Los mexicanos acudieron a votar. Los votos
contaron y se contaron. Una nueva geografía política emerge en el país, dando
cuenta de la voluntad ciudadana.
Hay que entender que la voluntad ciudadana
es un resultado colectivo, diferente al de cada persona en particular y
distinta, incluso, de la suma de las voluntades individuales. Este 6 de junio
esa voluntad colectiva se expresó y dijo, fundamentalmente, dos cosas: el cambio
debe continuar, pero debe ser acotado: requiere de riendas.
La expresión es muy clara a la hora de ver
la conformación de la Cámara de Diputados para la próxima legislatura. Morena
requerirá de sus dos aliados para obtener la mayoría simple -y uno imagina a los
parásitos verdes cobrando caro- y necesitará negociar con la oposición para cualquier
decisión que tenga qué ver con cambios a la Constitución. La carta magna queda
protegida de cualquier posibilidad de transformación a partir de la mera consigna
desde Palacio.
Una cosa es la expresión general y otra,
que llama la atención, es cómo ésta tiene una nueva subdivisión por regiones y
por estratos sociales. Queda claro que Morena pierde terreno en las ciudades
grandes y medias, y avanza en las pequeñas y en el campo. Al mismo tiempo, se
ha creado una suerte de corredor de oposición que va desde el occidente de la
Ciudad de México hasta Chihuahua y Nuevo León, pasando por el Bajío y el centro-occidente
del país. En tanto, se confirma el arrastre de Morena en el noroeste, el Golfo
y el sur-suroeste, que incluye el oriente de la Zona Metropolitana del Valle de
México.
Precisamente en la ZMVM es donde se
expresa de manera más nítida el otro elemento que llama la atención de estas
elecciones. Sectores medios y de trabajadores del sector formal abandonan a
Morena, desilusionados por la retórica de confrontación, los recortes al gasto
y el nulo apoyo durante la pandemia. Mientras tanto, grupos sociales marginados,
que antes eran clientela de otros partidos -básicamente, del PRI- ahora abrazan
al partido en el poder. Tal vez el caso más emblemático sea Chimalhuacán,
otrora feudo de Antorcha Campesina.
El cambio en la metrópolis capitalina no
puede verse en blanco y negro. Por un lado, muchas alcaldías y municipios
pasaron de los guindas a la alianza multipartidista; por el otro, Morena mantiene
la mayoría en el legislativo de Ciudad de México y consolida lo que antes fue
conocido como el “corredor amarillo” de la periferia mexiquense de la ciudad.
Hay que entender, aquí, que el electorado
chilango es reconocido internacionalmente, como uno de los más sofisticados.
Campeones del voto cruzado. Así, el duro castigo territorial -que algunas malas
gestiones y otras peores candidaturas ayudaron a consolidar- fue acompañado de
un castigo menor para el manejo de la ciudad, sólo parcialmente explicable por
la diferente distribución territorial de distritos locales y alcaldías.
El problema es que hay resistencias a leer
estos resultados, que hablan también de que el electorado distingue entre las
partes de Morena, y todos preferirán verlo, a la fácil, como un supuesto corrimiento
de los ciudadanos a la derecha o como resultado de un complot de los medios
poco afines a López Obrador. El corrimiento, si acaso lo hay, es mínimo, porque
se quiso hacer una suerte de elección plebiscitaria. Y el complot, inexistente.
Típicamente, el PAN y el PRI también están
empezando a leer mal los resultados. Emocionados porque Morena no llegó a algo
que era improbable desde el principio -que es la mayoría calificada- y por la
pérdida para Morena del bastión capitalino, nublan la vista hacia la fila de
descalabros en casi todos los estados donde hubo elecciones para gobernador (el
PAN al menos cuenta con la victoria arrasadora de Kuri en Querétaro y la de
Campos en Chihuahua, a pesar de su gobernador; el PRI se quedó sin nada). La
nublan, también, hacia la pérdida de influencia en el noroeste del país y el
hecho de que Nuevo León se les haya vuelto a escapar. Más importante aún: sus
porcentajes en la elección de diputados federales son apenas 1.1% superiores a
las de 2018, a pesar de todos los tropiezos de AMLO y Morena.
En particular, es pensable que la lectura
predominante del PAN sea similar a la de 2006, pensando que sus victorias son
propias, y no resultado -más bien- del rechazo a López Obrador. Los resultados
de ese mal análisis de 2006 los vimos en 2012, cuando perdieron la Presidencia.
De igual forma, el PRI puede creer que está volviendo a nacer, como el ave
fénix: tendrá que analizar de dónde vienen sus fortalezas, que son muy pocas. Igualmente,
está apenas 1.8% arriba que hace tres años, con el agregado de que, ahí donde hubo
un candidato a la gubernatura apoyado por el PRI, perdió, sin excepción.
La apuesta de Movimiento Ciudadano de ir
en solitario le salvó la vida. Pensemos que el PRD con trabajos mantuvo el registro
y unas cuantas posiciones. El partido naranja como socio menor probablemente lo
hubiera perdido. Pero, aunque fue el partido que más creció respecto a 2018, tampoco
MC tuvo los resultados esperados. Avanzó en la capital, pero no pudo superar al
partido del sol azteca, con todo y su declive. En Jalisco tuvo victorias, sobre
todo a nivel local, pero también pagó facturas por el desgaste natural del
gobierno estatal. Creció en un par de estados chicos. Y se llevó la perla de la
corona con el estado de Nuevo León y la ciudad de Monterrey. Ahora gobierna en
las dos ciudades más grandes, fuera de la capital. Lo curioso es que en Nuevo León
no ganó un solo distrito de mayoría, y Samuel García tendrá que negociar con un
congreso donde su partido casi no pinta.
A los reacomodos regionales y sociales,
corresponderán otros en el terreno político. Tanto dentro de cada partido, como
en la relación entre unos y otros. Y eso redefinirá el rumbo a 2024. Lo
importante ahora es que, a final de cuentas, lo que gane sea la política
colectiva, por encima de la voluntad individual.
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