Tras una reunión virtual con otros mandatarios del
G-20, López Obrador comentó de manera jocosa que usaban palabras “neoliberales”
y citó tres de ellas: holístico, resiliencia y empatía. Luego afirmó, para
diferenciarse de los otros, que él hablaba como el pueblo.
Pues sí, ninguna de esas palabras se aprende en la
secundaria. Revisemos por un rato su significado, antes de pasar a otros
vocablos.
Holístico es un neologismo un tanto viejo. Se inventó
en los años 20 del siglo pasado y es un adjetivo. Yo la primera vez que lo leí
fue en una revista de rock a principios de los años 70, y lo relacionaban con
unas doctrinas que buscaban el desarrollo armónico de las personas, y que
requerían que cada quien trabajara sobre el intelecto, las emociones y el
cuerpo físico: sobre las tres cosas y no nada más una.
Más tarde me enteré que holístico se refería a
considerar a los sistemas como un todo. En otras palabras, que el todo no es
igual a la suma de las partes. En otras palabras, que la física, la economía,
las sociedades funcionan a partir de interacciones complejas. Que para entender
un problema -y, por tanto, resolverlo-, se requiere ver todas sus facetas.
La verdad, se me hace más bonita la palabra “integral”
que el término “holístico”. Pero lo relevante de esa palabreja es que se
contrapone al pensamiento individualista, a la idea de que si cada quien se
rasca con sus propias uñas todos saldremos ganando. Y que también se contrapone
a quienes separan cosas que están ligadas entre sí como si no lo estuvieran. Por
ejemplo, en economía, a quienes se fijan sólo en la deuda, el superávit, el PIB
u otros fetiches o en medicina, a quienes ven la enfermedad, pero no al
paciente.
Cuando los líderes del G-20 se refieren en estos días
a algo holístico, están expresando que no hay soluciones simples, sino que
tienen que abarcar a la sociedad como un todo. Que los temas de protección a la
salud y a la economía son parte de la misma red, cuyos nudos hay que intentar
desatar. Que no se puede pensar en uno, y dejar fuera el otro. Tal vez si
hubieran sido específicos, López Obrador lo hubiera tomado como un regaño.
Resiliencia sí es una palabra inventada en la época
que AMLO llama neoliberal, al menos en su uso actual. Años 90. Se refiere a la
capacidad de levantarse ante situaciones adversas. Originalmente se refería a
las características de algunos materiales para volver a su forma original
después de haber sido deformadas por un golpe o por altas temperaturas. El
término se adaptó a la psicología y a la sociología, para definir a personas o
grupos sociales que superan un trauma o adversidad.
Escuchamos mucho acerca de la resiliencia tras el
sismo de 2017, para hacer referencia a la capacidad de la sociedad para
levantarse y volver rápidamente a la normalidad, tras el trauma y la
destrucción.
Hay dos palabras con significado similar al de
resiliencia, pero que no es exactamente el mismo. Una es el “aguante” que
usamos en México, que consiste en no quebrarse ante las adversidades de la
vida, pero que no contiene el elemento de volverse a poner de pie. Es más bien
resignarse sin queja. Otra es la entereza, que está más ligada a una suerte de
fortaleza estoica, a la capacidad que tienen algunas personas de ser ecuánimes
e inquebrantables. El resiliente sí resiente el golpe, pero se levanta.
Hablar de resiliencia en tiempos de pandemia es
referirse a sociedades que deben ser capaces de volver rápidamente a la
normalidad, a pesar de las pérdidas económicas y humanas. Tal vez AMLO hubiera
preferido que los líderes dijeran “aguante”.
Empatía es la palabra más vieja y más conocida de las
tres que López Obrador adjudicó al lenguaje neoliberal. Data de principios del
siglo XX y consiste en la capacidad de las personas para ponerse en los zapatos
de otros. Parte del reconocimiento de las otras personas como prójimos, y de la
capacidad para percibir o entender lo que están sintiendo o por lo que están
pasando.
La empatía es la base de la convivencia social. Sin
ella, viviríamos en la ley de la jungla: cada quien para sí y Dios contra todos.
Nos cuidamos, nos ayudamos y nos sentimos mal si a alguien le pasa algo feo
porque tenemos empatía.
Todos deseamos que quienes encabezan a las sociedades
tengan empatía. Es lo que se conoce como cercanía con el pueblo. Pero no en el
sentido físico, de abrazos y fotos con niños en brazos o con guajolotes que le
regalaron al político, sino en el sentido emocional: la consciencia de lo que
está sintiendo la gente, de cómo es su vida, cuáles son sus problemas, cuáles
sus ilusiones.
La gente carente de empatía tiene un trastorno
clínico. Es psicópata o sociópata. Sólo piensa en sí misma, y a menudo tiene
una visión errónea de su entorno.
Si los líderes del G-20 hablaron de empatía,
seguramente se refirieron a la necesidad de, cuando menos, dar la impresión de que
entienden lo que ha significado la pandemia para sus gobernados. La necesidad
de no mostrar indiferencia. Tal vez López Obrador hubiera preferido las
palabras compasión o altruismo. O quizá simpatía. Empatía no le gusta.
Hay otra palabra que es anatema para López Obrador.
Cuando en su mañanera del 11 de febrero hablaba de que llegaría el coronavirus,
expresó que no haríamos lo que hizo el gobierno de Felipe Calderón. Y luego no
pudo decir la palabra. Con gestos dibujó un cubrebocas frente a su cara. Y luego
negó con los dedos, sonrió levemente, y dijo: “eso no”. La palabra innombrable
es “cubrebocas”.
Si la palabra es innombrable, aunque las circunstancias lo hayan obligado a decirla una que otra vez, el objeto es casi imposible de portar. Hay un rechazo casi físico en ello. Ese rechazo viene de la memoria de 2009, y de ser lo más diferente posible a Calderón. En ese rechazo hay poca resiliencia y nada de empatía, porque los cubrebocas se han vuelto necesarios, protegen vidas. Pero importa más pintar la raya con el pasado, y decir que son imposiciones propias de los “conservadores”, que dar un ejemplo solidario.
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Un par de reflexiones posteriores:
La idea de lenguaje sencillo abona a la desaparición de los matices. Todo es blanco o negro, bueno o malo. Sin matices no hay espacio para posiciones intermedias ni para la deliberación. El lenguaje sencillo es polarizador.
Si llevamos las cosas más lejos, nos acercamos al newspeak orwelliano, donde la gramática simplificada y el vocabulario restringido están hechos para evitar que la gente articule conceptos políticamente peligrosos (neoliberales, en la neolengua pejista).
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