martes, diciembre 22, 2020

Los 10 deportistas mexicanos de 2020

 


1, Checo Pérez
2. Julio Urías
3. Jessica Salazar
4. Raúl Jiménez
5. Canelo Álvarez
6. Tecatito Corona
7. Víctor González
8. Carlos Ortiz
9. Gaby López
10. Alma Jane Valencia

viernes, diciembre 18, 2020

Breve diccionario neoliberal

 


Tras una reunión virtual con otros mandatarios del G-20, López Obrador comentó de manera jocosa que usaban palabras “neoliberales” y citó tres de ellas: holístico, resiliencia y empatía. Luego afirmó, para diferenciarse de los otros, que él hablaba como el pueblo.

Pues sí, ninguna de esas palabras se aprende en la secundaria. Revisemos por un rato su significado, antes de pasar a otros vocablos.

Holístico es un neologismo un tanto viejo. Se inventó en los años 20 del siglo pasado y es un adjetivo. Yo la primera vez que lo leí fue en una revista de rock a principios de los años 70, y lo relacionaban con unas doctrinas que buscaban el desarrollo armónico de las personas, y que requerían que cada quien trabajara sobre el intelecto, las emociones y el cuerpo físico: sobre las tres cosas y no nada más una.

Más tarde me enteré que holístico se refería a considerar a los sistemas como un todo. En otras palabras, que el todo no es igual a la suma de las partes. En otras palabras, que la física, la economía, las sociedades funcionan a partir de interacciones complejas. Que para entender un problema -y, por tanto, resolverlo-, se requiere ver todas sus facetas.

La verdad, se me hace más bonita la palabra “integral” que el término “holístico”. Pero lo relevante de esa palabreja es que se contrapone al pensamiento individualista, a la idea de que si cada quien se rasca con sus propias uñas todos saldremos ganando. Y que también se contrapone a quienes separan cosas que están ligadas entre sí como si no lo estuvieran. Por ejemplo, en economía, a quienes se fijan sólo en la deuda, el superávit, el PIB u otros fetiches o en medicina, a quienes ven la enfermedad, pero no al paciente.

Cuando los líderes del G-20 se refieren en estos días a algo holístico, están expresando que no hay soluciones simples, sino que tienen que abarcar a la sociedad como un todo. Que los temas de protección a la salud y a la economía son parte de la misma red, cuyos nudos hay que intentar desatar. Que no se puede pensar en uno, y dejar fuera el otro. Tal vez si hubieran sido específicos, López Obrador lo hubiera tomado como un regaño.      

Resiliencia sí es una palabra inventada en la época que AMLO llama neoliberal, al menos en su uso actual. Años 90. Se refiere a la capacidad de levantarse ante situaciones adversas. Originalmente se refería a las características de algunos materiales para volver a su forma original después de haber sido deformadas por un golpe o por altas temperaturas. El término se adaptó a la psicología y a la sociología, para definir a personas o grupos sociales que superan un trauma o adversidad.

Escuchamos mucho acerca de la resiliencia tras el sismo de 2017, para hacer referencia a la capacidad de la sociedad para levantarse y volver rápidamente a la normalidad, tras el trauma y la destrucción.

Hay dos palabras con significado similar al de resiliencia, pero que no es exactamente el mismo. Una es el “aguante” que usamos en México, que consiste en no quebrarse ante las adversidades de la vida, pero que no contiene el elemento de volverse a poner de pie. Es más bien resignarse sin queja. Otra es la entereza, que está más ligada a una suerte de fortaleza estoica, a la capacidad que tienen algunas personas de ser ecuánimes e inquebrantables. El resiliente sí resiente el golpe, pero se levanta.

Hablar de resiliencia en tiempos de pandemia es referirse a sociedades que deben ser capaces de volver rápidamente a la normalidad, a pesar de las pérdidas económicas y humanas. Tal vez AMLO hubiera preferido que los líderes dijeran “aguante”.

Empatía es la palabra más vieja y más conocida de las tres que López Obrador adjudicó al lenguaje neoliberal. Data de principios del siglo XX y consiste en la capacidad de las personas para ponerse en los zapatos de otros. Parte del reconocimiento de las otras personas como prójimos, y de la capacidad para percibir o entender lo que están sintiendo o por lo que están pasando.

La empatía es la base de la convivencia social. Sin ella, viviríamos en la ley de la jungla: cada quien para sí y Dios contra todos. Nos cuidamos, nos ayudamos y nos sentimos mal si a alguien le pasa algo feo porque tenemos empatía.

Todos deseamos que quienes encabezan a las sociedades tengan empatía. Es lo que se conoce como cercanía con el pueblo. Pero no en el sentido físico, de abrazos y fotos con niños en brazos o con guajolotes que le regalaron al político, sino en el sentido emocional: la consciencia de lo que está sintiendo la gente, de cómo es su vida, cuáles son sus problemas, cuáles sus ilusiones.

La gente carente de empatía tiene un trastorno clínico. Es psicópata o sociópata. Sólo piensa en sí misma, y a menudo tiene una visión errónea de su entorno.

Si los líderes del G-20 hablaron de empatía, seguramente se refirieron a la necesidad de, cuando menos, dar la impresión de que entienden lo que ha significado la pandemia para sus gobernados. La necesidad de no mostrar indiferencia. Tal vez López Obrador hubiera preferido las palabras compasión o altruismo. O quizá simpatía. Empatía no le gusta.

Hay otra palabra que es anatema para López Obrador. Cuando en su mañanera del 11 de febrero hablaba de que llegaría el coronavirus, expresó que no haríamos lo que hizo el gobierno de Felipe Calderón. Y luego no pudo decir la palabra. Con gestos dibujó un cubrebocas frente a su cara. Y luego negó con los dedos, sonrió levemente, y dijo: “eso no”. La palabra innombrable es “cubrebocas”.

Si la palabra es innombrable, aunque las circunstancias lo hayan obligado a decirla una que otra vez, el objeto es casi imposible de portar. Hay un rechazo casi físico en ello. Ese rechazo viene de la memoria de 2009, y de ser lo más diferente posible a Calderón. En ese rechazo hay poca resiliencia y nada de empatía, porque los cubrebocas se han vuelto necesarios, protegen vidas. Pero importa más pintar la raya con el pasado, y decir que son imposiciones propias de los “conservadores”, que dar un ejemplo solidario.


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Un par de reflexiones posteriores:

La idea de lenguaje sencillo abona a la desaparición de los matices. Todo es blanco o negro, bueno o malo. Sin matices no hay espacio para posiciones intermedias ni para la deliberación. El lenguaje sencillo es polarizador.

Si llevamos las cosas más lejos, nos acercamos al newspeak orwelliano, donde la gramática simplificada y el vocabulario restringido están hechos para evitar que la gente articule conceptos políticamente peligrosos (neoliberales, en la neolengua pejista).


viernes, diciembre 11, 2020

Biopics: La encuesta de los franceses

 

En el verano del 89 me cayó otro trabajo de encuestas. Fue una propuesta de Josyanne, una francesa quien había sido roomie de Mi René y la Pastusa cuando vivían en la Condesa y les puse el sobrenombre de los Osos de Amsterdam.

La idea de Josyanne era realizar una investigación acerca de las condiciones de vida de los franceses que vivían ilegalmente en México y había convencido a la embajada de que le financiara una encuesta en la que se vieran también las diferencias con respecto a los residentes legales.

Era evidente, por el tema, que quienes hicieran el trabajo de campo tuvieran que ser ciudadanos franceses. Lo que me tocaba era hacer la muestra, cosa que no es sencilla si no tienes una base de datos de la cual sacarla, y ni siquiera tienes idea del tamaño del universo muestral. Una característica de quienes residen ilegalmente en un país es que no se dejan ver fácilmente (aunque, claro, no es lo mismo un francés en México que un salvadoreño en Estados Unidos, un magrebí en España o un camerunés en Francia), así que había que tener creatividad para intentar tener una buena muestra.

