¿Cómo eran los periodistas de antes? Un buen ejemplo es Rafael Castilleja, de quien he comentado brevemente en las partes de los Biopics referentes a mi estancia en El Nacional. Van algunas viñetas.
El bazucazo y el director
Castilleja era un joven reportero que había iniciado desde abajo, como ayudante de redacción -hueso, se les decía- en El Nacional. Cuando tenía 24 años, lo mandaron a cubrir "los disturbios estudiantiles" de ese día, el 29 de agosto de 1968. Así lo contaba:
"Esa noche llegué muy emocionado a la redacción. Después del pleito entre los estudiantes y los granaderos, los chavos se encerraron en la Preparatoria Número Uno, entonces llegó el Ejército y de un bazucazo abrieron la puerta y entraron a madrearse y a detener a los estudiantes. Yo hasta había entrevistado al soldado que disparó y me dije: 'ahora sí me van a dar la de ocho'. La nota principal del diario.
Hice mi nota y al rato que me manda a llamar el director. Pensé que era para felicitarme por estar ahí en el momento (risas). Pero no, todo lo contrario.
-Oiga, Castilleja, usted está escribiendo puras mentiras.
-Noo señor, fue lo que vi. Hasta entrevisté al soldado que disparó la bazuca. Ahí está en la nota.
-Pues eso no es cierto.
-Le juro que es verdad. Es lo que vi.
-Entonces usted vio alucinaciones. Aquí tengo la versión oficial, y es muy distinta a lo que usted escribe. Por ahí nos vamos a ir.
Nada más agaché la cabeza, hermano.
-Mire, le voy a dictar la nota con lo que verdaderamente pasó, usted no le va a cambiar ni una coma y la va a firmar. ¿Entendido?
-Entendido, señor director.
Me dictó el boletín, lo firmé y luego me fui al Palacio (así se llamaba la cantina cercana a la sede de El Nacional) a pasar el mal trago con unas cervezas. 'Ya me chingaron', me dije, ya se acabó mi carrera. Esa era mi preocupación.
Pero no. Al otro día me cambiaron a deportes, cubrí las olimpiadas y también el Mundial. Y en el Mundial entrevisté a Pelé."
Terminaba la anécdota con una sonrisa satisfecha.
El indispensable
Con el tiempo, Castilleja fue ascendiendo de puestos. Pronto fue jefe de redacción, y más tarde subdirector. Hay algunas claves que explican esos ascensos: una, que era un hombre muy trabajador, siempre pegado a la noticia; otra, que aprendió rápidamente algunas necesidades del periodismo de entonces: el uso de eufemismos, del "todo indica que" o "parece que", la capacidad para estar de acuerdo con el gobierno sin ser demasiado obvios y para pegarle a todo lo que parecía oposición sin ser muy directos, la obsecuencia con los encargados de prensa pero manteniendo las bases del oficio, de forma que los mensajes en cabezas y redacción siguieran las instrucciones, pero no fueran tan evidentes; una tercera clave, su buen trato personal. Castilleja era un hombre amable, que no solía levantar la voz, aun cuando fuera seco con alguno de sus subordinados. Prefería las alianzas y no daba ataques de frente, sino de lado.
Así, cuando Pepe Carreño Carlón llegó a la dirección de El Nacional, Castilleja aparecía como el personaje indispensable, el que tradicionalmente había fungido de bisagra y de hilo de conducción entre la redacción, el sindicato y la dirección del diario. Eso, sobra decirlo, le daba un aura de poder al que él fingía no aspirar, pero que usaba de manera cabal. Pero un director como Carreño, que tenía una visión transformadora y que no llegó al diario para administrar lo existente, no iba a utilizar a la correa de transmisión tradicional.
Castilleja era un tipo listo y entendió rápidamente que eso sucedería.
Dos aventuras periodísticas que no fueron las esperadas
Consciente de que ya no tenía el poder de antes en El Nacional, y de que, en la factura cotidiana del periódico, se estaba formando una pinza entre Antonio Dávila y yo, que limitaba su accionar, Castilleja decidió que regresaría a reportear, y pidió ir a cubrir la inminente invasión estadunidense a Panamá contra el dictador Manuel Noriega. Allí, decía, iba a reseñar la resistencia de los panameños en una guerra que duraría algún tiempo. Llegó casi al mismo tiempo que los bombardeos, apenas pudo dar cuenta de la huida y captura de Noriega y, en contra de sus expectativas, de los festejos de los panameños por haberse librado del tipo y porque tomó posesión el presidente que sí había ganado las elecciones.
