lunes, enero 27, 2025

Trump y la Nueva Era Chapada en Oro

 



Donald Trump ha tomado posesión, de nuevo, como presidente de Estados Unidos y ha vuelto a anunciar todo lo que prometió. Su regreso al poder es muestra de la crisis profunda de las democracias liberales y reiteración de que, a nivel mundial, estamos ante una ola de nacionalismo antidemocrático.

Trump promete el regreso a una “era dorada” para Estados Unidos. Juega con ello con los sueños de grandeza que maman los estadunidenses desde pequeños en la escuela, que cotidianamente se repite en los medios y que es parte fundamental de la cultura de nuestros vecinos del norte. Para ello, como antes lo hizo, promete fortaleza militar, políticas proteccionistas “para proteger el empleo de los americanos”, aislacionismo nativista antiinmigrante y crecimiento económico. Como antes, expresa desconfianza no sólo ante sus rivales geopolíticos, sino también hacia los aliados históricos de Estados Unidos. Y ahora agrega deseos de expansión territorial.

El mensaje para los ciudadanos de su país es que serán parte de la nación más poderosa de la historia, y que se mantendrán los valores tradicionales que hicieron grande, años ha, a Estados Unidos. Esa es su idea de “era dorada”.

En realidad, lo que propone Trump es una suerte de regreso a la Gilded Age, la Era Chapada en Oro, que es como se denomina al periodo ocurrido entre las últimas décadas del siglo XIX y principios del siglo XX. La característica fundamental de esa época fue de crecimiento económico sin regulación alguna, acompañado por grandísimas desigualdades económicas y sociales, en la que la concentración de la riqueza y el poder fue enorme: la época de los monopolios, de los trusts.

Una parte importante del proyecto trumpista -ya expresada en algunas de sus primeras decisiones, como las referentes a energía- consiste en limar o acabar con las regulaciones que constriñen la lógica pura del capital. Regresar a la época anterior a la crisis financiera de 2008 (que detonó precisamente por la falta de regulación) e ir más allá. Para ello ha forjado una alianza con los multimillonarios de las nuevas tecnologías, que son los nuevos grandes capitanes de industria. Tiene trabajando con él a quienes encabezan la lista de hombres más ricos del mundo. Busca, como bien escribió en estas páginas Ricardo Becerra, la utopía de los ultracapitalistas.

En principio, el problema para establecer una nueva Gilded Age es evitar una rebelión de las mayorías que trabajan cada vez más para obtener lo mismo, mientras que un grupo pequeñísimo se hace de la mayor parte de la riqueza. Para eso siempre ha servido la ideología. Pero, por encima de ella, sirve la propaganda y la expansión de posverdades y teorías falsas. Y, si, supuestamente en defensa de la libertad de expresión, se da rienda suelta (en realidad, manejada) a toda suerte de desinformación, habrá mejor manera de acallar a quienes, con datos, afirman que el rey está desnudo (para luego perseguirlos, posiblemente).  Para eso son útiles las nuevas tecnologías. Por lo pronto, Trump ha decretado el “fin de la censura gubernamental”, que se traduce en que las redes sociales harán lo que quieran (más sus dueños que sus usuarios). La victoria final del Tonto del Pueblo, diría Umberto Eco; sólo que el tonto del pueblo es una marioneta del rico del pueblo.

Pero lo cierto es que la Era Chapada en Oro terminó, y no bien, con la Primera Guerra Mundial, la Revolución Bolchevique y el gran desorden de entreguerras. Esta, si se logra asentar, terminará con fuerza similar, aunque no sabemos de qué manera.

En el caso de la relación con México hay varias amenazas. Enumero las tres más importantes de menor a mayor, según mi criterio.

Por un lado, están los aranceles, que Trump ha usado como amenaza arrojadiza ante cualquier pretexto. La existencia del T-MEC, por una parte; y el hecho de que a Trump le importa mucho el comportamiento de Wall Street, por la otra, hacen improbable que -al menos en el corto plazo- el mandatario estadunidense se lance en serio sobre esa ruta. Habrá, sin duda, escarceos, pero es de esperarse que la parte mexicana pueda sortear los problemas.

Más relevante es la declaratoria de los cárteles del narcotráfico como organizaciones terroristas. Es una manera de presionar al gobierno de Claudia Sheinbaum para que México deje, de una vez por todas, de consecuentar a los grupos de la delincuencia organizada, que vivieron años muy buenos el pasado sexenio. El peligro es que esas presiones se traduzcan en intervencionismo directo, que es lo que es necesario evitar. La nueva administración está dando muestras aparentes de tomarse más en serio la amenaza social que representan los cárteles para la vida del país. Ahí puede y debe haber un empate de intereses: la clave es no ceder en materia de soberanía (y parece que Sheinbaum está dispuesta a no hacerlo).

Lo más preocupante en el corto plazo es el tema migratorio. Entre otras cosas, porque no se sabe bien a bien el tamaño del ramalazo. Es imposible que se cumpla la promesa de Trump de expulsar a todos los indocumentados, tanto por razones de logística como de necesidades de la economía estadunidense, pero es muy posible que exista una política más activa de persecución y deportación, que genere presiones serias en nuestra frontera norte (y que, de paso, sirva para disminuir los ingresos de los paisanos sin documentos y, por lo tanto, las remesas). Puede haber crisis humanitarias coyunturales, y el gobierno, aunque ya ha tomado cartas en el asunto, tiene que ser muy activo en la defensa de los derechos de los mexicanos en EU.

