miércoles, junio 30, 2021

Leyendas olímpicas: Dick Fosbury

 


Cuando estaba en la preparatoria, Dick Fosbury era un buen saltador de altura, aunque no tan excepcional como para aspirar a las competencias de alto rendimiento. Pero tenía una característica que lo hacía extraordinario y lo llevaría muy alto: sabía pensar fuera del cuadro.

Un día de 1963 llegó a su escuela uno de los nuevos colchones de hule espuma que empezaban a sustituir a los montecitos de aserrín sobre los que caían saltadores de altura y de garrocha. Los estilos dominantes en el salto de altura de aquel entonces eran el rodado y el ventral, mucho más eficientes que el antiguo salto de tijera, pero que requerían de muchísima técnica. En ellos se abordaba la barra de manera que la cabeza y el torso pasaran por encima al mismo tiempo, y había que caer con los dos pies y una mano en la tierra. A Fosbury, quien apenas saltaba 1.5 metros con el método de tijeras y tenía dificultades para dominar el complejo método del rodado, se le ocurrió que ahora, con los colchones que amortiguaban el golpe, podía saltar de otra manera.

Durante los dos años siguientes fue modificando su técnica, y empezó a ir sobre la barra de espaldas, con la cabeza primero, curvando su cuerpo y haciendo una patada hacia arriba con las piernas al final del salto. Eso implicaba también caer de espaldas, por lo que los entrenadores le aconsejaron que no lo hiciera… hasta que vieron que mejoraba rápidamente sus marcas.

En la universidad, donde estudió ingeniería, Fosbury mejoró su técnica: ajustó el tipo de recorrido para hacer una parábola a la hora de saltar. Esto significaba, por un lado, que tenía que iniciar el salto más lejos de la barra, pero también que podía hacerlo a más velocidad. Sus resultados fueron suficientes para ganar un campeonato universitario y, más tarde, pasar a formar parte, por la mínima, del equipo olímpico de Estados Unidos que iría a los juegos de México 1968.

En la olimpiada mexicana, Fosbury sorprendió al mundo con el estilo de salto que llevaría su nombre -y que sólo era conocido en el cogollo del atletismo estadunidense-, y lo que era en apariencia una curiosidad novedosa, resultó en el ingrediente clave de una de las competencias más excitantes y divertidas de aquellos juegos inolvidables. Al final, el joven estudiante de ingeniería se llevó la medalla de oro, con un salto de 2.24 metros, rompiendo el récord olímpico.

Ese 2.24 sería lo máximo que saltaría Dick Fosbury en su carrera atlética. Pero, recordemos, su talento de excepción era más mental que físico. Para los siguientes Juegos, en Munich 1972, el 70% de los saltadores utilizaba la técnica que él inventó. Para la siguiente década, y desde entonces a la fecha, ha sido el estilo absolutamente dominante, por la sencilla razón de que es el más eficiente.

Fosbury revolucionó su disciplina. Hizo que el salto alcanzara nuevas alturas. Demostró la importancia de pensar fuera de los parámetros establecidos y de llevar ese pensamiento a la práctica. Eso lo convirtió en una de las leyendas olímpicas.


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