jueves, mayo 18, 2023

Viñetas de Berlín



Una Washington que no fue

Unter der Linden, el ancho camino que va de Alexanderplatz hasta la Puerta de Brandenburgo, deja una sensación de grandeza entristecida; edificios pesados y emblemáticos que a menudo ya no son lo que fueron. Sí, grandes museos, una catedral imponente, historia de cultura. Pero también edificios que parecen cansados, los necesarios memoriales a las víctimas del nazismo, una suerte de bruma que cubre todo, y en particular la famosa torre de comunicaciones de Alexanderplatz, que alguna vez fue símbolo de Berlín Oriental. Ahora se ve, ahora no se ve.

Y al visitante le da la impresión de estar caminando por un National Mall que no fue. De pasear por el bulevar de los sueños imperialistas rotos. Por el ancho de la calle, por las moles que la flanquan, parece aspirar a que la vean como una ciudad gloriosa, que despliega con orgullo su poderío y su cultura. Pero es la capital de un imperio dos veces derrotado, una Washington frustrada. Y tiene que hacer, cada tantos metros, actos de contrición por los pecados cometidos. Llegas a la Puerta de Brandenburgo y, para más inri, a sus lados se yerguen las embajadas de Estados Unidos y de Francia.

Esa capital que quiso ser mundial tiene, además, una cicatriz que pasa precisamente junto a la Puerta y se extiende frente a la más representativa de las moles arquitectónicas de la zona: la sede del Bundestag, con su característica cúpula. Son dos líneas de cemento, separadas por unos cuantos metros: por cada una de ellas pasaba el muro que dividió a Berlín durante casi tres décadas. 

Así, uno transita la zona, de los monumentos en homenaje a Marx en el extremo este, al memorial a las víctimas del Holocausto, al oeste, y no va caminando por la historia: la historia lo va aplastando. 

Eficiencia, prisas y búsqueda de identidad

Nadie duda de la eficiencia de los alemanes, y eso parece trasudar en su capacidad para reconstruir una ciudad destruida. En Berlín se ve, como en pocas partes de Europa, una combinación de estilos y épocas arquitectónicas muy diferentes que conviven en una sola calle: un palacete de finales del siglo XIX, un edificio Bauhaus, un condominio sin chiste, uno junto al otro. Todo depende de qué se destruyó y cuándo. Y se nota cuando esa construcción fue hecha con cierta prisa, para cubrir necesidades apremiantes de posguerra: mucha y muy buena ingeniería en unidades multifamiliares, poca arquitectura.

En un momento posterior, Berlín decide apostar por su propia modernidad. Y aparecen esos edificios que desafían el conservadurismo. Esas construcciones con acabados de acrílico en formas novedosas dan la impresión de que es una ciudad en busca de su identidad, cuando tiene varias. Una de las personalidades de alguien que tiene muchas. Porque se palpa rápidamente que Berlín son muchas ciudades. En ese sentido, es inatrapable.

El hotel está en uno de esos edificios desafiantes. Ventanales en forma de herradura, con pesadas cortinas que, apenas las jalas, cierran automática y totalmente. Una televisión más que inteligente, para manejar desde el celular, pero que se enciende como por voluntad propia, hasta que vienen a retirar el aparato... como en otros cuartos. Y un alucinado camino al baño, en el que la arquitectura y el diseño interior hacen una jugarreta y de repente estás en la casa de los espejos.

La iglesia rota

Tal vez el lugar que mejor refleje Berlín es la zona alrededor de la Iglesia Memorial del Kaiser Wilhelm, que fue bombardeada durante la II Guerra Mundial y cuyos restos atestiguan la destrucción de esa época. Por una parte, te da la idea de ciudad golpeada por su historia; por la otra, con la tranquila y moderna iglesia de reconciliación construida junto a las ruinas, y con el centro comercial y de convivencia creado ex-profeso para rehabilitar la zona, la certeza de que Berlín quiere revivir una y otra vez, y es de nuevo varias ciudades, sin dejar por ello de mostrar sus heridas y sus costuras.

Cuando la iglesia fue bombardeada, la respuesta del partido Nazi a los feligreses fue que no se preocuparan, que en el futuro, tras la victoria, se alzarían iglesias más grandes, más bellas y más fuertes. Siempre la promesa del futuro ante la destrucción presente. Lo que se alzó, en cambio, fue el contradictorio y fascinante Berlín de hoy, 


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