lunes, septiembre 28, 2020

El club de los pitchers efectivos

 

Víctor González


Mexicanos en GL.  2020 

Se fue casi tan rápido como llegó. Terminó la breve campaña regular en Grandes Ligas, los aficionados nos preparamos a una postemporada con nuevo formato, en la que participarán diez compatriotas, y llegó la hora de hacer cuentas con lo poco que pudimos ver de los mexicanos en este año. Subrayaré dos cosas. Una es la gran cantidad de debuts nacionales en tan poco tiempo: siete jugadores se estrenaron en la Gran Carpa. La otra es que, salvo por dos de los novatos, los lanzadores mexicanos se caracterizaron por su buena efectividad (de no ser porque el último día le metieron dos carreras a Sergio Romo sin que sacara un out, todos habrían acabado con PCL debajo de las 4 carreras limpias por cada 9 entradas lanzadas).

Aquí el balance del contingente nacional en el año, ordenado de acuerdo con el desempeño de cada uno en la temporada (como siempre, incluimos a los paisanos que han jugado representando a México en el Clásico Mundial o en otro torneo de primer nivel) 

Alex Verdugo fue el mexicano más destacado, una de las pocas bujías que le funcionaron a los tristes Red Sox de 2020. El originario de Arizona quedó en cuarto lugar de porcentaje de bateo en la Liga Americana, con .308 y demostró que es capaz de grandes cosas. Su fildeo es extraordinario, se poncha poco, corre bien las bases. Podría tener algo más de poder. Una lesión de último momento contribuyó en bajarle el porcentaje unas 20 milésimas, porque terminó en un slump. Sus numerotes: .308 de porcentaje de bateo, 6 jonrones, 15 carreras impulsadas, 36 anotadas y 4 robos de base.

Víctor González fue la revelación de la temporada entre los mexicanos y. sin duda, el mejor entre ellos el mes de septiembre. El slider venenoso de este zurdo hizo estragos en los bateadores rivales y lo ha hecho ganar confianza con el manager Dave Roberts, de los Dodgers. Terminó la temporada con 3 ganados y 0 perdidos, un estelar 1.33 de carreras limpias, 23 ponches (sólo dos bases por bolas otorgadas) y dos holds (ventajas sostenidas en situación de rescate).

Giovanny Gallegos no tuvo un septiembre tan espectacular como el mes anterior, en particular porque se lesionó la ingle, tuvo que dejar la casa llena en un partido, entraron tooodas esas carreras y perdió el juego. Aún así, el taponero sonorense de los Cardenales, finalizó la minitemporada con marca de 2-2, 4 salvamentos, un decento 3.60 de PCL,21 sopitas de pichón servidas y un hold.

Julio Urías por fin se afianzó en la rotación de los Dodgers, aunque al ideático manager ya le dio por ponerlo a “abrir” a partir de la segunda entrada. El zurdito de Culiacán tuvo 10 aperturas, en el año, de las cuales 5 fueron de calidad, aunque casi nunca llegó a la séptima entrada. Termina la campaña con 3-0, 3.27 de efectividad y 45 rivales pasados por los strikes.

José Urquidy no reapareció hasta septiembre, porque salía positivo a la prueba de COVID, aun cuando ya había superado la enfermedad. Pocas aperturas, pero muy buenas. Cuatro de las cinco fueron de calidad. Tuvo una suerte del nabo con el apoyo de bateo de los Astros y con el relevo. Por eso acabó con marca de 1-1, 2.73 de carreras limpias y 17 ponches.

Joakim Soria, ya veterano, es parte importante del bullpen más exitoso de Grandes Ligas, que es también el más trabajado: el de los Atléticos de Oakland.  Participó en 15 juegos y sólo en cinco admitió carrera. Su marca de 2020: 2-2, con 2 juegos salvados y 4 holds. Su efectividad quedó en 2.82 y ponchó a 24.

Oliver Pérez, en el año en que estableció su récord, ha dejado en claro que los años no pasan por él y ha sido muy útil en el relevo para los Indios de Cleveland. Culminó la campaña regular con 1-1, un excelente 2.00 de carreras limpias, 14 ponches y 3 holds. Cada nuevo año que juegue en Ligas Mayores establecerá marca de longevidad para mexicanos.

Sergio Romo. El menudo Mechón estuvo muy activo en septiembre, combinando labores de preparación con las de cierre, para los Mellizos de Minnesota. Como suele suceder con este maestro de la moña, normalmente se despacha a todos sus rivales, pero cuando le pegan, le pegan duro. Sus números del año: 1-2, 5 salvamentos, 10 holds, 4.05 de efectividad y 23 pasados por los strikes.

Luis Cessa, aunque suele ser relegado a labores de trapeo de innings por los Yanquis, año con año mejora sus números y su seguridad. El derecho de Córdoba cumplió con marca de 0-0, un salvado y un hold, 3.32 de ERA y 17 ponches.

