martes, noviembre 11, 2008

Biopics: Vadillo y los hippies

Una de las últimas cosas que hice antes de regresar a Italia fue asistir a una marcha de protesta contra las ejecuciones en España de jóvenes militantes de la ETA y de las GRAPO. Echeverría permitió esa manifestación, que le era útil para su política externa: solicitó la expulsión de España de la ONU. En realidad, aquellos eran los últimos estertores del régimen franquista. La marcha culminó en el Hemiciclo a Juárez. Recuerdo a mi amigo Julián Tonda muy animado –e indignado- en ella, y que alguien incluso gritó “Gora Euskadi Askatuta”.
En la sala de espera del avión que me llevaría de nuevo a Europa había dos españoles. Una señora muy decente les preguntó, casi asegurándolo, si estaban enojados con México, por la posición del gobierno. Se sorprendió de la respuesta:

-¡Pero señora, cuando España sea una democracia vamos a llenar de tequila todas las fuentes de Madrid!

Eran sindicalistas del PSOE y estuvimos conversando buena parte del viaje.


Al entrar al departamento de Módena me topé con una sorpresa. Estaba ocupado por una comuna de hippies. Eran amigos o conocidos de Margherita –a quien Eduardo le había dejado las llaves- y ella se los había prestado.

Quise poner la mejor de mis caras y de mis actitudes con estos cuates, pero estaban muy lejos de ser los hippies clásicos de las revistas gringas alternativas. Tenían en común con ellos eran la greña, la vestimenta, el gusto por la droga y la costumbre de no bañarse, porque olían a madres. Fuera de eso, eran unos imbéciles absolutos: me hacían preguntas como “Oye, ¿en México no comen carne por razones religiosas?” o afirmaban, muy convencidos: “En la India se acaban de ponerles a enseñar inglés. Mueren de hambre y les enseñan inglés ¡Qué tonto!”.

Al segundo día, mientras veía que todos bebían té con leche de la misma escudilla comunitaria de plástico, que dejaban toda babeada, me dije “basta” y los mandé a la chingada. Esa misma noche llegó Alfonso Vadillo a pedir asilo, lo que sirvió para apurarlos. Una pareja de los hippies me pidió que los dejara quedarse otro día, mientras encontraban dónde recalar. Estuvieron toda esa jornada cogiendo en el cuarto de Carreto.


Vadillo era lo contrario a los hippies: estaba muy hecho a la cultura de la izquierda comunista latinoamericana, y se había traído consigo –además de su guitarra- una buena cantidad de casetes con música de protesta. Durante el par de semanas que estuvo en casa me enseñó muchos elementos básicos de cocina –lo que aún hoy le agradezco- y a rasgar en su lira el “rin del angelito”. Nos echamos largas sesiones escuchando a Ángel Parra (había una grabación de él a dueto con Vadillo, y a leguas se notaba quien desafinaba) y otros intérpretes de cuecas, chacareras, milongas y toda esa gama sudamericana. Luego consiguió departamento –se lo rentó un tío de Anna Bernardi-, céntrico, pero chiquito y húmedo, y se fue para allá.

En esos días dos amigas –que yo había conocido a través de Paolo y Anna- nos visitaban cotidianamente por las noches: Adriana Martinelli y Cristina Tazzioli, Kitti. Era evidente que Adriana iba por los huesos de Vadillo; yo nunca supe si Kitti iba tras los míos, o nada más por hacerle compañía a su amiga. En esa duda estaba –viéndome lentooote- cuando Alfonso consiguió su depa. Adriana siguió frecuentándolo. Kitti desapareció (pero me sigo preguntando si fue por mi lentitud).

1 comentario:

alfonso dijo...

Querido Brando, tienes una gran memoria.. y mejor oído... como para darte cuenta que Ángel desafinaba...un abrazo con el afecto de siempre... av