viernes, junio 09, 2017

AMLO, Edomex, el voto útil (y un matrimonio de conveniencia)

En estos días he escrito un par de columnas coyunturales. Extrañamente, creo que se leen mejor en sentido contrario a su orden de publicación (primero fue el la de la alianza opositora).



AMLO, Edomex y el voto útil



De panzazo, pero el PRI retuvo la perla de la corona en las elecciones del domingo: el Estado de México. Este hecho duro, que muy probablemente será confirmado con los conteos finales, obliga a hacer un análisis sobre las razones detrás del resultado. Desde mi punto de vista, confirma que el concepto de “voto útil” está más extendido en el electorado mexicano de lo que pudiera pensarse a simple vista.

En las elecciones mexiquenses funcionó, a toda marcha, la simbiosis PRI-gobierno de otros tiempos, y es un elemento necesario para explicar la victoria de Del Mazo. Pero no es suficiente para hacerlo, dados el perfil del candidato, la baja popularidad del presidente Peña Nieto y el tamaño de los problemas que se han acumulado en el Estado de México.

Las condiciones parecían dadas para una victoria opositora, y en las encuestas pre-electorales se advertía la fortaleza de la candidatura de Delfina Gómez, la representante de Morena, apadrinada de manera visible por Andrés Manuel López Obrador. Pero esta victoria no se dio.

En la tradición pluripartidista de México, normalmente empiezan tres o cuatro candidatos en liza y, conforme avanzan las campañas, los que tienen menos fuerza se van diluyendo y, al final, resulta esencialmente en un enfrentamiento entre dos. Suelen ser campañas muy largas, y es como si la primera vuelta se diera a la mitad de ellas y la segunda vuelta a la hora de votar. Es la lógica del “voto útil”.

La del Estado de México no fue la excepción. Primero aparecían tres candidatos, luego cuatro –con la irrupción de Juan Zepeda-, pero hacia el final quedó claro que la contienda sería de dos: Alfredo Del Mazo contra Delfina Gómez. Algunos de los votantes probables del PAN y del PRD cambiarían de decisión y se decantarían utilitariamente por los finalistas.

En ese sentido, una de las claves analíticas de la elección mexiquense era ver qué tan abajo quedaban Josefina Vázquez Mota y Juan Zepeda de la proyección que tenían en las encuestas. La panista se desinfló totalmente. El perredista no lo hizo.

Esto significa que una parte del voto potencial por Acción Nacional se trasladó al PRI, mientras que el PRD lo mantuvo casi todo. La falta de traspaso de voto útil a la candidata de Morena tiene enojadísimos a muchos de los seguidores de AMLO, que de traidores no bajan a los perredistas.

Tanto el PRI como Morena buscaron ese traspaso de votos. Sólo que el tricolor lo hizo de manera indirecta e ideológica, mientras que Morena, a través de Andrés Manuel, intentó hacerlo por la vía del ultimátum y la descalificación previa.

Es como aquella fábula del viento alisio y el contralisio, que compiten por quitarle el abrigo a un fulano. El primero sopla con fuerza para arrancárselo y lo único que consigue es que se abroche más; el segundo sopla con cierta suavidad, y el hombre decide quitarse el abrigo para disfrutarlo.

El PRI no pidió directamente a los conservadores panistas que cambiaran su voto, sino que utilizó, como espantajo –pero un espantajo creíble para muchos mexiquenses– la tragedia que se está viviendo en Venezuela. Es lo que pasa cuando eliges a un populista, insistieron machaconamente el candidato y el líder nacional del partido (sin que ello obstara para que la campaña priista ofreciera el oro y el moro, al más puro estilo populista). A ellos se les sumó el ex presidente panista, Vicente Fox, él sí pidiendo el voto para detener a Morena.

La idea del Estado de México como catapulta de AMLO para el 2018 debió de haber pesado en las mentes de algunos votantes de zonas tradicionalmente blanquiazules, porque ya no lo fueron tanto. Se taparon la nariz y votaron por el PRI.

