Para brillar cuesta abajo hay que ser valiente, pero también obsesivo. Una parte del espectáculo de Hackl era verlo antes de la carrera, totalmente concentrado, repasando casi a ojos cerrados la pista memorizada, haciendo en el aire los movimientos que repetiría sobre el hielo. Por eso, cuando Hackl se deslizaba, parecía que lo había hecho antes, siempre, exactamente así, precisamente de la forma más eficiente.
Obsesión de tiempo completo, porque el adolescente Hackl decidió ser aprendiz metalmecánico con la principal finalidad de construir mejores trineos. Él los diseñó, él los guió, él mantuvo sus secretos. Los ajustes diminutos al artilugio terminan por ser tan importantes como los ajustes diminutos a los movimientos con los que se le controla. Y los movimientos corporales, hechos a velocidades de vértigo, han de ser exactos. Se decía que Hackl corría como un cadáver: se mantenía totalmente relajado en un descenso de locura y no incurría en una micra de moción innecesaria.
El historial deportivo de este atleta alemán roza la perfección. Desde 1987 hasta 2005 estuvo siempre en el podio de los campeonatos mundiales de la especialidad, en los que obtuvo 10 medallas de oro. En su debut olímpico, en Calgary 1988, se quedó con la plata, a 4 décimas de segundo de su compatriota Jens Müller. Luego sería tricampeón: en Albertville 1992, Lillehammer 1994 (donde ganó por 13 milésimas de segundo) y Nagano 1998. En Salt Lake City 2002 volvió a quedar en segundo lugar, detrás del italiano Armin Zoeggeller; con ello, se convirtió en el primer atleta en ganar medalla en cinco juegos olímpicos invernales consecutivos: la gloria era suya. Con casi 40 años, intentó un sexto laurel, en Turín 2006, pero quedó en séptimo lugar y anunció su retiro del luge. Ahora se lanza cuesta abajo en la pista de hielo sobre un wok (sí, sobre uno de esos grandes sartenes chinos)… y también en eso es campeón mundial.
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