miércoles, octubre 28, 2020

La Libreta de racionamiento

 


En días recientes apareció la noticia de que en Cuba planean desaparecer la libreta de racionamiento, y también el llamado peso cubano convertible, como parte de una “nueva normalidad” a la que se dirigiría la economía cubana. Es un plan sin fechas, para cuando avancen “otras condiciones económicas financieras para el país”, según el presidente Díaz-Canel.

Estoy convencido de que el proceso, si se da, se traducirá en una profundización de la dolarización de la economía cubana, una devaluación de su peso y aumentos salariales acompañados de un repunte de la inflación. También, de una mejoría en el abasto, que es un desastre.

No sé cuál sea el saldo neto, pero lo que me da un gusto enorme es el anuncio del fin de la libreta. Explico por qué.

Cuando la revolución cubana se radicalizó en 1962, se introdujo la “libreta de abastecimiento” (aquí la palabra “abastecimiento” es un bonito eufemismo de lo contrario), diseñada con dos objetivos: uno, garantizar el acceso de todos los ciudadanos a los bienes de la canasta básica; dos, protegerlos contra las intenciones de acaparamiento y especulación de parte de los capitalistas. Las raciones que se reparten a personas y familias están fuertemente subsidiadas: cuestan algo así como la octava parte de su precio normal. En teoría, sólo los productos escasos son los que se distribuyen por esta vía. Si no los compras con la Libreta no los puedes conseguir en otro lado.

Mi madre era cubana y, aunque ella emigró a México mucho antes de la revolución, toda su familia vivía allí. Aclaro que, al principio, era una familia cien por ciento fidelista, habiendo sido mi abuelo un trabajador ferrocarrilero y activista sindical y todos -incluida mi mamá- participado, de una manera u otra en el Movimiento 26 de Julio.

Recuerdo de niño las pláticas telefónicas entre mi mamá y mi abuela en aquellos años, que eran a gritos, porque la larga distancia no tenía una conexión muy buena que digamos. Siempre una parte versaba sobre cuántas libras de qué daba la Libreta. Y luego había discusiones en la casa sobre si las cantidades alcanzaban o no. A mí me parecía, entonces, que había mucha azúcar, mucho arroz, suficiente huevo y muy poca carne.

Con los años, las cantidades que se platicaban fueron disminuyendo, porque así es esto de la ineficiencia. Y cada vez más productos se iban agregando a la Libreta: los cigarros, el gas, la cerveza, los focos, zapatos, ropa o tela y, señaladamente, artículos de limpieza. En algunos productos la oferta era de verdad escasa: un par de zapatos al año por persona; al año dos barras de jabón, dos rollos de papel de baño (lo que llevó a un nuevo uso tanto a directorios telefónicos como al diario Granma). Cuando faltaron severamente los licores, mi tío y mi primo construyeron un alambique para hacer licor de arroz. Luego faltaron vasos, pero se podían hacer unos hechizos, partiendo una botella y cubriendo los bordes con cera. Así es esto de la inventiva popular.

Por supuesto, en la medida en que los productos de la Libreta fueron bajando de calidad y cantidad, aparecían “por la libre” a precios elevados o de plano en el mercado negro a precios prohibitivos. El robo hormiga era de lo más común. A mi abuela, que siempre fue muy ortodoxa, le mentían y le decían que habían comprado todo por la Libreta, pero en corto sabían que con su pensión de “viuda de obrero destacado” hubiera pasado hambre.

Junto con esto, se dieron otro tipo de distorsiones. Por ejemplo, todos los niños de siete años o menos tenían derecho a un litro diario de leche. A los ocho, lo perdían. Y no faltara quien permutara la leche al vecino por cerveza. Un niño pequeño se quedaba sin leche, pero su papá quedaba bien servido. O más representativo: durante años, las ventas particulares de productos preparados por la misma persona (digamos, alguien que vende queso de casa en casa) fueron consideradas como delitos económicos. El concepto de “acaparador” y “especulador” fue descendiendo de escala social hasta llegar a las más bajas. Claro está que no todos los que cometían delito económico recibían el mismo trato a la hora de enfrentar la ley: hay igualdad, pero unas personas son más iguales que otras.

Llegó el momento en que la gente iba a la bodega a ver qué había. Una vez sólo hubo pimientos. Y de regreso a la casa con un saco de pimientos. En la semana habría ensalada de pimientos, pastel de pimientos y mermelada de pimientos. Y si en la calle ves una cola, hay que formarse, no importa por cuántas horas: de seguro llegó un producto escaso. Tampoco importa cuál, hay que formarse.

¿Qué ha significado la Libreta? Significó una tablita de salvación para la población más pobre durante los años más difíciles de la economía cubana, que no han sido pocos. Pero significó, para la gran mayoría, el eterno desabasto de productos básicos: alimentos, medicinas, productos del hogar y de uso personal. Y significó, sobre todo que, en aras de acabar con el acaparamiento, la especulación y la desigualdad, se generaran acaparamiento, especulación y desigualdades de nuevo tipo, limitando las posibilidades de desarrollo de la sociedad. Es el resultado de la combinación de la ineptitud administrativa con la prevalencia de lo ideológico sobre lo práctico y lo social.

En 1979, visitaba yo Cuba y mi primo la hacía de Cicerón (o de Virgilio, según el cristal con que se mire), llegamos a Plaza de la Revolución y ahí estaba la imagen gigantesca del Che Guevara. Un amigo que venía conmigo, del mismo apellido que el Che, dice una frase de admiración hacia el mítico guerrillero. Mi primo le responde, con un dejo de desaprobación: “Estoy con la revolución, pero el Che fue quien impuso la Libreta”.

Me parece significativo que el anuncio del fin de la Libreta (hago votos porque sea real) haya coincidido con el aniversario de la muerte de Guevara.

No hay comentarios.: