A menudo he sido acusado de neurótico por mi afición inveterada a las listas. Uno de mis chistes, a fines de los años setenta, era hacer malabares con dos naranjas mientras recitaba la lista (inventada) de todos los miembros del Comité Central del Partido Comunista Chino. Años después, un psicoanalista me explicó que realizarlas es un método a través del cual la persona trata de imponer a su vida un orden que no existe. Logró que estuviera consciente de ello, pero poco más -como puede constatarse con un paseo por este blog. Hoy, si no puedo conciliar el sueño -o si alguna mañana me sobra el tiempo- me invento una lista. Por otra parte, siempre he entendido que la manía clasificatoria occidental, de la que abrevo, es una forma trunca del conocimiento, sobre todo porque suele ser desatenta con los procesos. La enciclopedia de mi infancia, Lo Sé Todo (cuyo original era una obra italiana, Vita Meravigliosa) tenía ese defecto, muy evidente en áreas como la biología.
Ahora uno de mis autores favoritos, Umberto Eco, acaba de publicar un ensayo al respecto: Vertigine della lista, en el que -dicen los reseñistas- analiza el amor de las culturas de occidente por listas y catálogos, como formas de encuadramiento cultural (ahora pienso, muchas de mis listas son cánones personales), pero también como un recurso maestro para dar criterios e identidad a cada sociedad. Eco analiza distintas formas de enumeración, y da cuenta de cómo las listas reflejan el espíritu de sus tiempos y han influenciado la literatura y las artes visuales de una manera que es difícil percatarse (lo que habla de lo acostumbrados que estamos a ellas).
Dice Eco, en una entrevista a Spiegel, que las listas están hechas para hacer comprensible el infinito, y por eso tienen una magia irresistible. Hacen también cultura: hoy, los historiadores entienden mejor una época leyendo la lista de compras de un ama de casa, o las causas de fallecimiento en una ciudad (ambos elencos son expresión, viva en su momento, de la cultura en la que se generaron).
Toda lista concluye, idealmente, con un etcétera. Idealmente, es infinita. Por eso, Eco dice -y regresamos al psicoanálisis- que los humanos tenemos un límite humillante, que es la muerte. De ahí que nos gusten las cosas ilimitadas: escapamos de la muerte haciendo listas.
Al mismo tiempo, toda lista es discriminante. Algo queda adentro, algo queda afuera. Una cosa va primero y otra después. Hay una predefinición de características (algo muy caro al pensamiento de Eco), una descripción minuciosa que no es explicitada en la formación de la lista. Hay un humus cultural, histórico y personal en la elaboración de cada una de ellas.
Por eso en la entrevista, como buen miembro de su generación, Eco nos pone en guardia contra las listas generadas automáticamente, como las de Google. "Son peligrosas, pero no para la gente como yo, que adquirió de otra forma sus conocimientos, sino para los jóvenes, para quienes Google es una tragedia. Los maestros deberían enseñar el arte de discriminar... Los maestros deberían decir a sus alumnos 'Busquen cualquier tema, la historia de Alemania o la vida de las hormigas, busquen 25 páginas web y, comparándolas, descubran cuál tiene buena información'. Si diez páginas tienen lo mismo, puede significar que están correctas. Pero también puede significar que unos sitios copiaron los errores de otros".
Creo que es por eso que el Blog de Piedras no está al frente en cada categoría de Google.
Finalmente, como el acomodo de los libros en una biblioteca personal, toda lista es cambiante porque toda lista es imperfecta y todo ser humano está en constante transformación. Eso es, por lo menos, lo que le sucede a las mías.
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