Finalmente, está la relación personal entre Trump y Sheinbaum. No será tan sedosa como con López Obrador, a quien el republicano veía como una versión Región 4 de sí mismo. Sheinbaum tiene otra formación política, otra historia personal, otra cultura y otro sexo. No es probable que haya química. Lo que sí debe de haber es diálogo, dentro de lo posible, y que México pinte claramente su raya. El peligro sería caer en la lógica de la política interna, y complicarle las cosas al país por querer complacer a la gayola. Ya veremos.

viernes, enero 17, 2025

El nuevo orden mundial de los tres tercios

 


Se pensaba que no sucedería hasta el año próximo, pero en 2024 la tasa de fertilidad a nivel global cayó por debajo del nivel de reemplazo. En otras palabras, el promedio de alumbramientos por mujer es, por primera vez en la historia, inferior a 2.1. Esto significa que, en los próximos años veremos una declinación en el número de humanos que habitamos el planeta. Esta declinación no es inmediata debido a que, al haber aumentado el tiempo de vida promedio de la población, todavía son más las personas que nacen que las que mueren. Pero la tendencia está ahí.

Es indudable que esa tendencia es desigual en diferentes regiones del mundo. Mientras que la caída es muy significativa en Europa, Japón y Corea, y es evidente en casi todas las Américas y buena parte de Asia, hay otras zonas del planeta en las que sigue existiendo un boom poblacional. El caso más notorio es el África subsahariana, aunque también aplica para partes importantes del Medio Oriente y de Asia central.  En términos generales, hay una correlación directa entre altos niveles de bienestar socioeconómico y bajas tasas de fertilidad. En otras palabras, las zonas en donde la población se sigue multiplicando con velocidad se caracterizan por baja escolaridad, menor acceso a los métodos de control natal, normas culturales tradicionales y utilización de menores de edad como fuerza de trabajo en apoyo a la familia.

Hay dos maneras de entender los problemas que genera este asunto, dependiendo de los plazos en que nos fijemos. Las dos se traducen en retos, cambios obligados y complicaciones para las distintas sociedades y para el mundo. Más ahora, con una economía globalizada y barruntos para poner coto a esa globalización.

En el corto y mediano plazos, está muy claro que las naciones con altas tasas de fertilidad seguirán expulsando población. En todas ellas, pobres de por sí, habrá crecientes presiones para hacer frente a las necesidades, también crecientes, de educación, servicios básicos y empleos, sin que existan, por lo general, las condiciones económicas para hacerles frente. Por el contrario, las áreas con bajas tasas de fertilidad se enfrentarán -o ya lo hacen- al problema de que su fuerza de trabajo disminuye, mientras que la demanda de servicios sociales de parte de la población envejecida crece rápidamente.

La respuesta simple y aparente es la migración de población de las regiones con altas tasas de crecimiento poblacional hacia las que requerirán, en principio, más fuerza de trabajo. Pero esa respuesta no toma en cuenta otros factores, como el bajo nivel de escolaridad de las zonas que expulsan migrantes respecto a las necesidades de las que los podrían acoger, las diferencias culturales -que pueden ser notables- y las implicaciones políticas de tener sociedades con ciudadanos con plenos derechos conviviendo con grandes grupos de trabajadores que no gozan de todos ellos, en particular de los derechos políticos. Si a esto agregamos los cambios en los mercados ocupacionales derivados del avance tecnológico, entenderemos que estamos ante un acertijo bastante rebuscado.     

En casi todos los países ricos cuyas economías requerirían teóricamente más fuerza laboral hay fuertes presiones políticas en contra de la migración. Entre las razones que lo explican están: 1. La existencia de un sector de la población que se ha visto desplazado de antiguas seguridades: la del trabajo seguro y de por vida (ahora inexistente porque esa industria tradicional está a la baja, o precarizado por las nuevas condiciones laborales). 2. El miedo, ocasionalmente justificado, pero a menudo teñido de racismo, a que las diferencias culturales acaben con un modo de vida al que estaban acostumbrados. 3. El pulsante nacionalista, apretado por los políticos populistas de todos los colores, que tiene también un toque de nostalgia por un pasado que de todos modos no volverá. Las oleadas de migrantes chocarán contra diversos rompeolas… pero seguirán. El caso es que, en el camino, se crearán diversos choques políticos y culturales.

En el largo plazo, los cambios tecnológicos apuntan a que las necesidades de fuerza de trabajo de parte de las empresas no crecerán tan rápidamente como la producción y la productividad. Es parte de una tendencia centenaria a depender menos del trabajo presente y más del capital. Al mismo tiempo, la desconexión física entre los espacios de trabajo tiende a seguir creciendo, con el trabajo a distancia cada vez más común.

Esta dinámica puede terminar llevándonos a un mundo todavía más dividido: por un lado, menos personas empleadas, pero mejor pagadas, que pueden incluso vivir fuera de sus países por comodidad propia; por otro, una cantidad siempre elevada de personas con empleos precarios, parciales o inexistentes, que dependen de ayudas sociales de distinto tipo para arreglárselas; por un tercero, un ejército de gente que busca desesperadamente huir de la miseria o de la guerra a través de la migración, y que suele encontrar puertas cerradas. La nueva sociedad mundial de los tres tercios.   

A todo esto, México es una suerte de microcosmos y un lugar clave en esta dinámica. Acaba de cruzar el umbral de la tasa de fertilidad por debajo del reemplazo, pero su población -todavía joven- seguirá creciendo por varios lustros. Tiene los tres tipos de población reseñados en el párrafo anterior, con el agregado de que por su territorio pasan, en busca del sueño americano, contingentes de migrantes de naciones cuya población sigue creciendo y que no tienen oportunidades en sus países. Y se enfrenta, desde ya, al torbellino xenófobo y antiinmigrante del próximo presidente Trump. Serán, desgraciadamente, tiempos interesantes.

Y bueno, parece que el tema migratorio debería de estar entre las prioridades, no sólo retóricas, del gobierno de Sheinbaum. ¿Lo está?