Roberto Osuna se lesionó en su tercer juego. Su marca del año 0-0, 2.08 de carreras limpias, un rescate y un hold. Reportan que está lanzando de nuevo, en un proceso de rehabilitación con el que busca evitar la cirugía Tommy John, que lo sacaría un año entero del montículo.

Luis Urías disputó la titularidad en el infield de los Cerveceros de Milwaukee, y no la terminó asegurando. Como cuando estaba en San Diego, sigue enorme con el guante y desilusionante con el bat. Sus números: .239 de porcentaje, 11 producidas y dos robos.

Alejandro Kirk tuvo un interesante debut con los Azulejos de Toronto. De este receptor de Tijuana, de apenas 21 años, bajito y pesado, se hablan maravillas, sobre todo en materia ofensiva. Llegó a asustar a Danny Jansen, el titular que estaba en medio slump y probablemente le hubiera arrebatado la titularidad en una temporada más larga. Kirk bateó para .375 con un cuadrangular y 3 producidas. Habrá qué ver cómo funciona a la defensiva y, sobre todo, manejando a los lanzadores. No es buen dato que en dos de sus cinco apariciones como titular en la receptoría, su equipo haya sido apaleado.

Ramón Urías tuvo dos momentos con los Orioles de Baltimore. Mucho mejor el segundo. El hermano de Luis acabó con números casi idénticos a los de Kirk. .360, un jonrón y 3 producidas. Y como el otro mexicano, no se vio muy bien a la defensiva.

Isaac Paredes compartió la tercera base de los Tigres de Detroit, que lo ven como apuesta para el futuro, ya que tiene sólo 21 años. Se le ven hechuras, pero también que está verde. En la temporada: .220 de promedio, un vuelacercas y 6 impulsadas.

Humberto Castellanos fue el mexicano a quien le tocó estar en la puerta giratoria, entre el equipo grande y la sucursal (que esta vez fue el “grupo taxi”). Cuatro veces entre unos y otros. A final, 0-1 en ganados y perdidos. 6.75 de PCL,12 ponches y un futuro incierto en las Mayores.

Jesús Cruz lanzó una entrada con San Luis, ponchó a dos, pero le anotaron dos carreras y a los pocos días perdió la chamba.

Luis González no volvió en septiembre. En agosto tomó dos turnos como emergente para los Medias Blancas de Chicago. La primera vez lo golpearon (y anotó carrera); la segunda lo poncharon.


domingo, septiembre 20, 2020

Mis villanos (fílmicos) favoritos

 Los villanos son indispensables en el cine, y también son abundantes. Si uno ha visto mil filmes, ha conocido a más de mil villanos. Pero hay unos inolvidables, casi siempre porque son particularmente odiosos. Aquí una lista de los que considero los mejores, por razones varias. Son mis villanos fílmicos favoritos.

Harry Powell, The Night of the Hunter (1955)


Harry Powell, interpretado por Robert Mitchum, es el villano más completo que me ha tocado ver. Es un asesino despiadado, que se ceba en las personas débiles. Es un misógino y abusador de niños. Pero además es un falsario, que utiliza la moral y la hipocresía para dar otra imagen de sí. Si tiene un Dios, es el dios de los cínicos. A diferencia de otros, que utilizan las normas morales para hacer el mal (como la enfermera Ratchet, en One Flew Over the Cuckoo's Nest (1975) o que son completamente amorales, como Anton Chigurh, de No Country for Old Men (2007), el Reverendo Harry Powell sí conoce la diferencia entre el bien y el mal. Y elige el mal. Y durante toda la película el espectador no hace más que odiarlo.

Coronel Hans Landa, Inglorious Basterds (2009)


Hans Landa, genialmente interpretado por Christopher Waltz, es el caso más acabado del villano que amas odiar. Astuto, cultivado, cínico, provisto de un fino sadismo, arrogante, pero sobre todo ambicioso y oportunista. Es el político que es cortés porque está esperando el momento para atrapar su presa, el militar capaz de matar a sangre fría. El hombre que no tiene más lealtad que con sus intereses. Y todo lo hace con una vena sarcástica que termina por crear un personaje inolvidable.

Phyllis Dietrichson, Double Indemnity (1944)


En este film, uno de los más logrados del género del film-noir, Barbara Stanwyck es el epítome de la femme fatale. Una mujer fría y manipuladora, que utiliza el arte de la seducción para sus propios fines, y que no se toca el corazón para matar, traicionar y deshacer a todo el que se ponga en su camino. La película tiene la ventaja de que, desde el principio uno sabe quienes son los asesinos, y eso permite ir estudiando el terrible personaje.

