Hace 20 años Italia presumía de haber efectuado “il sorpasso”: su producto interno había rebasado al de Gran Bretaña y era la quinta economía mundial. No habían desaparecido sus problemas históricos –la diferencia entre el norte rico y el sur empobrecido, la corrupción, el enorme endeudamiento público, la inestabilidad de sus gobiernos-, pero se tenía la impresión de que era una sociedad pujante, que avanzaba irresistiblemente a una modernidad de vanguardia, jalada por sus industrias de exportación, la calidad de sus diseños y la vitalidad de su vida política y cultural.
Dos décadas después –y tras el fin, entre escándalos, del régimen partidocrático que caracterizó la república después de la II Guerra Mundial- el ánimo prevaleciente en Italia es diferente. Una suerte de resignada desesperanza ante una economía que lleva rato estancada, brechas sociales que se abren y una clase política alejada del mundo real, pero muy indispuesta al recambio (por no decir, a la mexicana, muy bien aferrada al hueso).
Estas son las impresiones de un viaje que no puede sino comparar esos dos momentos. Y también darse cuenta de sorprendentes similitudes entre Italia y México.
El maledetto Euro
Aceptan que la lira era una moneda débil, y que gracias al Euro hay más estabilidad. Entienden que el malestar económico general no se le puede atribuir directamente a la moneda única europea. Pero todos recuerdan que lo que costaba mil liras a fines del siglo pasado ahora cuesta un euro: es decir, el doble, mientras que los salarios se mantienen prácticamente inalterados. No ha habido control, y sí especulación: la introducción de la nueva moneda sirvió para acelerar un cambio en la distribución del ingreso. Logró lo que nunca pudieron hacer las políticas empresariales tradicionales: doblar a los asalariados italianos.
Lo dicen en el norte y en el sur. Con el Euro ganaron los comerciantes, los profesionistas, la pequeña y la mediana industria. Perdieron quienes reciben un sueldo fijo.
Los asalariados se quejan de los precios de una pizza, de un café, del cine, de la ropa. “Ya sólo los ricos pueden darse el lujo de ir a un restaurante”, dice un profesionista, quien admite que no le va mal.
Todos coinciden: en la última mitad del siglo pasado, desde el “milagro” de los años cincuenta, se había generado en Italia un proceso de igualación de los ingresos familiares. La diferencia entre el patrón y el empleado era, apenas, el tipo de abrigo y de auto. Ahora se vive el proceso contrario.
Y todos miran a Alemania –un país que se ha vuelto más barato- con desconfianza. Sienten que allí, en el motor económico y financiero de la UE, está el verdadero control del Banco Central Europeo. Perciben que la eficiencia teutona está a punto de devorarlos. Tal vez no se equivoquen.
Las pensiones, dolor de cabeza
¿Dónde están aquellos sindicatos combativos que hicieron de la palabra “sciopero” (huelga) una de las primeras que tuvieran que aprenderse en italiano? ¿Qué se fizieron los consejos de fábrica, que no sólo querían mejores salarios, sino incidir en la política industrial? ¿Dónde quedó aquel paso “de explotados a productores” que pretendían encabezar los sindicatos?
Terminaron defendiendo las pensiones.
Se entiende. Con la composición demográfica italiana, resulta que casi el 20 por ciento de la población tiene más de 65 años. Si a eso le agregamos las facilidades para pensionarse en Italia, resulta que, según datos de la OCDE, hay 68 pensionados por cada cien trabajadores activos (en México hay 18). Y resulta que una proporción cada vez mayor de los miembros de los sindicatos son pensionados.
El asunto se complica si tomamos en cuenta que las pensiones en Italia son muy generosas. Es común que un pensionado, a menudo menor de 60 años, reciba mil o mil 500 euros al mes. Esos son los salarios de un obrero o un maestro en activo. Italia gasta en pensiones el 15 por ciento de su Producto Interno Bruto.
Al igual que en México, la mayoría de las centrales sindicales se han opuesto a una reforma al sistema de pensiones. Hasta ahora lo han logrado. Ese, junto con la presión para que el Estado asuma más empleados públicos, es el principal punto en la agenda sindical. En tanto, mientras la productividad de los obreros italianos sigue al alza, de todos modos se pierden puestos de trabajo, debido a la competencia de naciones con más bajos niveles salariales.
