jueves, noviembre 17, 2022

La manzana envenenada y la marcha por la democracia

 Dos textos:


La manzana envenenada

Morena y el presidente López Obrador calientan motores para impulsar una reforma electoral que desnaturalizaría la democracia mexicana.

El elemento central de dicha reforma es cambiar de árbitro electoral, y sustituir al INE por un organismo cuyos integrantes sean votados masivamente y con lógica partidista. El veneno viene acompañado de algunos dulcecitos, que podrían ser apetecibles para algún partido ingenuo, algo así como las manzanas inyectadas con droga que regalan algunos perversos en Halloween.

Hay muchas ocasiones en las que el Presidente se mueve en función de los devaneos de la opinión pública. Esta vez no es el caso. El Instituto Nacional Electoral, a pesar de la constante campaña en su contra, tiene un índice de aprobación del 68%, superior al del propio López Obrador. El ataque se da en función de las necesidades de un gobierno que vive una campaña electoral permanente y quiere asegurar, a como dé lugar, la continuidad de su partido tras las elecciones de 2024.

Como lo señaló el Consejo de Europa, la iniciativa de López Obrador pretende cambiar un sistema que sí funciona, y que ha sido resultado de sucesivas reformas democráticas. Y, como dice la Conferencia del Episcopado Mexicano, es claramente regresiva, porque lleva hacia el gobierno federal el control de los comicios, afectando la autonomía de las instituciones y, con ella, su imparcialidad: un viaje de vuelta al sistema de partido casi único.

La pretensión es cambiar algo que sí funciona y sustituirlo por algo que le funciona solamente a una facción.

En realidad, hay pocas probabilidades de que la reforma, tal y como está, pueda pasar por el tamiz legislativo que necesita, porque requiere de una mayoría calificada, y no parece que, en este delicado caso, pueda haber fisuras grandes en el bloque de contención. Pero ya se ha visto que éste tiene eslabones débiles -el tricolor es el más visible- y que, mediante chantajes, no es del todo descabellado que se la pueda hacer avanzar.

Pero, más allá de las pocas probabilidades de que pase la reforma, la ofensiva contra el INE tiene otras dos intenciones. La primera es generar condiciones para que la Comunidad de la Fe obradorista esté pronta a reaccionar en caso de un descalabro electoral. Para ello se ha trabajado arduamente en la negación de la transición democrática, que se dio hace décadas y que ahora resulta que no existe (o sólo existe cuando gana quien Andrés Manuel quiere). Es otra manzana envenenada, dirigida a las mentes y los corazones de los seguidores de AMLO.

Esta negación de la transición se hace patente en el delirante pronunciamiento de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, que retoma el uso faccioso de la autoridad electoral de entonces contra la Federación de Partidos del Pueblo de México, en las elecciones ¡de 1952! y asegura que, a partir de ahí, nada ha cambiado.

Aquí no importa que la Constitución prohíba a la CNDH intervenir en asuntos electorales. Tampoco, que esa Comisión hace rato haya dejado sus tareas y su autonomía para convertirse en un apéndice del Ejecutivo Federal. Lo que importa es reiterar el mito de la transición manca, y que este permee en los sentimientos de los fieles. Sentimientos útiles, por cierto, para alegar fraude en caso de cualquier derrota electoral.

La otra intención es pavimentar el camino para apretar al INE por vías diferentes a las de la reforma constitucional. Si no se logra el objetivo máximo, entonces al menos se crean condiciones para intentar reducir el financiamiento del Instituto, obligarlo a fusionar áreas sustantivas -minando su sólida estructura profesional- y quitarle todos los dientes posibles en materia de vigilancia, sobre todo en lo relativo al financiamiento de partidos y campañas. En otras palabras, para no tumbar al árbitro, pero crear condiciones para un proceso electoral inequitativo, distorsionado por los grandes flujos de dinero no vigilado que correrían en las campañas.

Y además está el asunto de la renovación de cuatro miembros del Consejo General del Instituto, incluida la presidencia del mismo. La norma dice que los consejeros tienen que surgir por consenso entre los partidos representados en el Congreso, pero no debemos descartar la posibilidad de que se intente forzar una composición desequilibrada.

Lo que hay en el gobierno es una aversión al rigor y a la independencia con el que se ha conducido el INE. Por eso, con distintos aliados -incluidos los que se beneficiarían económicamente del fin a las restricciones y candados en las campañas- ha buscado torpedearlo.

Ese afán no se agota en la propuesta de reforma constitucional. Va a continuar, pase lo que pase, durante todo lo que resta del sexenio. Y posiblemente, después de que López Obrador termine su mandato. En otras palabras, nuestra democracia estará en vilo por mucho rato.


Aristas de la marcha por la democracia

Las marchas en defensa del INE y por la democracia tienen muchas aristas. Vale la pena revisar unas cuantas para darnos una idea acerca de su relevancia.

Marchas ciudadanas… con partidos

Sin duda se trató de una masiva movilización ciudadana. La gran mayoría de los asistentes fue ahí movida por una legítima preocupación respecto a las posibilidades de una regresión en materia electoral. Y fueron personalmente, como ciudadanos, animados por las redes sociales y también por la reacción desmedida del presidente López Obrador ante el evento anunciado.

Adicionalmente, el motivo de las marchas, la defensa del INE, significó un paraguas lo suficientemente amplio para que, con una causa en común, marcharan personas de muy distintos puntos de vista ideológicos. Se trató, pues, de una manifestación plural. Los organizadores lo entendieron, al nombrar como orador único de la marcha capitalina a un personaje, José Woldenberg, que representa en primer lugar la posibilidad de alternancias democráticas con un árbitro ciudadano, y que no es miembro de ningún partido.

