martes, diciembre 22, 2020
Los 10 deportistas mexicanos de 2020
viernes, diciembre 18, 2020
Breve diccionario neoliberal
Tras una reunión virtual con otros mandatarios del
G-20, López Obrador comentó de manera jocosa que usaban palabras “neoliberales”
y citó tres de ellas: holístico, resiliencia y empatía. Luego afirmó, para
diferenciarse de los otros, que él hablaba como el pueblo.
Pues sí, ninguna de esas palabras se aprende en la
secundaria. Revisemos por un rato su significado, antes de pasar a otros
vocablos.
Holístico es un neologismo un tanto viejo. Se inventó
en los años 20 del siglo pasado y es un adjetivo. Yo la primera vez que lo leí
fue en una revista de rock a principios de los años 70, y lo relacionaban con
unas doctrinas que buscaban el desarrollo armónico de las personas, y que
requerían que cada quien trabajara sobre el intelecto, las emociones y el
cuerpo físico: sobre las tres cosas y no nada más una.
Más tarde me enteré que holístico se refería a
considerar a los sistemas como un todo. En otras palabras, que el todo no es
igual a la suma de las partes. En otras palabras, que la física, la economía,
las sociedades funcionan a partir de interacciones complejas. Que para entender
un problema -y, por tanto, resolverlo-, se requiere ver todas sus facetas.
La verdad, se me hace más bonita la palabra “integral”
que el término “holístico”. Pero lo relevante de esa palabreja es que se
contrapone al pensamiento individualista, a la idea de que si cada quien se
rasca con sus propias uñas todos saldremos ganando. Y que también se contrapone
a quienes separan cosas que están ligadas entre sí como si no lo estuvieran. Por
ejemplo, en economía, a quienes se fijan sólo en la deuda, el superávit, el PIB
u otros fetiches o en medicina, a quienes ven la enfermedad, pero no al
paciente.
Cuando los líderes del G-20 se refieren en estos días
a algo holístico, están expresando que no hay soluciones simples, sino que
tienen que abarcar a la sociedad como un todo. Que los temas de protección a la
salud y a la economía son parte de la misma red, cuyos nudos hay que intentar
desatar. Que no se puede pensar en uno, y dejar fuera el otro. Tal vez si
hubieran sido específicos, López Obrador lo hubiera tomado como un regaño.
Resiliencia sí es una palabra inventada en la época
que AMLO llama neoliberal, al menos en su uso actual. Años 90. Se refiere a la
capacidad de levantarse ante situaciones adversas. Originalmente se refería a
las características de algunos materiales para volver a su forma original
después de haber sido deformadas por un golpe o por altas temperaturas. El
término se adaptó a la psicología y a la sociología, para definir a personas o
grupos sociales que superan un trauma o adversidad.
Escuchamos mucho acerca de la resiliencia tras el
sismo de 2017, para hacer referencia a la capacidad de la sociedad para
levantarse y volver rápidamente a la normalidad, tras el trauma y la
destrucción.
Hay dos palabras con significado similar al de
resiliencia, pero que no es exactamente el mismo. Una es el “aguante” que
usamos en México, que consiste en no quebrarse ante las adversidades de la
vida, pero que no contiene el elemento de volverse a poner de pie. Es más bien
resignarse sin queja. Otra es la entereza, que está más ligada a una suerte de
fortaleza estoica, a la capacidad que tienen algunas personas de ser ecuánimes
e inquebrantables. El resiliente sí resiente el golpe, pero se levanta.
Hablar de resiliencia en tiempos de pandemia es
referirse a sociedades que deben ser capaces de volver rápidamente a la
normalidad, a pesar de las pérdidas económicas y humanas. Tal vez AMLO hubiera
preferido que los líderes dijeran “aguante”.
Empatía es la palabra más vieja y más conocida de las
tres que López Obrador adjudicó al lenguaje neoliberal. Data de principios del
siglo XX y consiste en la capacidad de las personas para ponerse en los zapatos
de otros. Parte del reconocimiento de las otras personas como prójimos, y de la
capacidad para percibir o entender lo que están sintiendo o por lo que están
pasando.