Mi premisa, pensando un poco en cómo se mueven los mexicanos en EU, fue que había dos círculos separados: el de los franceses registrados y el de los que no lo estaban, pero que necesariamente tendría que haber algunos vasos comunicantes. Había que trabajar en la lógica de que esa comunidad era un conjunto de clusters diferenciados, pero con puntos de contacto.

Lo que hice fue, primero, hacer una muestra aleatoria de los franceses que residían legalmente en el país, que proporcionó el consulado; luego de esa muestra los entrevistadores -cuatro chavos franceses amigos de Josyanne- preguntarían al entrevistado si conocía algún francés de cuyo estatus migratorio no estuviera seguro. De esa lista, cotejada contra la oficial, saldría otra muestra, que se peinaba de manera más apretada. A éstos, a su vez, les preguntábamos si conocían a otros, y se generaba una tercera muestra, peinada casi a ras, y así sucesivamente (digamos que de los registrados entrevistábamos a uno de cada 25, de los no registrados, a uno de cada 10 y de la siguiente vuelta, 1 de cada 5). Era un método de bola de nieve.

Los franceses son muy serios y vino una señora de París, con quien tuvimos una charla amena en un café, para cerciorarse de que Datavox era una empresa registrada y escuchar la explicación del método, como parte del protocolo para dar el visto bueno. Por su parte, Chuy Pérez Cota le hizo a Josyanne un programa para bajar los resultados y hacer los cálculos con base en su cuestionario, y luego los contactos fueron escasos, porque nosotros nos comprometimos a no tener acceso a los resultados.

De las pláticas con Josyanne, resultó que el método resultó bastante efectivo. A la muestra original le salieron varios pequeños chipotes de franceses que habían venido de turistas, se habían quedado a vivir en México y no habían regularizado su situación. Cada uno de esos chipotes tenía a su vez otro chipotito menor, o varios. Como ella y sus amigos hicieron casi todo el trabajo, se quedaron con casi todo el dinero. A mí me quedó el gusto de saber que el método de la bola de nieve funcionaba.

El asunto, por cierto, viene a cuento en tiempos de pandemia por coronavirus, porque el método se parece a los que varios países han usado para la detección de contagios, a través de la cadena de contactos de quienes dan positivo en las pruebas. El de los clusters es un tema que da para mucho en estadística, y también en comprensión del comportamiento humano.

miércoles, diciembre 09, 2020

Un balance temprano desde la izquierda democrática

 


El periódico progresista británico The Guardian colocó al presidente López Obrador en la lista de los populistas de derecha que recibieron un golpe político con la derrota de Trump en las elecciones de EU. El diario señala que la campaña que llevó a AMLO al poder fue con una plataforma de izquierda, pero que tiene muchas “similitudes de estilo” con el magnate derechista.

Esto viene a cuento con la aparición del libro Balance Temprano, coordinado por nuestro colaborador Ricardo Becerra y por José Woldenberg, ambos del Instituto de Estudios para la Transición Democrática, que saca algunos primeros saldos del gobierno lopezobradorista y lo hace, explícitamente, desde la perspectiva de la izquierda democrática (así reza el subtítulo).

En el libro, mesurado pero claramente crítico. Sus textos profundizan sobre temas que van de la economía a la política, de los asuntos medioambientales a los de salud, de la educación a la política migratoria, de lo laboral a lo social, del fin de la laicidad a la militarización rampante. En él escriben, entre otros, Antonio Lazcano Araujo, Premio Crónica, quien aborda el espinoso tema de la política científica, Raúl Trejo Delarbre, columnista de Crónica, quien analiza la política de (in)comunicación del gobierno.

En esta columna abordaré brevemente los textos sobre un asunto que me parece toral, el de la política económica y social, entre otras cosas, porque rompen con la idea de que estamos ante un gobierno de izquierda, en el sentido de que debería apuntar claramente al mejoramiento de las condiciones de vida de las mayorías, y no lo hace.

El título que escogió para su parte el exdirector del Coneval, Gonzalo Hernández Licona dice mucho: “Dinero en efectivo como política social”. ¿Cómo hacer para enfrentar una situación en la que el 42% de la población vive en la pobreza y casi 8% en pobreza extrema?

Hernández Licona señala que los programas que fueron desechados por el gobierno de López Obrador, a pesar de sus límites evidentes, tenían la virtud de estar bien focalizados: Prospera, el Seguro Popular y Programa de Empleos Temporales. Otros, como el programa de estancias infantiles, tenían la característica de apoyar con la oferta de un servicio y de esa forma sostener la plataforma productiva y social de las madres trabajadoras.

De lo que se trata ahora es de algo político: que a la población le quede claro quién la beneficia con un apoyo directo. Hay dinero, pero el servicio (de salud, de trabajo temporal, de guardería) no está disponible. No se trata del acceso efectivo a los derechos sociales, que disminuye.

Adicionalmente, la operación del “censo del bienestar” -con la idea de comenzar todo desde cero- ha sido realizada sin criterios claros, sin usar la información, con opacidad. El resultado previsible es que la gente más pobre y menos informada tenga menos capacidad de acceso a esos subsidios. Son programas sociales que se dicen universales pero que a final de cuentas no lo son.

Un asunto clave que señala Hernández Licona es que “si la economía no propicia las condiciones para que las familias obtengan ingresos, cada vez en mayor medida, es imposible escapar de la pobreza”. Mientras menos gente participe en la generación de la riqueza, habrá menos posibilidades de acabar con el círculo vicioso.

Y uno se queda con la impresión de que la estrategia del gobierno no es, realmente, que la gente escape de la pobreza, sino hacer dos círculos viciosos concéntricos: el de la dependencia clientelar y el de la pobreza misma.

Esto nos lleva al tema estrictamente económico, en el que quienes hacen el saldo son Rolando Cordera y Enrique Provencio. Ellos subrayan que hay un malentendido que quiere hacer una sola cosa de tres conceptos que son diferentes: políticas anticorrupción, austeridad republicana y austeridad económica. Esta última “es nociva para el desarrollo social y para la salud económica general”.

Un gobierno cuyos niveles de inversión pública están entre los más bajos de la historia contemporánea de México, que no reconoce que hay un problema de demanda que ha crecido por la crisis provocada por la pandemia y sigue sin cambiar rumbo, como si esto fuera un bache, y no algo de largo alcance, que se niega a pensar siquiera en una reforma fiscal, que no toma en cuenta la diversidad del desarrollo regional pero insiste en tener roces con los estados, que empeora la capacidad del Estado para dotar de servicios a la población, tenderá a toparse -o mejor dicho, a generar- una pérdida de bienestar y de calidad de vida.

El Producto Interno Bruto tardará años en recuperarse, sí, pero terminará por hacerlo antes que los ingresos laborales, con todo lo que eso significa en términos de desigualdad y distribución.

En estas líneas apenas he rozado algunos de los temas que trata este Balance Temprano, que pinta unos pocos avances (como el aumento a los salarios mínimos reales) y muchos retrocesos, a partir del conservadurismo fiscal, la centralización personalista del poder, los severos retrocesos en materia ecológica, el ataque a la ciencia y la oscurantista calificación política del conocimiento, el papel creciente de las Fuerzas Armadas, los embates al laicismo y un concepto del Estado que está muy alejado de la idea del bienestar social, que suele manejar la izquierda democrática. Al final de la lectura, no resulta para nada descabellado colocar a AMLO en una suerte de derecha populista.

El libro da para más. Y debería ser el primer paso para abundar en alternativas. No estaría mal, por otra parte, que hubiera balances similares al gobierno de López Obrador desde la derecha liberal y desde la izquierda radical. Se podría generar un debate nacional interesante. Y no sé, quizá, tal vez, haría que alguien, desde las posiciones cercanas al gobierno, pudiera responder con algo más que píldoras de propaganda.    

martes, noviembre 24, 2020

Sofismas, argucias y carbón

Por más que se le ha advertido, el presidente López Obrador sigue creyendo que metiendo grandes cantidades de dinero a las empresas energéticas estatales el país va a salir adelante: fortalecido económicamente, justo y moderno.

Ese es un argumento falso, que tenía apariencia de verdad hace cuatro o cinco décadas. En otras palabras, es un sofisma.

Dejemos de lado por un momento los problemas de todo tipo que tienen Pemex y CFE, y pensemos en el concepto mismo: empresas energéticas públicas como locomotoras del desarrollo de una economía previamente diversificada. Es, simplemente, algo que no se sostiene.

Podemos pensar en grandes empresas petroleras estatales como palanca del crecimiento si se dan cuatro circunstancias simultáneas: uno, las reservas petroleras son enormes, lo que genera niveles muy elevados de exportación; dos, el precio del petróleo es razonablemente alto y las expectativas a futuro no son de que ese mercado se vaya a deprimir; tres, hay suficientes recursos financieros como para hacer grandes inversiones que modernicen y diversifiquen la empresa; cuatro, los otros sectores de la economía están relativamente atrasados y no hay una diversificación que permita el desarrollo a partir de otros mercados.

En el México de hace medio siglo se daban, más o menos, tres de las cuatro precondiciones; para la cuarta, se buscaron y consiguieron los recursos financieros a un costo que después resultó muy alto. En la actualidad no se da ninguna precondición, y como Pemex fue exprimido en exceso con tal de no hacer una reforma fiscal, una parte importante del dinero que se le destine irá a fondo perdido.

Pero López Obrador está casado con esa idea del desarrollo de su época de universitario, que ya algunos criticaban, desde la izquierda, en aquel entonces. Heberto Castillo hablaba del absurdo que era quemar grandes cantidades de carbón o gas para generar electricidad que recorría cientos de kilómetros… para que una señora calentara con una resistencia el agua para su Nescafé. Otros subrayaban que ese tipo de desarrollo, depredador de los recursos naturales, tenía sus límites en la Tierra misma y era insostenible en el mediano plazo. Se decía que el desarrollo basado en los energéticos terminaría revirtiéndose: era un engaño cortoplacista, una falsedad.

Ese modelo, pues, tenía su dosis de sofisma. Estaba sustentado en algunos argumentos falsos que se hacían pasar como verdades absolutas.

Más de una generación después, y después de varios auges y tumbos en los mercados del petróleo, el mundo se encuentra en una transición energética. En ella, los sectores que se están volviendo obsoletos hacen su lucha para no ser totalmente desplazados. Cuando los condenan los mercados, por un lado, y la más elemental consideración social y ecológica, por el otro, voltean hacia la política (o la politiquería) para defenderse. Es el caso del carbón.

Esa industria, que fue clave en la primera ola de la industrialización mundial, ha perdido fuerza en los últimos años, desplazada por otras que son más económicas y eficientes, pero, sobre todo, menos dañinas para el medio ambiente. En varios países, se agarró de los políticos conservadores, que normalmente se oponen a las regulaciones gubernamentales, minimizan los problemas causados por la contaminación y niegan el cambio climático.

Un caso típico de esta relación entre el carbón y los políticos conservadores es Estados Unidos. En 2016, Donald Trump hizo campaña en estados como Virginia del Oeste, Arizona y Pensilvania, afirmando que las regulaciones al carbón afectaban los empleos y el modo de vida de los mineros. Relajarlas haría regresar el progreso a esas zonas.

López Obrador, no casualmente, acaba de hacer lo mismo en Coahuila. Asegurar que habrá más compra de carbón de parte de la CFE para promover el empleo en la región.

El resultado de los apoyos de Trump para el carbón resultó en el peor de los mundos posibles. Según un dirigente minero de Arizona, les “jugó una charada”. La disminución regulatoria significó un ahorro promedio de mil millones de dólares para cada empresa carbonífera. Significó, además, que la población gastó $3,200 millones de dólares más por electricidad que de haberla obtenido mediante alternativas más baratas, que van desde el gas hasta la energía solar. A cambio, el aumento en el empleo de los mineros fue marginal, porque se multiplicó la productividad promedio de cada trabajador:  140 toneladas extraídas al día.

En otras palabras, perdieron el medio ambiente, la salud de la población, los consumidores y el fisco; los pocos nuevos trabajos obtenidos son con niveles altos de explotación. A cambio, las empresas aumentaron sus ganancias.

En términos políticos, sólo en el estado más dependiente del carbón, Virginia del Oeste, siguen apoyando esa política. En los otros, se le han volteado a Trump, por esa y otras razones.

¿De verdad cree López Obrador que se promueve el empleo a través de la compra masiva de carbón? En las mineras modernas, sólo habría más productividad por el mismo salario. Y los pozos carboníferos son tan inhumanos que no pueden considerarse opción.

En cambio, y a pesar de las evidencias, AMLO ataca constantemente las energías limpias. No importa que ya generen más de la mitad de la electricidad en la Unión Europea. La razón es una: quienes trabajan con esas energías no son empresas estatales. Pero en vez de promover, en congruencia, una reconversión de las empresas públicas hacia las fuentes energéticas del futuro, se aferra a avanzar, como en todo, hacia el pasado idealizado de su juventud.    

Lo que es seguro es que sus aliados políticos de la industria del carbón se preparan para engordar sus carteras. Del falso sofisma pasamos a la argucia.

jueves, octubre 29, 2020

Peloteros mexicanos en postemporada (un análisis histórico)


Actualizado a noviembre 2022

En 2020 los Dodgers se coronaron en la Serie Mundial, en un partido cuyas figuras clave fueron los lanzadores mexicanos Julio Urías y Víctor González, causando euforia nacional. A partir de ese momento sacamos el análisis de la actuación de los peloteros mexicanos en la historia de las postemporadas de Grandes Ligas. Sirve también para colocar algunas reacciones en perspectiva.

De entrada, dos puntos. El primero es algo perogrullesco, pero hay que asentarlo. Una cosa es la carrera de un beisbolista en Grandes Ligas y otra, su desempeño en postemporada. Lo que hace relevantes a los peloteros es su desempeño histórico a lo largo de las campañas. Pero a menudo, con excepciones que veremos, lo que los hace famosos son los momentos que viven en los juegos clave de la Serie Mundial.

El segundo punto es hacer notar que la relación entre el desempeño normal de los jugadores en temporada regular y lo que hacen en octubre es muy variable. Hay varias categorías: están, por ejemplo, los que se desinflan en postemporada, donde el caso paradigmático es el de Joakim Soria, aunque vale la pena recordar que Beto Ávila, champion bat en 1954, apenas bateó para .133 en la Serie Mundial de ese año. También están quienes han jugado un poquito abajo de su nivel, realizando un trabajo aceptable, pero no tan estelar: casos de Adrián González y Roberto Osuna. Luego, los que dan una gran postemporada y otra malísima, como Jaime García o Sergio Romo; los que han jugado a su nivel normal, como Fernando Valenzuela, Julio Urías o Aurelio López y los que suelen hacerlo por encima de ese nivel, como Marco Estrada.

Como herramienta principal para este análisis, usaré una medición, el WPA de Baseball Reference. WPA es la Probabilidad de Victoria Añadida de un determinado jugador, medida en relación al promedio de los jugadores en cada una de las series. Para dar un ejemplo, el WPA de Corey Seager, nombrado Jugador Más Valioso en la Serie Mundial de 2020, fue de 0.63; en cambio, el WPA de Kenley Jansen, quien fue incapaz de cerrar un juego, porque le cayeron a palos y lo acabó perdiendo, fue de -0.79.

