miércoles, marzo 19, 2025

En defensa del porcentaje de bateo


Hace tiempo que el beisbol cambió, y ya las cosas no son como antes. Ahora es mucho más eficiente, está mucho mejor calculado, se juega mejor en todos los niveles y es todavía más inteligente de lo que siempre ha sido.

Siempre ha sido, como dice la frase, "un deporte exacto", pero resulta que la exactitud, en ese juego mágico, es una variable. Pasó de la aritmética y la estadística elemental, al cálculo y a la física avanzada. Pasó de un librito inexistente que dictaba una estrategia bastante incierta, a la sabermetría y, poco más tarde, al análisis de ángulos, de la velocidad de salida del batazo, la velocidad de giro del lanzamiento y un largo etcétera lleno de fórmulas cada vez más complejas... que dictan estrategias todavía inciertas, pero menos líricas que antes.

Y en el desempeño individual de los peloteros, las viejas estadísticas -aquellas que decretaron, en mi infancia, mi admiración hacia los jugadores y mi amor por el juego- dejaron su lugar a otras, mucho más certeras en la medición de la eficiencia. 

Ya no son las victorias asignadas a los lanzadores, ya ni siquiera es el porcentaje de carreras limpias admitidas: ahora son el WHIP (hits y bases por bolas por inning lanzado), el porcentaje de swings fallados por el rival, el movimiento hacia los lados del lanzamiento, la efectividad con dos strikes.

Ya no son las carreras producidas, ya no es el porcentaje de bateo: ahora es el OPS (porcentaje de embasamiento más slugging), es el xwOBA (porcentaje ponderado esperado de embasamiento), la velocidad de salida del batazo.

Ya no es el porcentaje de fildeo, sino la velocidad de reacción, el rango, la fuerza en el tiro, los OAA (outs sobre el promedio).

Y todo se conjunta en la estadística más compleja (tanto, que hay varias formas de medirla): el WAR, victorias sobre reemplazo (de la que hablo aquí).

Muy bien. Se conocen mejor la eficiencia y las características particulares de cada uno los jugadores y se arma la estrategia con base en ello. Reitero: se juega mejor. Pero el beisbol, como dice John Carlin, es un deporte pastoral del siglo XIX y, como tal, tiene una particular belleza, en la que cuentan la forma del campo de juego, el tempo y las posibilidades que se generan en cada situación. Tras cada lanzamiento (de hecho, tras cada momento) está escondido un posible resultado. No hay dos juegos idénticos.

Hubo un periodo, afortunadamente breve, hace pocos años, en los que se hablaba de los three true outcomes, los "tres resultados verdaderos", que son el ponche, el jonrón y la base por bolas. Es decir, aquellos en los que sólo hay tres protagonistas: el lanzador, el receptor y el bateador, mientras que la defensa no está involucrada. El que eso haya aparecido como concepto es un indicador del cambio en la estrategia en el beisbol, que prioriza el poder y la paciencia en el bateo, y el control y la velocidad en el pitcheo. Todo ello, gracias a la evolución de la sabermetría.

Ya se habla menos de los "tres resultados verdaderos" (como si los otros fueran falsos) y, de hecho, los bateadores con mayor proporción de "resultados verdaderos" en sus apariciones en el plato van de salida. El ejemplo máximo es Joey Gallo, a quien nadie contrató en 2025 como bateador y que ahora quiere ser pitcher. 

Pero en el camino ha habido una víctima, y creo que eso no es bueno para el beisbol. La víctima es el porcentaje de bateo.

Todavía, por tradición, se le llama campeón de bateo al jugador que termina la temporada con el porcentaje más alto de hits por veces al bat. Pero ya no se le trata como campeón. Si no pega cuadrangulares, no se le considera una estrella. Hay quienes lo ven como un segundón. Es, notablemente, el caso de Luis Arraez, quien ha sido champion bat por tres temporadas consecutivas: dos en la Liga Americana y una en la Liga Nacional. Como Arraez tiene poco poder, a la hora de medir el OPS cae del primer lugar de la liga al número 46.

Ya no importa batear por el rumbo de los .300; ahora un slugger puede batear alrededor de la Línea Mendoza (debajo de .215) y ser considerado titular indiscutible. 20 jonrones le rinden más a un pelotero, en fama y contratos, que 200 hits.

¿Pero no hay acaso jugada común más emocionante en el beisbol que un hit sencillo? ¿No generan ese hit, ese hombre en base, esos corredores adelantados por el sencillo, el abanico de posibilidades en ataque y defensa que es precisamente el alma estética del beisbol? ¿No se crea, así, la sensación de que viene el rally que le dará la vuelta al juego?

¿Qué sería del beisbol con puros Joey Gallo, Kyle Schwarber o Rhys Hoskins en la caja de bateo? ¿Dónde quedaría la pimienta ofensiva? ¿Cuántas jugadas cerradas en home tendríamos? ¿Cuantos atrapadones en el cuadro y en el jardín? Sin bateadores de porcentaje, esos que siempre logran contacto, que no se ponchan, que siempre buscan llegar a la base (una, normalmente, porque sus batazos nunca romperán récords en velocidad de salida) ¿qué sería?

Cierto, como definió Billy Beane, la gente va a seguir a un equipo ganador. Se requiere eficiencia. Pero también, digo yo, a la gente le gusta ver juegos entretenidos. Y quienes los hacen más entretenidos son los bateadores de contacto (y los pitchers que salen in extremis del atolladero: prefiero el PCL que el WHIP).


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