La empatía es la base de la convivencia social. Sin
ella, viviríamos en la ley de la jungla: cada quien para sí y Dios contra todos.
Nos cuidamos, nos ayudamos y nos sentimos mal si a alguien le pasa algo feo
porque tenemos empatía.
Todos deseamos que quienes encabezan a las sociedades
tengan empatía. Es lo que se conoce como cercanía con el pueblo. Pero no en el
sentido físico, de abrazos y fotos con niños en brazos o con guajolotes que le
regalaron al político, sino en el sentido emocional: la consciencia de lo que
está sintiendo la gente, de cómo es su vida, cuáles son sus problemas, cuáles
sus ilusiones.
La gente carente de empatía tiene un trastorno
clínico. Es psicópata o sociópata. Sólo piensa en sí misma, y a menudo tiene
una visión errónea de su entorno.
Si los líderes del G-20 hablaron de empatía,
seguramente se refirieron a la necesidad de, cuando menos, dar la impresión de que
entienden lo que ha significado la pandemia para sus gobernados. La necesidad
de no mostrar indiferencia. Tal vez López Obrador hubiera preferido las
palabras compasión o altruismo. O quizá simpatía. Empatía no le gusta.
Hay otra palabra que es anatema para López Obrador.
Cuando en su mañanera del 11 de febrero hablaba de que llegaría el coronavirus,
expresó que no haríamos lo que hizo el gobierno de Felipe Calderón. Y luego no
pudo decir la palabra. Con gestos dibujó un cubrebocas frente a su cara. Y luego
negó con los dedos, sonrió levemente, y dijo: “eso no”. La palabra innombrable
es “cubrebocas”.
Si la palabra es innombrable, aunque las circunstancias lo hayan obligado a decirla una que otra vez, el objeto es casi imposible de portar. Hay un rechazo casi físico en ello. Ese rechazo viene de la memoria de 2009, y de ser lo más diferente posible a Calderón. En ese rechazo hay poca resiliencia y nada de empatía, porque los cubrebocas se han vuelto necesarios, protegen vidas. Pero importa más pintar la raya con el pasado, y decir que son imposiciones propias de los “conservadores”, que dar un ejemplo solidario.
--
Un par de reflexiones posteriores:
La idea de lenguaje sencillo abona a la desaparición de los matices. Todo es blanco o negro, bueno o malo. Sin matices no hay espacio para posiciones intermedias ni para la deliberación. El lenguaje sencillo es polarizador.
Si llevamos las cosas más lejos, nos acercamos al newspeak orwelliano, donde la gramática simplificada y el vocabulario restringido están hechos para evitar que la gente articule conceptos políticamente peligrosos (neoliberales, en la neolengua pejista).
viernes, diciembre 11, 2020
Biopics: La encuesta de los franceses
En el verano del 89 me cayó otro trabajo de
encuestas. Fue una propuesta de Josyanne, una francesa quien había sido roomie
de Mi René y la Pastusa cuando vivían en la Condesa y les puse el sobrenombre
de los Osos de Amsterdam.
La idea de Josyanne era realizar una
investigación acerca de las condiciones de vida de los franceses que vivían
ilegalmente en México y había convencido a la embajada de que le financiara una
encuesta en la que se vieran también las diferencias con respecto a los
residentes legales.
Era evidente, por el tema, que quienes hicieran
el trabajo de campo tuvieran que ser ciudadanos franceses. Lo que me tocaba era
hacer la muestra, cosa que no es sencilla si no tienes una base de datos de la
cual sacarla, y ni siquiera tienes idea del tamaño del universo muestral. Una
característica de quienes residen ilegalmente en un país es que no se dejan ver
fácilmente (aunque, claro, no es lo mismo un francés en México que un salvadoreño
en Estados Unidos, un magrebí en España o un camerunés en Francia), así que
había que tener creatividad para intentar tener una buena muestra.
