miércoles, septiembre 08, 2010

Biopics: Sindicalismo universitario... y campesino

El SPIUAS

El Consejo de Representantes del Sindicato de Profesores e Investigadores de la Universidad Autónoma de Sinaloa (SPIUAS) funcionaba como todo un parlamento. Obviamente, los de la Corriente Socialista, herederos de los Enfermos, se ubicaban en bloque a la izquierda. Los del Partido Comunista ocupaban el centro, y nosotros –junto con los pocos profesores genuinamente independientes- nos sentábamos a la derecha. Supongo que eso no le hubiera gustado mucho a Heberto.

Había discusiones de dos tipos. Las estrictamente sindicales y las que tenían que ver con el desarrollo general de la universidad.

En lo sindical, tejimos una alianza bastante sólida con los pescados. Se vio muy claramente en la discusión del contrato colectivo y en la política a seguir en la construcción de un sindicato universitario a nivel nacional.

Por ejemplo, los de la Corriente, para satisfacer su radicalismo, exigían un aumento salarial muy superior a la inflación, aunque argumentaban que era apenas para resarcir el poder de compra perdido. Para ello, hicieron una tabla comparativa de precios entre el primer trimestre y el cuarto del año anterior, a partir de la “canasta básica del profesor universitario”. Esta canasta era de risa loca: incluía entre otros bienes, un kilo de arroz, un kilo de carne, un kilo de sal, un kilo de jitomates, un par de zapatos, un litro de gasolina… y una tonelada de varilla. Seguramente la elaboró un profe que estaba construyendo su casa, y que no tenía idea de las proporciones ni de cómo se conforma una canasta de consumo. Les hicimos notar que estaban sumando peras con manzanas, pero no los hicimos caer en la cuenta de que, en una revisión anual, se comparan los trimestres respectivos de diferentes años: ellos en realidad estaban haciendo un cálculo para nueve meses. Lo peor de todo es que, meses después, revisaba yo las cuentas externas del estado de Sinaloa y el documento, en lo referente a exportaciones, sumaba toneladas, no importa si eran de cerveza, camarón gigante o pepino. Subdesarrollo al cubo.

Acordamos un aumento razonable y se nos otorgó en el papel, pero no en la realidad. El argumento era un retraso en el subsidio (era temporada de presión a las universidades para que “rindieran cuentas” a cambio de las transferencias de ley). Acordamos con los del PC hacer movilizaciones por el subsidio… la gran diferencia entre ellos y nosotros es que los comunistas sólo le pegaban al gobierno federal, y nosotros también al local (no porque lo creyéramos, sino exclusivamente para vernos distintos). Tras unos meses, el subsidio llegó y se nos pagaron las “diferencias caídas”.

Aunque todos los grupos políticos estaban de acuerdo en formar un sindicato universitario nacional, un punto fuerte de discusión en el CGR era la conveniencia o no de que éste tejiera alianzas con la burocracia sindical tradicional y buscara afiliarse al Congreso del Trabajo. Nos pusimos, junto con el PC, del lado de esta búsqueda de alianzas, más que por un análisis a fondo, porque así nos lo habían sugerido compañeros como Gustavo Gordillo y amigos como Pablo Pascual.

La alianza con el Partido Comunista –como ya reseñé- se expresó en una planilla única ganadora y en posiciones convergentes frente al congreso sindical en puerta.

Donde no concordamos con los comunistas fue respecto al apoyo económico a otros sindicatos universitarios que ese partido hegemonizaba. En particular, había un conflicto entre el USCUAG, sindicato magisterial de la Universidad Autónoma de Guerrero, y la rectoría de esa institución, entonces encabezada por Rosalío Wences, un tipo de izquierda medio ultrosa. Aunque Wences no nos simpatizara particularmente, parecía un sinsentido meter dinero de los trabajadores a una lucha política entre la izquierda por el control de una universidad pública. En vez de dar apoyo financiero, logramos que una comisión de tres (el comunista Rodrigo López, el trotskista Simón Castillejos y yo) fuéramos a Chilpancingo a enterarnos qué onda, para luego informar al CGR. De ese viaje aprendí tres cosas: que los cuadros del Partido Comunista eran profesionales y recibían religiosamente sueldo del partido; que los tiempos guerrerenses eran otros, porque, a diferencia de México y Sinaloa, donde las marchas y mítines iniciaban con una hora de retraso, en la capital guerrerense empezaban tres o más horas después; que no hay mejor pozole que el del mercado de Chilpancingo. Creo que a aquellos tiempos guerrerenses ahora les dicen “hora PRD”.



Pleito interejidal en La Cruz de Elota

Otro asunto que ocupó mi interés en los primeros meses de 1979 fue un conflicto entre ejidatarios en la zona de La Cruz de Elota. En esa zona, la mayor parte de ellos suelen trabajar una parte del tiempo como jornaleros a sueldo en las tierras de riego de los terratenientes, y otra en sus tierras de temporal –donde, a su vez, contratan jornaleros provenientes de Oaxaca-. Era la temporada de cosecha de jitomate, les tocaba trabajar de jornaleros en tierras de riego y varios compañeros de partido se quejaron de que en uno de los campos, el patrón había ideado una estrategia para dividirlos. Ponía a contar las cubetas a habitantes de un solo ejido, y éstos solían hacer trampa para favorecer a sus vecinos, contándoles cubetas de más, y perjudicar a los otros, descontando las que habían marcado a favor de sus compañeros. Los acusados eran los del Ejido El Oso, que además eran priístas.

Mi primera reacción fue juntar a los quejosos, con la perspectiva de organizar una coalición sindical. Había varios muy puestos; otros estaban temerosos y no faltó, en una asamblea ejidal, quien dijera que meses más tarde el partido les iba a voltear el chirrión por el palito, cuando ellos fueron quienes contrataran jornaleros. En esa ocasión tuve que decir que nosotros no estábamos en contra de que se contrataran asalariados en el campo, pero sí de que se les hiciera trampa, que si los compañeros del ejido le hacían trampa a sus jornaleros, estaríamos en contra de ellos, pero que no lo harían porque, a diferencia del terrateniente, eran gente honesta y trabajadora. Quedaron conformes.

Llevé el asunto al Comité Estatal con dos propuestas paralelas. Una era ir organizando la coalición sindical; otra era que nuestro compañero Alonso El Negro Campos hablara con su conocido, el propietario que favorecía ese conflicto entre campesinos. El Negro se negó rotundamente, con el argumento –sigo pensando que peregrino- de que era más importante promover la organización de los trabajadores que resolver ese problema en específico.

Luego me llevé a Jaime Palacios a la zona, porque la verdad tenía más labia. Con él nos topamos con un ejido en el que sólo participaban los hombres en las grillas, a pesar de que muchas mujeres trabajaban en ese campo. Los instamos a que las trajeran a nuestra reunión. “Luego les decimos qué acordamos”, fue la respuesta.

El asunto terminó arreglándose de manera informal. Se organizó una comisión de representantes de los ejidos agraviados para platicar con los de El Oso. La parte a la que yo asistí fue muy política, pero tengo la fuerte impresión de que, de manera informal, hubo un mensaje más poderoso de parte de los nuestros: “si nos siguen chingando, nos los vamos a chingar”. A lo mejor también influyó que cuando un líder priísta se acercó a mí para preguntarme cuál era la posición del partido respecto a la sucesión en la CNC local, le contesté con honestidad: “nos da lo mismo, si los compañeros quieren votar por Adrián (el candidato oficial), pueden hacerlo”. El germen de una organización sindical campesina de la zona quedó en eso, un germen.

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