jueves, agosto 29, 2019

AMLO y su estilo personal de gobernar

A continuación, cuatro artículos que bordan sobre la economía y el estilo personal de gobernar, en los primeros meses de gobierno de Andrés Manuel López Obrador

La 4T y el estancamiento estabilizador




El presidente López Obrador subrayó, en su informe a un año de su elección, que la economía mexicana crece y es menos injusta. Agregó que hay más desarrollo y bienestar. Sin embargo, en el mismo discurso, admitió que se requiere que haya más crecimiento económico. De hecho, esa materia será uno de los compromisos que no habrá podido cumplir en su primer año de gobierno. Veamos por qué.

Empecemos por las cosas que todo mundo suele considerar como positivas y que, por supuesto, fueron parte del discurso de AMLO. En primer lugar, la inflación es la más baja desde los tiempos del desarrollo estabilizador, que muy pocos mexicanos vivos conocieron. Esto da certidumbre a los ingresos.

El crecimiento de la deuda pública también ha sido muy bajo. Una parte de ello se debe a la prudencia del gobierno; otra, a que, con el comportamiento de las calificadoras, emitir bonos de deuda resulta más caro que antes.

El tipo de cambio respecto al dólar se ha apreciado desde el día de la elección. Esto es algo que pasa normalmente, a menos de que haya un grave error macroeconómico, como en 1994. De hecho, la apreciación cambiaria es menor a la de los tres sexenios más recientes. Sin embargo, tratándose de López Obrador es un logro no menor, porque diversos analistas habían pronosticado que el peso se derrumbaría ante la falta de confianza de los inversionistas hacia AMLO. Tal derrumbe no ocurrió, y ni siquiera hubo un deslizamiento fuerte del peso durante la crisis de la amenaza de los aranceles, causada por Trump.

El crecimiento, de 1.3%, es el más bajo en el primer semestre del sexenio desde el desastre del “error de diciembre”. En otras palabras, la economía creció más con Fox, Calderón y Peña Nieto. Habría que buscar las razones.

En el periodo enero-mayo de 2019 el balance público presentó un superávit de $32,400 millones; se esperaba déficit de $79,100 millones. El superávit primario es de $217,900 millones; 53.3 % superior al previsto.

¡Cuidan el dinero!, piensa uno. Sí, por supuesto. Pero veamos cómo lo hacen, porque aquí los cómos pueden resultar más importantes que el hecho mismo.

Según datos de Hacienda, en los primeros 5 meses de 2019 los ingresos presupuestarios del Gobierno Federal aumentaron 2.4 % en términos reales respecto al mismo periodo del año anterior y el gasto neto fue inferior al programado en $140,700 millones,

El aumento en los ingresos fue porque la recaudación tributaria creció 4.7%, mientras que los ingresos petroleros cayeron 17.5%, producto de la disminución de las ventas, una caída marginal del precio promedio del petróleo y una baja en la producción del 10.4%.

A mayo de 2019, el gasto neto pagado fue $140,700 millones inferior al previsto en el presupuesto, lo que obedece principalmente a un menor gasto en la Administración Pública Centralizada y el IMSS, el ISSSTE y Pemex.

La inversión física fue menor 16.4 por ciento real. Los subsidios, transferencias y aportaciones, distintas de servicios personales, fueron inferiores en 14.7 % real. El gasto de operación disminuyó 5.2 % real; los servicios personales disminuyeron 3.6 %.

A cambio, pensiones y jubilaciones se incrementaron 5.1 % real, las participaciones a las entidades federativas aumentaron 5.5 % en términos reales y el costo de la deuda aumentó 6.6 %, por mayor pago de intereses y más recursos para programas de apoyo a ahorradores y deudores.

En conclusión, el gobierno está gastando e invirtiendo menos que nunca, y por eso no hay ni inflación ni deuda. La norma son los recortes al gasto, a la nómina, a la inversión. Los contribuyentes aportan más, pero Pemex lo hace menos, por su crisis productiva. El superávit fiscal resultante le cuesta al país en términos de desempleo y de menor crecimiento.

Salvo en la Secretaría de Energía, por los apoyos a Pemex y el proyecto de Dos Bocas, y en la del Trabajo y Previsión Social, por el programa de “Jóvenes Construyendo el Futuro”, en todas las demás dependencias hay una caída drástica en el gasto. Particularmente graves resultan las caídas en la inversión de infraestructura y los apoyos en Economía.

Todo se conjuga para que el país continúe por la ruta del estancamiento estabilizador. Es posible –las futuras mediciones del Coneval podrán verificarlo- que los nuevos apoyos sociales reduzcan efectivamente la desigualdad, al menos en ingresos monetarios (igual puede que cambien los destinatarios, pero no el efecto final). Pero es seguro que, si no hay mayores tasas crecimiento económico, las presiones fiscales y presupuestales continuarán, y la austeridad será, de verdad, pobreza franciscana.

La población en general tiene esperanzas de que la situación económica va a mejorar en el futuro próximo. Eso se ve en los indicadores de confianza del consumidor. Pero si no hay inversión suficiente, pública y privada, la mejoría será sólo de labios para afuera. Y la infraestructura que necesita una economía como la mexicana no es la que se hace a mano, y el impulso a la demanda que se requiere no es el que se logra con empleos pagados al mínimo.  Por lo mismo, es urgente reactivar gasto e inversión.

Noten, por favor, las magnitudes de los datos de Hacienda. Hablan de cientos de miles de millones de pesos. Luego nos andamos emocionando por ahorros de $20 millones o indignando por gastos de $1,500 millones.


Pemex y la rejega realidad


La agenda de la economía mexicana ha estado marcada en estos días por tres asuntos torales (lo de la discusión sobre si hay recesión o no es verdaderamente bizantino). Una es la definición de desarrollo de parte del presidente López Obrador. Otra, su proyecto de “sembrar petróleo”. La tercera, la entrevista que dio el exsecretario de Hacienda, Carlos Urzúa, a la revista Proceso, en la que revela algunos de sus diferendos con el Presidente.  Todas son de interés.

López Obrador hizo una importante reflexión cuando, en medio del debate sobre el nulo crecimiento de la economía, señaló que, aunque no haya crecimiento, si hay distribución del ingreso hay más desarrollo.
Es algo que da para analizar. Por décadas, la medición del desarrollo ha estado en función del Producto Interno Bruto y sus tasas de crecimiento. Se ha creado un verdadero fetichismo en torno al tamaño del PIB, cuando son más importantes, socialmente, otros medidores del bienestar. Es correcto abandonar la idea de crecer por crecer. Hay que pensar más bien en cómo hacerlo.

Pero hay otros asegunes. Una cosa es decir que desarrollo y crecimiento económico no son lo mismo, y otra –muy distinta– asegurar que puede haber desarrollo sin crecimiento. Eso podría valer para el cortísimo plazo, pero en el mediano plazo una economía estancada es incapaz de generar bienestar para las mayorías. Esto último se podrá constatar, o no, en la próxima encuesta nacional del Coneval (si es que ese centro tiene los suficientes recursos para levantarla el año próximo).

Por eso, más que pensar en si hay o no recesión este trimestre, con un puntito porcentual más a la izquierda o a la derecha, habría que preguntarse si se están sentando las condiciones para un crecimiento económico de nuevo tipo en el mediano plazo. Si habrá espacio para más inversión y empleo bien remunerado, y si el gasto social tendrá más o menos impacto en las condiciones de vida de la población.

Esto nos lleva al segundo tema, la idea central que permea el discurso económico de López Obrador: el rescate de Pemex para utilizarlo posteriormente como ariete del crecimiento y como fuente para apoyos sociales.

AMLO dijo que en éste y en los próximos dos años, la carga fiscal de la empresa petrolera será menor y se le potenciará con recursos surgidos de los ahorros en muchas otras áreas. En los siguientes tres de su sexenio, una Pemex saneada podrá ayudar a apoyar programas sociales, y puso como ejemplo al campo.

Se trata de una apuesta riesgosa que, si falla, le generará muchos problemas al proyecto de López Obrador. Parece suponer que México puede convertirse, en un plazo relativamente corto, de nuevo en una nación petrolera. Y que Pemex puede volver a fungir como reserva para el gasto social. Ambas premisas son ilusorias, particularmente la primera.

México es el décimo productor de petróleo en el mundo y ocupa el lugar 13 en cuando a reservas probadas. Hace 40 años ocupaba el tercer lugar en ambos rubros. Actualmente el petróleo representa aproximadamente el 6 por ciento del PIB y el 5 por ciento de las exportaciones nacionales. Ya no estamos en 1981, cuando esas cifras rondaban el 28 por ciento.

En otras palabras, una mejor gestión de Pemex puede traer un alivio para las finanzas públicas, pero en una economía diversificada, no tiene con qué convertirse en motor del desarrollo. La paradoja es que, en esa ilusión, se le están cortando recursos hoy a muchos otros rubros; algunos de ellos –como la ciencia y la tecnología- podrían a la larga ser más provechosos en términos económicos para el país.

En ese sentido, es mucho más sensata la idea del secretario de Agricultura, Víctor Villalobos, de poner recursos para proyectos científicos que mejoren la productividad del campo mexicano, pensando en los productores campesinos, más que en las empresas agroalimentarias.

Si la idea, llevada al extremo, es utilizar a Pemex en el futuro como Hugo Chávez utilizó con éxito a PDVSA a principios de siglo, es decir como fuente supuestamente inagotable de recursos para las transferencias directas a la población, tenemos dos problemas.

El primero es de magnitudes. Si bien Pemex es más grande que PDVSA, México tiene cuatro veces más población que Venezuela; además, el precio del petróleo está lejos de los 100 dólares por barril que permitieron la ilusión chavista. El segundo es de imprevisión, porque el modelo venezolano se vino abajo precisamente porque no se sentaron las bases para una economía diversificada.

No mirar las evidencias suele ser fatal. Por eso pasamos a las declaraciones de Urzúa. El hombre tiene claro que López Obrador es un político muy hábil y con motivaciones de justicia social. Pero también dibuja a un hombre que no escucha razones cuando se empeña en un proyecto, aun si hay errores evidentes, y atribuye toda crítica al fantasma del neoliberalismo. Por eso la cancelación del NAIM, la insistencia en Dos Bocas, la resistencia a una reforma fiscal, los recortes presupuestales al aventón… la lista es larga.

¿Qué podemos sacar de conclusión? Que seguiremos en austeridad republicana por un rato, que se intentará usar a Pemex como palanca del desarrollo y que tal vez sea la rejega realidad, pero no los comentarios críticos bien intencionados, lo que haga que el Presidente cambie de ruta.


Banxico, ¿razonables o bocones?


La semana pasada, la Junta de Gobierno del Banco de México decidió rebajar un cuarto de punto la tasa de interés de referencia. Es la primera vez que lo hace en cinco años. Es algo que parece meramente técnico, pero detrás de ello hay muchos elementos económicos y también políticos. Y la reacción del presidente López Obrador al documento de Banxico genera a su vez reflexiones y expectativas.

En México, a diferencia de otros países, la tarea básica que tiene encomendada el banco central es exclusivamente la de contribuir, a través de la política monetaria, al mantenimiento de una baja tasa de inflación. La Fed estadunidense, por ejemplo, tiene una misión doble: promover el crecimiento al tiempo que se tiene bajo control la inflación.

Esa misión estrictamente antiinflacionaria del Banco de México deriva de dos cosas: el temor a que el banco atice la inflación apostando al crecimiento y la hegemonía del pensamiento económico ortodoxo a la hora de redactar la ley orgánica. Luego de años en los que la economía mexicana se sobrecalentaba de manera reiterada, se hizo que el banco tuviera la instrucción de soplarle hasta al jocoque.

¿Qué significa esto? Que, para evitar una multiplicación excesiva del dinero, el banco lleva a cabo una política de altas tasas de interés que, al tiempo que trabajan contra la inflación, inhiben el crédito y, con él, la inversión y la creación de empleos. Se le llama política “astringente”, porque seca la economía. Hace que haya poca liquidez.

Simultáneamente, altas tasas de interés en moneda nacional suelen atraer al capital financiero del extranjero, a partir del diferencial con los intereses en otros países –señaladamente, Estados Unidos– y de las expectativas del tipo de cambio. Si no se teme devaluación, los altos intereses atraen este tipo de inversiones.

Durante todo lo que va del siglo, México ha vivido con altas tasas de interés y baja inflación. Al mismo tiempo, la economía ha crecido de manera insuficiente respecto a las necesidades del país. Y hay un rubro en particular, la inversión, que se ha estancado. Ha crecido poco en el sector privado y ha tendido a bajar en el público. Es el estancamiento estabilizador al que hemos hechos referencia muchas veces.

Es claro que la política astringente de Banxico ha tenido qué ver en esto. En lo bueno (baja inflación) y en lo malo (bajo crecimiento).

En contra de lo que cree la mayor parte de la gente, una economía sana no es aquella que tiene una inflación de cero, sino la que tiene una inflación “reptante”: los precios crecen, sí, pero a una tasa baja, menor al 5 por ciento anual. Eso permite, por un lado, que la economía tenga cierto dinamismo y, por el otro, que los precios relativos de los bienes y servicios se acomoden paulatinamente, de acuerdo con la evolución de la productividad en cada sector.

Una economía en la que los precios bajan es, normalmente, una en la que cada vez hay menos consumo y menos producción. No es el ideal.

Ahora bien, el Banco de México decidió bajar las tasas de interés por dos razones. La primera, y más importante, es que la junta considera que la economía del país está tan estancada que una inyección de créditos no va a propiciar una inflación por encima de la meta del 3 por ciento. La segunda, que a nivel internacional las cosas no pintan muy diferentes, por lo que otros bancos centrales han hecho lo propio: el diferencial de tasas de interés sigue siendo favorable a México.

En el documento donde explica sus razones, Banxico recuerda que no basta con la política monetaria para pasar a un ciclo expansivo de la economía. El crédito será más barato, pero si no hay certidumbre sobre el futuro de la economía y la rentabilidad de las inversiones, nadie pedirá prestado. Es necesario pasar a la certidumbre para que haya inversión privada. Y es imprescindible que la inversión pública ayude a detonarla.

Desde hace años, la inversión en México ha ido a la zaga. En parte por la falta de liquidez, en parte por la corrupción y mucho porque no ha habido la inversión pública necesaria. Eso se agudizó a partir de la elección de Trump y los nubarrones que cayeron sobre el TLC. Más tarde, decisiones de AMLO en los sectores aeroportuario y de energía han retrasado las decisiones de inversión.

En estos momentos, el poco dinamismo de la economía ha corrido a partir, fundamentalmente, del consumo privado, ligado a los aumentos salariales y a expectativas que ya no son tan optimistas como al principio del sexenio. Al tiempo, asuntos como la incertidumbre sobre el estado de derecho y de las instituciones, o la persistencia de la violencia atentan contra la inversión.

Cuando el Banco de México explicó esto, con palabras sencillas (digo, para ser economistas), al Presidente no le gustó. Prácticamente les dijo bocones y metiches a los de la Junta de Gobierno. Ellos simplemente subrayaban que la baja en las tasas no iba a ser la panacea, que se requería otro tipo de acciones de parte del gobierno federal.

Ahora que se discutirá el presupuesto 2020, debería quedarnos claro que, sin un mayor impulso al gasto y, sobre todo, a la inversión pública, la baja en las tasas de interés servirá para reactivar la economía tanto como la carabina de Ambrosio. Y si continúa el torpedeo a las instituciones autónomas (del cual también es parte el reproche presidencial al banco central), así como los cambios de señales en los contratos del sector público, no habrá manera de esquivar la recesión.

Y una recesión daría al traste con toda la política social instrumentada por el gobierno. Económica, pero también políticamente. López Obrador debería saberlo.


AMLO y su estilo personal de gobernar


Está por venir el I Informe del presidente Andrés Manuel López Obrador. Eso implica un primer corte de caja para analizar fortalezas y debilidades de su mandato.

No siempre el primer año determina el devenir de un sexenio de gobierno. El primer año de Luis Echeverría fue de “atonía económica”, y luego hubo altas tasas de crecimiento. El primero de López Portillo fue también de vacas flacas; las que siguieron fueron gordísimas, pero con un tremendo desorden fiscal y altos niveles de corrupción. El primer año de Ernesto Zedillo fue un desastre, luego del “error de diciembre”, pero la economía salió a flote en los años siguientes. Tras el primer año de Calderón, pocos se imaginaban los costos humanos de la estrategia de combate al narcotráfico. El primer año de Peña Nieto transcurrió sobre rieles, con el Pacto por México en funciones y una popularidad presidencial aceptable: nada qué ver con lo que sucedió después, cuando se acabó el guión y se multiplicaron los escándalos.

Lo que sí puede verse en el primer año es el estilo personal de gobernar. Se ve si un presidente es represor, si es frívolo, si es carismático o gris, si es capaz de cambiar puntos de vista sobre la marcha, si puede improvisar, si es acartonado, si está obsesionado con el poder, etcétera.

AMLO sigue contando con el apoyo de una sólida mayoría de mexicanos. Suelen ver las cosas positivas de su estilo personal de gobernar, empezando porque no es como los políticos alejados del pueblo y protegidos por nubes de escoltas del pasado reciente. Pero hay otras cosas en ese estilo que vale la pena ver con ojo crítico.

