Aquel movimiento estudiantil controlado por la ultraizquierda alejó definitivamente mi eje político de esa corriente. Encontraba yo en ellos un rechazo visceral a la clase obrera, al diálogo y a las instituciones democráticas que, desde mi punto de vista, le hacía juego a la derecha y su juego perverso de “opuestos extremismos”. Un año después, el asesinato de Moro a manos de las Brigadas Rojas me daría la razón.
Al mismo tiempo, en ese movimiento había muchos fermentos culturales de gran importancia, porque significaban una ruptura –que hoy llamaríamos postmoderna- con formas tradicionales de actuar y de pensar.
De hecho, una parte de mi cabeza ya estaba de regreso en México. Ardía por poder aplicar algo de mi aprendizaje político italiano. En un viejo cuaderno guardé unos apuntes de una larga carta que le escribí a mi amigo Raúl Trejo, analizando la situación mexicana de aquellos primeros días del lopezportillismo:
“La derecha está en estos momentos más fuerte que la izquierda, pero el país no puede retroceder: se necesita la unión de las fuerzas progresistas para combatirla; esto debe hacernos dejar de lado algunas divergencias secundarias, pero es necesario al mismo tiempo no olvidar los objetivos socialistas. En ese sentido, las únicas condiciones básicas por las que debemos de luchar son: reconocimiento a los partidos políticos de izquierda, democracia sindical independiente, reajuste de la economía en defensa de la soberanía nacional y para mejorar la distribución del ingreso, libertad de expresión y manifestación; a éstas se les deben sumar otros menores: amparo agrario, democratización de la enseñanza, lucha contra la corrupción.
“Diferencias con los burgueses reformistas, siempre las habrá, y nuestras posiciones sobre problemas como la nacionalización de empresas estratégicas o las formas de administrar las empresas nacionales persistirán, pero no es el momento de asustar a la gran burguesía y al imperialismo.
“La izquierda, en cambio, debe ser más radical que nunca en lo que se refiere a políticas organizativas y culturales; en el primer caso, avanzar hacia la unidad operacional como previa a la unidad política, promoviendo que las decisiones surjan de abajo para evitar el anquilosamiento de líderes y el chambismo; también aprestarse a crear alternativas sobre todo en la comunicación de masas y la organización de sectores medios. Todo esto implica cambios radicales en la política cultural que debe tocar todas las instancias de la vida cotidiana.”
También le escribí a Raúl mi visión sobre Italia, que concluía: “En resumen, mientras las bases del PCI reaccionan ante la abstención de su partido en un gobierno que les impone sacrificios que ellos consideran innecesarios, a la izquierda de ese partido el vacío político se hace cada vez mayor”. Fue publicada en el periódico del Spaunam, bajo el seudónimo de Beatriz Rouge (que es un anagrama de mis apellidos), bajo el título “La nueva izquierda italiana, en crisis”.
Guido y Antonia
En los primeros meses de 1977 un compañero nuestro de
Guido era alto, fuerte, de pelo rizado y tenía los ojos muy juntos, por lo que lo apodaban Polifemo (los apodos italianos siempre me resultaron muy culteranos); al mismo tiempo era de modales muy suaves, propios de un napolitano de clase media-alta. Antonia era maestra de jardín de niños (trabajaba en el centro, con los hijos de los terroùn), era sensible, con carácter y una persona muy abierta. Natalia tenía tres o cuatro años; estaba en una edad simpatiquísima. Era divertido jugar con ella.
Como buen napolitano, Guido tenía una cultura enciclopédica, pero que iba mucho más allá del conocimiento de los aportes tradicionales europeos –como era el caso de las Tres Gracias-. Pepenaba conocimiento de todos lados, y lo aderezaba con una pizca de su filosofía personal: una combinación de rebeldía de izquierda y cinismo ante la improbabilidad/imposibilidad de los cambios. Era una delicia platicar con él, en conversaciones que iban desde Walras 101 hasta la historia personal de Wilhem Reich y la posibilidad de que el universo fuera un gran despliegue del orgón: un orgasmo en proceso.
Decía Guido que lo de los Indios Metropolitanos era la celebración (subrayado suyo) de que no habría
Iconoclasta, decía que el capitalismo era la verdadera imaginación al poder. “Otro asunto es que sea imaginación para el engaño y la explotación, pero hay más creatividad en
Orgulloso de su napolitanidad, despreciaba a los modeneses clasemedieros: “cuando ponen un adorno sobre un mueble, se dicen: ‘qué bonito adorno’ y se sienten tranquilos, porque el lugar del adorno es encima del mueble”.
Dito dito dito, orgasmo garantito
De todos los fermentos que se encendieron en aquel año, la conversión del feminismo en un movimiento de masas es el que más cambios sociales significó. Esto se debe no sólo al carácter internacional del movimiento; también a su asimetría respecto a las dos izquierdas que protagonizaban el encontronazo.
Había muchos elementos en común, que compartían todas las izquierdas. Lo había sido la lucha por el divorcio, por los cambios en el derecho de familia (la igualdad legal entre hombres y mujeres) y lo era en los movimientos para la legalización del aborto. Pero eran más las diferencias: el movimiento de las mujeres criticaba radicalmente la política tradicional, y reafirmaba su autonomía respecto a partidos y organizaciones políticas. Una ocasión presencié un debate a gritos entre feministas “del movimiento” y “de partido”. Las primeras defendían a las salaristas (las que decían que el ama de casa debía devengar un salario por su trabajo); las segundas preguntaban: “¿Y dónde queda el amor? ¿Ustedes no hacen nada por amor?” y las del movimiento respondían: “¿Y por qué tenemos que ser nosotras y no ellos quienes hacen algo por amor?”.
El feminismo del 77 tenía problemas en diferenciarse del amplio movimiento cultural que enfatizaba la esfera de las necesidades y de los deseos: la crítica a la inserción pasiva de las personas en la sociedad de producción y consumo.
En esta crítica, resultaba que el machismo se habia insertado orgánicamente en el capitalismo y le era funcional, lo masculino estaba plenamente entretejido con el poder, en todas sus expresiones de la vida cotidiana. Y en términos políticos, los hombres de cualquier ideología se ocupan del funcionamiento de
El gran lema de aquellos años, que se cantaba a menudo en las manifestaciones, era: “Dito dito dito, orgasmo garantito / cazzo cazzo cazzo, orgasmo da strapazzo” (dedo dedo dedo, orgasmo garantizado / verga verga verga, orgasmo chafa). Y las compañeras alzaban las manos estirando orgullosamente índice y pulgar para hacer el signo del poder de la vagina.
Sabíamos que en muchas cosas –no sólo en lo fundamental- tenían razón, pero sentíamos que varias de ellas estaban exagerando. Además, nos dejaban afuera, y eso no le gusta a ningún hombre.
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