Señala un asesor del primer ministro centroizquierdista Romano Prodi: “los sindicatos hacen su trabajo, que es defender a sus afiliados, pero en las condiciones actuales su trabajo es objetivamente conservador: los sindicatos se han convertido en una fuerza contraria a los cambios”.
Los inmigrantes
“Cuando fui a México en 1979 y vi por primera vez a los limpiaparabrisas callejeros no me imaginé que ese fuera el futuro de Italia”, dice mi amigo Claudio.
Los limpiaparabrisas son italianos en su mayoría, pero los africanos dominan el mercado del ambulantaje: los magrebíes venden flores y juguetitos de plástico; los subsaharianos se especializan en bolsas “de marca”. Casi todos son “toreros” ante una autoridad que prefiere cumplir sólo formalmente y, en los hechos, hacerse de la vista gorda. Ellos son sólo la punta más visible del iceberg de casi 3 millones de inmigrantes que viven en Italia. Ya son el 5 por ciento de la población.
Es un cambio notable. Durante siglos Italia fue un exportador neto de recursos humanos. Todavía lo era hace 30 años, cuando muchas familias dependían de los ingresos que les enviaban los italianos que habían ido a trabajar a Suiza. La oleada empezó a cambiar en los años ochenta, y se volvió marejada en los noventa, con el arribo de miles de albaneses, que se lanzaban desde barcos sobrecargados. Marroquíes, chinos, peruanos, filipinos son, junto con los eslavos, los principales nuevos arribos, que cambiaron la fisonomía del país. Se les puede ver asomándose desde las cocinas, platicando en grupo en los parques, comiendo ceviche y fritangas en un descanso dominical. Y se encuentran muchos carteles en español, llenos de faltas de ortografía, invitando a fiestas latinas, donde se baila la cumbia y el vallenato. Ahora abundan las oficinas de Western Union: los envíos de dinero son, sin duda, uno de los más grandes negocios de la globalización.
Como en otras partes del mundo, la contribución de estos extranjeros es vital. La economía italiana está creciendo un poco más que en años pasados: al 1.8 por ciento anual. La Unión Europea calcula que, sin los inmigrantes, la tasa sería negativa: -0.6 por ciento.
El Partido Democrático
El estado prevaleciente de desánimo y de desconfianza de los italianos hacia la política afecta, sin duda, al gobierno nacional de centro-izquierda, resultado de una coalición de más de una decena de partidos que en abril del 2006 venció, por menos del 1 por ciento, a la coalición de centro-derecha encabezada por Silvio Berlusconi.
La respuesta principal ha sido la anunciada fusión del Partido Democrático de Izquierda, heredero del antiguo Partido Comunista Italiano y La Margarita, un partido que viene del ala izquierda de la antigua Democracia Cristiana. A esta iniciativa se han sumado dirigentes y grupos sociales de otros partidos en la coalición, con notable presencia de los Verdes (entre ellos, el ex alcalde de Roma, Francesco Rutelli). La principal idea es crear una organización política que tenga más capacidad de movilización y, sobre todo, más votos, que Forza Italia, la agrupación criptopartidista que encabeza Berlusconi y que hoy presume de ser el partido más votado de Italia.
Hace casi 35 años, después del golpe de Estado en Chile, el histórico dirigente eurocomunista Enrico Berlinguer propuso lo que el llamó “un compromiso histórico”: la colaboración de gobierno del PCI y la DC, como reflejo de las dos grandes franjas ideológicas populares en las que se había dividido la nación.
El compromiso histórico murió porque nunca dejaron a los comunistas entrar al gobierno y porque la ultraizquierda asesinó a Aldo Moro, la principal voz democristiana a favor de tal entendimiento. El Partido Democrático que se propone la nueva generación es estrictamente eso: un partido con pretensiones de ser mayoría, pero no de reflejar a la sociedad italiana por completo.
El PD ya tiene fecha de parto: el 14 de octubre. También tiene un comité promotor de 45 notables, presidido por el primer ministro Romano Prodi. No ha decidido si para el día de su nacimiento tendrá líder, vocero o una dirigencia colectiva temporal. Y ya tiene algunos problemas de credibilidad.
El problema es que casi todos los 45 notables son representantes de la vieja clase política italiana, tradicionalmente apartada del pueblo. Como en México, se ha generado en el lenguaje de la calle la distinción entre “nosotros” y “ellos”, donde ellos son los políticos.