Es con esos asegunes que podemos dar un vistazo a los primeros meses de gobierno de López Obrador. Muchas cosas pueden cambiar, respecto al primero, en los próximos años de gobierno. Lo que difícilmente se modificará será el estilo.

¿Cuáles son las principales características de este gobierno? En primer lugar, que López Obrador está empeñado en cumplir sus promesas de campaña, aun cuando sean contradictorias entre sí o cuando generen problemas que no estaban en el guión original.

Así, tomó la decisión, costosa para el erario y para la relación con los inversionistas, de cancelar el NAIM. De igual forma, está convencido en la necesidad de sacar adelante la refinería de Dos Bocas y el Tren Maya, de convertir a Pemex en palanca del desarrollo y de aumentar los apoyos sociales directos sin subir impuestos. Como prometido, derogó la reforma educativa de Peña Nieto. Igualmente, cumplió en su propósito de no enfrentarse con Trump. De inmediato convirtió Los Pinos en museo, puso en venta el avión presidencial (que nadie ha querido comprar), dio conferencias mañaneras casi todos los días y se ha dejado ver en puestos de comida y restaurantes típicos a lo largo y ancho del país.

Algunas cosas las tuvo que disfrazar. No sacó al Ejército de las calles; convirtió a una parte de las fuerzas armadas en Guardia Nacional. E invoca la Guardia para todo. Igual va contra el huachicol que, ahora, contra los feminicidios. No por ello ha disminuido la violencia; los datos y la percepción social indican que ha aumentado. El Presidente ha insistido en una parte sustancial de su estilo personal: la idea de que sus llamados paternales a que la gente “se porte bien” pueden tener algún efecto. No es así, y la mejora en seguridad es el más grande pendiente que tiene su gobierno.

El propósito de mantener equilibrio fiscal, sin nuevos impuestos, al tiempo que se destinan grandes cantidades a los programas sociales prioritarios de AMLO, resultó en una gran cantidad de recortes, hechos sin una verdadera ingeniería presupuestal. Hay graves afectaciones en materia de protección al medio ambiente, en ciencia, cultura y, notablemente, en salud. Ha privado la lógica de los cortes de tajo allí donde se sospecha que puede haber corrupción, del “primero recortas y después viriguas”. Y todo ello ha redundado en una menor eficiencia del quehacer público: por una parte, subejercicios en el gasto; por otra, una serie de injusticias personales. El resultado general: menor eficiencia.

Subrayo que el concepto de que primero hay que limpiar, tirando a menudo al niño con el agua sucia de la bañera, para después reconstruir, está en el centro de la concepción que tiene López Obrador de su gobierno. Lo suyo no es andarse con filigranas ni utilizar el bisturí, para hacer una limpia quirúrgica, sino cercenar para después rehacer.

Esta combinación de elementos es la que explica que, en contra de las expectativas, la economía mexicana no haya crecido en estos meses. Decisiones de inversión se han quedado atoradas por las razones más diversas: por desconfianza en espera de nuevas reglas de juego, por subejercicio público, por dificultades burocráticas con funcionarios improvisados, etcétera. La pregunta que todavía no puede contestarse es si eso se irá arreglando en los años siguientes.

Otro elemento que define el estilo de este gobierno es la centralización. La de los gastos, en la Secretaría de Hacienda; la de las decisiones políticas, en el Presidente de la República. Esta centralización, necesariamente, hace que los procesos sean más lentos. El gobierno cada vez funciona menos como red y más como pirámide, como en los viejos tiempos.

La centralización viene de la mano con el ataque o, cuando menos, con el ninguneo a todas las instituciones ajenas al Estado. Es lo que José Sarukhán ha llamado la “autonomofobia”. No importa su origen o su misión, las instituciones autónomas, desde el Consejo Regulador de Energía hasta la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, son vistos con suspicacia. Porque no hay relación piramidal con el gobierno, porque pueden tomar decisiones políticas independientes. No se toma en cuenta su papel en la densificación de la democracia mexicana, ni cómo ayudan a procesar la pluralidad en el país.

El Presidente tiende a cerrarse ante las críticas. A menudo ve intenciones malévolas en ellas, aunque sean de buena fe. Y a cada rato se inventa “otros datos”. Pero ha habido ocasiones en las que ha tenido que rendirse ante la realidad, y rectificar. Quien se echa a cuestas la tarea de convencer a López Obrador de que está equivocado, se echa a cuestas una tarea titánica. Pero no imposible. 

lunes, agosto 19, 2019

¿Quién se cuelga las medallas?



La buena participación de la delegación mexicana en los Juegos Panamericanos de Lima 2019 ha sido motivo de orgullo nacional. Es un espejo en el que es agradable vernos. Por lo mismo, se generó la tentación perversa de parte de los políticos de colgarse las medallas. Ya Ana Guevara le entregó una simbólica a López Obrador. No es algo nuevo, pero que se repita el ceremonial de que todo se debe al Señor Presidente no deja de ser signo de gatopardismo: todo cambia para que nada cambie.

Es evidente que el buen resultado no es obra de esta administración. Un grupo competitivo de deportistas de alto rendimiento no se forma en seis meses. Tampoco en seis años. Normalmente son resultado de casi toda una vida de esfuerzos, que tuvieron que ser sustentados por un sistema y una estructura deportiva que suele tardar años en formarse, además de apoyo familiar, la alimentación adecuada desde la infancia, etcétera.

El presidente López Obrador tiene clara la importancia de esa estructura deportiva cuando piensa en las escuelas de su deporte favorito (y mío también): el beisbol. No parece tenerla clara cuando, luego de escamotear apoyos a deportistas de otras disciplinas, cree o quiere hacer creer que con unas cuantas becas se soluciona todo. El asunto es más de fondo. Y, a final de cuentas, es político.