El Jaibo, Los Olvidados (1950) 

Hay distintas maneras con las que se responde a la marginación. El Jaibo, en la interpretación legendaria de Roberto Cobo, responde con violencia, traición y una dosis de sadismo, que se ensaña en los más débiles. Es un auténtico hijo de la chingada, aunque en el fondo sea débil, él también.

Hans Beckert, M (1931)


Hay distintos tipos de sicópatas en el cine, todos terribles. Pero hay unos que están tan pirados que no s dan cuenta. como Jack Torrance, en The Shining (1980) o que entienden su condición con cinismo, como el excelente Guasón en The Dark Night (2008), pero Hans Beckert, en la interpretación de Peter Lorre, la sufre. Es algo que puede más que él, un monstruo interno. Eso lo hace humano y, al mismo tiempo, doblemente horroroso.


Julie Roussel/Marion Vergano, La sirène du Missisipi (1969)


El personaje que interpreta Catherine Denueve en esta joyita de Truffaut es un caso de femme fatale que se comporta como el alacrán de la fábula. Ya hizo daño, mucho. Y aún cuando no tiene caso y está acorralada, lo sigue haciendo. El filme también es un estudio de la dependencia: para un buen sádico se requiere un masoquista. Un personaje similar, pero más lineal y que tiene un final horrendo, es el de Leila Hyams en Freaks (1932).

Zé Pequenho, Cidade de Deus (2002)


Zé Pequenho, interpretado por Douglas Silva y Leandro Firmino es una suerte de Jaibo recargado, en un contexto donde el narcomenudeo multiplica la violencia. Pero Zé Pequenho tiene un pie metido en la psicosis: desde niño encontró placer al matar. Era yerba mala (y otra vez hay una película que muestra que la marginalidad no marca caminos únicos). 

Terminator, The Terminator (1984)


Si hay un malvado de trágico destino, ese es Terminator, el original. No importa que sea un robot. Terminator es ese obstáculo que parece irremontable al que se enfrentan tantos buenos en las películas. Pero el guión tiene tantas vueltas de tuerca -algunas se resuelven en la segunda película- que al final resulta que toda la terquedad y la violencia de Terminator, a quien los espectadores quieren ver destruido, tenían una sola finalidad: su derrota. Fue enviado a perecer por sus jefes robóticos porque de su brazo cercenado nacerá la estirpe que dominará al mundo (y en un buen juego de espejos, Kyle Reese es enviado también a morir, pero a engendrar a John Connor, el líder de los humanos rebeldes). Al estar marcado por la tragedia, sin saberlo, me parece que el androide personificado por Arnold Swartzenegger es mucho mejor villano robótico que HAL 900, el de 2001, Odisea Espacial (1969).

Brick Top, Snatch (2000)


Por una parte, Brick Top, actuado por Alan Ford es de los pequeños jefes del crimen organizado más creíbles; por la otra, es cruel, tramposo, mal hablado, iracundo y no exento de torpezas. Eso lo hace un villano particularmente aborrecible. No importa que sea un personaje menor. Esa misma película tiene otro malo difícil de olvidar: Boris The Blade, que es prácticamente inmorible.

Cruella De Vil, One Hundred and One Dalmatians (1961)


Termino, por ahora, con una villana de caricatura. Está en la lista por mala, por fea, y porque es de muy mal gusto usar pieles de perritos dizque para implantar una moda. De niño odié a esa cacatúa.



 


viernes, septiembre 11, 2020

De la sartén al fuego... ¿y de regreso?

 A continuación, tres columnas que tienen un aspecto en común: el análisis de las oposiciones al gobierno de López Obrador en la actual coyuntura.


El púlpito y el huevo de la serpiente

Se ha instaurado en México una forma de comunicación cada vez más simplificada, más en blanco y negro. Con la pandemia de coronavirus la polarización política ha aumentado y se está comiendo la poca deliberación racional que quedaba.

Ya sabemos que el método que ha elegido el Presidente, a través de las mañaneras, es el de la didáctica desde el púlpito. Más que aclarar dudas y explicar sus decisiones de gobierno, se busca definir agenda y machacar en una confrontación, más que ideológica, de definición de escuadrones desplegados en un imaginario campo de batalla.

Con la llegada conjunta de las crisis económica y sanitaria, esta confrontación se aviva desde todos los frentes y el resultado visible es la falta de unidad nacional para enfrentarlas.

En otras palabras, salvo excepciones -casi todas dentro de la prensa profesional- estamos pasando a una discusión sin matices, en la que no se cree o no se quiere oír un solo argumento de la contraparte, “el que no está conmigo está contra mí”.

De esta forma, el discurso político está siendo sustituido por sermones. Pero no son sólo los que provienen diariamente de Palacio Nacional, con citas bíblicas y todo. También del otro lado los vemos, del de los opositores a ultranza. Y todo se resuelve en una situación absurda donde, en medio de problemas terribles que demandan solución, la discusión es sobre quién está derrotado moralmente.

