes legendarios (y una anécdota fría)

Hay una anécdota, pequeña y fría, que da cuenta del alejamiento que en esos meses teníamos Patricia y yo. El día de su cumpleaños, la invité a comer a un restaurante del centro. Terminando, le dije que en una hora tenía una cita con un personaje importante para cuestiones del periódico. Se molestó abiertamente. Mientras yo pensaba que había sido buen detalle invitarla, ella imaginaba que iba a dejar de trabajar para celebrarla. Una prueba más de que no andábamos en el mismo canal.
La fría anécdota sirve para dar mis pequeñas impresiones sobre tres personajes famosos –yo diría que legendarios- que conocí en los primeros años de El Nacional.  

Armando Jiménez
La persona con la que tenía cita aquella tarde era Armando Jiménez,  también conocido por el alburero mote de El Gallito Inglés, autor del libro Picardía Mexicana, que posiblemente haya sido el libro mexicano más vendido del siglo XX y tremendo cronista del habla y la vida popular.
Jiménez se había interesado en publicar con nosotros una serie de viñetas acerca de bares, cantinas, congales y otros sitios de diversión en la capital, desaparecidos en su mayoría. Traía varios textos de muestra, bastante buenos. Quedamos en publicarlos bajo el título de“Antros y Letras”.
Uno se imagina que conoce a Armando Jiménez y se la va a pasar muy divertido cotorreando con él, entre refranes y albures elegantes o vulgares. Pero no. El Gallito Inglés resultó ser conmigo un señor muy serio, a veces enfurruñado, que siempre hablaba en términos de negocios, preciso en sus condiciones y pagado de sí mismo.
Cuando, meses después, alguien descubrió que Jiménez había publicado los mismos textos en otros medios, años antes, suspendimos su colaboración y se indignó mucho. Dijo que eran textos diferentes. Eran igualitos.
Pasaría más tiempo, al menos un lustro, y otro diario publicaría, como novedosísima exclusiva, las mismas sabrosas reseñas que El Nacional había publicado entre 1989 y principios de los 90. Efectivamente, Armando Jiménez era un buen pícaro mexicano.

El Mago Septién

Uno de los ídolos de mi infancia beisbolera fue Pedro El Mago Septién, narrador maravilloso de los juegos de pelota de la Liga Mexicana y de  Ligas Mayores. Todo mundo lo tenía por un sabio del rey de los deportes. Era colaborador de la sección de Deportes de El Nacional, donde se quedó muchos años, y ahí fue donde lo conocí.
Don Pedro era un tipo afable, con la mirada ida y una sonrisa alelada. Si te ponías a hablar de beisbol con él –el sueño de muchos aficionados-, te repetía sus frases famosas y, en el fondo, no decía nada. Era un hombre de pocas opiniones, y apenas unas cuantas convicciones sobre el juego de pelota.
Al parecer El Mago creía firmemente que nadie sabía nada de beisbol, pero no por la enorme complejidad de un juego que nadie conoce a profundidad, sino porque suponía que aún sus cosas elementales son complicadas para la mayor parte de los mortales. Te comentaba una regla sencilla como si te estuviera anunciando la Revelación y honestamente creía que su mítico libro de box-scores tenía fórmulas que sólo un demiurgo como él llegaba a comprender (y no, las anotaciones del Mago eran normalitas). Llevaba el libro a todos lados y, tal vez sabedor de la fama que lo precedía, te mostraba las páginas por pequeños instantes. ¡Admira el tesoro, muchacho!   
Para decirlo en una frase. Para mí conocer al Mago Septién fue una decepción.

Fernando Marcos 
“El último minuto también tiene sesenta segundos” es, quizá, la más inmortal de las frases de Fernando Marcos. Jugador y entrenador de selección, árbitro polémico y, por muchos años, hasta la llegada y encumbramiento de Ángel Fernández, el narrador televisivo más influyente del futbol mexicano. Don Fer también tenía una columna en la sección de Deportes.
A Fernando Marcos le gustaba hablar, hacer chistes, burlarse de sí mismo y desplegar su cultura y sus puntos de vista. “Lo único que me faltaba para ser perfecto era el exceso de humildad”, decía, subrayando el tiempo del verbo faltaba. Contaba grandes anécdotas, desde la personalidad del Jamaicón Villegas (y la verdad uno ya no sabía si podía haber alguien así o era ya una caricatura) hasta el famoso último minuto de aquel México-España de 1962, que platicaba a detalle: “…viene el centro, la Tota grita ¡Mía!, pero el Gallo Jaúregui estaba medio sordo del oído izquierdo y cabecea, la bola cae a los pies de Peiró dentro del área…”.  Una vez le preguntamos cuál era el gol más bonito que había visto en su vida y respondió describiendo que el balón estaba en el punto para el tiro libre, la barrera de cinco hombres no estaba en realidad a la distancia y “entonces yo me preparé y tiré un chanflazo por encima de la barrera que hizo una curva perfecta…”. Y, claro, toooda la explicación del incendio del parque Asturias en aquel partido que él arbitró.
A diferencia de otros de su generación, Fernando Marcos era un apasionado de la psicología del deporte. El símil que más gustaba de utilizar era el del globo que se infla o se revienta, según el material, e insistía que el principal problema de los atletas mexicanos era su incapacidad para dar  su máximo bajo presión.
Queda claro que don Fer y yo nos hicimos cuates. Hubo un momento de diferencia cuando se enteró de que no lo habíamos acreditado para los Juegos Olímpicos de 1992. Le dije que suponía que iba a ir por Canal 13, pero allá tampoco lo habían hecho. Su forma de protesta fue escribir exclusivamente de futbol durante la gesta olímpica.
Más tarde volvimos a coincidir en Canal 13, donde él, aunque por la edad y los achaques ya no se veía bien en pantalla, era figura importante del programa de discusión deportiva En Caliente. Allí volví a gozar de sus entretenidas anécdotas y su inteligente punto de vista sobre cualquier cosa, porque el señor opinaba de todo.  

    

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