Si vemos el WPA acumulado a lo largo de las postemporadas, el orden para los peloteros mexicanos es el siguiente:

Fernando Valenzuela 2.09 

Julio Urías 1.29 

Erubiel Durazo 0.81

Roberto Osuna 0.80

Marco Estrada 0.69

Valenzuela tuvo marca de 5 ganados 1 perdido, 1.98 carreras limpias admitidas por cada 9 innings lanzados y 44 ponches. Adicionalmente, 4 juegos completos y 2 blanqueadas. 

Los números de Urías son 8-3, un juego salvado, 3.68 de PCL y 60 chocolates. Mientras el Toro ponchó a 6.2 rivales cada 9 entradas, Urías ha pasado por los strikes a 9.2.

El alto WPA de Durazo depende mucho de su gran Serie de Campeonato y Serie Mundial de 2001. Participó en 4 postemporadas y sus números son .234 de bateo, con 2 jonrones, 7 producidas y un OPS (porcentaje de embasamiento más slugging) de .771.

Osuna tiene 2-1, 5 salvamentos, 2.97 en carreras limpias, un hold, 2 rescates desperdiciados y 30 ponches.

Estrada tiene 3-3, 2.64 de efectividad y 43 ponches (8.1 por cada 9 innings lanzados)

Como puede verse, Julio Urías ya se separó de los demás, pero le falta todavía para llegar a los números de postemporada de Valenzuela (y no digamos a los de temporada, porque le faltan más de 100 victorias)

Ahora analicemos año con año. ¿Quién tuvo una mejor postemporada, contando Wild Card, Serie Divisional, Serie de Campeonato y Serie Mundial?

Fernando Valenzuela 1.31 (1981)

Julio Urías 1.29 (2020)

Erubiel Durazo 0.80 (2001)

Sergio Romo 0.79 (2012)

Roberto Osuna 0.76 (2016)

Aurelio López 0.63 (1984)

Otra vez vemos al Valenzuela de la Fernandomanía adelante, pero apenas por un pelito por encima de Urías en 2020. Durazo tuvo extraordinarias series de campeonato y mundial en aquel 2001 (no tanto la divisional), Sergio Romo fue un jugador clave, como cerrador de los Gigantes de San Francisco en la segunda de sus tres coronas en año par, Osuna estuvo espectacular en aquel año con los Azulejos de Toronto y Aurelio también tuvo un papel esencial para llevar a los Tigres a la cima, ganando de relevo el último juego de la Serie Mundial del 84. 

¿Cómo se distribuyen esos logros? Veamos cuáles son las mejores series de postemporada que han tenido los peloteros mexicanos, de acuerdo con el WPA:

Fernando Valenzuela 0.83 NLDS 1981 

Roberto Osuna 0.48 ALDS 2016

Julio Urías 0.44 NLCS 2020

Erubiel Durazo 0.37 WS 2001

Sergio Romo 0.36 WS 2012

Julio Urías 0.36 WS 2020

Hago notar dos cosas. La primera es que, aunque la historia de la grandeza de Valenzuela en postemporada suele estar marcada por aquella victoria sobre los Yankees en la Serie Mundial, la verdadera labor de cargarse encima el equipo fue en al principio de aquella postemporada, en la Serie Divisional contra Houston, en la que lanzó dos juegos: uno fue completo y admitió una carrera; en el otro lanzó 8 entradas, en épico duelo con Nolan Ryan y también sólo le anotaron una vez. Los Yanquis, en cambio, marcaron 4 veces la registradora. La segunda es que Urías es el único que aparece dos veces, y que su contribución en la Serie de Campeonato contra los Bravos, en la que ganó dos juegos, fue superior a la de la Serie Mundial.

Y aquí están -de hecho completando la anterior tablita- las mejores actuaciones de mexicanos en una Serie Mundial:

Erubiel Durazo 0.37 2001

Julio Urías 0.36 2020

Sergio Romo 0.36 2012

Jaime García 0.35 2011

Víctor González 0.26 2020

Nos encontramos, al menos, con tres sorpresas. La primera es que no está el Toro Valenzuela. Su victoria histórica contra los Yankees en 1981 le dio 0.20 de WPA. En la siguiente tabla veremos por qué. La segunda es que, a falta de Fernando, en la cima no se encuentra Julio Urías. Lo que sucede es que el desempeño de Durazo en aquella Serie Mundial que ganó con los Diamantes de Arizona fue opacado por la actuación de Randy Johnson. El sonorense, aunque no alineó contra pitchers zurdos, bateó para .364 y fue pieza clave en juegos cerrados. La tercera es que no está Aurelio López, sino Víctor González. Hicieron Series Mundial parecidísimas. La diferencia, de 3 centésimas, estriba en la cantidad de innings lanzados (tratando de ser exactos, en aquel doble play salvador de la línea al pitcher, digo yo).

El que Jaime García haya aparecido en esta lista nos lleva a la última tablita. La calificación de las aperturas de mexicanos en Serie Mundial. Aquí utilizaremos el método de Bill James, papá de la sabermetría: el "game score". Un lanzador inicia el juego con 50 puntos y los va acumulando o perdiendo de acuerdo con hits, outs, bases por bolas, carreras limpias, ponches, innings lanzados, etcétera. Se considera que la apertura está por encima del promedio si termina arriba de 50 puntos. Un hipotético juego perfecto con 27 ponches daría 114.

Game Score de aperturas de mexicanos en Serie Mundial

Jaime García 2011 (juego 2) 77

José Urquidy 2019 (juego 4) 67

Julio Urías 2020 (juego 4) 56

José Urquidy 2021 (juego 4) 54

Fernando Valenzuela 1981 (juego 3) 52

Jaime García 2011 (juego 6) 42  

García no ganó aquel juego 2, en el que lanzó 7 entradas, colgó 7 ceros y ponchó a 7, aceptando sólo 3 hits, porque el bullpen se lo tiró. Las aperturas de Urquidy y Urías quedan estadísticamente por encima de la de Valenzuela, aunque hayan sido más cortas (la segunda, con injusta salida prematura), pero aquella alcanzó la gloria por la victoria, el rival y el juego completo.

En resumen, el mexicano más grande en la historia de la postemporada sigue siendo el Toro de Etchohuaquila, pero no precisamente por el momento que más se le recuerda. La actuación de Urías en 2020 es excepcional en sus números, sin contar lo asentado que se le vio en la lomita y abajo de ella. Y hay actuaciones injustamente olvidadas: la de Erubiel Durazo en la postemporada de 2001 y aquella apertura de Jaime García diez años después. En esto tiene que ver el equipo (no es lo mismo los Dodgers, a los que la Fernandomanía convirtió en el equipo más seguido en México, junto con los Yankees, que los Diamondbacks de Arizona o, incluso, los Cardenales de San Luis, y más cuando la Serie Mundial coincide con los Juegos Panamericanos), pero también en cómo los medios contribuyen a modelar la memoria colectiva.



 


miércoles, octubre 28, 2020

La Libreta de racionamiento

 


En días recientes apareció la noticia de que en Cuba planean desaparecer la libreta de racionamiento, y también el llamado peso cubano convertible, como parte de una “nueva normalidad” a la que se dirigiría la economía cubana. Es un plan sin fechas, para cuando avancen “otras condiciones económicas financieras para el país”, según el presidente Díaz-Canel.

Estoy convencido de que el proceso, si se da, se traducirá en una profundización de la dolarización de la economía cubana, una devaluación de su peso y aumentos salariales acompañados de un repunte de la inflación. También, de una mejoría en el abasto, que es un desastre.

No sé cuál sea el saldo neto, pero lo que me da un gusto enorme es el anuncio del fin de la libreta. Explico por qué.

