Los curas del Patria decían que en el cielo jugabas futbol todo el día y nunca te cansabas. Eso quería decir que Pelé era el Sumo Pontífice, el coach Lorenzo García era nuestro párroco y Lalo del Mazo, el más grande candidato a la beatificación.
Lalo del Mazo tenía todo para ser una estrella mundial del balompié. O al menos, así lo veíamos. Era tres años más grande que yo, pero estaba sólo una generación arriba porque su papá, quien en una época fue Secretario de Recursos Hidráulicos, lo había mandado a estudiar ¡futbol! a Inglaterra, según contaba la leyenda escolar. Del Mazo tenía una cancha para practicar futbol, en pleno Polanco, a la que invitaba a unos cuantos elegidos (yo fui elegido una vez: atestiguo que era una cancha de pasto perfecto, como para Futbol-7). Era buenísimo. Un mago para el drible y la gambeta, ponía pases con telémetro y, sobre todo, era contundente en el ataque. Era tan bueno para el fut que una vez nos retó a un partido: él solito contra once “regulares”. Nos bailó y nos ganó. Por supuesto, era la estrella de la selección del colegio.
Aunque se llevaba con sus similares, los riquillos de la escuela (a quienes apodé “Los Pistons” por su amor a los automóviles), Lalo era un cuate sencillo y desmadrosón. Bromeaba con Pablo Medina Mora: “Quihubo Mora”, le decía, y Pablo, respondía: “Quihubo Mazo, ¿nos echamos una carrera de motos”. “Pues ponte los tenis”, replicaba Del Mazo.
En el primer Torneo de los Barrios, organizado por El Heraldo de México, el equipo que se armó alrededor de Lalo Del Mazo llegó a la final. Como era obvio, el América se fijó en él, lo contrató y en la tele y los periódicos se dijo que era un joven sensación, destinado a ser campeón de goleo.
En el cielo jugabas fut y no te cansabas, pero en la tierra la condición física no era el fuerte del reventado Del Mazo, siempre confiado en su habilidad. Habrá sido el sino, o la mala leche del entrenador, el caso es que Lalo debutó en Primera División un domingo de primavera en la campaña 1970-71 en el Estadio Coruco Díaz de Zacatepec, también conocido como “la jungla cañera”.
El Zacatepec era un equipo pobre, el verdadero heredero de aquellos “prietitos” del Atlante de antaño; baste decir que su jugador emblema era El Harapos Morales. Como buen equipo chico, dependía de sus resultados como local, donde era dificilísimo derrotarlos. Se cuenta que, media hora antes de comenzar el juego, los empleados del estadio lo regaban, para que el tremendo calor convirtiera a la cancha en un enorme sauna. Tenían el pasto alto, para que el campo de juego fuera más pesado. Al público, que constaba casi totalmente de trabajadores cañeros notoriamente bebidos, tras las rejas, a dos metros de la línea de banda. Y los jugadores contaban con que el árbitro les perdonara alguna falta, aunque fuera artera, con tal de no enfurecer al Respetable. La Jungla Cañera, pues.
Allí debutó Lalo Del Mazo. Allí se despidió del futbol de primera división. Falló dos goles hechos en la derrota del América, se coció de calor, demostrando su escasa condición física y lo cosieron a patadas. A sus cuates “pistons” que fueron a verlo les llovieron cervezas, meados y mentadas. Allí terminó un mito genial. Ese mismo año desapareció el Necaxa y comencé a irle al Zacatepec.
1 comentario:
Lalo del Mao, no solo era genial con el balon pie, tambien en la cama, si lo sabre yo. rryr.
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