Mucho se habla y mucho se hablará acerca
de los resultados electorales en la Ciudad de México en 2021, porque han
significado la pérdida de la capital de la República como bastión del lopezobradorismo.
Sin embargo, la mayor parte de las lecturas, empezando por la del Presidente y
la jefa de gobierno, pero siguiendo también por las de los partidos opositores,
pecan de simplismo e inmediatez.
La información electoral capitalina es tan
rica que se pueden sacar conclusiones interesantes tan sólo rascándole un poco
más a los datos.
Lo primero que ha salido a colación, a
partir de la definición de las elecciones para alcalde, es la división entre el
oriente morenista de la ciudad y el occidente aliancista. De ahí han salido
memes clasistas y reconvenciones presidenciales contra la clase media que tiene
universidad y no viaja en Metro.
En primer lugar, hay que decir que el voto
de clase (o de estrato social) en la Ciudad de México no es ninguna novedad.
Existe, al menos, desde 1988. Los porcentajes del PAN siempre se han
correlacionado positivamente con el nivel de ingresos y los del FDN y PRD,
negativamente. Hubo un breve interregno, en 2015, en el que el voto por Morena era
prevalentemente de clase media-baja y trabajadora, pero las zonas marginadas
todavía estaban en manos del PRD. Desde 2018, la correlación entre voto
morenista y nivel de ingresos es negativa en todos los sectores sociales.
Dicho esto, hay que agregar que, salvo los
extremos sociales, el voto no suele acercarse a la unanimidad. Hay muchos votos
por Morena, aunque no la mayoría, en colonias de clase media y hay muchos votos
por la oposición en colonias populares. Imaginar divisiones tajantes es negar
la pluralidad de pensamiento político y equivale a suponer que hay determinismo
social en el sentido del voto. La ciudad es plural en (casi) todos lados.
Pero una cosa es ver la distribución de
los votos como fotografía y otra es verla a través del tiempo. De hecho, el cambio
en general entre los dos bloques de partidos fue apenas de 6 puntos
porcentuales. No hay un gran giro generalizado. Pero fue suficiente para
cambiar, por unas décimas (46.4% vs. 46.2%) de fuerza dominante.
Hay alcaldías en las que bastaba un pequeño movimiento del electorado para que cambiaran de mano. A veces fue pequeño y suficiente, como Azcapotzalco. En otras fue más notable, como Miguel Hidalgo. Y hay alcaldías en las que la ventaja de Morena era tan grande en 2018 que no bastó un cambio importante en el sentido de los electores para que se diera la alternancia. Ejemplos de ello son la GAM y Tláhuac.
Hago un paréntesis en Tláhuac porque López
Obrador cree que los habitantes de esa demarcación no castigaron la tragedia
del Metro, porque “esas cosas pasan”. En Tláhuac, la coalición de Morena perdió
9.6% respecto a 2018: el triple que el promedio de la ciudad. Hace tres años
Morena ganó la alcaldía por 30 puntos; ahora por poco más de 10.
Entonces, lo que hay qué ver es dónde se
dieron las grandes ganancias aliancistas, y dónde pudo aguantar Morena. Y ahí
juega sólo parcialmente el tema de los estratos sociales. La debacle morenista
se da en todos lados, con dos excepciones notables: una es Iztapalapa y la
otra, Venustiano Carranza, donde hubo un traspaso importante de exvotantes del
PRD.
Y aún en las alcaldías donde Morena perdió
influencia hay diferencias importantes. Su caída en Iztacalco y Azcapotzalco fue
marginal. Tampoco la hubo, de manera relevante, en Cuajimalpa, que tenía
perdida de antemano. Fue muy dura en Xochimilco, Tláhuac y Tlalpan. Y tremenda
en Benito Juárez (que se hizo todavía más panista), Álvaro Obregón y Cuauhtémoc.
Ahí uno se va a topar con muchas colonias
populares que defeccionaron en masa de Morena (doy un ejemplo: la colonia
Bellavista, en Álvaro Obregón) pero, sobre todo, con colonias de una clase
media que se había ilusionado en 2018 y ahora cambió radicalmente de bando: el
caso típico sería la Roma, pero hay otras de composición social similar.
En otras palabras, el cambio en el sentido
del voto fue desigual y combinado, el mapa no siempre se movió en el mismo
sentido y las modificaciones en el comportamiento de los electores chilangos no
están del todo dictadas por la clase social de pertenencia.
Hay, por lo tanto, que analizar otros factores.
Además del elemento plebiscitario acerca del gobierno de López Obrador ¿qué
tanto influyeron las candidaturas? ¿Qué tanto lo hizo la evaluación de las
gestiones salientes? ¿Sirvieron de algo las campañas?
Digo esto porque el voto para diputaciones
locales, en términos porcentuales absolutos, castigó a Morena mucho más que el
de alcaldías. Sólo que lo hizo de manera menos diferenciada. Eso, acompañado
por el hecho de que los distritos electorales no corresponden exactamente a las
alcaldías, permitió que, a pesar de perder la mayoría de votos, la coalición de
Morena lograra más diputaciones que la Alianza PAN-PRI-PRD. En ese sentido, la
conservación de la mayoría en Donceles tiene su buena parte de espejismo.
Tal vez llevados por la inercia de la
polarización que propiciaron (o asumieron), tanto los partidos aliancistas como
Morena y sus gobiernos han cerrado los ojos ante la complejidad del voto
capitalino y levantado muros imaginarios que les van a impedir avanzar, El
primero que sea capaz de derruirlos -no debería ser tan complicado- va a ser el
que pueda diseñar una mejor estrategia rumbo a 2024.
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