Mientras eso sucedía, los morenistas capitalinos, muy quitados de la pena, invitaban a la embajada de Venezuela a una plática con su escuela de cuadros. Sólo después de que se dieron cuenta del enorme resbalón, la embajada tuvo a bien retirar de las redes sociales los parabienes de Maduro para con el partido de AMLO.

La estrategia de López Obrador fue diferente: convencido de que las bases perredistas lo aman tanto como las de Morena, insistió una y otra vez en que el candidato del sol azteca declinara a favor de la maestra Gómez. Antes, ya había colocado a la dirigencia perredista dentro de la “mafia del poder” y había dicho que con el PRD “ni a la esquina”. Pedía una rendición sin dignidad, no una negociación. Resultó que las bases perredistas no lo amaban tanto.

Debe añadirse que, a los errores de Andrés Manuel –que no aceptará, porque no es muy bueno en eso de la autocrítica- debe sumarse otro elemento: la candidata del PAN fue pésima, con un discurso impostado y todavía más demagógico que el de los otros contendientes (lo que ya es un decir) y una visión clientelar, alejada de los ideales de Acción Nacional. Era fácil alejarse de ella. En cambio, el perredista Juan Zepeda hizo una campaña que todos reconocen como buena. Y no resultó tan fácil dejar de votar por él en pos del voto útil.

En otras palabras, pesó más el voto contra la posibilidad populista que el voto contra la permanencia del PRI. Más que ganar Del Mazo, perdió López Obrador.

Si la elecciones del domingo eran un laboratorio para el 2018, dejan varias cosas claras: el PRI se las verá muy difíciles (su coalición perdió 32 puntos porcentuales en el Estado de México, 23 puntos porcentuales en Coahuila y Nayarit, y 54 municipios en Veracruz, respecto a las elecciones anteriores); el PAN y el PRD por sí solos tienen problemas (Acción Nacional probó su debilidad en el Estado de México y el PRD es casi inexistente en Coahuila) y juntos obtienen victorias; Morena crece en todos lados, pero tiene dos enemigos: el potencial voto útil contra el populismo y, sobre todo, la soberbia e incapacidad de autocrítica de su dirigente máximo.


PAN-PRD, el difícil matrimonio anti-AMLO 



El anuncio, de parte de los dirigentes nacionales del PAN y del PRD, de la formación de un frente opositor rumbo a las elecciones de 2018, ya está generando polémica en todo el espectro político. Era algo que se percibía como probable, pero no se veía venir tan pronto ni de manera tan apresurada.

Posiblemente los tiempos y las expectativas de las elecciones en el Estado de México han tenido qué ver con esta suerte de albazo. Si las encuestas no andan muy desencaminadas, es posible que los candidatos de Acción Nacional y del Partido de la Revolución Democrática terminen peleando el tercer lugar en esa elección. Si el anuncio del frente común se hubiera hecho después de los comicios, quedaría la imagen de una “alianza de perdedores”, y eso se ha querido evitar, con resultados mixtos.

El problema de los tiempos es que, en el caso del PRD, la decisión no se cocinó a suficiencia entre las tribus y corrientes que lo conforman, y resulta un buen pretexto para el canibalismo interno, que es la segunda piel de ese partido. Pero el problema más de fondo es que el acuerdo se presentó como estrictamente electoral, cuando debió de haber tenido más contenido social y programático.

De que se trata de un acto de estricto pragmatismo, no nos debe caber la menor duda. La lógica es simple: si PAN y PRD van cada por su lado en las elecciones presidenciales de 2018, lo más probable es que pierdan, y que le dejen la mesa puesta a Andrés Manuel López Obrador. Si van juntos, lo probable entonces sería que se desarrollara una carrera parejera entre el candidato del frente opositor y el político tabasqueño.

