miércoles, junio 17, 2009

Biopics: El 18 Brumario de Luis Echeverría

La primera boda

Llegué a México sin saber que me esperaba una feria de bodas. Apenas llevaba unas horas en el país cuando recibí la primera, sorpresiva, invitación. Luis Foncerrada se iba a casar en un par de días con una chica a la que había conocido en La Vaca Negra de la glorieta de Insurgentes. La ceremonia se iba a llevar a cabo en su casa, y resultaba que ya no vivía lejísimos, en Las Arboledas, sino muy cerca, en la esquina de Ejército Nacional y Circuito Interior (de hecho, de las ventanas se podían ver los autos acercándose y tomando la curva).

Estéfana, la novia de Luis, era una chica de Matamoros, que estudiaba sociología y vivía en una residencia universitaria femenina, manejada por hermanas teresianas. A la boda –que devino en fiesta cacahuatera- asistieron muchas de sus compañeras. Era agradable echarse el rollo –a veces repitiendo consignas del PCI: “el aborto es un drama que se vive en la piel de las mujeres”- ante un público femenino comprensivo e interesado. Mientras yo disfrutaba de mi popularidad, Mapes se ligó a una chaparrita, cuya estatura contrastaba con el cigarrote y el vasote de whiskey que tenía en las manos.

Para mi sorpresa, terminada la fiesta, la novia se regresó a su residencia estudiantil, porque aquella había sido sólo la boda por lo civil. No contaba, según las teresianas.


Un sarro de la chingada

Poco después, Mapes me invitó a hacerle el paro. Iba a salir con la chaparrita, y ella tenía una amiga, qué tal si yo salía con ella. Acepté. Fuimos a la Residencia Universitaria Femenina, y había un hervidero de mujeres. A Eduardo se le iban los ojos. Él salió con Patricia y yo con su amiga, la Guamuchil. Al poco rato, la chaparrita ya no parecía tan antipática, y Mapes seguía revoloteando (como si su idea fuera salir con las setenta chavas). En un determinado momento, ella –que acababa de terminar la carrera de odontología- me dijo:

-Tienes un sarro de la chingada.

-¿De veras?

-Si quieres te hago una limpieza.

Quedamos en que fuera a visitarme a la casa. La tarde en que lo hizo, apenas iniciaba su tarea, llegó Mapes algo acelerado, con la idea de que fuéramos a Los Pinos, a intentar hablar con el General Castañeda. Sucede que Echeverría, que estaba a punto de dejar la Presidencia, había transferido nuestras becas al Banco de México y en Banxico nos dijeron que no había manera de aumentarlas –habían perdido 40 por ciento de su valor con la devaluación del peso- y hasta nos regañaron “por venir hasta acá”.

Patricia insistió en continuar con la limpieza dental, así que zarpamos en el auto de Mapes y ella me quitaba el sarro en los altos. Habrá que admitir que no eran las condiciones óptimas.

Conseguimos una cita con el jefe del Estado Mayor para el día siguiente (lo que quería decir que la que yo tenía con Irma, mi ex novia atleta, tuvo que ser cancelada). Tras una larga espera (en la que hojeé uno de las decenas de periódicos mexiquenses: El Tercer Mundo, con el epígrafe de “Diario del Subdesarrollo”), el General Castañeda nos recibió. Noté que tenía libros liberales en su biblioteca y no supe si era para que los visitantes los vieran, y pensaran que en realidad él era un liberal, o porque realmente los leía. Accedió a consultar con el Señor Presidente para que nos dieran el aumento (efectivamente lo hubo, y casi quedamos tablas, pero el Banco de México sería algo moroso en los pagos).

El caso es que nunca me vi con Irma y que volví a salir con Patricia (y Foncerrada y señora), a Coyoacán.


En Oaxaca y con el PMT

Hubo un buen rol a Oaxaca. Fuimos Eduardo Mapes, Susana Duprat y yo. Aunque, como solía suceder con nosotros, los víajes eran más bien al interior de nosotros mismos, aquel estuvo particularmente alivianado. Una noche nos pasamos los tres brincando de cama en cama, como niños felices. Era padre estar con Susana, porque contagiaba una grata sensación de libertad. Ella recién había terminado la carrera de psicología y trabajaba de orientadora en una secundaria. En aquel viaje nos quedó claro que estaba más que prendada de Jorge Carreto.

Otra cosa que hice fue asistir a un concierto de Óscar Chávez en el Auditorio Nacional, que organizaba el Partido Mexicano de los Trabajadores. El PMT había sido el principal derivado de aquel CNAO (Comité Nacional de Auscultación y Organización) surgido después del movimiento del 68. No era una organización legal –el concepto de registro aparecería un par de años después-, pero sí era tolerada. Fui, más que para escuchar la música, para palpar el ánimo organizativo en la izquierda mexicana. El auditorio se llenó a reventar, y era evidente que la mayoría eran jóvenes de izquierda. Pero cuando Eduardo Valle, El Búho, inició un rollo político en el intermedio, lo abuchearon. “No soy un payaso”, respondió, “sino un luchador social”. Eso bastó para que se callaran y le prestaran atención, aunque fuera por un ratito. A la salida compré el libro ¿Para qué un nuevo partido?, de José Francisco Paoli, en el que explicaba las razones detrás de la creación del PMT.


El 18 Brumario de Luis Echeverría

La situación política del país era bastante distinta a la que se vivía un año atrás. La Tendencia Democrática de los electricistas, que había aglutinado a tantos grupos obreros y sindicales a su alrededor, había sido reprimida. El diario Excelsior había sufrido un golpe interno, sus directivos habían sido sustituidos y muchos de sus mejores periodistas habían tenido que dejarlo y ahora era un periódico informe, chato y pro-gubernamental. José López Portillo había ganado, compitiendo en solitario, las elecciones presidenciales (el Partido Comunista presentó como candidato independiente a Valentín Campa y se autoadjudicó el millón completo de votos anulados que hubo). Pero, sobre todo, había una derecha muy activa en un frente inédito de lucha ideológica: el de los rumores –que había estado practicando desde los inicios del sexenio de Echeverría.

Entre los que se manejaban estaban un supuesto plan para expropiar viviendas y otro para congelar las cuentas bancarias, luego de la devaluación. Una suerte de guerra sucia que acusaba a Echeverría de procomunista. Se señalaba a grupos empresariales de Monterrey –la famosa conspiración de Chipinque- como los promotores, y su finalidad primera era condicionar el comportamiento del nuevo Presidente.

El más notorio de los rumores que armó la derecha en aquel entonces fue que Echeverría estaba dispuesto a realizar un autogolpe de Estado, el 20 de noviembre de 1976. Su 18 Brumario. Un concepto totalmente absurdo, pero que algunos incautos creyeron a pie juntillas. El hijo de la señora que vivía enfrente de la casa de mis papás fue por ella aquel día “para llevarla a lugar seguro”.

Ese falso 18 Brumario, mis padres fueron al velorio de la señora Pirod, esposa de un amigo de mi papá, y se llevaron a mi hermano. Yo aproveché la situación para ir a la casa con Patricia. La pasamos muy divertidos.

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