En aquella época pensábamos en grande, creíamos que Morrison tenía razón cuando decía que los viejos se hacían viejos y los jóvenes nos hacíamos fuertes. El mundo sería nuestro. De muchas formas.
Entre los grandes pensamientos de Víctor (quien, en la Facultad de Arquitectura hacía maquetas de enormes jardines de niños y estéticos habitáculos submarinos), estaba formar una asociación juvenil con chavos que quisieran transformar la realidad. Una suerte de vanguardia cultural, que discutiera los grandes temas del momento y propusiera soluciones. Ya tenía nombre: Frente Unido Por el Progreso (FUPP), logo (un hombre desnudo que vuela hacia el futuro) y fundadores (él y yo). Pasamos una noche discutiendo quién debía entrar y quién no (Rafael estaba descartado por estudiar en la Bancaria; Jorge Bush también, porque un día llegó y, en vez de discutir cosas “profundas”, se la pasó hablando de la rapidez de los dedos de Eric Clapton). Hicimos una lista y decidimos invitar a una decena de ellos, cotorrear un rato, y pasarles la propuesta de la fundación del FUPP.
Nos reunimos en mi cuarto. Asistieron, además de los socios fundadores, Janette, Tina, Raúl Trejo, Pablo MedinaMora, Mike (un buen cuate de Víctor) y Michelle, novia francesa de Mike.
Escuchamos rock, varios de nosotros fumamos. Mike y Michelle se tomaron un whisky. Pablo se la pasó clavado en un foco azul que tenía yo en la esquina de mi cuarto. Raúl nos entrevistaba, preguntando acerca de las sensaciones de la pachequez. Llegó mi mamá y regañó a Mike y Michelle por andar tomando a la vista de la gente en la calle (teníamos la ventana abierta) y con su visita se nos bajó el pasón –o el hornazo-, así que mejor nos fuimos al cine. La propuesta oficial del FUPP se pospuso.
No hubo una segunda reunión. Un día Víctor y yo discutíamos sobre cómo prepararla. También hablamos de la posibilidad de ir a una manifestación programada para esa tarde, que partiría del Casco de Santo Tomás. No estábamos seguros de asistir, y dejamos que se nos fuera el tiempo. Me fui a casa a leer un libro sobre revoluciones estudiantiles.
Esa manifestación resultó ser una trampa. Fue emboscada por un grupo de provocadores, los Halcones, pagados por la policía y quienes corrían para protegerse se encontraban con un muro policiaco. Hubo muchos muertos. Otra vez sonaron las sirenas en la noche. No pude dormir. Me la pasé leyendo artículos sobre la no-violencia y la resistencia civil. Me percaté de que Víctor y yo seguíamos en la luna. Imaginé que esta nueva matanza, después de Tlatelolco, traería una revolución juvenil. Salí muy temprano a la calle, queriendo oler esa revolución en puerta. El 11 de junio de 1971 resultó ser un día normal en Paseo de la Reforma, sólo que con un chamaco de 17 años, perdido en sus sueños y en su falta de sueño y con un par de periódicos que ya no repetían de manera grotesca la versión oficial (habría sido un choque entre dos facciones estudiantiles opuestas). El país estaba cambiando, pero mucho más lentamente que mis fantasías adolescentes. El más pequeño e insignificante de los muertos de aquel jueves de corpus fue el FUPP.
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