A mí Gustavo Gordillo siempre me pareció un tipo respetable. Lo conocí cuando era profesor en la Escuela de Economía y tenía la fama de haber participado en el Mayo francés. En el partido tenía mucho prestigio, había trabajado mucho organizando gente en varios estados, pero notablemente en Sonora y en la Huasteca hidalguense. En Sonora, él fue el cerebro detrás de la creación de la Unión de Ejidos Colectivos del Valle del Yaqui y Mayo; en Hidalgo, de la formación de la Unión Regional de Ejidos y Comunidades de la Huasteca Hidalguense. Ambas organizaciones tenían la característica de ser independientes, combativas, dedicadas fundamentalmente a la producción y capaces de dialogar con las autoridades, al tiempo que combatían a los caciques. De hecho, apenas en mayo de ese año, sicarios a la orden de los terratenientes habían asesinado a uno de los mejores cuadros del partido en la Huasteca, Pedro Beltrán.
En fin, el día señalado varios de nosotros fuimos al aeropuerto a recoger a Gordillo y pasaron varias cosas muy chistosas. La primera, que Gordillo pasó frente a nosotros haciéndose el desentendido para luego preguntar, de soslayo, con aire de secretismo, dónde estaba el coche. La segunda, que del mismo avión bajaron, por separado, un tipo barbón y greñudo y un morenito que se apostaron en lugares estratégicamente alejados de Gordillo y que nos siguieron a los autos. Yo de inmediato había advertido en el barbón el típico look del militante chilango de izquierda, y no me había equivocado: era un compañero del PMT capitalino, mientras que el moreno era del Comité Estatal de Zacatecas. Nunca sabré de qué se estaban escondiendo; para saberlo habría que penetrar en la mente novelesca de Gordillo, y eso no está sencillo.
Tras su llegada rocambolesca, Gordillo y comitiva se instalaron en casa de Airola, de donde no saldrían hasta su regreso a la capital (Gordillo con un boleto que decía “Gustavo De Anda”, como si así no lo fueran a reconocer). También recaló allí un cuate del Comité Estatal de Nayarit. Nos pasamos tres días en esa casa (salvo ir a dormir, los que vivíamos en Culiacán).
En las reuniones, la principal queja de Gustavo Gordillo hacia el resto del Comité Nacional era que bloqueaba el trabajo de organización de masas. Su tesis principal, que compartíamos, era que, si de verdad queríamos el poder y no nada más ser otro partido de oposición, era fundamental capacitar –en la teoría, pero sobre todo en la praxis- a los militantes y a las masas para que la organización estuviera, en su momento, en posibilidad de dirigir a la sociedad: la práctica del poder democrático llevaría a un mejor conocimiento de sus usos de parte de los trabajadores. Participar en organizaciones de productores, en sindicatos, en las universidades, en movimientos sociales debía ser una escuela de acceso democrático al poder.
Esto implicaba, por supuesto, un desacuerdo con la línea oficial de sólo crecer numéricamente y de haber rechazado nuestro registro electoral. Evidentemente, para nosotros la democracia formal era una instancia ineludible en el proceso de “la toma del poder”.
La respuesta que nosotros en Sinaloa, desde nuestra perspectiva local, dábamos al problema era muy pragmática. Si a la dirección nacional no le interesa desarrollar organizaciones sociales, a nosotros sí, y las vamos creando; si no le interesa el trabajo universitario, nosotros igual lo hacemos, etcétera. Nuestra queja principal era la “falta de línea política”: alguna consigna de la cual agarrarnos, además de la consabida defensa del petróleo.
Pero Gordillo le daba vueltas de una forma distinta. Según él, el problema del PMT era que se planteaba estrictamente como partido de ciudadanos y eso lo convertía en “socialdemócrata”. Gustavo no había caído en cuenta de que para nosotros “socialdemócrata” no era ninguna ofensa. Le rebatimos que ojalá el PMT lo fuera, y tuviera organizaciones sociales como los sindicatos en España, Italia, Francia o Alemania. Es más, no concebíamos la lucha electoral sino como un camino de largo plazo. Yo alcancé a comentar que toda esa condena a la socialdemocracia me sonaba a maoísmo, lo que provocó silencio en Gordillo. Ese silencio, a su vez, causó un gran malestar entre los compañeros sinaloenses que –correctamente- no asociaban el maoísmo con las teorizaciones de Sartre, sino con la Revolución Cultural china y con lo que estaba ocurriendo en Camboya (“allá es como si los Enfermos hubieran tomado el poder”, decía uno de ellos, “… y quisieran restaurar la gloria del imperio azteca”, acotaba yo).
A pesar de nuestras reticencias –en verdad porque estaba consciente de que eran más las afinidades- Gordillo nos confió que estaba contruyendo una “tendencia” dentro del partido. Nada formal, por supuesto.
Otra cosa que acordamos fue solicitar al Comité Nacional un pronunciamiento sobre política salarial. Que nos respondiera positivamente es un decir: Heberto sacó un artículo en el que calculaba los gastos básicos de una familia de cinco personas (que pagaban renta chilanga y la señora se compraba dos fondos al año, por lo que ha de haber hecho una gran colección de esas prendas) y concluía que el salario mínimo debería aumentar el cien por ciento.
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