Tomo del blog del Rayo: “Un reciente estudio demostró que la gente “pobre” aprende a asociar una imagen abstracta con una recompensa, en este caso una imagen de una moneda, mucho más rápido que gente “rica”… usaron fMRI (functional Magnetic Resonance Imaging) para hacer –en términos bien simplistas- una película en cámara lenta del cerebro en acción mientras los sujetos aprendían las asociaciones. Encontraron que un área cerca del centro del cerebro llamada estriado refleja esta diferencia en la velocidad de aprendizaje. Durante el aprendizaje el estriado de los “pobres” se activaba más que el de los “ricos”. Ahora bien, no es que el cerebro de los ricos y de los pobres sea diferente, sino que el dinero –la recompensa- es más llamativo para quiénes les da más utilidad, y mientras más fuerte sea la señal de recompensa más fácil es el aprendizaje. ¿En que eres pobre?”.
Los datos de ese estudio británico (publicado en Neuron, nº 54) me retrotraen a viejas discusiones de teoría económica. Uno de los argumentos que primero se le vienen a la cabeza a cualquier estudiante con dos dedos de frente, luego de entender el concepto de satisfacción marginal (aquella que se obtiene cuando tenemos una unidad más de consumo, ahorro o ingreso), es que –ceteris paribus- la utilidad marginal de los pobres será mayor que la de los ricos. Ergo, una distribución más equitativa del ingreso generará una mayor satisfacción marginal “social”.
La respuesta que nos daban a eso es el famoso Óptimo de Pareto, según el cual podemos hablar de una mayor satisfacción o utilidad cuando la situación de alguno de los sujetos económicos mejora y no empeora la de ninguno: el óptimo se obtiene cuando no se puede satisfacer más a algunos sin perjudicar a otros. Detrás de este “óptimo” está el siguiente razonamiento: “¿Y por qué ha de ser superior la satisfacción del pobre que la del rico ante un beneficio marginal?”. Si el nivel de satisfacción personal no es medible en sí, lo único que podemos deducir es que “crecerá” (así, en abstracto, no sabemos cuánto) si aumentan el ingreso, el consumo o el ahorro y “disminuirá” si cualquiera de éstos disminuye. Las satisfacciones personales, al no ser mensurables, no se pueden sumar o restar. Quitar a los ricos para dar a los pobres no garantiza mayor satisfacción social.
El hallazgo de los científicos británicos, aunque parece lindar con las verdades de Perogrullo, abre un camino para deshacer la hipótesis paretiana, sobre la cual se fundan la escuela austriaca de economía, el monetarismo friedmaniano y varias prácticas neoliberales.
Pero juguemos al abogado del diablo. ¿Qué diablos me garantiza que una mayor satisfacción marginal “social” hoy nos puede llevar a una mayor satisfacción marginal “social” mañana? En otras palabras, ¿es esta “satisfacción marginal social” el parámetro a partir del cuál organizar la economía? Aquí valdría la pena pensar en Schumpeter, y el papel de la innovación en el desarrollo económico. Si quitamos recursos de los innovadores y los pasamos a los “conservadores” o meros consumidores, el efecto de largo plazo no puede ser sino de un desarrollo más lento o de un colapso.
1 comentario:
Limbus infantium o limbus patrum
¿Cuál se fue? ¿O los dos?
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