Cuando la revolución cubana se radicalizó en 1962, se introdujo la “libreta de abastecimiento” (aquí la palabra “abastecimiento” es un bonito eufemismo de lo contrario), diseñada con dos objetivos: uno, garantizar el acceso de todos los ciudadanos a los bienes de la canasta básica; dos, protegerlos contra las intenciones de acaparamiento y especulación de parte de los capitalistas. Las raciones que se reparten a personas y familias están fuertemente subsidiadas: cuestan algo así como la octava parte de su precio normal. En teoría, sólo los productos escasos son los que se distribuyen por esta vía. Si no los compras con la Libreta no los puedes conseguir en otro lado.

Mi madre era cubana y, aunque ella emigró a México mucho antes de la revolución, toda su familia vivía allí. Aclaro que, al principio, era una familia cien por ciento fidelista, habiendo sido mi abuelo un trabajador ferrocarrilero y activista sindical y todos -incluida mi mamá- participado, de una manera u otra en el Movimiento 26 de Julio.

Recuerdo de niño las pláticas telefónicas entre mi mamá y mi abuela en aquellos años, que eran a gritos, porque la larga distancia no tenía una conexión muy buena que digamos. Siempre una parte versaba sobre cuántas libras de qué daba la Libreta. Y luego había discusiones en la casa sobre si las cantidades alcanzaban o no. A mí me parecía, entonces, que había mucha azúcar, mucho arroz, suficiente huevo y muy poca carne.

Con los años, las cantidades que se platicaban fueron disminuyendo, porque así es esto de la ineficiencia. Y cada vez más productos se iban agregando a la Libreta: los cigarros, el gas, la cerveza, los focos, zapatos, ropa o tela y, señaladamente, artículos de limpieza. En algunos productos la oferta era de verdad escasa: un par de zapatos al año por persona; al año dos barras de jabón, dos rollos de papel de baño (lo que llevó a un nuevo uso tanto a directorios telefónicos como al diario Granma). Cuando faltaron severamente los licores, mi tío y mi primo construyeron un alambique para hacer licor de arroz. Luego faltaron vasos, pero se podían hacer unos hechizos, partiendo una botella y cubriendo los bordes con cera. Así es esto de la inventiva popular.

Por supuesto, en la medida en que los productos de la Libreta fueron bajando de calidad y cantidad, aparecían “por la libre” a precios elevados o de plano en el mercado negro a precios prohibitivos. El robo hormiga era de lo más común. A mi abuela, que siempre fue muy ortodoxa, le mentían y le decían que habían comprado todo por la Libreta, pero en corto sabían que con su pensión de “viuda de obrero destacado” hubiera pasado hambre.

Junto con esto, se dieron otro tipo de distorsiones. Por ejemplo, todos los niños de siete años o menos tenían derecho a un litro diario de leche. A los ocho, lo perdían. Y no faltara quien permutara la leche al vecino por cerveza. Un niño pequeño se quedaba sin leche, pero su papá quedaba bien servido. O más representativo: durante años, las ventas particulares de productos preparados por la misma persona (digamos, alguien que vende queso de casa en casa) fueron consideradas como delitos económicos. El concepto de “acaparador” y “especulador” fue descendiendo de escala social hasta llegar a las más bajas. Claro está que no todos los que cometían delito económico recibían el mismo trato a la hora de enfrentar la ley: hay igualdad, pero unas personas son más iguales que otras.

Llegó el momento en que la gente iba a la bodega a ver qué había. Una vez sólo hubo pimientos. Y de regreso a la casa con un saco de pimientos. En la semana habría ensalada de pimientos, pastel de pimientos y mermelada de pimientos. Y si en la calle ves una cola, hay que formarse, no importa por cuántas horas: de seguro llegó un producto escaso. Tampoco importa cuál, hay que formarse.

¿Qué ha significado la Libreta? Significó una tablita de salvación para la población más pobre durante los años más difíciles de la economía cubana, que no han sido pocos. Pero significó, para la gran mayoría, el eterno desabasto de productos básicos: alimentos, medicinas, productos del hogar y de uso personal. Y significó, sobre todo que, en aras de acabar con el acaparamiento, la especulación y la desigualdad, se generaran acaparamiento, especulación y desigualdades de nuevo tipo, limitando las posibilidades de desarrollo de la sociedad. Es el resultado de la combinación de la ineptitud administrativa con la prevalencia de lo ideológico sobre lo práctico y lo social.

En 1979, visitaba yo Cuba y mi primo la hacía de Cicerón (o de Virgilio, según el cristal con que se mire), llegamos a Plaza de la Revolución y ahí estaba la imagen gigantesca del Che Guevara. Un amigo que venía conmigo, del mismo apellido que el Che, dice una frase de admiración hacia el mítico guerrillero. Mi primo le responde, con un dejo de desaprobación: “Estoy con la revolución, pero el Che fue quien impuso la Libreta”.

Me parece significativo que el anuncio del fin de la Libreta (hago votos porque sea real) haya coincidido con el aniversario de la muerte de Guevara.

viernes, octubre 23, 2020

"Ese deporte no me gusta"

Un divertimento. Deportes populares descritos por alguien que no les entiende y que por eso opina que son aburridos y a nadie deben gustarle.


Futbol:
Se la pasan corriendo de un lado a otro tratando de meter la pelota en la casillita, pero no pueden. Se la quitan unos a otros y a veces se pasan la bola. Casi nunca llegan al otro lado. Cuando eso sucede, los locutores se desgañitan como si fueron algo emocionantísimo. Si acaso hay un gol, el locutor entra en orgasmo y también en competencia para gritarlo por más segundos que el de la cadena de televisión rival.

Si uno enciende la TV a medio juego, las probabilidades más altas son: 1. Están peloteando a media cancha y el locutor dice "es un partido muy trabado"; 2. Hay un jugador revolcándose de manera exagerada en el pasto a causa de un faul; 3. La pelota está inmóvil y hay varios jugadores dispuestos a pegarle, los narradores discurren sobre si debe disparar el zurdo o el derecho; 4. Están peloteando a media cancha y los locutores, ya de plano aburridos, hablan sobre glorias futbolísticas del pasado.

Basquetbol.
Si en el futbol, el gol es una rareza, en el basquet la canasta es de lo más normal. Ataca un equipo, anota. Ataca el otro, anota también. Si el equipo que ataca no anota, es que le cometieron un faul, y entonces le dan chance al jugador de anotar la canasta de tiro libre. Aquí nada de orgasmos de anotación, se hacen puntos por rutina. Los partidos parecen arreglados para que todo se resuelva en los últimos minutos, porque llegan parejísimos y el que anota al final, gana.

Si uno enciende la televisión a medio juego, no pasa nada porque: 1. Los equipos van empatados, y si uno tiene amplia ventaja, cuando falten dos minutos ya no la tendrá; 2. Los locutores hablan de cuántos minutos ha jugado tal basquetbolista y de que hay "una transición"; 3. Un equipo pidió tiempo y van a comerciales.

Beisbol.

Aquí sí no pasa nada de nada. Hay al menos 30 segundos entre un lanzamiento y otro. Total, para que el bateador pegue el enésimo faul. El juego dura como cuatro horas y si hay diez minutos de acción son muchos. Casi todas las carreras son por jonrones que duran como dos segundos para llegar al otro lado.

Si uno enciende la televisión a medio juego, casi seguramente proyectará la imagen del pitcher que se toca la gorra, o del bateador que se acomoda y se vuelve a acomodar los guantes. Por eso a los narradores les da tiempo para platicarnos toda la vida de los jugadores, para sacar una retahíla de estadísticas incomprensibles, para platicar sus anécdotas personales y, por supuesto, para recordar las glorias beisboleras del pasado.

Futbol Americano
Otra mentira. De entrada se juega con las manos, y no con el pie; y no hay bola, sino un balón ovoidal. El juego dura más de tres horas y te dicen que la acción real es de una hora, pero eso tampoco es cierto: normalmente pasan 30 segundos entre jugada y jugada. En esas jugadas, le dan a uno el balón y todos se le echan encima. Cuando muy de repente hay una jugada medianamente interesante, hay un pañuelo en el suelo, lo que significa que la jugada no vale. Donde atrapó el balón no cuenta, y donde no atrapó el balón sí cuenta. Lo peor es que te pasan la repetición y ni los locutores saben por qué voló el famoso pañuelito.

