martes, febrero 18, 2014

Venezuela: hacia un Estado fallido



Venezuela se encamina a ser un Estado fallido. Las manifestaciones masivas que fueron reprimidas la semana pasada son sólo un síntoma. Y no el más grave. El problema central está en la economía, a la que se le pretende dar una solución meramente política y, por lo tanto, falsa.

No puedo poner las manos en el fuego y decir que no hay, de parte de la derecha internacional, un intento por desestabilizar el gobierno de Maduro. Es posible. 

Lo que es seguro es que el terreno de hartazgo político y social que permite esas manifestaciones en toda Venezuela ha sido sembrado y abonado por los propios errores del gobierno, tanto económicos como políticos.  En la preparación del coctel desestabilizador, Maduro ha puesto el alcohol.

Una de las diferencias más radicales entre los populismos latinoamericanos del siglo XX y el que gobierna actualmente Venezuela es que aquellos pretendían representar la unidad nacional y la conjunción de intereses, mientras que éste apuesta a la polarización social: a la confrontación política, ideológica y hasta callejera entre “ricos” y “pobres”.

Un presupuesto que no cuadra, una política de hostigamiento abierto a las empresas, subsidios personales al por mayor y corrupción rampante, se han combinado y el resultado es una baja en la producción, un crecimiento en el desempleo y, sobre todo, el tándem terrible de desabasto e inflación. Para colmo, Venezuela sufre una situación de inseguridad que abona a la sensación de descomposición  social.

Detengámonos un momento para analizar algunos datos: la tasa de homicidios intencionales en Caracas es más del triple que en Ciudad Juárez y casi 15 veces superior a la del Distrito Federal. El robo es la principal causa. No se consiguen medicinas, papel del baño y varios productos de la canasta básica como harina de trigo, carne, leche, aceite y café. Los precios de lo que sí se consigue crecen al 50 por ciento anual; es decir, doce veces más rápido que en México. Para colmo, son cada vez más comunes los grandes apagones, resultado de una empresa estatal de electricidad mal administrada.

Durante la época de Chávez, ayudada por los precios del petróleo, la economía venezolana creció de manera desigual, tuvo varios años buenos, seguidos por una recesión en 2009 y 2010, y por tasas superiores al 4 por ciento en los dos años siguientes. En el periodo, además, mejoró la distribución del ingreso, sobre todo a partir de subsidios directos. En 2013, la economía se estancó y ahora va para abajo: hay menos producción y generación de impuestos y los subsidios son financiados mediante una política monetaria laxa (como quien dice, imprimiendo dinero).

Maduro acusa al imperialismo y a los comerciantes de estar detrás del desabasto. El hecho es que hay caída de la producción local y escasez de dólares para importaciones. No nos extrañe, si el déficit fiscal es del 12 por ciento del PIB, según datos oficiales, y la deuda externa –garantizada con petróleo- se ha cuadruplicado en el último quinquenio.

Este problema económico no ha sido abordado con racionalidad mínima: ajustes en el gasto (que, por ejemplo, es muy elevado en el sector defensa), impuestos progresivos o eliminación paulatina de subsidios (como el de la gasolina, que es casi gratis). Al contrario, ha servido como pretexto para una fuga hacia adelante, en la supuesta construcción del socialismo bolivariano.

En esa fuga, en vez de intentar paliar las condiciones de vida de la mayoría de la población con medidas de política económica, el gobierno ha jugado la carta de la propaganda política. Ha buscado ahondar el resentimiento social y encontrar chivos expiatorios. Y también ha aprovechado la situación para cerrar el cerco autoritario sobre los medios que no le son afines. Al cabo que para eso, Maduro gobierna por decreto, sin contrapeso alguno de parte del Legislativo.

La crítica a la burguesía se ha extendido a las clases medias descontentas y aún a los trabajadores del sector formal. Pareciera que se estuviera pensando en una suerte de lumpen-socialismo (que sabemos, es una contradicción de términos).

Todo lo anterior nos dice que Diosdado Cabello, el presidente de la Asamblea Nacional venezolana, tenía razón cuando dijo que el fallecido presidente Chávez “era el muro de contención de muchas de esas ideas locas que se nos ocurren a nosotros”.

Con el país partido por mitades, no extraña que la oposición intente demostrar su músculo y expresar su rechazo al gobierno de Maduro, que ha reaccionado de manera autoritaria y paranoica  a los problemas de escasez derivados de su errática conducción económica.

El problema para la oposición es que eso no le basta. No le basta exacerbar las contradicciones. Tal vez, dadas las condiciones críticas en que vive ese país, el chavismo haya perdido la mayoría absoluta en Venezuela, pero eso no significa que el grupo variopinto de los opositores sea capaz de aglutinar una alternativa viable ni de hacer variar el rumbo hacia el abismo al que se dirige Maduro.

Por una parte, el chavismo tiene aún muchos seguidores, y muy fanatizados. Por otra, el gobierno tiene el claro apoyo de las fuerzas armadas, que han sido beneficiadas durante estos años. Finalmente, a pesar de que las protestas se han extendido por toda Venezuela, siguen siendo preponderantemente de las clases medias, que son las que han visto con claridad el deterioro de su calidad de vida.

Cuando la protesta por la carestía y la falta de libertades no sólo sea en Chacao, sino en los barrios pobres de Caracas, entonces sí se volteará la mesa contra el grupo de Maduro (y, con ella, toda una serie de apoyos de las “fuerzas vivas”). Antes no.

La conducción desastrosa de la economía, que empieza a afectar a los más pobres, apunta a que así sucederá y lo principal que intenta la maquinaria propagandística del gobierno es evitarlo, generando más polarización política e ideológica.

En cualquiera de las dos opciones: el tsunami popular que saque abruptamente al chavismo del poder o la polarización extrema que acerque al país a la guerra civil, el futuro de Venezuela se ve oscuro, lleno de nubarrones.

Una entrada de abril de 2013: La pírrica victoria de Maduro

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