jueves, junio 17, 2021

Leyendas olímpicas: Vanderlei de Lima


Vanderlei Cordeiro de Lima pudo haber sido el primer brasileño en ganar la carrera de maratón en Juegos Olímpicos. Pero el destino quiso otra cosa. Quiso que fuera recordado más allá de su país, más allá de las medallas y por algo más que su capacidad atlética.

De Lima, como todo brasileño, quería ser futbolista, pero resultó que era mucho mejor corriendo que como lateral derecho. Ganó el primer maratón en el que compitió, donde supuestamente trabajaría de liebre para otro atleta. Pronto fue haciendo carrera y prestigio como fondista. Ganó dos veces la maratón de Tokio y fue dos veces campeón panamericano, de la mano del entrenador que lo descubrió. Participó en las olimpiadas de Atlanta y de Sydney, pero con resultados muy desilusionantes: fue 47° en 1996, agobiado por las colinas de Georgia, y en Australia le fue peor, porque se le hincharon los pies: quedó en el lugar 75.

Sin embargo, para Atenas 2004, el recorrido más clásico, sus esperanzas eran muchas. Se acababa de coronar en los Panamericanos de Santo Domingo bajo un calor infernal y había derrotado en el medio maratón al favorito, el keniano Paul Tergat. Tenía clara la estrategia de despegarse relativamente temprano, aguantar la subida del kilómetro 30 y luego lanzarse con fuerza hacia el final.

Todo iba funcionando bien. De Lima sintió que los demás competidores se habían equivocado, creyendo que su fuga tempranera, en el kilómetro 20, estaba destinada al fracaso. Llegó a llevarle 50 segundos a sus perseguidores, ventaja destinada a disminuir un poco tras la subida. Iba concentrado y cómodo en el kilómetro 36 cuando un loco, un exsacerdote irlandés que quería llamar la atención y anunciar el fin del mundo se interpuso en su camino, lo empujó y lo sacó del camino. De Lima hizo una mueca de dolor y profunda frustración. Uno de los momentos más dramáticos y absurdos en la historia del atletismo olímpico.

Afortunadamente, uno de los aficionados griegos que presenciaba la carrera golpeó al agresor delirante y liberó a De Lima. Pero todo había cambiado. Hubo una explosión de adrenalina en el desesperado atleta, que tuvo que superar el shock nervioso. Continuó su paso, pero ya no tenía la misma velocidad, la misma concentración. Fue superado por un italiano y un representante de Estados Unidos. Con trabajos terminó en tercer lugar, pero lo hizo mostrando una gran sonrisa de satisfacción en la recta final. Había tomado con donaire la desgraciada circunstancia y estaría en el podio.

Al final de los Juegos, el COI le otorgó a De Lima la medalla Pierre de Coubertin por su espíritu deportivo. El maratonista regresó a Brasil como héroe, como campeón sin corona. Al año siguiente, en un programa de televisión, el volibolista de playa Emanuel Rego quiso regalarle su propia medalla de oro ateniense a De Lima, pero éste se negó. “Estoy contento con la mía”, contestó, “es de bronce, pero para mí significa oro”.

Efectivamente, la medalla fue de bronce, pero esa carrera y esa actitud colocaron a Vanderlei Cordeiro de Lima entre las leyendas de los Juegos Olímpicos Modernos.  

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