Si uno enciende la televisión a medio juego, la probabilidad más alta es que estén pasando comerciales, porque cambio de posesión, pausa de los dos minutos, tiempo pedido por los Cowboys o algún otro pretexto. Si no, lo más seguro es que los jugadores se están poniendo de acuerdo para la siguiente jugada, mientras los locutores se preguntan si van a correr o pasar. 

Automovilismo Fórmula 1

Supuestamente hay muchas emociones, pero no es cierto. Arrancan los autos y en pocos segundos ya están en fila india; el que tiene el mejor motor va adelante y los otros se van acomodando atrás, cada vez más lejos uno del otro, y así por vueltas y vueltas y vueltas. Casi no hay espacio para rebasar y cuando lo hay, el de atrás tampoco puede. Los locutores hablan de "estrategia de carrera", pero en realidad se trata de cuando le cambian las llantas a los coches.

Si uno enciende la tele a media carrera, lo más probable es que encuentre una perspectiva en la que se ve un auto corriendo solo en la pista; si tiene suerte, habrá una "lucha por el undécimo lugar" entre coches que no van tan rápido. Mientras, Fernando Tornello hace cuentas con los segundos que le saca el líder al segundo lugar (cada vez más) y Chacho López comenta: "Checo Pérez está haciendo una carrera muy inteligente". 

Boxeo
De entrada es un deporte de bárbaros, no de gente civilizada. Pero bueno, si uno ve el box es para que haya una moquetiza, pero nada de eso. Se la pasan tirando golpes de finta, bailando en el cuadrilátero. De repente hay uno que otro golpe, pero luego se asustan y se alejan, incluso cuando un boxeador va ganando. Como esos incivilizados no acaban con la cara destrozada, la pelea será por decisión de los jueces, y ahí sabe uno que va a ser un robo..

Si uno prende la televisión en medio de una pelea de box, lo más seguro es que los encuentre tirando golpes de tanteo, mientras los locutores gritan aparentemente emocionados, pero no están hablando de la pelea, sino recitando las líneas de un comercial.

Tenis.

Deporte fifí. Se pasan la pelota de un lado a otro de la red, en una cosa interminable. La razón de que es interminable está en la puntuación. De entrada, empiezan a contar de 15 en 15 y luego suman 10, y uno no sabe si el que ganó el juego terminó con 50, 55 o más puntos. Después, no importa ganar un juego con amplitud, o incluso un set. El tenis está hecho para prolongar la partida lo más que se pueda, para hacer que estén empatados aunque uno haya ganado muchos más puntos que otro. Es como un fraude electoral. Al final gana el que menos agotado termina.

Si uno prende su aparato de TV a la hora de una partida de tenis, encontrará a los competidores peloteando, o a uno de ellos secándose el sudor con una toalla. Y rara vez escuchará al comentarista, que está en silencio, probablemente porque ya se durmió. 

Atletismo

100 metros planos. Se pasan cinco minutos presentándote a los corredores; otros cinco o más, cuando están en los bloques de salida. La carrera apenas dura diez segundos y normalmente llegan tan apretados que no sabes quién ganó. Los locutores se equivocan al menos con uno de los tres primeros.

Lanzamiento de bala. Un fortachón con una bola de hierro. Es tan pesada, que al tirarla no llega lejos. No tienes idea de si hizo un buen tiro o no, porque la diferencia es de centímetros. La supuesta emoción llega cuando los oficiales dan la distancia. Paso a otro fortachón que se echa talco al pecho y axilas. Es tan aburrido que la cámara deja la final de bala para las eliminatorias de 100 metros planos. Cinco minutos presentándote a los corredores; otros cinco o más, cuando están en los bloques de salida....

Caminata 50 kilómetros. Salen los competidores en bola, los ves marchar unos kilómetros y siguen en bola, los comentaristas hablan de lo extenuante que es la prueba. Regresas media hora después y ahora están en fila india. Los comentaristas hablan de lo extenuante que es la prueba, y que se definirá a partir del kilómetro 35. Regresas al cabo de otras dos horas, seguro ya pasó el kilómetro 35, y ahí siguen caminando, sólo que ya no sabes quién va en qué lugar, porque hay muchos a los que le sacan la vuelta. Si a esas alturas se da el milagro de un rebase de verdad, lo probable es que no lo pasen.

Maratón. Como la caminata, pero corriendo y sin vueltas a un circuito. Aquí no sabes quién va en qué lugar porque no sabes en qué kilómetro está tal edificio.

  
   

jueves, octubre 22, 2020

Nostalgia por el ruizcortinismo



La conferencia del presidente López Obrador en la que analiza con porcentajes de “favorables”, “desfavorables” y “neutros” las columnas de opinión de varios diarios, me dan pie para recordar una historia. 

En 1956 hubo un breve zipizape editorial (así lo califica Fernando Mejía Barquera en su libro Un Diario de Contrastes) entre los periódicos Excelsior y El Nacional

Sucede que el Excelsior, en un editorial, tras el apoteósico regreso de una reunión que sostuvo el presidente Ruiz Cortines con sus homólogos de Estados Unidos y Canadá, criticó el “reclutamiento de manifestantes” que “tenían consigna de aplaudir” y que “choca con la austeridad”. Ya se sabe que Ruiz Cortines era “el Presidente Austero”, sobre todo después de la devaluación de 1954. 

El diario no quería tocar al Presidente ni con el pétalo de una rosa. Por eso, en el mismo editorial señalaba que Ruiz Cortines “no necesita ni exige burocrática conscripción de simpatizantes, por la simple y sencilla razón que ni él está en plan demagógico, ni es minoritario el respaldo popular a su gestión gobernante”. 

Al día siguiente respondió El Nacional, alarmado por los “injustos denuestos contra respetables conglomerados” del pueblo que habían tributado al Presidente con una “fervorosa, entusiasta y espontánea bienvenida”. A continuación, acusaba que el otro periódico había aprovechado la libertad de expresión para amparar la intolerancia y alentar “tendencias desorientadoras”. 

La gente había ido a vitorear a Ruiz Cortines, de acuerdo con la versión del diario del gobierno, “estimulada por el buen gobierno al que reiteradamente ha demostrado su sincera gratitud”. Eran expresiones “sencillas y nobles” de “humilde gente del pueblo”, que daban una “lección de civismo” a quienes perseguían innobles intereses. 

Pero no se quedaba en el regaño. Seguía una amenaza: “un órgano periodístico que se manifiesta adverso y hostil a un régimen democrático… antes de escribir tales diatribas, debería anticiparse y renunciar a privilegios económicos, a la publicidad oficial y de las dependencias descentralizadas”. 

El Excelsior respondería afirmando que su posición “diamantina” era la de ser “los primeros en apoyar y en aplaudir la actitud de acendrado mexicanismo, de dignidad, que fue la norma directriz del Presidente Ruiz Cortines” durante su visita. Que lo que criticaban era el “servilismo barato”, tan distinto “al modo de ser y el estilo de sólido estadista que caracteriza al señor Ruiz Cortines”. 

A su vez, El Nacional contestaría burlándose de que el otro periódico creyera que su posición de apoyo al gobierno era la que importaba, y no “el consenso magnífico de un pueblo”, para luego recordar otras épocas: lo mal que trató a Obregón y a Cárdenas, su posición de “abierta simpatía con el eje nazifascista y el falangismo español”, pruebas de que “su opinión no coincide con la del pueblo”. Ya el Excelsior prefirió no contestar. 

Esa era la situación de la prensa en la era de mayor poderío del PRI, hace ya 64 años. Quienquiera que asomara un atisbo de crítica recibía una andanada editorial, cuando no amenazas -recordemos que el Estado tenía el monopolio del papel periódico- despidos o cierres de la publicación, bajo todo tipo de pretextos. 