Tras esa experiencia, Castilleja decidió ir a cubrir las elecciones nicaragüenses de 1990, las primeras después de la revolución sandinista, que cumplía -tarde- su promesa de convocarlas. A pesar de que, informado por Carlos Mársico (quien vivía entonces en Nicatagua y decía que los sandinistas eran populares en el campo e impopulares en las ciudades), le advertí que podía ganar Violeta Chamorro, él estaba seguro de que el pueblo ratificaría el triunfo de quienes lo libraron de la dictadura somocista. Se equivocó (pero también Mársico, porque Daniel Ortega perdió igualmente en amplias zonas rurales). Regresó cabizbajo a México.
El affaire Castañeda
En la primavera de 1990, el presidente Salinas hizo una gira al extremo oriente, se llevó a Pepe Carreño Carlón, y Pepe me encargó informalmente que me hiciera cargo de las ediciones. Eso hice. Pero los sábados los dedicaba a mis hijos, y eran como un remanso, así que le dejé el diario a Castilleja. El domingo en la mañana me habla Héctor Aguilar Camín, indignado por el editorial del periódico. Sucede que hubo un atentado contra la secretaria de Jorge G. Castañeda y el editorial, tras una condena genérica, sembraba la cizaña de que Castañeda andaba en malos pasos: típica actitud de una prensa gobiernista acostumbrada a golpear a todo lo que, a su parecer, no se pliegue a la línea oficial. Es la marca del periodismo al servicio del autoritarismo. Evidentemente, Castilleja había escrito el editorial, armado de los viejos reflejos. Le costó trabajo entender que se había equivocado; vamos, Castañeda era "cercano a Cuauhtémoc Cárdenas, opositor al Señor Presidente, hermano". Para que entendiera, le dije que también era cercano a personajes importantes del gobierno, como Manuel Camacho. De inmediato, escribí un editorial que intentaba corregir el error y condenaba sin ambages el atentado. No fue suficiente para los agraviados. Al martes, Miguel Ángel Granados Chapa así lo hizo explícito en su columna. También recibí en mi casa una llamada de Camacho, con la extraña sugerencia de que comparara el malhadado editorial de Castilleja con aquellos que acusan a una mujer violada porque llevaba minifalda. Cuando finalmente me pude comunicar con Carreño (todavía no había teléfonos celulares y había que hablar al hotel a la noche de Japón), me instruyó: "echémonos más ceniza". Así lo hice, con otro editorial. Castilleja estaba pálido todos esos días, movido entre el temor de ser despedido y, sobre todo, la vergüenza de haberse equivocado en la línea editorial.
Al regreso del director Carreño, éste escribió, seguramente por instrucciones presidenciales, un tercer editorial de arrepentimiento, en primera plana y firmado por él, para zanjar el asunto. Ceniza como de exhalación del Popo. El gerente insistía en que había que correr a Castilleja, pero Pepe Carreño le respondió:
-Es lo último que haría.
El affaire Castañeda, que a mí me costó sólo un regaño por no entender que, cuando el Presidente sale de gira, no hay que hacer la más mínima ola, significó para Castilleja una ulterior disminución de su influencia. Se convirtió en una sombra de lo que era, y pedía que yo le revisara todo lo que hacía.
Pocos meses después, con el pretexto de que su hijo estudiaba en el ITAM y era muy caro, solicitó que se le liquidara. Trabajaría más tarde en Novedades, en El Sol de México y en proyectos de periodismo pagado ("con apoyo editorial", dice el eufemismo), con sus cuates del Club Primera Plana.
Doble chamba
A principios del Siglo XXI, conseguí -con la intercesión de Eduardo Medina Mora- los expedientes que tenía el CISEN sobre mí. Me pareció curioso que no hubiera información alguna de cuando yo estaba en el PMT en Sinaloa, muy poca sobre mi paso por el PSUM, algunita -y muy mala, esos orejas eran pésimos- como profesor "marxista" de la Facultad de Economía, y un montononón sobre mi paso por El Nacional. Mi primera reacción fue: "los gobiernos del PRI espiaban más a su gente cercana que a los opositores".
Un día le comenté eso a Toño Dávila, y me respondió:
-Pues claro que allí es donde había más información, si Rafael Castilleja era agente del CISEN. Hasta director de investigación fue. Y allí es donde se refugió cuando salió de El Nacional.
Una última plática
Por ahí de 2013 o principios de 2014, Castilleja, ya setentón, llegó a Crónica a sondear, sin muchas ganas y sin muchas esperanzas, la posibilidad de reintegrarse a la redacción de un diario. No había lugar para él, a pesar de su amplia experiencia. Como siempre, su trato fue muy amable. Fue la última vez que lo vi. Murió en 2023.