martes, noviembre 15, 2011

La caída de un bufón



Salió por la puerta trasera, pero aún allí encontró a sus detractores que lo esperaban. “¡Bufón!”, le gritaban una y otra vez, de manera despectiva, en un coro que era parte de la fiesta popular provocada por su salida del gobierno. Era el fin de la Era Berlusconi, tal y como la conocimos. Ojalá sea el final definitivo.



“Soy el hombre más perseguido de la historia”.

Entender la llegada al poder de Silvio Berlusconi –y, más aún, su permanencia a pesar de la ineptitud y el escándalo- es entrar a una historia fascinante, que salta de la farsa a la comedia y a la tragedia y que tiene mucho que enseñar a los estudiosos de la política.

Durante años, desde el fin de la II Guerra Mundial, en Italia se sucedieron gobiernos hegemonizados por la Democracia Cristiana, partido que –dado el sistema electoral casi estrictamente proporcional- tenía que coaligarse con otras organizaciones políticas moderadas para hacer gobierno. Había un veto de hecho al Partido Comunista y a los grupos neofascistas.

A principios de los años noventa, cuando el muy corrupto Partido Socialista Italiano se había convertido, con votaciones rara vez superiores al 15 por ciento, en la bisagra fundamental para formar gobiernos, y la gente estaba cada vez más cansada de la partitocracia, estalló una serie de escándalos de corrupción, conocida como tangentopoli (“mordidópolis”), que involucró a las principales formaciones de la coalición de gobierno y que llevó a la investigación judicial nacional conocida como “Manos Limpias”, que terminó, entre políticos encarcelados y empresarios suicidas, con la desaparición de varios de los partidos italianos históricos y con la llegada de un gobierno “tecnócrata” de transición, al mando de Carlo Azeglio Ciampi.

Se creyó –al igual que sucede ahora en otros países- que el culpable verdadero de la crisis era el sistema electoral proporcional, así que la principal tarea del gobierno de Ciampi fue una reforma que lo convirtió en sistema mixto, bajo la idea de que diputados de distrito estarían más cerca de las necesidades de sus electores.

“Estoy ungido por el Señor”

La situación estaba más que dada para una victoria del Partido Democrático de Izquierda, heredero del viejo PCI, y entonces apareció en el campo el empresario Silvio Berlusconi, dueño de las tres cadenas más importantes de la televisión privada. El 26 de enero de 1994 presentó en su TV un discurso que iniciaba “Amo a Italia” y concluía en la necesidad de crear una coalición a favor de “la libertad, la familia, la empresa y la tradición italiana y cristiana”.
En esa emisión anuncia el nacimiento de Forza Italia, un partido ad hoc, que obtuvo 21 por ciento de los votos, impulsada por sus anuncios en televisión y el temor a “los comunistas”.

“Soy simplemente un empresario que hace milagros”

Esto le bastó a Berlusconi para ganar. Se alió con la secesionista Lega Nord en el norte del país, y con la neofascista Alleanza Nazionale en el sur. Un tipo astuto: sus coaligados no estaban aliados entre sí.

El primer gobierno Berlusconi duró apenas poco más de un año, a partir de la ruptura con los norteños, que llegaron hasta a acusarlo de ser parte de la Cosa Nostra. El cavaliere dijo que jamás se volvería a sentar en la misma mesa con Umberto Bossi, el dirigente de la Lega.  Muy pronto volvieron a ser aliados.

Aquel gobierno fue sustituido por uno apartidista, “tecnócrata”, presidido por Lamberto Dini, a quien siguieron –sin pena ni gloria- dos gobiernos de izquierda, el de Romano Prodi (quien le ganó un debate televisivo al cavaliere cuando recordó que la ley lo había obligado a vender su periódico… y Silvio lo vendió a su hermano) y el de Massimo D’Alema.