Una de las características de los regímenes autoritarios es la de no aceptar las críticas. Y, si vemos el lenguaje utilizado por El Nacional, que fungía como vocero oficioso del gobierno, encontraremos algunas perlas de interés: una es la identificación de la crítica como uso abusivo de la libertad de expresión “para amparar la intolerancia”; otra, la descalificación de la prensa como hostil a la democracia encarnada, por supuesto, en el régimen vigente y en el Señor Presidente; una tercera, el contrastar a los críticos como personas pagadas de sí, alejadas y diferentes a la gente humilde y buena del pueblo, que es incondicional en su apoyo; finalmente, el recuerdo de los pecados, reales o inventados, de un pasado que puede ser tan remoto como se quiera, para demostrar la calaña antipatriótica de quienes se atreven a disentir. 

Tuvieron que pasar muchos años, y que discurrir muchas luchas ciudadanas, para que esa “isla intocada” que era México se dotara de instituciones democráticas y se instaurara una libertad de expresión que permitió, no sólo la crítica abierta y dura a los gobernantes, sino también el periodismo de investigación que ha desnudado errores, corruptelas e injusticias de todo tipo. Hemos dejado atrás el reino de los eufemismos y los mensajes cifrados, y las cosas ya se dicen normalmente por su nombre. 

En ese sentido, los medios -de manera desigual, sin duda- han contribuido al desarrollo de una sociedad plural, mejor informada, más crítica y participativa. Han sido parte del proceso de cambio. 

Paradójicamente, la cabeza de un gobierno emanado de esa sociedad democrática y participativa, se queja un día sí y otro también, de que es criticado. Como si eso no fuera consustancial a una democracia. Pareciera que López Obrador tiene nostalgia de los tiempos en los que el Presidente era intocable, y para quedar bien no bastaba siquiera con mencionar su acendrado mexicanismo y su dignidad: había que ser más abyectos. 

Es cierto que la mayoría de las columnas de opinión son críticas al gobierno. Pero también lo fueron con el de Peña Nieto, con el de Calderón, con el de Fox, con el de Zedillo y hasta con el de Salinas de Gortari. Es cuestión de darse un chapuzón en la hemeroteca para percatarse de que hace mucho que los presidentes dejaron de ser la figura intocable que eran hace medio siglo. Lo novedoso es la queja presidencial, con numeritos y todo. Lo novedoso es que cree que la crítica es cosa nueva, cuando lleva décadas entre nosotros. Y peor: cree que es cosa mala. 

Detrás de esas críticas a la prensa hay una apelación, dirigida a esas personas, “sencillas y nobles”, “gente humilde del pueblo”, a esa masa “fervorosa, entusiasta y espontánea”. Se les pide que no crean en lo que dice la prensa profesional. Que no lean ni analicen. Que no contrasten datos y opiniones. Para eso es mejor la fe ciega.

lunes, septiembre 28, 2020

El club de los pitchers efectivos

 

Víctor González


Mexicanos en GL.  2020 

Se fue casi tan rápido como llegó. Terminó la breve campaña regular en Grandes Ligas, los aficionados nos preparamos a una postemporada con nuevo formato, en la que participarán diez compatriotas, y llegó la hora de hacer cuentas con lo poco que pudimos ver de los mexicanos en este año. Subrayaré dos cosas. Una es la gran cantidad de debuts nacionales en tan poco tiempo: siete jugadores se estrenaron en la Gran Carpa. La otra es que, salvo por dos de los novatos, los lanzadores mexicanos se caracterizaron por su buena efectividad (de no ser porque el último día le metieron dos carreras a Sergio Romo sin que sacara un out, todos habrían acabado con PCL debajo de las 4 carreras limpias por cada 9 entradas lanzadas).

Aquí el balance del contingente nacional en el año, ordenado de acuerdo con el desempeño de cada uno en la temporada (como siempre, incluimos a los paisanos que han jugado representando a México en el Clásico Mundial o en otro torneo de primer nivel) 

Alex Verdugo fue el mexicano más destacado, una de las pocas bujías que le funcionaron a los tristes Red Sox de 2020. El originario de Arizona quedó en cuarto lugar de porcentaje de bateo en la Liga Americana, con .308 y demostró que es capaz de grandes cosas. Su fildeo es extraordinario, se poncha poco, corre bien las bases. Podría tener algo más de poder. Una lesión de último momento contribuyó en bajarle el porcentaje unas 20 milésimas, porque terminó en un slump. Sus numerotes: .308 de porcentaje de bateo, 6 jonrones, 15 carreras impulsadas, 36 anotadas y 4 robos de base.

Víctor González fue la revelación de la temporada entre los mexicanos y. sin duda, el mejor entre ellos el mes de septiembre. El slider venenoso de este zurdo hizo estragos en los bateadores rivales y lo ha hecho ganar confianza con el manager Dave Roberts, de los Dodgers. Terminó la temporada con 3 ganados y 0 perdidos, un estelar 1.33 de carreras limpias, 23 ponches (sólo dos bases por bolas otorgadas) y dos holds (ventajas sostenidas en situación de rescate).

Giovanny Gallegos no tuvo un septiembre tan espectacular como el mes anterior, en particular porque se lesionó la ingle, tuvo que dejar la casa llena en un partido, entraron tooodas esas carreras y perdió el juego. Aún así, el taponero sonorense de los Cardenales, finalizó la minitemporada con marca de 2-2, 4 salvamentos, un decento 3.60 de PCL,21 sopitas de pichón servidas y un hold.

Julio Urías por fin se afianzó en la rotación de los Dodgers, aunque al ideático manager ya le dio por ponerlo a “abrir” a partir de la segunda entrada. El zurdito de Culiacán tuvo 10 aperturas, en el año, de las cuales 5 fueron de calidad, aunque casi nunca llegó a la séptima entrada. Termina la campaña con 3-0, 3.27 de efectividad y 45 rivales pasados por los strikes.

José Urquidy no reapareció hasta septiembre, porque salía positivo a la prueba de COVID, aun cuando ya había superado la enfermedad. Pocas aperturas, pero muy buenas. Cuatro de las cinco fueron de calidad. Tuvo una suerte del nabo con el apoyo de bateo de los Astros y con el relevo. Por eso acabó con marca de 1-1, 2.73 de carreras limpias y 17 ponches.

Joakim Soria, ya veterano, es parte importante del bullpen más exitoso de Grandes Ligas, que es también el más trabajado: el de los Atléticos de Oakland.  Participó en 15 juegos y sólo en cinco admitió carrera. Su marca de 2020: 2-2, con 2 juegos salvados y 4 holds. Su efectividad quedó en 2.82 y ponchó a 24.

Oliver Pérez, en el año en que estableció su récord, ha dejado en claro que los años no pasan por él y ha sido muy útil en el relevo para los Indios de Cleveland. Culminó la campaña regular con 1-1, un excelente 2.00 de carreras limpias, 14 ponches y 3 holds. Cada nuevo año que juegue en Ligas Mayores establecerá marca de longevidad para mexicanos.

Sergio Romo. El menudo Mechón estuvo muy activo en septiembre, combinando labores de preparación con las de cierre, para los Mellizos de Minnesota. Como suele suceder con este maestro de la moña, normalmente se despacha a todos sus rivales, pero cuando le pegan, le pegan duro. Sus números del año: 1-2, 5 salvamentos, 10 holds, 4.05 de efectividad y 23 pasados por los strikes.

Luis Cessa, aunque suele ser relegado a labores de trapeo de innings por los Yanquis, año con año mejora sus números y su seguridad. El derecho de Córdoba cumplió con marca de 0-0, un salvado y un hold, 3.32 de ERA y 17 ponches.

Roberto Osuna se lesionó en su tercer juego. Su marca del año 0-0, 2.08 de carreras limpias, un rescate y un hold. Reportan que está lanzando de nuevo, en un proceso de rehabilitación con el que busca evitar la cirugía Tommy John, que lo sacaría un año entero del montículo.

Luis Urías disputó la titularidad en el infield de los Cerveceros de Milwaukee, y no la terminó asegurando. Como cuando estaba en San Diego, sigue enorme con el guante y desilusionante con el bat. Sus números: .239 de porcentaje, 11 producidas y dos robos.

Alejandro Kirk tuvo un interesante debut con los Azulejos de Toronto. De este receptor de Tijuana, de apenas 21 años, bajito y pesado, se hablan maravillas, sobre todo en materia ofensiva. Llegó a asustar a Danny Jansen, el titular que estaba en medio slump y probablemente le hubiera arrebatado la titularidad en una temporada más larga. Kirk bateó para .375 con un cuadrangular y 3 producidas. Habrá qué ver cómo funciona a la defensiva y, sobre todo, manejando a los lanzadores. No es buen dato que en dos de sus cinco apariciones como titular en la receptoría, su equipo haya sido apaleado.

Ramón Urías tuvo dos momentos con los Orioles de Baltimore. Mucho mejor el segundo. El hermano de Luis acabó con números casi idénticos a los de Kirk. .360, un jonrón y 3 producidas. Y como el otro mexicano, no se vio muy bien a la defensiva.

Isaac Paredes compartió la tercera base de los Tigres de Detroit, que lo ven como apuesta para el futuro, ya que tiene sólo 21 años. Se le ven hechuras, pero también que está verde. En la temporada: .220 de promedio, un vuelacercas y 6 impulsadas.

Humberto Castellanos fue el mexicano a quien le tocó estar en la puerta giratoria, entre el equipo grande y la sucursal (que esta vez fue el “grupo taxi”). Cuatro veces entre unos y otros. A final, 0-1 en ganados y perdidos. 6.75 de PCL,12 ponches y un futuro incierto en las Mayores.

Jesús Cruz lanzó una entrada con San Luis, ponchó a dos, pero le anotaron dos carreras y a los pocos días perdió la chamba.

Luis González no volvió en septiembre. En agosto tomó dos turnos como emergente para los Medias Blancas de Chicago. La primera vez lo golpearon (y anotó carrera); la segunda lo poncharon.


domingo, septiembre 20, 2020

Mis villanos (fílmicos) favoritos

 Los villanos son indispensables en el cine, y también son abundantes. Si uno ha visto mil filmes, ha conocido a más de mil villanos. Pero hay unos inolvidables, casi siempre porque son particularmente odiosos. Aquí una lista de los que considero los mejores, por razones varias. Son mis villanos fílmicos favoritos.

Harry Powell, The Night of the Hunter (1955)


Harry Powell, interpretado por Robert Mitchum, es el villano más completo que me ha tocado ver. Es un asesino despiadado, que se ceba en las personas débiles. Es un misógino y abusador de niños. Pero además es un falsario, que utiliza la moral y la hipocresía para dar otra imagen de sí. Si tiene un Dios, es el dios de los cínicos. A diferencia de otros, que utilizan las normas morales para hacer el mal (como la enfermera Ratchet, en One Flew Over the Cuckoo's Nest (1975) o que son completamente amorales, como Anton Chigurh, de No Country for Old Men (2007), el Reverendo Harry Powell sí conoce la diferencia entre el bien y el mal. Y elige el mal. Y durante toda la película el espectador no hace más que odiarlo.

Coronel Hans Landa, Inglorious Basterds (2009)


Hans Landa, genialmente interpretado por Christopher Waltz, es el caso más acabado del villano que amas odiar. Astuto, cultivado, cínico, provisto de un fino sadismo, arrogante, pero sobre todo ambicioso y oportunista. Es el político que es cortés porque está esperando el momento para atrapar su presa, el militar capaz de matar a sangre fría. El hombre que no tiene más lealtad que con sus intereses. Y todo lo hace con una vena sarcástica que termina por crear un personaje inolvidable.

Phyllis Dietrichson, Double Indemnity (1944)


En este film, uno de los más logrados del género del film-noir, Barbara Stanwyck es el epítome de la femme fatale. Una mujer fría y manipuladora, que utiliza el arte de la seducción para sus propios fines, y que no se toca el corazón para matar, traicionar y deshacer a todo el que se ponga en su camino. La película tiene la ventaja de que, desde el principio uno sabe quienes son los asesinos, y eso permite ir estudiando el terrible personaje.

El Jaibo, Los Olvidados (1950) 

Hay distintas maneras con las que se responde a la marginación. El Jaibo, en la interpretación legendaria de Roberto Cobo, responde con violencia, traición y una dosis de sadismo, que se ensaña en los más débiles. Es un auténtico hijo de la chingada, aunque en el fondo sea débil, él también.

Hans Beckert, M (1931)


Hay distintos tipos de sicópatas en el cine, todos terribles. Pero hay unos que están tan pirados que no s dan cuenta. como Jack Torrance, en The Shining (1980) o que entienden su condición con cinismo, como el excelente Guasón en The Dark Night (2008), pero Hans Beckert, en la interpretación de Peter Lorre, la sufre. Es algo que puede más que él, un monstruo interno. Eso lo hace humano y, al mismo tiempo, doblemente horroroso.


Julie Roussel/Marion Vergano, La sirène du Missisipi (1969)


El personaje que interpreta Catherine Denueve en esta joyita de Truffaut es un caso de femme fatale que se comporta como el alacrán de la fábula. Ya hizo daño, mucho. Y aún cuando no tiene caso y está acorralada, lo sigue haciendo. El filme también es un estudio de la dependencia: para un buen sádico se requiere un masoquista. Un personaje similar, pero más lineal y que tiene un final horrendo, es el de Leila Hyams en Freaks (1932).

Zé Pequenho, Cidade de Deus (2002)


Zé Pequenho, interpretado por Douglas Silva y Leandro Firmino es una suerte de Jaibo recargado, en un contexto donde el narcomenudeo multiplica la violencia. Pero Zé Pequenho tiene un pie metido en la psicosis: desde niño encontró placer al matar. Era yerba mala (y otra vez hay una película que muestra que la marginalidad no marca caminos únicos). 

Terminator, The Terminator (1984)


Si hay un malvado de trágico destino, ese es Terminator, el original. No importa que sea un robot. Terminator es ese obstáculo que parece irremontable al que se enfrentan tantos buenos en las películas. Pero el guión tiene tantas vueltas de tuerca -algunas se resuelven en la segunda película- que al final resulta que toda la terquedad y la violencia de Terminator, a quien los espectadores quieren ver destruido, tenían una sola finalidad: su derrota. Fue enviado a perecer por sus jefes robóticos porque de su brazo cercenado nacerá la estirpe que dominará al mundo (y en un buen juego de espejos, Kyle Reese es enviado también a morir, pero a engendrar a John Connor, el líder de los humanos rebeldes). Al estar marcado por la tragedia, sin saberlo, me parece que el androide personificado por Arnold Swartzenegger es mucho mejor villano robótico que HAL 900, el de 2001, Odisea Espacial (1969).

Brick Top, Snatch (2000)


Por una parte, Brick Top, actuado por Alan Ford es de los pequeños jefes del crimen organizado más creíbles; por la otra, es cruel, tramposo, mal hablado, iracundo y no exento de torpezas. Eso lo hace un villano particularmente aborrecible. No importa que sea un personaje menor. Esa misma película tiene otro malo difícil de olvidar: Boris The Blade, que es prácticamente inmorible.

Cruella De Vil, One Hundred and One Dalmatians (1961)


Termino, por ahora, con una villana de caricatura. Está en la lista por mala, por fea, y porque es de muy mal gusto usar pieles de perritos dizque para implantar una moda. De niño odié a esa cacatúa.