En la lista, dicen, hay poco espacio para el mundo empresarial y obrero del norte, no el suficiente para la sociedad civil –que debería ser el jugo del partido- y casi ninguno para los jóvenes (o no tan jóvenes: cuarentones y cincuentones a los que nunca han dejado tomar encargos de responsabilidad).
De ahí que haya salido de la base una iniciativa inusitada: una reunión que se desarrolló el 2 de junio en un teatro de Roma, en la que los lugares se intercambiaron. En el presidium, junto al alcalde romano -el incansable ex PCI Walter Veltroni-, y al secretario de la Defensa, representantes de la gente, con inmigrante negro incluido. En el auditorio, entre el público, distinguidos miembros de la clase política: en primer lugar, Romano Prodi. Un verdadero encuentro entre los políticos y los ciudadanos, que no careció de momentos ríspidos, pero que parece la única vía para que los ciudadanos hagan suyo, mediante la participación, un proyecto partidario que puede cambiar el rostro de la Italia futura.
El Partido Democrático tiene previsto llevar a cabo elecciones primarias para su dirigencia. Allí se definirá, por la cantidad de participantes y por su capacidad para introducir nuevas caras, si será algo nuevo de verdad... o la misma gata, nada más que revolcada.
La Camorra y el negocio de la basura
Mientras en Roma los políticos discutían, en Nápoles la basura se seguía acumulando.
Salir del hermoso centro napolitano y caminar por los barrios populares de la ciudad es un alucine. Los grandes contenedores de basura parecen estarla vomitando, y se acumula en el suelo debajo de ellos. También hay “’monnezza” (inmundicia) por las calles, por las banquetas, debajo de las mesas de los cafés al aire libre. Las callejuelas parecen sacadas de una película neorrealista de los años cuarenta, con las filas de ropa que sale de los balcones para secarse al sol, mezcladas con una cantidad que parece infinita de banderas del Napoli, el equipo de futbol que está a punto de regresar a primera división y uno que otro póster de Alianza Nacional, el partido neofascista.
Uno piensa: aquí más que pobreza, hay degradación. Y en ese ambiente, la gente ríe, los niños juegan, y todos expresan una simpatía que les nace a flor de piel. ¿Por qué tanta basura, insiste uno?
La respuesta es: por la Camorra, la mafia napolitana que prefiere el negocio de la basura al negocio de la droga. Menos problemas con la ley, pero más redituable. No importa el costo: por ejemplo, que en la zona de Nápoles-Caserta nazcan 80 por ciento más niños con malformaciones que en el promedio de toda Italia. Es un dato revelado por Roberto Saviano, periodista de 27 años, quien ha escrito el libro “Gomorra” que le ha costado la amenaza de muerte y lo ha obligado a vivir con guardaespaldas.
Y sí, Nápoles sigue siendo una ciudad donde se distribuye droga (la Camorra se encarga de crear Pequeños Césares de barrio, adolescentes “triunfadores” en una ciudad con 50 por ciento de desempleo juvenil), también es la capital europea del trabajo clandestino (talleres textiles malpagados) y el mayor puerto de entrada de fayuca china (la camorra controla puerto y estibadores). Pero es, sobre todo, el lugar adonde llega toda la basura posible.
La reciente plétora de basura callejera es resultado de la decisión de la Camorra de rechazar la idea del municipio de construir un nuevo basurero. Basta con el que controlan ellos. Y los contenedores de basura son quemados a mitad de la noche, generando una peste difícil de aguantar.
Pero el control del tiradero no es el verdadero negocio, señala Saviano. El chiste es que la basura de Nápoles no es la basura de Nápoles. Al corredor Nápoles-Caserta llegan desperdicios de toda Italia, y en particular de las muy limpias, muy ordenadas, muy industriales, muy bienpensantes regiones del norte. De Milán, de Brescia, de Pádua.
En particular llegan muchos residuos tóxicos. Si deshacerse de ellos en el norte cuesta entre 21 y 45 centavos de euro el kilo; la Camorra se encarga de ellos por 9 o 10 centavos, con flete incluido (la organización mafiosa provee camión y chofer). Entre Nápoles y Caserta se ven algunas zonas de campo que parecen sembradas de tambos metálicos. Están llenas de desechos: la Camorra ha comprado las tierras –escribe Saviano que busca al campesino enfermo de cáncer, que necesita tratamiento, o al que tiene la hija a punto de casarse, y requiere dinero para la fiesta-. Como los municipios no tienen espacio suficiente en sus tiraderos, le rentan esos lotes a la Camorra. Negocio redondo. También para las autoridades municipales coludidas, normalmente del centro-derecha.