La titular de la CONADE hizo un pronóstico equivocado de las expectativas de la delegación mexicana en Lima. No es la primera vez que sucede, pero sí es la primera en la que el fallo es garrafal. México ganó casi el doble de los oros pronosticados.

El error de cálculo no es un asunto menor. En el deporte de alto rendimiento, si no las medallas, al menos los verdaderos aspirantes a ellas pueden ser pronosticados con anterioridad. Es cuestión de ver marcas, registros y resultados de competiciones anteriores. Tiene poquita ciencia.

En el caso de los Panamericanos, bastaba ver que en Toronto, con un país sede que es potencia regional, México obtuvo 22 oros, que en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Barranquilla, el año pasado, nuestra delegación había superado a la cubana y que en la edición de Lima se incluía la pelota vasca, donde México es el más fuerte, como para pensar en 30 medallas doradas. Es factible que, yéndose a los datos duros de cada atleta, las autoridades hubieran podido hacer un pronóstico acertado.

Aquí hay dos opciones. O ese pronóstico se hizo, se mantuvo en secreto y se bajó artificialmente la meta para dar la impresión de que se sobrecumplió en grande, o –más probable– la cifra modesta de 19 medallas se dio a ojo de cubero novato. O hay manipulación o hay improvisación.

Nadie gana “echándole ganas” si no tiene el nivel competitivo, por más atractivo que sea el premio al ganador. Y un deportista bien preparado por años no va a perder porque le hayan reducido los apoyos por unos meses. En ese sentido, importa no solamente aumentar los apoyos a los deportistas que ya han demostrado capacidad, sino sobre todo, mejorar las condiciones para que haya más atletas capaces de representar dignamente a México en las diferentes competencias.

Si a mí me preguntan cuándo fue que el deporte olímpico mexicano le dio la vuelta a la tendencia que lo tenía relegado a lugares impropios del tamaño y los recursos humanos y financieros del país, ubicaré dos momentos: la creación de la Olimpiada Nacional Juvenil –donde se detectó, por cierto, a la joven Ana Guevara–, que implica una serie de acciones de promoción deportiva a lo largo del país, y el fin paulatino del cacicazgo de Mario Vázquez Raña al frente del Comité Olímpico Mexicano.

Se trató de dos procesos. En uno, fueron desatándose las capacidades deportivas de los jóvenes, se fue descentralizando regionalmente el desarrollo del deporte, se generó una infraestructura deportiva básica en varias zonas del país y se detectaron potenciales competidores de alto rendimiento. En el otro, se dio un proceso en el que algunas federaciones deportivas (no todas) se fueron renovando y desanquilosando.

Si alguno de estos procesos se revierte, las cosas en el deporte mexicano irán para atrás, y lo vivido en Lima será una excepción, cuando debe ser la regla. Particularmente importante es el primer proceso, que implica inversión constante en el deporte y la educación física, y que está en riesgo por políticas de austeridad suicida. El segundo es poco probable: Vázquez Raña no va a revivir, pero hay que estar atentos ante las intentonas de cacicazgos deportivos.

El presupuesto de la CONADE ha ido a la baja constante desde 2012, baja que se acentuó absurdamente este año. Es algo que se tiene que revertir. Lo mismo para sus equivalentes locales. Y es algo que no puede depender de los resultados de los mexicanos en las competencias internacionales. Se trata de generar cultura deportiva, de suscitar ejemplos para los jóvenes y de producir una mejor imagen de nosotros mismos.

La lógica del priismo viejito de nada más premiar medallas (la casa de interés social, el taxi, eran cosas que se daban hace medio siglo) es la de un desprecio de fondo al deporte de alto rendimiento; es obviar que necesita espacios, entrenadores, médicos, fisioterapeutas, psicólogos, metodólogos y un enorme etcétera y es también olvidar que todos, antes de la medalla, alguna vez no llegaron al podio. Se requieren inversiones de largo aliento.

Digo lo último porque no vaya a ser que, luego de Tokio 2020, donde el nivel competitivo es otro, al gobierno se le quite la emoción porque no hubo tantas medallas y se decida por la pobreza franciscana en materia deportiva.

miércoles, agosto 14, 2019

México en los Panamericanos Lima 2019; balance deportivo


Terminados los Juegos Panamericanos de Lima, es útil dejar la euforia de lado y hacer un análisis que nos diga por dónde va el deporte mexicano, dentro del continente. Para ello son útiles los comparativos por deporte. Y también un poquito de mesura.

El hecho principal es que México logró en Lima 2019 más medallas de oro (37) que en cualquier otra edición fuera de casa de los Panamericanos, que obtuvo un total de 136 medallas, que son su récord histórico (tres más que en Guadalajara 2011) y que terminó en tercer lugar del medallero, algo que no sucedía desde la segunda edición de los Juegos, en el lejano 1955, superando a Canadá y a Cuba. Además, las medallas se repartieron en más de 30 deportes, no en unos cuantos.

En términos de la evolución general de los países en el medallero, hay que destacar –además del hecho de que en Lima se entregaron más medallas que en Toronto- que el crecimiento mexicano, brasileño y argentino se explica casi en su totalidad por el descenso de Canadá, que ya no fue sede. Lo notable es que ni Cuba ni Colombia resultaron beneficiados, y mucho menos Venezuela, cuya crisis social ha calado ya hondo en el deporte.

En entregas anteriores, habíamos destacado el poco avance de México en los deportes más relevantes del programa olímpico. Ahora ya no es así. En todos ellos hay mejoras, aunque en grados diferentes y desde puntos de partida distintos.