Mi premisa, pensando un poco en cómo se mueven
los mexicanos en EU, fue que había dos círculos separados: el de los franceses
registrados y el de los que no lo estaban, pero que necesariamente tendría que haber
algunos vasos comunicantes. Había que trabajar en la lógica de que esa comunidad
era un conjunto de clusters diferenciados, pero con puntos de contacto.
Lo que hice fue, primero, hacer una muestra
aleatoria de los franceses que residían legalmente en el país, que proporcionó
el consulado; luego de esa muestra los entrevistadores -cuatro chavos franceses
amigos de Josyanne- preguntarían al entrevistado si conocía algún francés de
cuyo estatus migratorio no estuviera seguro. De esa lista, cotejada contra la
oficial, saldría otra muestra, que se peinaba de manera más apretada. A éstos,
a su vez, les preguntábamos si conocían a otros, y se generaba una tercera muestra,
peinada casi a ras, y así sucesivamente (digamos que de los registrados
entrevistábamos a uno de cada 25, de los no registrados, a uno de cada 10 y de
la siguiente vuelta, 1 de cada 5). Era un método de bola de nieve.
Los franceses son muy serios y vino una señora
de París, con quien tuvimos una charla amena en un café, para cerciorarse de
que Datavox era una empresa registrada y escuchar la explicación del método,
como parte del protocolo para dar el visto bueno. Por su parte, Chuy Pérez Cota
le hizo a Josyanne un programa para bajar los resultados y hacer los cálculos
con base en su cuestionario, y luego los contactos fueron escasos, porque
nosotros nos comprometimos a no tener acceso a los resultados.
De las pláticas con Josyanne, resultó que el
método resultó bastante efectivo. A la muestra original le salieron varios pequeños
chipotes de franceses que habían venido de turistas, se habían quedado a vivir
en México y no habían regularizado su situación. Cada uno de esos chipotes
tenía a su vez otro chipotito menor, o varios. Como ella y sus amigos hicieron
casi todo el trabajo, se quedaron con casi todo el dinero. A mí me quedó el gusto
de saber que el método de la bola de nieve funcionaba.
El asunto, por cierto, viene a cuento en
tiempos de pandemia por coronavirus, porque el método se parece a los que varios
países han usado para la detección de contagios, a través de la cadena de
contactos de quienes dan positivo en las pruebas. El de los clusters es
un tema que da para mucho en estadística, y también en comprensión del
comportamiento humano.
miércoles, diciembre 09, 2020
Un balance temprano desde la izquierda democrática
El periódico progresista británico The Guardian
colocó al presidente López Obrador en la lista de los populistas de derecha que
recibieron un golpe político con la derrota de Trump en las elecciones de EU.
El diario señala que la campaña que llevó a AMLO al poder fue con una
plataforma de izquierda, pero que tiene muchas “similitudes de estilo” con el
magnate derechista.
Esto viene a cuento con la aparición del libro Balance
Temprano, coordinado por nuestro colaborador Ricardo Becerra y por José
Woldenberg, ambos del Instituto de Estudios para la Transición Democrática, que
saca algunos primeros saldos del gobierno lopezobradorista y lo hace,
explícitamente, desde la perspectiva de la izquierda democrática (así reza el
subtítulo).
En el libro, mesurado pero claramente crítico. Sus
textos profundizan sobre temas que van de la economía a la política, de los
asuntos medioambientales a los de salud, de la educación a la política
migratoria, de lo laboral a lo social, del fin de la laicidad a la
militarización rampante. En él escriben, entre otros, Antonio Lazcano Araujo,
Premio Crónica, quien aborda el espinoso tema de la política científica, Raúl
Trejo Delarbre, columnista de Crónica, quien analiza la política de
(in)comunicación del gobierno.
En esta columna abordaré brevemente los textos sobre
un asunto que me parece toral, el de la política económica y social, entre
otras cosas, porque rompen con la idea de que estamos ante un gobierno de
izquierda, en el sentido de que debería apuntar claramente al mejoramiento de
las condiciones de vida de las mayorías, y no lo hace.