Así ha sido, por ejemplo, con el tema de la estrategia federal contra la pandemia, y el papel de Hugo López-Gatell. Los resultados hacen evidente que ha habido errores y que buena parte de ellos se derivan de la politización de la comunicación. Un buen tema de tesis para licenciatura en periodismo sería analizar el cambio en el tipo de gráficas mostradas en las presentaciones del subsecretario y su equipo a lo largo de la pandemia. Esos cambios, a menudo no explicado, han sido grandes generadores de suspicacias.

Sumemos la suspicacia racional a la intencionalidad política, y encontramos cosas como las interpretaciones sesgadas de las razones por las que se suspendió el semáforo epidemiológico o, peor, disputas sobre si el funcionario es un héroe o un genocida, sin espacios intermedios. 

El tono del debate, que amaga con tocar todos los temas de la agenda nacional, genera algo más que escepticismo: genera incredulidad general. El problema es que cuando la gente ya no cree en nada, es más fácil de manipular.

Si encima, se maneja el escepticismo ante la ciencia, en el fondo se está dejando a la gente a atenerse a la protección divina. El siguiente paso será la pelea para ver quién es el representante legítimo de esa protección. En otras palabras, la aparición de algún nuevo sembrador de esperanzas, aunque sean vanas.

Esto viene a cuento porque la polarización radicaliza, y en esas aguas revueltas -que se revolverán más en la medida en que se prolongue la crisis económica- veremos crecer expresiones de un abierto extremismo de derecha, que en México llevan casi un siglo en las catacumbas. El huevo de la serpiente. La posibilidad de tener un Bolsonaro mexicano, sin que AMLO haya sido jamás Lula.

Hay un grupo, cada vez más activo, que se la pasa diciendo que AMLO es comunista. Es una palabra que utiliza como anatema. Le dicen comunista a un gobierno que no da apoyos a trabajadores que perdieron el empleo, está casado con el superávit fiscal, odia los impuestos, recorta el gasto público, persigue a migrantes, se la pasa hablando de moral y de espiritualidad, se hace pato con los derechos de las minorías sexuales o con la legalización de la mariguana y se lleva de a cuartos con Donald Trump.

Es un absurdo. El que habla de la familia como seguridad social (poner más agua a los frijoles) y los que abogan por la competencia despiadada sin las redes protectoras del Estado (y la reproducción de las formas de explotación más viles). En ningún lado aparece una visión democrática, incluyente, efectivamente igualadora.  

Estamos ante formas similares de comunicación. En ellas, de lo que se trata es de convertir una mentira en una nueva realidad, y convencer a la gente de que se adapte a esa (falsa) realidad. Se planta un monigote enfrente y se pide cerrar filas en su contra, olvidándose de pensar por sí misma (que, al cabo, no es tan fácil). La mafia-conservadora-que-no-quiere-perder-sus-privilegios contra el castro-chavismo-comunismo-ateo. Son dos caras de un mismo fenómeno, que niega la complejidad de la realidad. Y por supuesto, a López Obrador le conviene, coyunturalmente al menos, el enemigo de caricatura.

Ese mundo sencillito, en donde están totalmente definidas las trincheras y el odio, es el de las guerras civiles. Hay que ponerle coto.

Y la primera forma de hacerlo es no comprar la idea de que el país se divide exclusivamente en pro-AMLO y anti-AMLO, porque los matices son muchos. Entender que oponerse al presidente López Obrador no justifica distorsionar la realidad en aras de la propaganda o tolerar actitudes de la demagogia ultraderechista, y entender que apoyarlo no debería significar renunciar a un criterio propio y justificar, “por la causa” los errores e injusticias que comete, que son muchos.

Esa es una de las tareas de los medios profesionales de comunicación.


De la sartén al fuego... ¿y de regreso?



El debate, en principio absurdo, sobre si México era o es un país de clases medias tiene relevancia política inmediata. Por eso vale la pena retomarlo. En estas páginas ya lo ha hecho, en la edición del domingo,Ricardo Becerra. Abonaremos a la discusión.

Concebir a México como un país de clases medias tiene como objetivo reivindicar el modelo de crecimiento económico de los años recientes. Según esto, pasamos de ser una nación prevalentemente de pobres a una en la que un buen porcentaje de la población se autodefine como clasemediera y tiene consumos que así lo justifican.

¿Es cierto eso? Sólo jalando hasta el delirio el concepto. Y no es un delirio nuevo.

En febrero de 2011, el entonces secretario de Hacienda, Ernesto Cordero, para justificar el supuesto efecto social de la deducibilidad fiscal de las colegiaturas particulares, declaró que había familias “muy luchadoras” que con seis mil pesos mensuales (poco más de $8 mil 500 de hoy), y “muchos esfuerzos”, pagaban hipoteca, mensualidad del carro y colegiatura en escuela privada.