En atletismo, la mejoría en el medallero puede parece marginal (3 platas y un bronce más que en Toronto), pero es algo más que eso. De entrada, la participación en más finales. Luego, la aparición por fin de una velocista con potencialidades, Paola Morán. Más adelante, una mejora en el semifondo, con todo y que Jesús Tonatiu López se lesionó en una semifinal, un desempeño que empieza a ser aceptable en las pruebas de campo y una actuación correcta en las pruebas de fondo. Hay todavía muchos huecos, pero varios de los que había se van llenando. Fue particularmente alentador ver el trabajo de equipo en la final de 5 mil metros para mujeres.

En la natación, el repunte se veía venir desde los JCC de Barranquilla, y fue más evidente en la rama masculina. La cosecha de 6 bronces puede parecer pobre, pero es superior a las 4 del mismo metal que se obtuvieron en Guadalajara y al cero absoluto de Toronto. Más relevante es la aparición en casi todas las finales, y que algunos de los metales hayan sido en relevos. Destacó, como en Barranquilla, el fondista Ricardo Vargas. Pero es evidente que la natación mexicana sigue lejos del nivel olímpico.

El ciclismo es, tal vez, donde la mejoría mexicana es más notable. De tres medallas en Toronto (y ningún oro), pasamos a 10, con tres áureas, dos de ellas en las pruebas de montaña, que México dominó. En el velódromo, fueron más los logros de las mujeres, con el oro de la pareja Luz Daniela Gaxiola - Jessica Salazar, que había sido ya cuarta en el pasado Mundial de ciclismo, pero también en otras pruebas. El único hombre destacado fue Ignacio Prado quien, al igual que Lizbeth Salazar, logró entrar al podio tanto en el Omnium de pista como en la prueba de ruta. Prado repitió lo obtenido en Toronto.

En gimnasia artística, el equipo femenino pudo haber hecho algo, pero se lesionaron sus dos mejores exponentes. El masculino estuvo mejor, con Daniel Corral de nuevo a nivel competitivo, pero sobre todo con las sorpresivas victorias de De Luna y Núñez en anillos y barras paralelas, respectivamente. En la gimnasia rítmica, fue muy buena la actuación de equipo, al que tal vez le alcance para llegar a Tokio (pero no a ser competitivo ante las europeas), y en la de Trampolín, la medallista mundial Dafne Navarro quedó un poquito a deber. Lo importante es que hay material.

Pasemos ahora a los deportes olímpicos en los que México ha destacado recientemente. Allí las cosas no se ven tan color de rosa.

En clavados, las divisiones internas (el equipo de Iván Bautista contra el de Ma Jin), fuertemente aderezadas de política y personalismo, cobraron factura. No pareció tan grande, porque México sigue siendo potencia regional y estuvo en todos los podios. Pero con dos pruebas más en el programa, México obtuvo un oro menos, y eso a pesar de una actuación por encima de la media en el Mundial inmediato. De nuevo, hay una notable división por sexos en los resultados. Mientras los hombres cumplieron, y se llevaron 4 de 5 oros posibles, y una de las dos plazas olímpicas disponibles, las mujeres no tuvieron un solo oro, y Paola Espinosa estuvo muy por debajo de lo que se le conoce. En esta disciplina, si no se resuelve la guerra intestina, que incluso amenaza con recrudecerse, podemos dar un salto hacia atrás.

En taekwondo, los números pueden ser engañosos. Dos oros más que en Toronto, pero en la disciplina de formas, no en combate, que es el olímpico. En éste, apenas apareció una figura, Daniela Souza, aparte de los que habían ganado medalla en el Mundial pasado (en el que nos fue bien). Al momento, no hay ninguna plaza olímpica asegurada, aunque sería lógico que México se llevara dos por sexo en las eliminatorias regionales.

En tiro con arco, hay una baja marginal pero también diferencias notorias. La única arquera que se vio en muy alto nivel fue Alejandra Valencia, que también cargó al equipo femenino de recurvo. Por el lado masculino, falta una figura de base y va claramente a la baja. En compuesto, la jovencita Andrea Maya Becerra se llevó merecida plata.

En los otros deportes olímpicos, la actuación mexicana fue sumamente dispareja, y algunos triunfos esconden retrocesos evidentes.

Empecemos por donde vamos para atrás, que es en deportes de combate. En lucha, donde parecíamos repuntar, nos estancamos respecto a Toronto, con sólo una plata y dos bronces. En judo, quedamos dos bronces debajo de la justa anterior (las únicas dos medallas obtenidas fueron merecidísimas). En karate, dicen los que saben que nos robaron en la disciplina de kata por equipos, pero en las olímpicas, sobre todo en el kumite, la actuación fue tan mediocre como en Toronto (un bronce menos, ahora).

Y ya para llorar, dos disciplinas. Una es esgrima, donde el péndulo se volvió en contra de México y de una federación que se durmió en unos laureles pequeñitos. De cuatro medallas en Toronto pasamos a un solo bronce en Lima. La otra es boxeo, una federación anquilosada, el eterno profe Bonilla en el banquillo, y una derrota tras otra. Si en mujeres apenas nos alcanzó para dos bronces, en hombres fue un desastre total: apenas tres púgiles calificaron a los Juegos y la única medalla fue obtenida por un bye. De grima.

En los restantes deportes olímpicos, la situación es más halagüeña.

En pentatlón moderno, donde obtuvimos en Río medalla olímpica, Mariana Arceo ganó contundentemente, y logró plaza para México; el otro oro fue en relevos varonil. En triatlón, Crisanto Grajales repitió como campeón, y México se llevó dos bronces más. En ecuestres, nuestros fifís obtuvieron plata en salto por equipos y plaza olímpica (cosa que no sucedió en Toronto). 

En canotaje, México le dio la vuelta a la tendencia bajista que llevaba desde los éxitos de Cristóbal Quirino en 2007, y ahora se llevó 9 medallas, incluido un oro de Beatriz Briones. En remo, donde pasamos de uno a dos oros y de 2 a 5 medallas, deberían estar claras las plazas olímpicas: la de mujeres para Kenia Lechuga y la de hombres para la pareja de remos cortos peso ligero (y Alan Armenta, bajita la mano, es tricampeón panamericano).

