miércoles, diciembre 09, 2020

Un balance temprano desde la izquierda democrática

 


El periódico progresista británico The Guardian colocó al presidente López Obrador en la lista de los populistas de derecha que recibieron un golpe político con la derrota de Trump en las elecciones de EU. El diario señala que la campaña que llevó a AMLO al poder fue con una plataforma de izquierda, pero que tiene muchas “similitudes de estilo” con el magnate derechista.

Esto viene a cuento con la aparición del libro Balance Temprano, coordinado por nuestro colaborador Ricardo Becerra y por José Woldenberg, ambos del Instituto de Estudios para la Transición Democrática, que saca algunos primeros saldos del gobierno lopezobradorista y lo hace, explícitamente, desde la perspectiva de la izquierda democrática (así reza el subtítulo).

En el libro, mesurado pero claramente crítico. Sus textos profundizan sobre temas que van de la economía a la política, de los asuntos medioambientales a los de salud, de la educación a la política migratoria, de lo laboral a lo social, del fin de la laicidad a la militarización rampante. En él escriben, entre otros, Antonio Lazcano Araujo, Premio Crónica, quien aborda el espinoso tema de la política científica, Raúl Trejo Delarbre, columnista de Crónica, quien analiza la política de (in)comunicación del gobierno.

En esta columna abordaré brevemente los textos sobre un asunto que me parece toral, el de la política económica y social, entre otras cosas, porque rompen con la idea de que estamos ante un gobierno de izquierda, en el sentido de que debería apuntar claramente al mejoramiento de las condiciones de vida de las mayorías, y no lo hace.

El título que escogió para su parte el exdirector del Coneval, Gonzalo Hernández Licona dice mucho: “Dinero en efectivo como política social”. ¿Cómo hacer para enfrentar una situación en la que el 42% de la población vive en la pobreza y casi 8% en pobreza extrema?

Hernández Licona señala que los programas que fueron desechados por el gobierno de López Obrador, a pesar de sus límites evidentes, tenían la virtud de estar bien focalizados: Prospera, el Seguro Popular y Programa de Empleos Temporales. Otros, como el programa de estancias infantiles, tenían la característica de apoyar con la oferta de un servicio y de esa forma sostener la plataforma productiva y social de las madres trabajadoras.

De lo que se trata ahora es de algo político: que a la población le quede claro quién la beneficia con un apoyo directo. Hay dinero, pero el servicio (de salud, de trabajo temporal, de guardería) no está disponible. No se trata del acceso efectivo a los derechos sociales, que disminuye.

Adicionalmente, la operación del “censo del bienestar” -con la idea de comenzar todo desde cero- ha sido realizada sin criterios claros, sin usar la información, con opacidad. El resultado previsible es que la gente más pobre y menos informada tenga menos capacidad de acceso a esos subsidios. Son programas sociales que se dicen universales pero que a final de cuentas no lo son.

Un asunto clave que señala Hernández Licona es que “si la economía no propicia las condiciones para que las familias obtengan ingresos, cada vez en mayor medida, es imposible escapar de la pobreza”. Mientras menos gente participe en la generación de la riqueza, habrá menos posibilidades de acabar con el círculo vicioso.

Y uno se queda con la impresión de que la estrategia del gobierno no es, realmente, que la gente escape de la pobreza, sino hacer dos círculos viciosos concéntricos: el de la dependencia clientelar y el de la pobreza misma.

Esto nos lleva al tema estrictamente económico, en el que quienes hacen el saldo son Rolando Cordera y Enrique Provencio. Ellos subrayan que hay un malentendido que quiere hacer una sola cosa de tres conceptos que son diferentes: políticas anticorrupción, austeridad republicana y austeridad económica. Esta última “es nociva para el desarrollo social y para la salud económica general”.

Un gobierno cuyos niveles de inversión pública están entre los más bajos de la historia contemporánea de México, que no reconoce que hay un problema de demanda que ha crecido por la crisis provocada por la pandemia y sigue sin cambiar rumbo, como si esto fuera un bache, y no algo de largo alcance, que se niega a pensar siquiera en una reforma fiscal, que no toma en cuenta la diversidad del desarrollo regional pero insiste en tener roces con los estados, que empeora la capacidad del Estado para dotar de servicios a la población, tenderá a toparse -o mejor dicho, a generar- una pérdida de bienestar y de calidad de vida.

El Producto Interno Bruto tardará años en recuperarse, sí, pero terminará por hacerlo antes que los ingresos laborales, con todo lo que eso significa en términos de desigualdad y distribución.

En estas líneas apenas he rozado algunos de los temas que trata este Balance Temprano, que pinta unos pocos avances (como el aumento a los salarios mínimos reales) y muchos retrocesos, a partir del conservadurismo fiscal, la centralización personalista del poder, los severos retrocesos en materia ecológica, el ataque a la ciencia y la oscurantista calificación política del conocimiento, el papel creciente de las Fuerzas Armadas, los embates al laicismo y un concepto del Estado que está muy alejado de la idea del bienestar social, que suele manejar la izquierda democrática. Al final de la lectura, no resulta para nada descabellado colocar a AMLO en una suerte de derecha populista.

El libro da para más. Y debería ser el primer paso para abundar en alternativas. No estaría mal, por otra parte, que hubiera balances similares al gobierno de López Obrador desde la derecha liberal y desde la izquierda radical. Se podría generar un debate nacional interesante. Y no sé, quizá, tal vez, haría que alguien, desde las posiciones cercanas al gobierno, pudiera responder con algo más que píldoras de propaganda.    

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