miércoles, enero 04, 2023

O Rei


Ha muerto el Rey y el mundo entero lo lamenta. 

Pelé afirmaba que él y Edson Arantes do Nascimento eran personas diferentes, pero es casi imposible diferenciarlos. Tal vez lo único que los separe es que Edson sí era mortal, porque a Pelé le tocó reinventar el deporte más popular del mundo de tal manera que lo convirtió en una cosa diferente de lo que había antes de su llegada a las canchas.

Decía ese poeta y gran aficionado al calcio, Pier Paolo Pasolini, que “en el momento en que la bola llegó a los pies de Pelé, el futbol se convirtió en poesía”. Con él y con Garrincha, la Alegría del Pueblo, el balompié se convirtió en el jogo bonito.

En la cancha, con su fuerza, su habilidad y su sentido de equipo, Pelé transformaba cosas comunes en momentos mágicos. Forjó una leyenda desde su adolescencia, cuando guio a Brasil a su primera copa del mundo. Capturó el imaginario popular por varias generaciones, hasta que llegaron otros a intentar hacerle sombra. Por lo que se ve, ninguno ha logrado la unanimidad global que en su momento tuvo O Rei.  

Las comparaciones son odiosas, pero el astro brasileño se consagró desde el principio: no fue un crack con posibilidades que por fin comandó a su selección rumbo al campeonato. Era casi un niño cuando lo hizo por primera vez en 1958, fue una pieza rota a patadas la segunda ocasión, en 1962, y para 1970 era un mito viviente que demostró su calidad de inmortal en el que todavía hoy se considera el momento máximo del futbol asociación (y el defensa italiano Tarsicio Burgnich ha de haber soñado a Pelé hasta el último día de su vida).

Tras su retiro, y varios negocios fallidos, Pelé se dedicó, esencialmente, a la publicidad y a las relaciones públicas. Hay quien se lo reclama post mortem, como si fuera impropio. Y hay quien le reclama, normalmente desde un colonialismo bienpensante, que no se haya pronunciado abiertamente contra la dictadura de su país, en sus años de gloria, como si hubiera sido tan fácil. No les importa que Pelé hubiera llegado a la gloria futbolística antes de la dictadura, ni que haya sido promotor, en los años 80, de elecciones directas inmediatas para acabar con el régimen. Allá ellos.

El dato incontrovertible es que Pelé fue una figura clave para generar un aura en torno a la selección brasileña (para mí, el último año de jogo bonito fue 1982, pero hay quienes insisten en creer que pervive). Y fue fundamental para el futbol mismo, que difícilmente hubiera llegado a ser un negocio tan global y tan exitoso como lo es ahora, sin el impulso de ese inmortal.

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En mi infancia, Pelé y futbol eran sinónimos. La primera vez que fui solo al cine -he de haber tenido unos once años-, me senté en la fila de hasta adelante para ver "El Rey Pelé", allí donde una vidente de su pueblo pronosticó que sería el rey del mundo y donde se vio la vida del futbolista desde sus inicios. Todavía le faltaba ganar el Mundial de México.

En aquel entonces, el consenso entre mis amigos era que el mejor equipo del mundo era el Santos de Pelé (así, porque sin él era un equipo cualquiera), y una noche -escuché el partido en un radio de transistores- en un torneo pentagonal el Necaxa lo derrotó 4-3. Años después, me enteré que los jugadores de aquel Necaxa se reunían cada año a recordar esa gloria. Los dos goles del Morocho Dante Juárez, y los tantos del Chato Ortiz y de Peniche. Pero yo creo que el verdadero artífice de esa victoria fue el defensor Pedro Dellacha, quien lesionó a Pelé (en una jugada sin mala intención, decían las crónicas), y el mejor jugador del mundo tuvo que salir de cambio.

Pasaron los años, y el andar fulgurante de aquella selección brasileña del 70, Pelé se fue a Estados Unidos y luego a ser brevemente Ministro de Deportes y, más tarde, anunciar tarjetas de crédito, Viagra (que él decía no necesitar) y mil cosas más. Para los años 90, la verde-amarelha no era ni la sombra: un equipo sórdido, un campeón efectivo pero sin chiste. Después ni eso. ¿Por qué había quienes todavía veían magia de cuentos de hadas? Porque ahí había jugado y se había coronado un rey. Por eso.  

 


 

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