Donde no hubo avance fue en tiro. Ni Zumaya ni Zavala lograron medallas y la figura fue el jovencito Edson Ramírez, tirador de rifle, que se llevó dos medallas (pero ningún oro). No se refrendó la superioridad sobre Cuba de los pasados JCC de Barranquilla. Eso sí, se obtuvieron 4 plazas olímpicas.

Dos deportes que pueden dar alegrías a futuro son muy distintos entre sí. En natación artística (antes nado sincronizado), el equipo mexicano (dos platas en Lima, como en Toronto), seguirá avanzando paulatinamente en el ranking, y lo muy probablemente lo veremos en Tokio. En halterofilia, pasamos de 3  a 5 medallas y esta vez sí hubo oro. Lo notable es que empieza a haber buenos levantadores de pesas en la rama masculina.

En el volibol de playa, no por casualidad, al equipo varonil mexicano le tocó el grupo de la muerte (las tres duplas que pasaron fueron semifinalistas) y eso lo obligó a sacar dos victorias cardíacas ante Brasil y Argentina, antes de caer en la final ante Chile. Es una pareja buena, pero sería ilusorio pensar en ellos para Tokio 2020. La dupla de mujeres, un desastre desde el retiro de Bibiana Candelas.

El surf es nuevo deporte olímpico. Ahí, un sorteo que parecía amañado (como muchos en estos Panamericanos) enfrentó en primera ronda a dos campeones mundiales, y perdió el mexicano Jhonny Corzo. En la rama femenil, México “arañó el bronce”, como dicta el lugar común. Igual lo arañó en golf femenino, en un torneo flojito, y quedó todavía más lejos en tenis, que tenía un programa hecho con las patas, que obligaba a jugar un partido tras otro. Tampoco hubo una medalla siquiera en vela, bádminton o tenis de mesa.

En deportes de conjunto, pocas alegrías. Un bronce en softbol masculino, dejando fuera a Cuba, una semifinal histórica en balonmano masculino, una victoria pírrica sobre Argentina en el basquetbol (no participamos en el básquet 3x3), actuaciones medianitas en waterpolo y hockey sobre pasto, mala en volibol (porque la competencia importante era la simultánea eliminatoria olímpica en Rusia) y las palizas de siempre en el rugby. Mucho que avanzar en ese terreno. ¡Ah! Y el ridículo de siempre del futbol, con un broncito varonil y un Tri femenil que debería preocuparnos, como si la liga hubiera servido para echarlas hacia atrás.

Termino la lista con los deportes no olímpicos. Podría iniciar con el racquetbol, pero lo hago con la disciplina que más dio a la delegación mexicana: pelota vasca, con 5 oros, 1 plata y 3 bronces. Lo hicieron tan bien que, además de llevarse el primer lugar en los estilos que México maneja históricamente, arrebataron una plata a los sudamericanos en trinquete y se llevaron el bronce en “frontón peruano”.

Paola Longoria por sí sola explica la diferencia entre México y Canadá en el medallero. Sumó otros tres oros panamericanos para llegar a 9. En singles, dobles y equipos de racquetbol no hubo quien le hiciera sombra. A México le faltó, para hacer el pleno, la otra medalla de singles femenino y el oro en dobles masculinos (una lesión muy loca pudo haber tenido que ver).

México repitió casi exactamente la actuación en squash de Toronto, con una plata y 4 bronces. En patinaje de velocidad, ya no repitió oro, pero igual tuvo tres medallas. En boliche, pasó a cuatro medallas: 2 platas y 2 bronces, luego de haberse quedado en ceros en la edición anterior. Hubo oro en esquí acuático (3 medallas en total, contra un solitario bronce en Toronto), y plata en fisicoculturismo.

¿Se me olvida algún deporte? ¡Ah sí, el beisbol! En ese no calificamos en el torneo prepanamericano.

En resumen, una actuación destacada, en la que los éxitos en varios deportes no deben tapar los focos ámbar o rojos en muchas otras disciplinas. El problema es que hay que comparar Panamericanos con Panamericanos, y no con competencias de nivel inferior (JCC) o superior (olímpicos), y la euforia puede traducirse en decepción dentro de un año.

¿Qué podemos esperar de Tokio 2020? Algo no muy distinto a lo de ediciones olímpicas anteriores: algunas finales, pero pocas medallas, y en los deportes de siempre. Imagino alguna en atletismo, supongo que clavados y taekwondo seguirán contribuyendo, le veo oportunidad a Alejandra Valencia en tiro con arco. Escasas probabilidades, pero existentes, en ciclismo de pista, pentatlón moderno, triatlón, gimnasia y, estirándole, en tiro.  Todo lo demás sería sorpresa mayúscula.


¿Y en Santiago de Chile 2023? Dependerá de la inteligencia y, sobre todo, los recursos que ponga la nueva administración.

Aquí otros balances:

En la etiqueta olímpicos se ven, entre otras entradas, evaluaciones atleta por atleta de las delegaciones mexicanas en Pekín 2008, Londres 2012 y Río 2016. 

viernes, agosto 02, 2019

Debut de fuego


Mexicanos en GL.  Julio 2019

En julio debutaron dos mexicanos más en Grandes Ligas. Uno es el lanzador mazatleco José Urquidy, quien trabajó como abridor por los Astros de Houston; el otro es el novato más interesante en varios años: Andrés Muñoz, de Los Mochis, un pitcher, que –a diferencia de la mayoría de los lanzadores mexicanos- basa su juego en la velocidad. Lanza tan fuerte como los míticos Bob Feller y Nolan Ryan, a más de 100 millas por hora. Ahora que hay más velocistas e importan tanto los registros de las pistolas de radar, es algo a destacar. Y su debut fue de fuego.