Saviano dice que la Camorra no es una mafia: es un sistema. Es la economía de Nápoles. Todo es mercancía: contrabando, basura, armas, drogas, personas. Un desafío dificilísimo para el Estado.
Por supuesto, hay un programa para atacarla. Se llama “Nápoles Seguro”. ¿Suena conocido ese nombre?
La TV, el otro negocio de la basura… y la cultura
Hace tres décadas, la televisión italiana era un monopolio de Estado, con la RAI. Hace dos, un mercado inicialmente competitivo se estaba convirtiendo claramente en un duopolio: la tele pública, por un lado; los canales propiedad de Berlusconi, por el otro.
Berlusconi llegó al gobierno, desde ahí controló los canales públicos y el duopolio se convirtió en monopolio.
Ha pasado un año desde las elecciones que lo sacaron formalmente del poder, pero los directores de los canales de la RAI que puso Berlusconi todavía siguen ahí. Y se nota: el derechismo del noticiero TG2 se compara solamente al de Fox News en Estados Unidos.
Lo demás es entretenimiento, “programas contenedor”. Italia es el primer importador de series y de formatos de toda Europa. Importa de Francia, de Inglaterra, de Estados Unidos, de México –por supuesto-, de España y hasta de Turquía. Al estilo de las “nuevas” series de Televisa, en la RAI series enteras se calcan y se “adaptan” superficialmente, haciendo ganar buen dinero a los productores en ambos lados.
Se ha llegado a la paradoja de que algunos críticos ven la irrupción de sistemas de televisión restringida, como SKY, como la salvación ante la unanimidad. En tanto, los canales de Berlusconi tienen el 80 por ciento del rating y de la publicidad.
Sin embargo, hay un montón de programas de debate. En todos ellos participa la clase política. Hablan y discuten entre ellos. Son los mismos, y en su lenguaje particular.
Me toca ver un programa de la RAI en el que el verde Rutelli critica el llamado de Berlusconi a no pagar impuestos. Llama Berlusconi por teléfono y en vivo dice que no hizo tal llamado, sino un circunloquio en el que simplemente sugiere que no es justo contribuir a un gobierno que no cumple. Luego insiste en que fue víctima de un fraude electoral y, un año después, exige un recuento voto por voto, casilla por casilla. Rutelli dice que el recuento parcial le dio una ventaja mayor a la coalición de centroizquierda, Berlusconi, que se tienen que recontar todos. Regresan al tema y pasan una grabación en la que el ex primer ministro sí llama a no pagar impuestos. Berlusconi, impertérrito, niega la evidencia. Escuchar a Berlusconi es como oír a López Obrador, en lo del recuento; y sólo le faltó decir “puede ser mi voz” para sonar igualito a Mario Marín.
Grupos de intelectuales han insistido en la necesidad de una reforma a las leyes de radio y TV para acabar con el duopolio. Partes fundamentales de esta propuesta son desligar de los partidos políticos el control de la radio y la televisión públicas y llevar a cabo una legislación para acabar con el “conflicto de intereses”, prohibiendo a los propietarios de medios electrónicos tener puestos en el gobierno (una suerte de “Ley Diego” ad hoc). Si bien las medidas antimonopólicas tienen alguna probabilidad de prosperar, lo último parece imposible, porque tiene dedicatoria personal a Berlusconi.
Dicen los críticos que Italia vive una época de “no cultura”, provocada por una televisión “tóxica”, que facilita el trabajo manipulador de los estrategas de la comunicación política, convertidos en spin-doctors.
Basta ver cualquier librería para saber que exageran. Hay muchas, son enormes, con una gran variedad de títulos (pocos de autoayuda o de filosofía new age) y están llenas de consumidores. Según las estadísticas, 13 por ciento de los italianos leen más de un libro al mes.
Algo similar sucede con la prensa. Tanto La Repubblica como Corriere Della Sera venden cerca de un millón de ejemplares al día. Una decena de diarios rebasan largamente el tiraje de 200 mil. Se han desplomado, en cambio, los antiguos periódicos ideológicos. L’Unità solía llegar al millón, hoy tira 60 mil, que de todas formas son muchos más que los de Liberazione o, en supervivencia de milagro, Il Manifesto. La gente apostó por la información completa, no por la ideología.