Mi valentía está fuera de discusión, mi sustancia humana, mi historia, los otros se la sueñan”

Para las elecciones de 2001, Berlusconi prepara una jugada maestra. En un programa de TV se compromete públicamente, en un “Contrato con los italianos” a cumplir 5 puntos: exenciones y rebajas de impuestos, mejora de la seguridad, aumento de las pensiones, disminución a la mitad de la tasa de desempleo y aumento de al menos 40 por ciento en grandes inversiones de infraestructura. Firma que si no cumple los propósitos, no se volverá a presentar a elecciones.

Una mirada serena sobre estas promesas lleva a la conclusión de que, si se cumplieran, el resultado en términos fiscales sería desastroso. Más gasto, menos ingresos. Pero funcionó en lo electoral y Berlusconi regresó al poder.

A la hora de la verdad, no cumplió ni una. Las bajas en los impuestos nacionales fueron compensadas por aumentos en los impuestos locales y en los aranceles. El crimen aumentó 6.7 por ciento. El desempleo bajó notablemente, de 9.9 a 7.1 por ciento, pero no quedó a la mitad. 1.8 millones de pensionados tuvieron el aumento prometido; otros 6 millones se quedaron esperando. Las inversiones en infraestructura crecieron 21.7 por ciento. En enero de 2009 una sentencia de la corte estableció que el contrato firmado en TV no tenía valor legal alguno. Para entonces Silvio ya había buscado varias veces la reelección.

Berlusconi justificó que, dadas las condiciones externas, su gobierno realizó un “milagro continuo”, que no le reconocían debido a una “campaña negra” de los medios de oposición, a quienes acusó de “comunistas”. En esa época, la deuda pública de Italia, históricamente grande, llega hasta la hipertrofia.

Así respondía Berlusconi a las críticas: “Italia es el país con las regiones más ricas de Europa, un país con el más alto número de automóviles respecto a la población, el más alto número de celulares. Somos grandes playboys, por lo que todos nuestros muchachos mandan al menos diez mensajes al día a sus diez novias y somos el país con más casas en propiedad de las familias. Cuando The Economist imagina una Italia sostenida por muletas, dice una cosa profundamente contraria a la que vivimos los italianos, que es una situación de bienestar y de gozo por haber nacido en el país más bello y uno de los más ricos del mundo”, declaró, en presencia de Tony Blair.


“Soy incapaz de decir que no. Por fortuna soy un hombre y no una mujer”.

De los últimos diez años, Berlusconi gobernó en ocho y medio.

En previsión de un crecimiento de la izquierda, la coalición berlusconiana reformó de nuevo la ley electoral, para favorecer de manera extrema a quien obtenga la mayoría relativa. En los comicios del 2006, el tiro le salió por la culata: con una ventaja mínima en el voto popular, la izquierda se llevó una amplia mayoría legislativa. Berlusconi no aceptó los resultados y se le tuvo que forzar la dimisión.

El siguiente gobierno de izquierda fue un fracaso. Por una parte, la adopción del Euro había generado una mayor división social, en contra de asalariados y pensionados, que no fue atacada. Por otra, los aumentos fiscales para paliar el déficit no fueron acompañados por una disminución del gasto corriente, haciendo más evidente la distinción entre “ellos, los políticos y nosotros, los ciudadanos”.  La coalición de nueve partidos que había llegado al poder terminó por fracturarse. Tiempo para Silvio III.

“¿Saben por qué les gusto tanto a las señoras? Deriva del anagrama de mi nombre: l’unico boss virile.”

Berlusconi disolvió su partido Forza Italia (que, por cierto, tuvo muchos eventos con show y multitud de bellas edecanes, gran coro que canta el himno del partido, agitado y paternalista discurso del líder… pero ningún congreso nacional digno de ese nombre) y lo fusionó con otras organizaciones de centro-derecha, para fundar el Pueblo de la Libertad, partido que lo nombró presidente por aclamación (oficialmente, con el 100 por ciento de los votos). Esta agrupación, aliada con la Lega Nord, ganó las elecciones de 2008.

