El periódico progresista británico The Guardian
colocó al presidente López Obrador en la lista de los populistas de derecha que
recibieron un golpe político con la derrota de Trump en las elecciones de EU.
El diario señala que la campaña que llevó a AMLO al poder fue con una
plataforma de izquierda, pero que tiene muchas “similitudes de estilo” con el
magnate derechista.
Esto viene a cuento con la aparición del libro Balance
Temprano, coordinado por nuestro colaborador Ricardo Becerra y por José
Woldenberg, ambos del Instituto de Estudios para la Transición Democrática, que
saca algunos primeros saldos del gobierno lopezobradorista y lo hace,
explícitamente, desde la perspectiva de la izquierda democrática (así reza el
subtítulo).
En el libro, mesurado pero claramente crítico. Sus
textos profundizan sobre temas que van de la economía a la política, de los
asuntos medioambientales a los de salud, de la educación a la política
migratoria, de lo laboral a lo social, del fin de la laicidad a la
militarización rampante. En él escriben, entre otros, Antonio Lazcano Araujo,
Premio Crónica, quien aborda el espinoso tema de la política científica, Raúl
Trejo Delarbre, columnista de Crónica, quien analiza la política de
(in)comunicación del gobierno.
En esta columna abordaré brevemente los textos sobre
un asunto que me parece toral, el de la política económica y social, entre
otras cosas, porque rompen con la idea de que estamos ante un gobierno de
izquierda, en el sentido de que debería apuntar claramente al mejoramiento de
las condiciones de vida de las mayorías, y no lo hace.
El título que escogió para su parte el exdirector del
Coneval, Gonzalo Hernández Licona dice mucho: “Dinero en efectivo como política
social”. ¿Cómo hacer para enfrentar una situación en la que el 42% de la
población vive en la pobreza y casi 8% en pobreza extrema?
Hernández Licona señala que los programas que fueron
desechados por el gobierno de López Obrador, a pesar de sus límites evidentes,
tenían la virtud de estar bien focalizados: Prospera, el Seguro Popular y
Programa de Empleos Temporales. Otros, como el programa de estancias
infantiles, tenían la característica de apoyar con la oferta de un servicio y
de esa forma sostener la plataforma productiva y social de las madres
trabajadoras.
De lo que se trata ahora es de algo político: que a la
población le quede claro quién la beneficia con un apoyo directo. Hay dinero,
pero el servicio (de salud, de trabajo temporal, de guardería) no está
disponible. No se trata del acceso efectivo a los derechos sociales, que
disminuye.
Adicionalmente, la operación del “censo del bienestar”
-con la idea de comenzar todo desde cero- ha sido realizada sin criterios
claros, sin usar la información, con opacidad. El resultado previsible es que
la gente más pobre y menos informada tenga menos capacidad de acceso a esos
subsidios. Son programas sociales que se dicen universales pero que a final de
cuentas no lo son.
Un asunto clave que señala Hernández Licona es que “si
la economía no propicia las condiciones para que las familias obtengan
ingresos, cada vez en mayor medida, es imposible escapar de la pobreza”.
Mientras menos gente participe en la generación de la riqueza, habrá menos
posibilidades de acabar con el círculo vicioso.
Y uno se queda con la impresión de que la estrategia
del gobierno no es, realmente, que la gente escape de la pobreza, sino hacer
dos círculos viciosos concéntricos: el de la dependencia clientelar y el de la
pobreza misma.
Esto nos lleva al tema estrictamente económico, en el
que quienes hacen el saldo son Rolando Cordera y Enrique Provencio. Ellos
subrayan que hay un malentendido que quiere hacer una sola cosa de tres
conceptos que son diferentes: políticas anticorrupción, austeridad republicana
y austeridad económica. Esta última “es nociva para el desarrollo social y para
la salud económica general”.
Un gobierno cuyos niveles de inversión pública están
entre los más bajos de la historia contemporánea de México, que no reconoce que
hay un problema de demanda que ha crecido por la crisis provocada por la
pandemia y sigue sin cambiar rumbo, como si esto fuera un bache, y no algo de
largo alcance, que se niega a pensar siquiera en una reforma fiscal, que no
toma en cuenta la diversidad del desarrollo regional pero insiste en tener
roces con los estados, que empeora la capacidad del Estado para dotar de servicios
a la población, tenderá a toparse -o mejor dicho, a generar- una pérdida de
bienestar y de calidad de vida.
El Producto Interno Bruto tardará años en recuperarse,
sí, pero terminará por hacerlo antes que los ingresos laborales, con todo lo
que eso significa en términos de desigualdad y distribución.
En estas líneas apenas he rozado algunos de los temas
que trata este Balance Temprano, que pinta unos pocos avances (como el
aumento a los salarios mínimos reales) y muchos retrocesos, a partir del
conservadurismo fiscal, la centralización personalista del poder, los severos
retrocesos en materia ecológica, el ataque a la ciencia y la oscurantista
calificación política del conocimiento, el papel creciente de las Fuerzas
Armadas, los embates al laicismo y un concepto del Estado que está muy alejado
de la idea del bienestar social, que suele manejar la izquierda democrática. Al
final de la lectura, no resulta para nada descabellado colocar a AMLO en una
suerte de derecha populista.
El libro da para más. Y debería ser el primer paso para
abundar en alternativas. No estaría mal, por otra parte, que hubiera balances
similares al gobierno de López Obrador desde la derecha liberal y desde la
izquierda radical. Se podría generar un debate nacional interesante. Y no sé,
quizá, tal vez, haría que alguien, desde las posiciones cercanas al gobierno,
pudiera responder con algo más que píldoras de propaganda.
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