Además, Italia sigue siendo la gran tierra de los espectáculos. Teatro, ópera, conciertos, muestras, deportes, ferias regionales. En espacios cerrados, en plazas, en iglesias, en la calle. En Roma la asistencia a espectáculos de diverso tipo creció 90 por ciento en los últimos cinco años. Ciertamente, la tele está lejos de ser la única opción.
Sin embargo, hay cierto malestar. Los tiempos cambian.
En los ochentas se veía con desprecio a la década inmediata anterior; los setenta eran “los años del plomo”. Hoy hay un boom nostálgico de los años sesenta y setenta. La época que abrió con La Dolce Vita y se cerró con el asesinato de Moro. Escribe Bernardo Bertolucci en un artículo reciente: “en los años setenta parecía encontrarse un gozo, una magia entre la cultura de este país y su gente”. Concluye que hoy sería imposible filmar su Novecento, o el Saló de Pasolini.
Comenta un joven aspirante a cineasta: “el otro día he ido a ver un film italiano… como de costumbre resultó aburrido. Es más, horripilante”. Abunda, en un soliloquio apasionado: “en los años cincuenta, sesenta y los setenta se hacían películas para decir algo, para la gente; ahora se hacen para justificar los millones de subsidio del Estado… y son siempre los mismos directores, la misma mafia que obtiene dinero para hacer filmes horripilantes, que nadie quiere ver”. Le decimos que Nanni Moretti tiene cierta fama. “Es uno que se ha ganado algunos espacios de libertad, pero igual hace sus películas para cumplir con el expediente… hay que cambiar esto de raíz, o irse a Hollywood”. Replicamos que algo similar pasa en México, pero nos rebate opinando que [González] “Iñárritu es un genio” y sí pudo hacer su “Amores Perros” en México, que igual Cuarón y Del Toro filmaron de jóvenes en México antes de partir.
Bush y la división de la izquierda
Es el día de la visita de Bush a Italia y en la tele pasan escenas de una gran manifestación en contra del presidente estadounidense. Sucede que es también en contra del gobierno de la coalición de centroizquierda. ¿Cómo se atreve Prodi a darle la mano a la cabeza del imperialismo?
En la parte de atrás de la marcha, como de costumbre, grupos ultras tratan de saltar las barricadas. Se les responde con macanazos y manguerazos. Nadie habla de represión.
En Piazza del Popolo hay un mitin contra Bush. Lo organiza el partido Refundación Comunista, heredero del ala dura del viejo PCI. Quieren distinguirse de la megamarcha porque “estamos en el gobierno”, pero también fijar línea contra la política exterior vigente. Un verdadero acto de funambulismo.
El dato relevante es que no hay ni dos mil participantes. Y todos traen cara de güeva. En los años de Berlinguer, las manifestaciones comunistas eran oceánicas, por decir poco: medio millón, setecientas mil personas. Los de Refundación también quieren construir un partido “de izquierda europea”. No se ve con quién.
En fin, llega Bush y una parte de la izquierda lo impugna con violencia, otra hace cabriolas político-mentales, la mayoría se queda en su casa y los periódicos se divierten con doña Laura, quien parada sobre la más alta de las colinas de la ciudad, mira a su alrededor y pregunta a sus anfitrionas: “¿Dónde estar las siete colinas de Roma?”.
Y cuando despertó, la Iglesia todavía estaba allí
Por las colinas romanas transitan yuppies. Bueno, tienen reloj de yuppie, zapatos de yuppie, maletín de yuppie, porte de yuppie, lenguaje corporal de yuppie, actitud total de yuppie. Pero en vez del traje Armani, tienen sotana y collarín. Son un recuerdo de la permanencia del poder temporal de la Iglesia Católica en Italia.
Uno piensa: el poder de la Democracia Cristiana es cosa del pasado, el pueblo italiano –a pesar de la activa oposición eclesiástica- votó a favor de las leyes del divorcio y del aborto en sendos referendum; el Concordato fue revisado en 1984 y la católica dejó de ser la religión oficial del Estado. ¿Porqué estos sacerdotes, tan seguros de sí, caminan como si se sintieran los amos del universo (de éste, no del celestial)?
Habría que recordar que Lampedusa era italiano. “Todo cambia para que todo siga igual”.
Al igual que en México, el 87 por ciento de los italianos se declara católico. Pero se dice practicante el 37 por ciento (frente al 45 por ciento en nuestro país). El porcentaje de italianos que se declaran sin religión es el doble que en México. Pero la Iglesia sigue teniendo una influencia que va más allá de lo espiritual.
Por una parte, en las negociaciones del 84, la Iglesia arrancó del gobierno de Craxi que el 0.8 por ciento de la recaudación fiscal fuera distribuido entre las iglesias aceptadas (otras cinco, que se llevan migajas). En otras palabras, hay financiamiento de Estado.
En toda aula de escuela pública hay un crucifijo. También en toda aula de justicia. La religión es materia optativa en primarias y secundarias públicas (con presión social para asistir, salvo en las “regiones rojas”). Claro, la religión católica, porque los maestros de religión son escogidos directamente por los obispos y el Estado sólo interviene para pagarles (más que a los otros maestros).
Lo del 84 resultó un simulacro. Obispos y sacerdotes intervienen abiertamente en política, como antes. El Vaticano –que es un Estado independiente- también lo hace. Hay cosas que no cambian.
Italia S.A versus Italia horaciana
Una constante italiana ha sido la gran diferencia entre el norte rico y ordenado y el sur empobrecido y caótico. Los indicadores hablan de una brecha que crece.
Los indicadores de calidad de vida del norte italiano lo ubican al nivel de las regiones ricas de Alemania. Las economías de esa región tienen más intercambio comercial y financiero con Suiza que con el sur de la misma Italia. Estos hechos, además del subsidio permanente del norte al sur, a través de impuestos, han generado resentimientos, que son aprovechados por políticos populistas, como los que dirigen la Liga Norte, agrupación “federalista” que tiene la secesión como objetivo final. Es curioso señalar que la secesión no incluye todo el norte, sino que se detiene en el río Po: las provincias ubicadas en el norte de Italia, pero al sur del Po son políticamente progresistas (“el cinturón rojo”).
La tensión entre la lógica eficiente y productiva del norte, la pasión por la grilla del centro y la filosofía de “salí a pescar” del sur está siempre presente en la dialéctica italiana. Es así como el país avanza.
Hace 20 años dominaba el concepto de “la empresa Italia”, el norte parecía querer exportar su eficiencia, pero lo hacía solamente en el discurso. La Italia S.A. de Craxi fue, a final de cuentas, sobre todo un negocio de inmobiliarias y una feria de corruptelas.
Ahora, paradójicamente, una parte de la eficiencia y la productividad han sido efectivamente exportadas (¡Sorpresa, los trenes son puntuales!), pero la contramano cultural está en otro lado. Está en la frontera entre el centro y el sur. Está en Roma.
“Cuando ustedes vivían en chozas, nosotros ya éramos putos”, rezaba una manta en la curva romanista del estadio de San Siro, durante un partido contra el Inter. Es esa expresión de superioridad histórica centra su poder la Roma neobarroca de principios del Siglo XXI.
Los viejos edificios de Roma han sido limpiados de la pátina que los cubrió por años. Se han sustituido los colores obscuros de la época de los Saboya. Es el esplendor renacentista. Dice el lugar común que las épocas de esplendor de la capital –que vive como centro político, no productivo- coinciden con la decadencia del resto de Italia. Será, pero Roma se convierte en una ciudad-museo.
El concepto original era “verde”, de Rutelli cuando era alcalde. Cerrar a los automóviles las calles del centro, difundir el uso de la bicicleta. El resultado fueron grandes estacionamientos fuera de los muros y una enorme isla peatonal, en medio de monumentos de todas las épocas, de la que se apropian los romanos, pero sobre todo los turistas. El turismo en Roma crece a una tasa exorbitante: 12 por ciento anual. Esto hace que la economía de la capital vaya a contracorriente del resto: un robusto 4 por ciento.
En Roma se respiran política y cultura. Y también una actitud que podríamos calificar de horaciana. Horacio, en sus sátiras, pretendía combinar la filosofía griega con el sentido común romano para señalar lo ridículo de la ambición excesiva. Por eso abogaba por la mediocritas aureas, el dorado justo medio.
Así suelen vivir los romanos la actual situación de Italia. No les importa si su país es la quinta, la séptima o la vigésima potencia mundial, sino vivir a gusto, ser parte de una historia eterna, en la que siempre hay decadencia y renacimiento. Un lugar en el que el futuro sí puede esperar.
Es la dolce vita, con otro rostro.
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