Aquí el balance del contingente nacional en el año, ordenado de acuerdo con el desempeño de cada uno en la temporada (como siempre, incluimos a los paisanos que han jugado con México en el Clásico Mundial) 

Roberto Osuna va de más a menos y perdió un juego, pero aún así, el nativo de Juan José Ríos salvó 6 en el mes de julio.  En la campaña, el cerrador de los estelares Astros  lleva 3 ganados 2 perdidos, uu porcentaje de carreras limpias (las admitidas por cada 9 entradas lanzadas) de 2.62. 24 salvados, 4 rescates desperdiciados y 47 ponches.

Julio Urías estuvo perfecto como relevista de los Dodgers en julio; a finales de mes tuvo una apertura en Colorado, que es el peor lugar para los lanzadores, y no le fue bien. Con la lesión de Ross Stripling, y dada cuenta de que los Dodgers han limitado los innings lanzados por el gran prospecto mexicano, es probable que pase a la rotación. El zurdito de Culiacán tiene marca  de 4 ganados con 2 perdidos, 2.70 de efectividad, tres salvamentos (un desperdicio), dos holds (ventajas sostenidas en situación de rescate) y 62 pasados por los strikes.

Giovanny Gallegos es una de las razones por las que los Cardenales de San Luis regresaron a la punta de su división, con su trabajo como preparador de cierre. Es la mejor temporada de su corta carrera. En el mes estuvo perfecto, y se llevó una victoria. En el año, 3-1, 2.13 de efectividad, 9 holds y  72 ponches en sólo 50 entradas lanzadas.

Alex Verdugo anduvo jonronero en la primera mitad del mes, para luego caer en un slump de bateo –probablemente ligado al regreso de A.J. Pollock, con quien comparte responsabilidad en los jardines-. Siguió luciendo con su brazo excepcional. En el mes, bateó para .260 con 5 jonrones y 7 producidas; en el año: .295, 12 cuadrangulares, 44  impulsadas y 4 robos de base.

Sergio Romo pasó a fin de mes a los contendientes Mellizos de Minnesota, donde disputará con Taylor Rogers el puesto de cerrador. En su último mes con los Marlins, el popular Mechón no permitió carrera, ganó un juego y salvó dos. Mejoró sus números 2-0, 17 salvamentos (un desperdicio), tres holds y un ya decente 3.40 de efectividad.

Oliver Pérez fue su inconsistente sí mismo durante julio. El especialista zurdo de los Indios de Cleveland así como acumuló ventajas sostenidas, se llevó una derrota y tuvo dos desperdicios. Sus números de 2019: 2-2, 13 holds, 3 rescates desperdiciados y  2.89 de efectividad.

Andrés Muñoz tuvo un debut que muchos anhelan. El relevista de los Padres de San Diego mostró su bola de fuego y en 8 entradas lanzadas sólo se le embasaron 5 peloteros, sin recibir carrera. Al mismo tiempo, ponchó a 10 rivales. Tiene un futuro promisorio.

Joakim Soria no estuvo del todo bien en julio, como preparador de cierre de los Atléticos de Oakland, al tener una efectividad de 4.36. Se apuntó 4 holds en el mes y tuvo dos desperdicios. En lo que va de la temporada: 1-4, 13 holds, 4 rescates desperdiciados, 4.65 de limpias y 55 ponchados.

Luis Cessa, trabajando entradas intermedias para los Yanquis de Nueva York, tuvo un mes aceptable en el que ganó un juego. En el año: 1-1, 2 holds, 53 sopas de pichón recetadas y 3.91 de PCL.

José Urquidy es un lanzador por demás interesante, que debutó con los Astros de Houston, como abridor. El derecho de Mazatlán tuvo 3 aperturas, dos de las cuales fueron de calidad (más de 6 entradas, menos de 3 carreras limpias recibidas). Una fue una joya de 7 entradas y sólo 2 hits. En su carrera por la Serie Mundial, los Astros adquirieron al estelar pitcher Zach Greinke el último día del mes. Es el signo de que Urquidy regresará a Ligas Menores, al menos por un rato.

Víctor Arano,  sigue fuera de acción, tras acumular en abril números de 1-0, PCL de 3.86 y 7 ponches. Tras su intervención quirúrgica, el veracruzano no tiene fecha establecida de regreso.

Héctor Velázquez anduvo mal en julio, y perdió un juego de extrainnings; tan mal que los Medias Rojas lo desclasaron, enviándolo a AAA. Su  récord es 1-4, 5.67 de limpias, 44 chocolates y un salvamento tirado.

Gerardo Reyes apenas lanzó tres entradas en julio, antes de que la puerta giratoria entre las Grandes Ligas y AAA volviera a enviarlo a Ligas Menores. Tiene 4-0 en ganados y perdidos, un hold, un rescate echado a perder y 23 ponches, pero PCL de 10.91.

Manny Bañuelos se pasó el mes en la lista de lesionados con problemas en el hombro. El duranguense tiene marca de 3-4, 6.90 de carreras limpias y 42 ponches, con los Medias Blancas.

Luis Urías,  tras brillar en AAA, fue de nuevo ascendido al equipo grande de San Diego. Ha vuelto a demostrar que tiene un fildeo privilegiado y buena disciplina en el plato, pero aún no le da el golpe al pitcheo de Grandes Ligas. En el mes, .118 de porcentaje, con un jonrón y una producida. En el año, 103, su jonrón, su producida y 8 carreras anotadas.

Marco Estrada llevaba 0-2 con 6.85 de limpias y 8 ponches cuando fue enviado a la lista de lesionados por un problema lumbar, del que no ha salido.


Fernando Salas volvió en julio por un solo juego a los Phillies. Lanzó una entrada y dos tercios, y le anotaron una limpia. En el año, 5.40 de limpias, en apenas 3.1 entradas.