Carlos Franqui volvió a morir el 16 de abril.
Este escritor y periodista autodidacta creó en 1955, en la clandestinidad contra Batista, el diario Revolución, órgano del Movimiento 26 de Julio. Sufrió prisión. Fue liberado y participó en la recolección de fondos para la aventura del Granma, del que fue el último tripulante (y uno de los doce sobrevivientes). En la sierra, dirigió Radio Rebelde y fue un contacto fundamental entre el movimiento de masas, centrado en las ciudades, y la guerrilla rural. Desde la toma del poder hasta 1963, dirigió Revolución. Durante ese periodo cabildeó para concitar el apoyo de intelectuales europeos y norteamericanos para la revolución cubana. Sus diferencias con los comunistas lo sacaron del periódico -que sería cerrado pocos meses después- y del país, fue enviado a Europa, a actividades de promoción cultural. Rompió abiertamente con el régimen a raíz de la invasión soviética a Checoslovaquia, en 1968 (la evidencia de que no sería posible hacer un "socialismo con el rostro humano").
Es entonces su primera muerte. Se convierte en un enemigo. La obsesión del régimen castrista por falsificar la historia toma elementos prestados de Stalin, y el revolucionario Franqui desaparece de todos los documentos. Hasta de las fotografías.
"Descubro mi muerte fotográfica.
¿Existo?
Soy un poco de blanco,
un poco de negro,
un poco de mierda
en la chaqueta de Fidel."
En el exilio, Franqui se da a la tarea de reconstruir la historia de la revolución cubana. De su magia y su fuerza. De la traición de la que fue objeto. Lo hace con base en documentos que celosamente guardó, en contra de los deseos controladores de la burocracia. El Libro de los Doce, Diario de la Revolución Cubana y Retrato de Familia con Fidel son textos fundamentales para conocer, desde adentro, lo que pasó.
El fantasma trabaja sin venderse al enemigo, sin conseguir empleo en los periódicos burgueses porque seguía siendo socialista. Pero también sin callar: "Si la verdad no es revolucionaria, ¿qué cosa es la revolución?". La importancia de escribir la historia, de que los participantes documenten lo sucedido; la importancia de que la realidad pueda ser entendida en sus múltiples detalles y facetas. Franqui lo hizo desde su trinchera: en su recuento, destaca la organización de las masas urbanas del Movimiento 26 de Julio, el papel fundamental de la huelga general en la victoria, y la guerra de posiciones -que se da desde la etapa armada- para fijar liderazgos a la hora de la victoria, donde Fidel, emulando a Mussolini en la Marcha Sobre Roma, toma simbólicamente las ciudades que ya había liberado el 26-J.
Son libros en los que se refleja claramente la personalidad y la psicología de los participantes, en los que se adivinan intenciones y se va trazando un claroscuro en el que la tiniebla penetra de manera inexorable.
¿Qué quiere Franqui? No caer en el lugar común de que la historia sólo la escriben los ganadores. Quiere también respetar la memoria de su amigo Camilo Cienfuegos, quien insitía en que tenía que escribirse la historia de la revolución y Fidel Castro le respondía que no había tiempo para eso.
“Hay que escribir la historia, porque tú vas a estar viejo, vas a decir muchas mentiras, y no estará aquí Camilo para decirte que vas mal" -rebatió Camilo, según cuenta Franqui en Retrato de Familia sin Fidel. Y poco después desapareció en el accidente aéreo que lo convirtió en icono revolucionario, pero también lo calló para siempre.
¡Qué iba a saber el pobre Camilo que, a los 50 años de su muerte, las cien toneladas de su silueta gigantesca en la plaza de la Revolución repetirían dogmáticas, en letras de acero, "Vas bien, Fidel"!
En algún momento de Retrato de Familia, el antiguo revolucionario describe la compleja relación entre los hermanos Castro:
"Raúl dirá: 'Si a Fidel le pasa algo, el Almendares se llamará el río rojo: correrá sangre, no agua'.
Y Fidel: 'Si a mí me ocurre algo, vendrá Raúl": algo así como el diluvio."
Pero ya. Al momento de su segunda muerte, Franqui no era más que un viejo periodista semidesconocido. Borrado en Cuba, era un viejo fantasma afuera de ella. Y sin embargo, sus textos, inconseguibles -y su vida misma, irrepetible- son ejemplo de que las verdades se pueden decir, y de que los ideales y las palabras permanecen.
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