jueves, julio 20, 2017

El socavón como alegoría


Todo indica que el gobierno no se ha dado cuenta del tremendo golpe que sufrió con la tragedia del Paso Express, obra inaugurada con bombo y platillo que a los tres meses se tragó un auto y la vida de sus dos ocupantes. Pareciera que no se explican por qué un “accidente” que “sólo” costó dos muertos ha generado tanta indignación y enojo en la sociedad. Por lo mismo, se han mostrado incapaces de dar una respuesta satisfactoria al asunto.

Lo que no entiende el gobierno es que el socavón es una alegoría de lo que vive el país: la imagen de una tragedia evitable, de un hoyo enorme causado por la corrupción, en el que caen víctimas inocentes, y sobre cuya responsabilidad nadie se hace cargo. El socavón que se traga todo, hasta la esperanza.

¿Por qué resulta irresistible? ¿Por qué perdura la imagen en la mente? Porque toda alegoría es didáctica. Conjunta muchas ideas y las representa. 

Los caricaturistas se han dado vuelo con el asunto. Dibujan al país como socavón, o a los distintos miembros de la clase política asomándose a él o saludándonos desde adentro, cuando no levitando por encima del hoyo. En el fondo, hacen pleonasmos: añaden elementos y hacen énfasis en algo que ya está comprendido.

Para más inri, las reacciones de las autoridades han sido de libreto, a veces esperpéntico.

Primero, un deslinde que exoneraba a la empresa, porque el Paso Express “cuenta con las especificaciones necesarias de su construcción”, y culpaba a las lluvias atípicas (que las hay todos los años) y a la población aledaña a la zona del socavón, por tirar basura en exceso. Sí, claro, la basura siempre está en el fondo.

Después, la queja sobre que las casas de los vecinos estaban “inadecuadamente instaladas junto a la autopista” y que era un error dar salida a los vecinos por la autopista, utilizándola como vía urbana.

Más tarde, la admisión de que había habido advertencias por la hendidura y exigencias de reparación de la tubería, en las que hubo hasta un bloqueo de la carretera, y que fueron desoídas por el delegado de la SCT en Morelos, quien ya perdió su empleo. No se preguntaron lo que la gente: ¿Y quién puso a ese inepto en el puesto?

Al final, el comentario del secretario de Comunicaciones y Transportes sobre la familia de los fallecidos, indemnizada por el “mal rato” que había pasado. Saber que su padre, esposo, hijo, hermano, novio habían muerto enterrados vivos, tras comunicarse al exterior, luego de romper desesperadamente los cristales para intentar salir, era un “mal rato” y para eso estaba la indemnización. Una frase de villano de telenovela.

Estas reacciones, que eluden responsabilidades, pero que son aderezadas con solemnes declaraciones acerca del dictamen técnico que se realizará para saber las causas del hundimiento y el castigo de los culpables (que no serán los de arriba), lo único que logran es reforzar la alegoría.

Es obvio que lo del socavón no es un accidente, aunque haya sido azarosa la determinación de quiénes fueron las víctimas. El tramo de la autopista se vendría abajo tarde o temprano, porque estaba mal construida, porque no se previó la previsible fractura del drenaje, porque a las quejas de la población no se las escucha.

Es una combinación de errores e incompetencias, que no puede explicarse sin sospechar de un altísimo nivel de corrupción. Por lo mismo, –en la alegoría– el socavón en el que caen las víctimas inocentes está hecho de eso: de corruptelas.

La obra, que no es más que la expansión del llamado “periférico de Cuernavaca”, costó más del doble del precio original. Una de las empresas ganadoras es, al menos nominalmente, del hijo del dueño de una empresa inhabilitada por la Secretaría de la Función Pública. No hubo transparencia en la asignación de la obra a estas empresas. Hubo un número elevado de muertes (usemos la palabra “atípico”) en la construcción. Se han señalado más fallas y, por supuesto, la empresa Aldesa es una de más favorecidas en otras licitaciones federales. En resumen, se ha convertido en alegoría de la corrupción en el sexenio (lo que la Estela de Luz fue al de Felipe Calderón).

Debería existir una investigación a fondo que determinara no sólo las irresponsabilidades en cuanto a la supervisión, sino también en cuanto a la obra misma. Hay quienes dudan, justificadamente, de que cuente con las famosas “especificaciones necesarias”.

Pero no nos hacemos ilusiones. No habrá tal investigación, sino un simulacro. Tampoco habrá remociones de relevancia. Y todo ello seguirá reforzando la alegoría que no quiere ver el gobierno.

La percepción social de corrupción ha sido el punto más débil de la presidencia de Enrique Peña Nieto. Su impacto es mayor que el referente a la violencia o a la situación económica. Y los escándalos más mediáticos de corrupción han estado vinculados a empresas constructoras, que son vistas como cómplices principales. Es el punto central de la imagen del socavón, pero se niegan a verlo.

A cambio, pronto veremos nuevas inauguraciones de infraestructura, con discursos presidenciales que hablan de la confianza en México y promocionales que festejan la posibilidad de viajar más rápido de tal a cual lugar. ¿Habrá quien de veras crea que eso sirve para apuntalar la imagen del gobierno?

En fin, hay tres políticas detrás de la tragedia del socavón: la que, por razones dignas del mayor sospechosismo, contrata caro algo hecho de manera barata; la que cierra un ojo a la hora de supervisar las regulaciones y la que pone las formas pomposas por delante.

Eso es lo que indigna. No saben cuánto.

  

No hay comentarios.: