Si alguien enseñó a este país que hay una línea continua entre la llamada “alta cultura” y la cultura popular, era Carlos Monsiváis. No por nada varios supimos por primera vez de su existencia en la revista Chanoc y tardamos años en enterarnos que “El Sabio Monsiváis” que en raras y preciosas ocasiones ofrecía alguna explicación enciclopédica a Chanoc y su tío Tsekub Baloyán era un intelectual de carne y hueso, que en su autobiografía precoz –publicada en 1966- sufría, porque tenía 28 años y todavía no conocía Europa.
A Monsiváis se le reconoce, justamente, como un gran escritor. Pero más que eso, fue figura pública, y eso que jamás disfrutó de puesto alguno ni gozó de las mieles del poder político. A principios de los años 90 se puso de moda entre los poetas jóvenes de México escribir odas a las actricitas del momento. En una ocasión, le preguntaron a Bibi Gaytán, objeto de más de una obra, quién era el poeta mexicano al que ella más admiraba. La iletrada respondió: Carlos Monsiváis. Lo juro por mi madre, bohemios.
¿Qué le dio a Monsi tan grande espacio? Precisamente el que lo abarcara todo. Que nada humano le fuera ajeno. Que igual analizara la política, la gran literatura, la lucha libre, el cine de arte, las telenovelas, los libros-basura o los movimientos populares. Que se codeara con los ricos y poderosos sin ceder un ápice. Que estuviera siempre cerca de la realidad, y que la viera con ojos críticos.
Se le reconoce como escritor, decía, pero antes que eso –y porque su talante profundamente liberal le ayudaba a no poner líneas divisorias- Monsiváis era un editor, un periodista. Gracias a él, muchos entendimos que hacer buen periodismo era una manera de hacer literatura. Y que no hay buen periodismo mal escrito.
Editor e incansable promotor cultural, a él le debemos grandes series radiofónicas y colecciones de voz viva, pero sobre todo, sentó el canon para los suplementos culturales periodísticos en las últimas tres décadas del siglo XX. La Cultura en México, el suplemento de la revista Siempre!, que dirigió entre 1972 y 1987, fue durante todo ese periodo un referente obligatorio y una gran escuela (de hecho no sólo allí, sino también con su estilo mordaz, Monsiváis creó una escuela con muchos más discípulos de los que están dispuestos a admitirlo).
La Cultura en México tenía de todo: iba del análisis cinematográfico y literario a la crónica de la vida cotidiana, a la descripción de las luchas sociales. Y estaba coronada por la sección que más fama le dio a su autor: la colección de perlas de la estupidez nacional, recogidas y comentadas por la R., para documentar nuestro optimismo.
En Por mi Madre, Bohemios, Monsiváis ejercía una burlona crítica profunda del país —y, sobre todo, de sus clases dominantes—, a través del método de mostrarnos el espejo que nos horrorizaba ver.
Allí se declaró en guerra constante contra la imbecilidad declarativa que puebla planas y planas, y abarca una cantidad inacabable de ondas hertzianas y catódicas. El autor (la R.) fue acusado de pepenar en la más baja inmundicia político-literaria para hacerse de sus perlas: ese era precisamente el problema, no hay que sumergirse mucho en este país para encontrar toneladas de mierda con “misión y visión”.
Al mismo tiempo, el suplemento –y particularmente su sección- se constituían en una defensa apasionada del idioma español, contra el emputecimiento de las palabras al que lo someten funcionarios, burócratas y periodistas de baja estofa. (“Por favor, dejen de llamar tragedia lo del ABC; fue una contingencia administrativa”).
La R. era propositiva (imaginó telenovelas patrocinadas por el Episcopado como Mirada de Cardenal o Nubes de Castidad, o la misógino-didáctica Mujer que sabe Latín ni Encuentra Marido ni Tiene Buen Fin) y tenía buen corazón, por lo que siempre se solidarizaba con los declarantes. Era un juego delirante.
Monsiváis editor era extraordinario. Sabía qué agregar, qué quitar y cómo cabecear. Así, por ejemplo, a un análisis sobre el sindicalismo en las empresas productoras de autos, Monsi le ponía una cabeza nada sobria: “Los coches van por la vía, como aguinaldo de la burguesía”. Un título atractivo, que servía a la vez de resumen y colofón y que, de pilón, tenía una referencia lopezvelardiana que, de manera casi mágica, transportaba al lector al porfirismo. Genial.
Mucho más que un ocurrente, Monsiváis fue un creador incansable de aforismos. Y él mismo lo escribió: “Una celebridad se distingue porque es poseedora certificada de una idea y el que tiene una idea que la cuide, que la cuide”.
Finalmente, es importante hablar del Carlos Monsiváis ciudadano. Por su historia personal y por sus convicciones, siempre estuvo en la izquierda, pero no del lado del dogma. Dos fueron sus luchas fundamentales: a favor del laicismo y de los derechos de las minorías. Criado en el protestantismo, siempre vio con desconfianza los intentos de la Iglesia Católica por arrogarse la representación de todo el país, criticó los abusos eclesiásticos –históricos y actuales- y ha mantenido a la sociedad en guardia contra los intentos de terminar con el Estado laico. También su labor fue muy importante en la defensa de los derechos de la comunidad homosexual, negados durante décadas por la hipocresía priista y por el filoclericalismo de Acción Nacional. En su apoyo a los movimientos políticos y sociales, tuvo el tino de corregirse cuando se equivocó y de llamar a la racionalidad cuando ésta desaparecía (como con el plantón de López Obrador).
Monsiváis se va, pero no se va. Deja muchos amigos y bienquerientes. Para documentar nuestro optimismo, deja obra y deja escuela. Tal vez haya quienes, para documentar nuestro pesar, sientan un descanso con su ausencia: los obispos, los funcionarios de todos los partidos, los farsantes y los estúpidos
1 comentario:
En medio de muchas opiniones en contra de Carlos Monsiváis, este texto me agradó (y sorprendió)mucho. Siempre es más fácil descalificar que reconocer las aportaciones de una persona, sin dejar de lado, por supuesto, sus aspectos criticables.
Dos aspectos positivos que agregaría sobre Monsiváis son: su impresionante conocimiento de la poesía y su capacidad para memorizar canciones, poemas y diálogos de películas mexicanas.
Realmente sorprendente.
A usted que le agradan tanto las listas, esperaría que en breve hiciera una sobre sus 10 novelas políciacas preferidas.
Saludos
Publicar un comentario