jueves, junio 10, 2021

La nueva geografía electoral (I)


 

Los mexicanos acudieron a votar. Los votos contaron y se contaron. Una nueva geografía política emerge en el país, dando cuenta de la voluntad ciudadana.

Hay que entender que la voluntad ciudadana es un resultado colectivo, diferente al de cada persona en particular y distinta, incluso, de la suma de las voluntades individuales. Este 6 de junio esa voluntad colectiva se expresó y dijo, fundamentalmente, dos cosas: el cambio debe continuar, pero debe ser acotado: requiere de riendas.

La expresión es muy clara a la hora de ver la conformación de la Cámara de Diputados para la próxima legislatura. Morena requerirá de sus dos aliados para obtener la mayoría simple -y uno imagina a los parásitos verdes cobrando caro- y necesitará negociar con la oposición para cualquier decisión que tenga qué ver con cambios a la Constitución. La carta magna queda protegida de cualquier posibilidad de transformación a partir de la mera consigna desde Palacio.

Una cosa es la expresión general y otra, que llama la atención, es cómo ésta tiene una nueva subdivisión por regiones y por estratos sociales. Queda claro que Morena pierde terreno en las ciudades grandes y medias, y avanza en las pequeñas y en el campo. Al mismo tiempo, se ha creado una suerte de corredor de oposición que va desde el occidente de la Ciudad de México hasta Chihuahua y Nuevo León, pasando por el Bajío y el centro-occidente del país. En tanto, se confirma el arrastre de Morena en el noroeste, el Golfo y el sur-suroeste, que incluye el oriente de la Zona Metropolitana del Valle de México.

Precisamente en la ZMVM es donde se expresa de manera más nítida el otro elemento que llama la atención de estas elecciones. Sectores medios y de trabajadores del sector formal abandonan a Morena, desilusionados por la retórica de confrontación, los recortes al gasto y el nulo apoyo durante la pandemia. Mientras tanto, grupos sociales marginados, que antes eran clientela de otros partidos -básicamente, del PRI- ahora abrazan al partido en el poder. Tal vez el caso más emblemático sea Chimalhuacán, otrora feudo de Antorcha Campesina.

El cambio en la metrópolis capitalina no puede verse en blanco y negro. Por un lado, muchas alcaldías y municipios pasaron de los guindas a la alianza multipartidista; por el otro, Morena mantiene la mayoría en el legislativo de Ciudad de México y consolida lo que antes fue conocido como el “corredor amarillo” de la periferia mexiquense de la ciudad.

Hay que entender, aquí, que el electorado chilango es reconocido internacionalmente, como uno de los más sofisticados. Campeones del voto cruzado. Así, el duro castigo territorial -que algunas malas gestiones y otras peores candidaturas ayudaron a consolidar- fue acompañado de un castigo menor para el manejo de la ciudad, sólo parcialmente explicable por la diferente distribución territorial de distritos locales y alcaldías.

El problema es que hay resistencias a leer estos resultados, que hablan también de que el electorado distingue entre las partes de Morena, y todos preferirán verlo, a la fácil, como un supuesto corrimiento de los ciudadanos a la derecha o como resultado de un complot de los medios poco afines a López Obrador. El corrimiento, si acaso lo hay, es mínimo, porque se quiso hacer una suerte de elección plebiscitaria. Y el complot, inexistente.

Típicamente, el PAN y el PRI también están empezando a leer mal los resultados. Emocionados porque Morena no llegó a algo que era improbable desde el principio -que es la mayoría calificada- y por la pérdida para Morena del bastión capitalino, nublan la vista hacia la fila de descalabros en casi todos los estados donde hubo elecciones para gobernador (el PAN al menos cuenta con la victoria arrasadora de Kuri en Querétaro y la de Campos en Chihuahua, a pesar de su gobernador; el PRI se quedó sin nada). La nublan, también, hacia la pérdida de influencia en el noroeste del país y el hecho de que Nuevo León se les haya vuelto a escapar. Más importante aún: sus porcentajes en la elección de diputados federales son apenas 1.1% superiores a las de 2018, a pesar de todos los tropiezos de AMLO y Morena.  

En particular, es pensable que la lectura predominante del PAN sea similar a la de 2006, pensando que sus victorias son propias, y no resultado -más bien- del rechazo a López Obrador. Los resultados de ese mal análisis de 2006 los vimos en 2012, cuando perdieron la Presidencia. De igual forma, el PRI puede creer que está volviendo a nacer, como el ave fénix: tendrá que analizar de dónde vienen sus fortalezas, que son muy pocas. Igualmente, está apenas 1.8% arriba que hace tres años, con el agregado de que, ahí donde hubo un candidato a la gubernatura apoyado por el PRI, perdió, sin excepción.

La apuesta de Movimiento Ciudadano de ir en solitario le salvó la vida. Pensemos que el PRD con trabajos mantuvo el registro y unas cuantas posiciones. El partido naranja como socio menor probablemente lo hubiera perdido. Pero, aunque fue el partido que más creció respecto a 2018, tampoco MC tuvo los resultados esperados. Avanzó en la capital, pero no pudo superar al partido del sol azteca, con todo y su declive. En Jalisco tuvo victorias, sobre todo a nivel local, pero también pagó facturas por el desgaste natural del gobierno estatal. Creció en un par de estados chicos. Y se llevó la perla de la corona con el estado de Nuevo León y la ciudad de Monterrey. Ahora gobierna en las dos ciudades más grandes, fuera de la capital. Lo curioso es que en Nuevo León no ganó un solo distrito de mayoría, y Samuel García tendrá que negociar con un congreso donde su partido casi no pinta.

A los reacomodos regionales y sociales, corresponderán otros en el terreno político. Tanto dentro de cada partido, como en la relación entre unos y otros. Y eso redefinirá el rumbo a 2024. Lo importante ahora es que, a final de cuentas, lo que gane sea la política colectiva, por encima de la voluntad individual.   

   


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