El título que escogió para su parte el exdirector del
Coneval, Gonzalo Hernández Licona dice mucho: “Dinero en efectivo como política
social”. ¿Cómo hacer para enfrentar una situación en la que el 42% de la
población vive en la pobreza y casi 8% en pobreza extrema?
Hernández Licona señala que los programas que fueron
desechados por el gobierno de López Obrador, a pesar de sus límites evidentes,
tenían la virtud de estar bien focalizados: Prospera, el Seguro Popular y
Programa de Empleos Temporales. Otros, como el programa de estancias
infantiles, tenían la característica de apoyar con la oferta de un servicio y
de esa forma sostener la plataforma productiva y social de las madres
trabajadoras.
De lo que se trata ahora es de algo político: que a la
población le quede claro quién la beneficia con un apoyo directo. Hay dinero,
pero el servicio (de salud, de trabajo temporal, de guardería) no está
disponible. No se trata del acceso efectivo a los derechos sociales, que
disminuye.
Adicionalmente, la operación del “censo del bienestar”
-con la idea de comenzar todo desde cero- ha sido realizada sin criterios
claros, sin usar la información, con opacidad. El resultado previsible es que
la gente más pobre y menos informada tenga menos capacidad de acceso a esos
subsidios. Son programas sociales que se dicen universales pero que a final de
cuentas no lo son.
Un asunto clave que señala Hernández Licona es que “si
la economía no propicia las condiciones para que las familias obtengan
ingresos, cada vez en mayor medida, es imposible escapar de la pobreza”.
Mientras menos gente participe en la generación de la riqueza, habrá menos
posibilidades de acabar con el círculo vicioso.
Y uno se queda con la impresión de que la estrategia
del gobierno no es, realmente, que la gente escape de la pobreza, sino hacer
dos círculos viciosos concéntricos: el de la dependencia clientelar y el de la
pobreza misma.
Esto nos lleva al tema estrictamente económico, en el
que quienes hacen el saldo son Rolando Cordera y Enrique Provencio. Ellos
subrayan que hay un malentendido que quiere hacer una sola cosa de tres
conceptos que son diferentes: políticas anticorrupción, austeridad republicana
y austeridad económica. Esta última “es nociva para el desarrollo social y para
la salud económica general”.
Un gobierno cuyos niveles de inversión pública están
entre los más bajos de la historia contemporánea de México, que no reconoce que
hay un problema de demanda que ha crecido por la crisis provocada por la
pandemia y sigue sin cambiar rumbo, como si esto fuera un bache, y no algo de
largo alcance, que se niega a pensar siquiera en una reforma fiscal, que no
toma en cuenta la diversidad del desarrollo regional pero insiste en tener
roces con los estados, que empeora la capacidad del Estado para dotar de servicios
a la población, tenderá a toparse -o mejor dicho, a generar- una pérdida de
bienestar y de calidad de vida.
El Producto Interno Bruto tardará años en recuperarse,
sí, pero terminará por hacerlo antes que los ingresos laborales, con todo lo
que eso significa en términos de desigualdad y distribución.
En estas líneas apenas he rozado algunos de los temas
que trata este Balance Temprano, que pinta unos pocos avances (como el
aumento a los salarios mínimos reales) y muchos retrocesos, a partir del
conservadurismo fiscal, la centralización personalista del poder, los severos
retrocesos en materia ecológica, el ataque a la ciencia y la oscurantista
calificación política del conocimiento, el papel creciente de las Fuerzas
Armadas, los embates al laicismo y un concepto del Estado que está muy alejado
de la idea del bienestar social, que suele manejar la izquierda democrática. Al
final de la lectura, no resulta para nada descabellado colocar a AMLO en una
suerte de derecha populista.
El libro da para más. Y debería ser el primer paso para
abundar en alternativas. No estaría mal, por otra parte, que hubiera balances
similares al gobierno de López Obrador desde la derecha liberal y desde la
izquierda radical. Se podría generar un debate nacional interesante. Y no sé,
quizá, tal vez, haría que alguien, desde las posiciones cercanas al gobierno,
pudiera responder con algo más que píldoras de propaganda.
martes, noviembre 24, 2020
Sofismas, argucias y carbón
Por más que se le ha advertido, el presidente López
Obrador sigue creyendo que metiendo grandes cantidades de dinero a las empresas
energéticas estatales el país va a salir adelante: fortalecido económicamente,
justo y moderno.