“Ya no acepto el disenso”

Berlusconi había empezado siendo un buen comunicador político. Supo agrupar en torno suyo todo el miedo al comunismo cebado durante años por la iglesia católica y los partidos de centro-derecha. “Dicen que han cambiado, pero mírenlos, lean su prensa: ¡son los mismos!”. Siempre hablaba con palabras sencillas. Perfectamente medido: un poco didáctico y un poco exaltado, sin las abstracciones y las palabrejas comunes a la clase política tradicional.

“Obama tiene todo para llevarse bien con él: es joven, es guapo, y también bronceado”.

Pero en la medida en que involucionaron sus gobiernos, el comunicador fue dejando su lugar al bufón, hasta verse totalmente dominado por él. Salieron a flote el carácter cada vez más autoritario del premier, su obsesión por librarse de los intrincados problemas legales a través de la aprobación de leyes ad hominem, sus escándalos personales (destaca el caso Ruby, la menor de edad marroquí que asistía a sus bacanales) y las respuestas que querían ser chuscas, pero que en realidad eran patéticas.  Quería responder a su decadencia con el bunga-bunga (dime qué presumes y te diré de lo que careces). Era ya, para decirlo como el caricaturista Altan, “Silvio Banana”, un personaje impresentable a nivel internacional, y el prestigio mundial de Italia había caído a niveles ínfimos.

Me parece que en Italia no hay una crisis fuerte. La vida en Italia es la de un país próspero, el consumo no ha disminuido, con trabajo se logra apartar un lugar en el avión, los restaurantes están llenos”.

Cuando sobrevinieron los problemas financieros, se mantuvo como si nada estuviera ocurriendo, a pesar de que la economía italiana estaba totalmente estancada, la crisis de la deuda pública fuera cada vez más apremiante y el regodeo de la política pospusiera una y otra vez las reformas necesarias.

“Los comunistas se transformaron en laboristas en Gran Bretaña, en socialdemócratas en Alemania…”

También rompió con su antiguo aliado Gianfranco Fini, al grado que el neofascista parecía un demócrata al lado de Berlusconi. Era Nerón tocando la lira ante el incendio de Roma.

“¿Eres pobre? Culpa tuya”

Resulta por lo menos aleccionador constatar que lo que no logró la oposición, lo que no logró la prensa, lo que no lograron los jueces, lo haya logrado el mercado. Que Berlusconi haya caído por la gracia de ese tótem del cual él siempre se declaró ferviente admirador. Pero es claro que, si seguía en el poder –pensando en leyes para salvarse a sí mismo de la persecución de la justicia, nunca para su país- la idea misma de unidad monetaria europea se iría al traste. La de Italia es una economía demasiado grande como para ser rescatada de manera tradicional (y eso que, con Silvio, pasó del 5º al 8º lugar mundial). 
 
“El hombre que jodió un país entero”, decía The Economist en una portada. Sí, pero también un país entero (o algo así como la mitad más uno de un país) que se dejó joder, seducido por las poses de playboy, por el nacionalismo de opereta, por el temor al fantoche del “comunismo”. Un país que se vistió de modernidad cuando en realidad abrazaba el inmovilismo y las antiguas formas corruptas de ligar poder político y negocios. Un país que decía mirar al futuro cuando corría hacia su pasado más negro.

Ahora llega otro tecnócrata, para aplicar las recetas amargas por las que ningún político quiere pagar. ¿Qué seguirá después? Ojalá y la racionalidad cubra el vacío de poder que dejó el final de la Primera República, y que los electores italianos se pongan, de una vez por todas, cera en las orejas, para estar sordos ante los cantos de sirenas. No podemos asegurar que así será.

“Gadafi es una persona inteligentísima. De otra manera no hubiera podido estar en el poder más de 40 años”.

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