En marzo de ese año, el mismo personaje dijo que México “hace mucho que dejó de ser país pobre” y que, de acuerdo con las mediciones internacionales “ahora es de renta media que viene a consolidar las clases medias”. El entonces presidente Felipe Calderón respaldó la idea y, para demostrar que éramos de clase media, nombró la cantidad de familias con televisión y refrigerador.

El que un país sea “de renta media” en un mundo todavía marcado por la pobreza no significa que sea “de clases medias”, sino que es menos pobres que otros. Y la posesión de electrodomésticos era indicador de pertenencia a las clases medias en los años del desarrollo estabilizador, hace medio siglo. No lo es en el siglo XXI, cuando hasta los payasitos de crucero tienen celular.

En su momento, escribí que esas declaraciones eran como si López Mateos hubiera declarado en 1963, pomposamente, que México era un país de clase media, porque la mayoría tenía zapatos y luz eléctrica (que eran lo que definía a ese estrato a finales de la Revolución).

Y ahí siguen los adláteres de ese pensamiento dando vueltas a la noria, como si la evidencia de decenas de millones de mexicanos con ingresos y carencias en la satisfacción de sus necesidades básicas no fuera suficiente.

¿Por qué lo hacen? Porque creen que es posible convencer a la población de que regresar al viejo modelo de crecimiento es una buena idea. Porque no están dispuestos a entender que se trataba de un desarrollo demasiado desigual en lo social, que había obturado los antiguos mecanismos de movilidad y en el que la economía no había crecido lo suficiente como para hacer que, aún sin esa movilidad, las nuevas generaciones vivirían mejor que las anteriores.

Precisamente por ese divorcio de la realidad, esa ignorancia feliz acerca de las condiciones reales de vida de la población, esa creencia de que las mayorías estaban conformes, pudo López Obrador ganar las elecciones con tanta facilidad. Y ahora insisten en querer vendernos esos espejitos.

Aún antes de la pandemia, había evidencias de que el gobierno de López Obrador no cumpliría la mayoría de sus promesas de justicia social, en parte porque también AMLO está anclado en los años del desarrollo estabilizador, y en su mito. Aparte de los aumentos al salario mínimo y la reforma laboral, lo que vimos fue un gobierno tremendamente centralista y vertical, casado con el superávit fiscal, que hacía recortes ciegos al gasto público y que apostaba a fichas viejas e imposibles, como la resurrección de Pemex.

Ahora, con los efectos de la depresión mundial a cuestas, y cuando más urge dar un giro en la política económica, el gobierno lopezobradorista insiste en negar la realidad. Esto acrecentará la pobreza y generará tensiones sociales de todo tipo. Ha quedado claro que la intención no es la justicia social, sino el uso político de los recursos públicos para mantener el estado de cosas… pero con otro grupo en el poder.

Es seguro que hay muchos mexicanos que esperaban totalmente otra cosa del gobierno de López Obrador. Es la sensación de decepción de quien saltó de la sartén al fuego. ¿Pero no es absurdo pedirles que salten de regreso a la sartén? ¿No es ridículo asegurarles que no está caliente, sino apenas tibiecito? ¿Venderles la idea de que eran clase media cuando evidentemente no lo eran? La reacción lógica será mantener la fe en el nuevo cambio, y aceptar la degradación social como precio por no tener que volver a los tiempos pasados, que eran todo menos una “edad de oro”.

Lo que el país necesita es mirar hacia adelante. Ya ha mirado demasiado hacia atrás. Y si la oposición quiere recuperar a esa parte del electorado que alguna vez fue suyo, requiere, en primer lugar, renovar su forma de pensar; entender que lo que ofreció ya no es apetecible y que la debilidad de López Obrador está en lo que no cumplió, mientras que su fortaleza está en haberse deshecho del viejo grupo en el poder y, al menos discursivamente, del viejo modelo.

México necesita un nuevo pacto social, y eso requiere de un equilibrio político suficiente como para poder forzar a un gobierno poco dispuesto a negociar. Pero ese nuevo arreglo, y más en las actuales condiciones económicas, tiene que poner en primer lugar la justicia social, lo que implica un papel más activo de un Estado con mejores instrumentos fiscales, una economía incluyente, y condiciones para generar inversión.

Ninguna de esas cosas se logra con la nostalgia hacia una época que no favoreció a las mayorías. Lo que se puede lograr, en todo caso, es repetir una derrota estrepitosa.


El dilema de la oposición mexicana 



Dejemos por un momento las tragedias que vive el país en materia de salud y de economía, recordemos que ya ha dado formal inicio el proceso electoral federal para 2021, y pongámonos a hacer unas reflexiones al respecto.

En estos años, Andrés Manuel López Obrador ha dominado de manera absoluta la escena política y, en muchas ocasiones, ha dictado también la agenda. El principal punto político de esta agenda ha sido la polarización del país entre quienes lo apoyan incondicionalmente y el resto de los ciudadanos, ya que cada crítica es calificada de “maniobra de los conservadores”.

Puede decirse que esa parte de la agenda ha sido exitosa. Por un lado, la mayoría de los simpatizantes de AMLO se cuida de no hacer la menor crítica al líder “para no hacerle el juego a la oposición” y, por el otro, el Presidente ha generado, con sus políticas y con sus actitudes un amplio grupo de abiertos animadversores. El mejor ejemplo de ello es el epíteto, bastante significativo, de “Corea del Centro” que los dos bandos aplican a quienes ven como tibios en su apoyo o en sus críticas.

Eso significa que las elecciones federales de 2021 serán vistas como una suerte de referéndum sobre el personaje López Obrador, aunque no esté en la boleta. Y todos están de acuerdo en su importancia; del resultado depende que el bloque morenista mantenga o pierda la mayoría en la Cámara de Diputados, como elemento crucial para definir si la agenda legislativa podrá ser impuesta por la mayoría o si, horror, habrá que negociar las siguientes reformas.

De parte de la mayoría de los opositores a AMLO hay un deseo ferviente de que los partidos busquen mecanismos para evitar una nueva mayoría absoluta del bloque morenista, pero también hay obstáculos reales, que tienen qué ver con el perfil y las aspiraciones de cada una de las organizaciones partidistas (que, sabemos, piensan primero en sus propios intereses). Otros obstáculos tienen qué ver con la imagen desgastada de los partidos, que no es poca cosa.

Tanto el PRI como el PAN tienen problemas para la realización de una gran alianza opositora. El sanbenito del “PRIAN” ha sido exitosísimo: está en las mentes y los corazones de millones. Verlos participar aliados en las elecciones simplemente corroboraría la idea de que, en realidad, eran dos versiones de la misma cosa. Cualquier acuerdo entre ellos sólo puede ser local y condicionado. Adicionalmente, el PRI está pasando a ser visto como oposición dócil, y no falta quien califique al otrora Invencible como “el nuevo PARM” (en relación al partido satélite del tricolor durante la segunda mitad del siglo XX).

El PAN tiene otro problema para las alianzas: al ser el partido de oposición más fuerte por el momento, los demás partidos -salvo el PRI, pero ya dijimos que esa alianza es perdedora- tienen un miedo justificado a ser fagocitados por Acción Nacional. La idea de “pongamos en cada distrito al candidato opositor más fuerte” no funciona cuando el vehículo suele ser más importante que el conductor: el partido más importante que el candidato.

Además, la experiencia de 2018 demuestra que muchos electores no aceptan, a la hora de la verdad, alianzas que perciban como oportunistas o de coyuntura (perredistas que no votaron por Anaya; panistas que no lo hicieron por Barrales). Tal vez ahora se entenderían mejor esas mezclas, ya que la prioridad es evitar el avance del bloque morenista, pero igualmente es riesgoso. En cualquier caso, el PRD está tan debilitado, que muy probablemente buscará una alianza con quien se deje.

Todo esto explica, de entrada, la decisión de Movimiento Ciudadano, apresuradamente anunciada, de ir solo a las urnas el próximo verano, “en alianza con organizaciones de la sociedad civil”. Lo que quiere hacer MC es, por una parte, desmarcarse del “PRIAN”, aprovechando que es un partido pequeño y que en dos ocasiones apoyó a López Obrador, y, por la otra, proteger sus bastiones locales, principalmente el de Jalisco, que son suficientes como para permitirles mantener el registro, la voz en el Congreso y posibilidades para 2024.

Un problema adicional para MC es el de la autodefinición política e ideológica. En sus bancadas y en su entorno hay un grupo de izquierda moderada pero bien plantada, otros que giran en torno al gobernador de Jalisco y uno más, sobre todo en Nuevo León, que parece hecho por tránsfugas del PAN o del PVEM. Tiene que haber una definición en ese arroz con mango. Mientras no la haya, lo que veremos serán generalidades y no la apuesta por llevarse consigo a los muchos que se están decepcionando del gobierno de López Obrador.

Queda por definirse el futuro de México Libre. Por ley los partidos de nuevo registro no pueden ir en alianza en la primera elección en la que compiten. En ese sentido, está claro que su papel primordial en 2021 sería el de pulverizar el voto opositor pero, en la estrategia de sus creadores, eso es menos importante que crear un polo de derecha pura y dura para enfrentar desde ahora al lopezobradorismo y derrotarlo en 2024.