Esa cualidad ciudadana y plural fue la que permitió que mucha gente asistiera a pesar de saber de antemano que algunos personajes impresentables para la mayoría de los mexicanos también iban a asistir. No fue, afortunadamente, una marcha de los puros.

Eso no significa que los partidos hayan estado ausentes. En particular los tres históricos que conformaron la Alianza por México, PAN, PRI y PRD. Hay algunas cosas evidentes que son difíciles de pensar sin ellos -el templete y la pantalla, para dar el ejemplo más evidente-. Asimismo, asistieron, pero no representando directamente a su partido, conocidos personajes de Movimiento Ciudadano.

Si la manifestación era contra una propuesta específica del presidente López Obrador, nadie se llama a engaño al afirmar que reunió a la oposición social y política a AMLO y su partido. Y sabemos que esa oposición a final de cuentas se expresa en las urnas, a través de los partidos políticos de oposición.

Si vemos la composición social, encontraremos en todos lados una muy amplia participación de las clases medias, que el lopezobradorismo puede empezar a considerar como perdidas. Y encontramos también que fue minoritaria -aunque no irrelevante- la participación de las clases populares.

El peso de los veteranos

En su conferencia mañanera, AMLO se congratuló de que a las manifestaciones en defensa del INE y contra la reforma electoral hayan asistido, según él, “puros veteranos”. Agregó, en su acostumbrada generalización, que no hubo jóvenes.

La verdad es que, en un país como México, siempre los jóvenes hacen mayoría, pero también que, al menos en la marcha capitalina, había una presencia de adultos mayores de 50 años notablemente superior a la que marcaría una distribución normal de los datos demográficos.

López Obrador supone que eso significa que los jóvenes están con él. Es estirar la cuerda. Pero lo cierto es que las personas de más edad son las que tuvieron la dura experiencia de vivir en una falsa democracia, las que saben lo que son elecciones de Estado controladas por el aparato del partido mayoritario y las que, por lo tanto, menos quieren que eso se repita.

Hay que pensar que todo lo que han visto los mexicanos menores de 40 años son elecciones razonablemente libres, organizadas en condiciones de equidad por un árbitro electoral ciudadano, ya sea el INE o el IFE. Sus puntos de comparación son sólo históricos, de lo que leen o les platican. No es lo mismo que quienes vivieron en carne propia los tiempos de partido prácticamente único.

El número sí importa

Habrá quien piense, sobre todo desde posiciones cercanas al oficialismo, que el número de participantes en las manifestaciones pro-INE, y en especial la de la Ciudad de México, a final de cuentas no importa, porque a final de cuentas no son “pueblo”. Y hay también quien entra a la guerra de cifras queriendo minimizar un hecho contundente: fueron cientos de miles de personas que se manifestaron en las 32 entidades del país.

Que el propio presidente López Obrador haya entrado al juego de la guerra de cifras (eso sí, enmendándole un poco la plana al desmedido Martí Batres, que dio cifras de risa loca) nos indica dos cosas: una, que prefiere la propaganda al análisis y dos, que no leerá el mensaje que una parte importante de la población le ha enviado. En otras palabras, que no modificará posiciones respecto a la reforma electoral, aún a sabiendas que tendrá que conformarse, a lo mucho, con cambios en las leyes secundarias, y que tampoco será capaz de ver en lo sucedido la necesidad de cambiar estrategias rumbo al 2024.

Esto es particularmente relevante para la sucesión en la Ciudad de México, donde Morena ya recibió un primer batacazo en las elecciones de 2021 y donde parece no estar dispuesto a aprender.  

El oscuro espejo de la marcha del desafuero

Esto nos lleva a considerar que la marcha capitalina del 13 de noviembre puede ser un punto de inflexión. Por su tamaño, por su diversidad y por el hecho de que se trató de una manifestación en contra de lo que se percibe como un acto de presidencialismo vertical, tiene semejanzas con la marcha contra el desafuero de López Obrador, en el ya lejano 2005.

Recordemos varias cosas: que en esa marcha se juntaron distintas oposiciones al entonces presidente Fox, que ese proceso personalizado en contra de López Obrador ayudó a catapultar su carrera política y que, si el gobierno de Fox no hubiera reculado al respecto, se hubieran generado tensiones excesivas sobre la democracia mexicana.

Una diferencia importante es que Fox tenía quienes le decían cuando estaba cometiendo un error de cálculo político, y finalmente lo convencieron, mientras que López Obrador prefiere escuchar a quienes lo adulan y le dan siempre la razón (aunque en verdad a quien prefiere escuchar es a sí mismo). Las pocas voces en el entorno de Morena que prevén sobre un impulso opositor rearticulado a partir del rechazo a una reforma electoral regresiva están sembrando en el desierto.  

Esto no termina

La esperada cerrazón de López Obrador, su incapacidad de cambiar una coma a sus deseos, harán que la disputa en torno a la reforma electoral y al INE continúe más de lo necesario. Buscarán doblar al bloque opositor a través de sus eslabones más débiles (los de cola más larga), buscarán estirar los cambios a la legislación secundaria, intentarán doblar la ley para imponer consejeros electorales. Pero ahora tendrán que hacerlo con la presencia activa de una parte importante de la sociedad que no quiere que una persona o un partido tengan el monopolio del poder. Y eso puede terminar por revertírseles.