miércoles, abril 24, 2013

Biopics: La creación de La Jornada


Las reuniones de los tránsfugas del unomásuno para la creación del nuevo periódico se sucedieron rápidamente al inicio de 1984. Se llevaban a cabo en las oficinas que tenía entonces la revista Nexos y muy rápidamente en ellas se fueron acordando las características del nuevo rotativo (entre otras, la rotativa, que era una muy buena que el gobierno de Alemania Oriental había donado, años ha, al Partido Comunista), con especial atención a los aspectos editoriales y corporativos. Quedó claro muy pronto que la dirección sería ocupada por Carlos Payán, uno de los antiguos subdirectores del uno. También se decidió que habría cuatro subdirectores, que aquí pongo en orden alfabético: Héctor Aguilar Camín, Miguel Ángel Granados Chapa, Carmen Lira y Humberto Mussacchio. A estos subdirectores se agregaría más tarde José Carreño Carlón. No lo sabíamos, pero la historia de los primeros años del periódico también podría escribirse como la canción de los diez perritos, con la purga de un subdirector tras otro, hasta el encumbramiento de Carmen en la dirección.

La reunión más divertida fue aquella en la que quedamos en darle nombre al periódico. Se nos pidió a cada uno de los convocantes llevar una propuesta meditada. Yo nada más pensé un ratito la tarde anterior y propuse “La Víspera”, pensando en el doble juego de que el periódico daba noticias ocurridas la víspera y que estábamos –o en algún momento estaríamos- en la víspera de la revolución.
En la primera vuelta cada quien podía votar tres veces y bastaba con que una propuesta tuviera cinco votos para pasara a la segunda ronda. “La Víspera” pasó ese umbral, así como propuestas algo chuscas como “El Planeta” o “Rayuela”. Unas 30 propuestas se quedaron en el camino, como “Milenio” (lo que son las cosas) o “Dos” (por aquello de sumar uno más uno).
Para la segunda votación cada quien sólo podía votar dos veces; cuando se anunció “La Víspera”, Toño Ponce gritó “será el avispero” y le clavó el ataúd a mi propuesta. Quedaban una decena de nombres y ahora cada proponente podía alegar a su favor antes de la votación. El más vehemente fue Luis Ángeles, quien había propuesto “El Jornal” y se puso a leer las distintas acepciones que tenía la palabra “jornada” en el diccionario. El problema para Luis es que “La Jornada” era el nombre propuesto para el periódico por otro de los convocantes, Pepe Woldenberg.
A la penúltima vueltal quedaron seis nombres: “La Jornada”, “Nuevo Diario”, “El Correo”, “La Calle” “El Observador” y, sorpresivamente, “Rayuela”. Allí se abríó una discusión más amplia. Aguilar Camín argumentó en contra de “Nuevo Diario” (“la gente dirá: ‘quiero el nuevo’) y de “La Calle” (“¿cómo está eso de que las mejores plumas de México están en la calle?) y a favor de “El Observador” y “El Correo”, por neutrales. Yo alegué precisamente en contra de la supuesta neutralidad de esos títulos. Los más de izquierda argumentaban con vehemencia a favor de “La Calle” y los más institucionales, en contra de ese nombre “callejero”. Se ve que los alegatos en contra pesaron más que los de a favor, porque a la final pasaron “Rayuela” y “La Jornada”.
Los argumentos a favor de “La Jornada” fueron subiendo de espesor: hablaba del día a día, pero también tenía ese elemento de trabajo, ligado con la posición ideológica de los convocantes. “Rayuela” le gustaba a los más juguetones y literarios. Pero sólo hubo que quiso hablar en contra del nombre propuesto por Woldenberg. “Simplemente me parece horrible”, fue todo lo que dijo Chema Pérez Gay.
Antes de la votación, Payán, con visible cara de preocupación, dijo: “Si escogen ‘Rayuela’ yo no quiero ser director”. Entre varios lo calmamos. No iba a pasar. La Jornada ganó aplastantemente.

Los convocantes a La Jornada compramos acciones ordinarias, con derecho a voto y se realizó en el Polyforum Siqueiros un magno evento –el 29 de febrero de 1984- para que el público en general suscribiera acciones preferentes (que no tenían derecho a voto, pero que serían las primeras en recibir dividendos, je). Fueron varios miles de personas y decenas de famosos de la política (en una gama que empezaba con la izquierda del PRI), del espectáculo y la cultura. La figura más conocida entre los asistentes fue Gabriel García Márquez. A ese evento fui con Carlos Mársico, y se quedó gratamente impresionado con nuestra capacidad de convocatoria.
Allí se distribuyó el número “bajo cero” del diario. Carlos Payán afirmó que el diario contribuía a la lucha “por la defensa de la soberanía y la independencia nacional y la solidaridad con las luchas de otros pueblos por hacer realidad esos principios: por el diario ejercicio y el respeto irrestricto a las garantías individuales y sociales que recogen las leyes fundamentales de México… por la democratización de la vida pública, el ensanchamiento de la pluralidad política y el respeto a los derechos legítimos de las diversas minorías, y por la distribución igualitaria de la riqueza socialmente creada…”. Héctor Aguilar Camín dijo que sería “un instrumento de comunicación no subordinado a intereses particulares, sean oficiales o partidarios, ni a las decisiones mercantiles de un puñado de inversionistas”. Ustedes dirán si ha cumplido todos sus propósitos. Lo que yo puedo decir es que entre los convocantes originales de La Jornada quedan muy pocos en ese diario.

Tal vez no sobre decir que, casi dos décadas después, y ya alejado de ese periódico, vendí esas acciones “ordinarias” que había comprado en 1984, para hacer un negocio importante. Habían multiplicado varias veces su valor. No pasó lo mismo con las acciones “preferentes”, de suscripción popular.

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