Las reacciones desmedidas, cuando no histéricas, de sus líderes y simpatizantes ante la decisión del INE de no dar registro a México Libre, dan cuenta de que también en esa parte de la población ha cundido la idea de que la democracia existe cuando mi partido es favorecido y se muere cuando no. Igualito que en los morenistas más fanatizados. Mal signo.

En los hechos, el INE deja en manos del TEPJF el veredicto final. Por lo que se ha visto, el Tribunal ha sido más dúctil respecto al gobierno que el Instituto, pero eso no debe interpretarse como que obedece a las consignas de Presidencia. Creo que, dependiendo de la decisión final y definitiva, habrá un corrimiento del PAN hacia su derecha… que será mayor, para recuperar simpatizantes perdidos, si el Tribunal ratifica la decisión del Instituto.

Los partidos de oposición pueden hacer todas las maniobras que quieran, pero una de las claves para la definición de la próxima legislatura federal está en las reglas de juego. La coalición Juntos Haremos Historia se aprovechó de ellas en 2018 para hacer pasar como candidatos de otros partidos a militantes de Morena, para así dar espacio al principal partido de la coalición a tener diputados plurinominales, y una sobrerrepresentación mayor a la que permite la ley.

Ahora esas reglas deben ser más claras. Si se considera como ganador del distrito uninominal al partido más votado de la coalición ganadora -y no al partido que la coalición diga-, no será fácil que con menos del 42% de los votos se pueda tener más de la mitad de las diputaciones. Y eso tal vez acabe pesando más que las consideraciones partidistas sobre quién debe aliarse con quién.

Dejaremos para otra ocasión el tema de la composición lopezobradorista y sus problemas de gestión político-electoral.

martes, septiembre 01, 2020

La marca del duradero Oliver

 


Mexicanos en GL.  Julio-agosto 2020 

La pandemia todo lo trastoca. Empezó una extraña temporada de Grandes Ligas, de sólo 60 juegos, con estadios vacíos, con algunos cambios en las reglas y con nuevo formato de postemporada. A pesar del retraso, ha estado interesante. La nota más duradera para la historia de los peloteros mexicanos en las Mayores es que Oliver Pérez rompió la marca de más temporadas jugadas en la Gran Carpa, con 18, superando a una leyenda, el Toro Valenzuela y a Juan Gabriel Castro.

Como corresponde a una campaña atípica, en la actual vemos un notable cambio de caras entre los beisbolistas mexicanos. En un mes, hubo seis debuts. A cambio, algunos rostros veteranos, sobre todo entre pitchers abridores, parece que ya no se verán más. Y algunos novatos prometedores se perderán parte, cuando no toda la temporada 2020.

Aquí el balance del contingente nacional en el año, ordenado de acuerdo con el desempeño de cada uno en la temporada (como siempre, incluimos a los paisanos que han jugado representando a México en el Clásico Mundial o en otro torneo de primer nivel) 

Alex Verdugo pasó a los Red Sox en el intercambio que llevó al estelar Mookie Betts a los Dodgers de Los Ángeles. Iba a empezar la temporada lesionado, pero el retraso por el COVID le permitió recuperarse, llegar en forma y quedar como jardinero titular de los patirrojos. Ha estado consistente con el bat y bien en el fildeo, donde también ha demostrado tener gran brazo. Es actualmente el segundo mejor del equipo de Boston en WAR (carreras por encima de reemplazo). Sus números en la primera mitad: .306 de porcentaje de bateo, 5 jonrones, 12 carreras impulsadas, 23 anotadas y 3 robos de base. Si la lógica del cambio era, para los Medias Rojas, sacrificar resultados inmediatos para ganarlos en el futuro, es probable que hayan acertado. Verdugo es una estrella en ciernes.

Giovanny Gallegos tuvo en 2019 su primer año como titular. En 2020, a pesar de que en sus Cardenales de San Luis hubo un brote de COVID que los obligó a suspender varios juegos, ha estado absolutamente intratable. En 8 entradas que ha relevado el zurdo sonorense no ha permitido carrera, y sólo dos bateadores se le han embasado. Todo esto le ha alcanzado para ganar un juego y apuntarse dos salvamentos. Tiene perfecta efectividad de 0.00 y 10 ponches. Se afianzó como cerrador del equipo.

Joakim Soria ha tenido bastante actividad con los poderosos Atléticos de Oakland, y ha sido factor para ese poderío. Ha participado en 15 juegos y en sólo tres de ellos ha admitido carrera. Tiene marca de 2-1 (y la derrota fue por la carrera de un corredor que dejó de herencia), con dos juegos salvados y tres holds (ventajas sostenidas en situación de rescate). Admite 1.72 carreras limpias admitidas por cada 9 entradas lanzadas y ha ponchado a 17 rivales. 