Esta misma lógica elemental está detrás de las reacciones tanto del líder de Morena y sus huestes, como del dirigente nacional del PRI. El primero entiende claramente que el propósito del frente es crearle un competidor con posibilidades, y por lo tanto, acusa el hecho como una maquinación de la Mafia del Poder y no baja de “paleros y lambiscones” a Anaya y Barrales. Ochoa Reza también responde, aunque hilando menos la lógica: dice que no pueden “por sí solos” acabar con el populismo lopezobradorista. Detrás de ello, su justificada preocupación porque el candidato del PRI quede totalmente descartado de ser el que compita con AMLO en el tramo final.

Tanto AMLO como el PRI pugnarán por deshacer este matrimonio de conveniencia. Quien tiene mejores armas para hacerlo es Andrés Manuel, porque sabe que una parte del perredismo todavía lo considera de izquierda y que siguen existiendo fuerzas centrífugas en el partido del sol azteca.

Pero hay, o puede haber, algo más allá del oportunismo en la propuesta de un frente opositor hacia 2018. Existe la posibilidad de que las elecciones del año próximo se disputen bajo los ejes de discusión del siglo XXI, en vez de los del siglo pasado. Que ya no sean entre izquierda y derecha, sino entre populismo nacionalista y un liberalismo social de nuevo cuño. En esa lógica, el PRI y sus aliados quedarían en el rincón de la “vieja clase política”, que es la que ha perdido las elecciones recientes en el mundo.

¿Pero liberalismo social de nuevo cuño con el PAN y el PRD, si se trata de partidos que forman parte de la clase política? Es algo que la gente no va a creer si no hay una rápida traducción del acuerdo en una clara apertura hacia la sociedad civil y hacia un proyecto incluyente, que lime los aspectos más claramente partidarios de los convocantes. Es decir, avanzar hacia un gobierno de coalición, pero no sólo entre partidos.

En otras palabras, si quieren credibilidad, el PAN y el PRD van a tener que ser más generosos de lo que se imaginan, porque la población –incluso quienes desconfían profundamente de Andrés Manuel- está más harta de la clase política de lo que se imaginan.

Sí es posible crear un frente opositor a la política tradicional que también se enfrente al proyecto unipersonal de AMLO. Es posible, incluso, crearlo desde partidos que han hecho política dentro del sistema (y esto incluye a Movimiento Ciudadano, organización que posiblemente estaría interesada en vender caro su amor en esta alianza). Pero todos esos partidos tendrían que despojarse de varias cosas que les son connaturales, empezando por la administración privilegiada del poder para un grupo pequeño, y proponerse como vehículos de una alianza social más amplia.

Eso implica definiciones sobre el candidato, que tendría que ser un personaje independiente; definiciones sobre las candidaturas al Congreso de la Unión, que no podrían ser acaparadas por políticos de carrera; y definiciones sobre las gubernaturas en juego, en las que también tendría que darse ese equilibrio.

Pero sobre todo implica definiciones de programa. Una parte importante del bagaje ideológico de los partidos tendría que ser puesta en pausa. Otra parte debería ser desechada totalmente.

No se puede pensar, por ejemplo, en un frente opositor cuyo programa económico obedezca a los lineamientos del panismo norteño, que son de un liberalismo de mercado extremo, cuando existe una amplia demanda social para mitigar las desigualdades. Tampoco puede pensarse en la lógica de subsidios a clientelas corporativas ni en prometer el cielo en la tierra para mañana (entre otras cosas, porque para eso Andrés Manuel les lleva una gran ventaja). Sólo una visión realista, pero con verdadero contenido social, puede ser útil.

Esa podría ser la ruta. Pero también podríamos ver otra: la del desgaste a fondo del perredismo, seguida por una rebatinga en la repartición de cotos de poder entre las fuerzas participantes, mientras la sociedad civil se queda como el chinito del cuento. Sería señal de que, aunque puede dar muchos brincos, la clase política mexicana no aprende ni en las circunstancias más complicadas.

No hay comentarios.: