miércoles, septiembre 18, 2013

Polarización (o de cómo no entender las cosas)

El operativo realizado el pasado viernes para recuperar el Zócalo capitalino deja muchísimas lecciones. Entre otras, que hay minorías incapaces de ver las realidades más evidentes.

La decisión de las autoridades no fue sencilla, porque tanto la federal como la capitalina han apostado todo el tiempo a privilegiar el diálogo por encima de cualquier medida de fuerza. Lo que buscó hacerse, entonces, fue agotar las negociaciones, ayudados por la intimidación policiaca y sólo después actuar, de manera contenida. Lo que se quería evitar a toda costa –y afortunadamente se evitó- fue que la situación degenerara en violencia de ambas partes y terminara por ahogar cualquier posibilidad de entendimiento.

A lo largo de aquel día se vio que, si del lado de las autoridades locales y federales había coordinación y entendimiento, del lado de la CNTE predominaba la indisciplina. Un grupo de sindicalistas, de la oaxaqueña Sección 22, desoyó la resolución mayoritaria e hizo barricadas en los alrededores del Zócalo. Al final, desistieron de sus pretensiones dizque insurreccionales, tal vez porque lograron meter asuntos locales en la agenda nacional de la discusión. En el interin, permitieron que se colaran los grupos anarquistas responsables de los enfrentamientos físicos posteriores.

Mientras en la calle las autoridades y los representantes de las distintas corrientes dentro de la CNTE se enfrascaban en complejas negociaciones, en el ciberespacio una exigua minoría trataba de hacer reflexionar a contrapuestas mayorías de extremistas totalmente despegados de la realidad y víctimas de la misma enfermedad: el exceso retórico.

Por un lado, voces histéricas no pedían solamente “el restablecimiento del orden” y la tranquilidad perdidos en la ciudad con la llegada de los sindicalistas, sino venganza. No veían en la CNTE un actor político con el que puede haber profundas diferencias, sino como una especie de invasión indígena y “naca” a la muy pulcra y –he de suponer también- muy criolla Ciudad de México.

Embebidas en su retórica racista y clasista, estas voces desesperaban ante lo que percibían como inacción policiaca y. al final del día, se quejaban amargamente de que la sangre magisterial no hubiera corrido, de lo “tardío” y “pusilánime” del operativo. Y sobre todo, de que los militantes de la CNTE siguieran, al final del día, en la ciudad, estorbando su diario quehacer.

Si de ese lado parecía haber un abierto deseo de represión, en el otro extremo, ese deseo era todavía mayor, pero vergonzante. Querían que el gobierno federal fuera represivo, para así justificar y comprobar sus propios prejuicios.

Aún cuando el operativo fue contenido, la violencia no fue unilateral y el número de heridos fue relativamente reducido (sin contar con que fueron más los policías lesionados), el prejuicio no podía desaparecer. La retórica siguió y se dio vuelo: “gobierno fascista”, “país sin libertad”, “nada qué celebrar”, y un largo etcétera con cualquier cantidad de cursilería y de autodenigración nacional.

Después siguieron tres temas que dan para preocuparse. El primero fue la absurda comparación de lo sucedido el 13 de septiembre con fechas trágicas en la historia nacional, como los sucesos de Tlatelolco y del Jueves de Corpus. Ahí ya no sé si se trata de desconocimiento de la historia reciente de parte de jóvenes que no saben lo que fue vivir bajo regímenes verdaderamente autoritarios o de distorsión intencionada de esa historia, en la lógica de que la verdad no importa y lo que cuenta son los efectos sentimentales del mito.

El segundo tema fue la repartición de culpas (que también se dio en el ala de la extrema derecha, pero con menos virulencia). Culpables de la represión no son sólo los gobiernos, sino quienes los votaron (hubo quien exceptuó a los votantes de Mancera, “porque fueron engañados”).  El mexicano que piensa diferente visto como enemigo.

El tercero, que también nos habla de un enorme desconocimiento de la historia y de las características del pueblo mexicano, fue el de la propuesta de hacer el vacío al Grito en el Zócalo el 15 de septiembre. Más ingenuos no se puede. La ceremonia misma está concebida para la catarsis social: el Presidente –sea quien sea- sale al balcón, se lleva una rechifla, luego saca la bandera y lanza los “Vivas”, y entonces los mismos que chiflaron se le unen, porque se identifican como mexicanos, más allá de diferencias políticas o ideológicas.

Quienes hicieron la propuesta, con lo mucho que critican a las televisoras, son gente que nunca se dio el baño de pueblo, sólo ve el Grito en la tele, y por años ha creído la propaganda que de allí emana.  Nunca ha sido un acto de apoyo a Presidente alguno.

Ya en la baba, y ante la evidencia de que el Zócalo sí se llenó, dicen que son acarreados, que son “pelones”, que son malos mexicanos (puedo apostar a que menos de la mitad de los asistentes chilangos al Grito apoya a Peña Nieto, pero eso no pasa por la mente cuadrada de los ultras).

Lo peor de todo este asunto es que, en esta guerra civil a tuitazos participó uno que otro político reconocido. De una parte del PAN, de la facción perredista proclive a AMLO y, por supuesto, de Morena. De ellos no podemos suponer ignorancia o ingenuidad, sino ganas de revolver el río para pescar mejor. Y pensándolo bien, se trata de facciones que han obtenido grandes ganancias políticas con la polarización del país y que pretenden seguirlas obteniendo.

La polarización no es, como vemos, en torno a ideas, sino en torno a prejuicios. Funciona con mentadas y mentiras. Cancela, por lo tanto, el diálogo, el parlamento. Y conviene a los extremos. Los extremos han sido derrotados recientemente. Por eso la alimentan.

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