Oliver Pérez, en el año en que estableció su récord, ha estado efectivo con los Indios de Cleveland. La suya es una historia de reconversión exitosa de sí mismo: pasó de ser un pitcher abridor que prometía muchísimo a uno que coleccionaba derrotas y, luego, tras un año fuera de las Mayores, regresó como especialista zurdo en el relevo. Lo interesante en 2020 es que, con la nueva regla que obliga a los lanzadores a enfrentar al menos a tres rivales, lo ha hecho mejor que en otros años. Si proyectáramos sus números a toda la temporada, sería la segunda mejor de su ya larga carrera. Además, ejerció un liderazgo inédito en el equipo, contra los pitchers estelares que habían roto la burbuja de protección y se habían ido de fiesta en plena pandemia. Tanto así, que uno de ellos, Mike Clevinger, fue cambiado a San Diego. El culichi tiene marca de 1-0, un salvamento, tres holds, 10 chocolates recetados, y una magnífica efectividad de 1.35. A cambio, cuenta con un rescate desperdiciado… precisamente a costa de Mike Clevinger, el día que éste regresó de su suspensión.

Sergio Romo ha estado más que cumplidor, como preparador de cierre o cerrador de los Mellizos de Minnesota. De 13 juegos en los que ha participado, sólo le han anotado carrera en tres, pero en uno le pegaron hasta con la cubeta. Sus números del año: 0-1, 3 salvamentos, 8 holds, 3.86 de efectividad y 14 pasados por los strikes.

Julio Urías es, por el momento, el único abridor mexicano en Grandes Ligas. El joven zurdo sinaloense de los Dodgers ya no tiene el límite de entradas con el que lo cuidaron en años anteriores. Aun así, no llega muy lejos en los juegos que abre, por su poca economía en los lanzamientos. De 6 aperturas, dos han sido de calidad y se ha llevado la victoria. En las otras, permitió pocas carreras, pero sólo una vez llegó a los 5 innings de rigor. Además del 2-0, tiene un más que decente 3.67 de PCL y ha ponchado a 24 rivales.

Víctor González llegó a tomarse una tacita de café con los Dodgers, lanzó una entrada, recibió una carrera y regresó al llamado “grupo taxi” (esta temporada no hubo ligas menores). Lo volvieron a llamar y cambió la historia, con actuaciones muy buenas en el relevo. El nayarita terminó el mes con 2-0, un muy buen 2.00 de carreras limpias y 8 sopitas de pichón servidas.

Roberto Osuna llegó en mala condición física a los entrenamientos, tras haber pasado varios meses en confinamiento en México. Tal vez los Astros se aceleraron un poco al ponerlo a competir y, tras haber tenido tres excelentes actuaciones, en la cuarta se lesionó seriamente del codo. Es posible que le tengan que volver a hacer la cirugía Tommy John, con lo que se perdería, incluso, parte de la temporada 2021. Su marca del año 0-0, 2.08 de carreras limpias, un rescate y un hold.  

Luis Cessa, tras haber salido positivo al coronavirus, regresó a los Yanquis como relevista largo, y trapeador de innings. Ha participado en 9 juegos, con uno salvado y un hold, 4.09 de ERA y 12 ponches.

Luis Urías fue transferido en el invierno a los Cerveceros de Milwaukee. El de Magdalena de Kino inició en la lista de lesionados, pero luego ha pasado a disputar la titularidad en el infield cervecero. Ha mostrado maravillas con el guante, pero su bat aún no tiene la consistencia que tradicionalmente ha mostrado en las menores y que se le dificulta en las mayores. Sus números: .250 de porcentaje, 5 producidas y un robo.

Isaac Paredes debutó a mediados de agosto con los Tigres de Detroit y actualmente pelea por la titularidad en la tercera base. Se espera mucho de su bateo… lo suficiente como para compensar sus deficiencias fildeadoras. En el rato que lleva jugando, el hermosillense acumula .258, un jonrón con casa llena y 6 carreras impulsadas.

Humberto Castellanos, quien contribuyera a la obtención del boleto olímpico para México, debutó como relevista con los Astros de Houston, con los que se ha tomado dos tacitas de café de tres y dos juegos, respectivamente. Le fue mejor en la primera vuelta. Su efectividad: 6.75, con 5 ponchados.

Ramón Urías, hermano mayor de Luis, y también jugador de cuadro, debutó con los Orioles de Baltimore. Él sólo se tomó una tacita, yéndose de 5-1, para .200 de porcentaje.

Jesús Cruz también degustó brevemente el sabor de Grandes Ligas. Le resultó algo amargo al potosino, porque en una entrada con San Luis le anotaron dos carreras y a los pocos días los Cardenales le dieron las gracias. Ahora está sin equipo.

Luis González no llegó ni a tacita. Tomó dos buchitos, bateando como emergente para los Medias Blancas de Chicago. La primera vez lo golpearon (y anotó carrera); la segunda lo poncharon… y lo regresaron al “grupo taxi”.