Ese es un argumento falso, que tenía apariencia de
verdad hace cuatro o cinco décadas. En otras palabras, es un sofisma.
Dejemos de lado por un momento los problemas de todo
tipo que tienen Pemex y CFE, y pensemos en el concepto mismo: empresas
energéticas públicas como locomotoras del desarrollo de una economía
previamente diversificada. Es, simplemente, algo que no se sostiene.
Podemos pensar en grandes empresas petroleras
estatales como palanca del crecimiento si se dan cuatro circunstancias
simultáneas: uno, las reservas petroleras son enormes, lo que genera niveles
muy elevados de exportación; dos, el precio del petróleo es razonablemente alto
y las expectativas a futuro no son de que ese mercado se vaya a deprimir; tres,
hay suficientes recursos financieros como para hacer grandes inversiones que
modernicen y diversifiquen la empresa; cuatro, los otros sectores de la
economía están relativamente atrasados y no hay una diversificación que permita
el desarrollo a partir de otros mercados.
En el México de hace medio siglo se daban, más o
menos, tres de las cuatro precondiciones; para la cuarta, se buscaron y
consiguieron los recursos financieros a un costo que después resultó muy alto.
En la actualidad no se da ninguna precondición, y como Pemex fue exprimido en
exceso con tal de no hacer una reforma fiscal, una parte importante del dinero
que se le destine irá a fondo perdido.
Pero López Obrador está casado con esa idea del
desarrollo de su época de universitario, que ya algunos criticaban, desde la
izquierda, en aquel entonces. Heberto Castillo hablaba del absurdo que era
quemar grandes cantidades de carbón o gas para generar electricidad que
recorría cientos de kilómetros… para que una señora calentara con una
resistencia el agua para su Nescafé. Otros subrayaban que ese tipo de desarrollo,
depredador de los recursos naturales, tenía sus límites en la Tierra misma y
era insostenible en el mediano plazo. Se decía que el desarrollo basado en los
energéticos terminaría revirtiéndose: era un engaño cortoplacista, una
falsedad.
Ese modelo, pues, tenía su dosis de sofisma. Estaba
sustentado en algunos argumentos falsos que se hacían pasar como verdades
absolutas.
Más de una generación después, y después de varios
auges y tumbos en los mercados del petróleo, el mundo se encuentra en una transición
energética. En ella, los sectores que se están volviendo obsoletos hacen su
lucha para no ser totalmente desplazados. Cuando los condenan los mercados, por
un lado, y la más elemental consideración social y ecológica, por el otro,
voltean hacia la política (o la politiquería) para defenderse. Es el caso del
carbón.
Esa industria, que fue clave en la primera ola de la
industrialización mundial, ha perdido fuerza en los últimos años, desplazada
por otras que son más económicas y eficientes, pero, sobre todo, menos dañinas
para el medio ambiente. En varios países, se agarró de los políticos
conservadores, que normalmente se oponen a las regulaciones gubernamentales,
minimizan los problemas causados por la contaminación y niegan el cambio
climático.
Un caso típico de esta relación entre el carbón y los políticos
conservadores es Estados Unidos. En 2016, Donald Trump hizo campaña en estados
como Virginia del Oeste, Arizona y Pensilvania, afirmando que las regulaciones
al carbón afectaban los empleos y el modo de vida de los mineros. Relajarlas
haría regresar el progreso a esas zonas.
López Obrador, no casualmente, acaba de hacer lo mismo
en Coahuila. Asegurar que habrá más compra de carbón de parte de la CFE para
promover el empleo en la región.
El resultado de los apoyos de Trump para el carbón
resultó en el peor de los mundos posibles. Según un dirigente minero de
Arizona, les “jugó una charada”. La disminución regulatoria significó un ahorro
promedio de mil millones de dólares para cada empresa carbonífera. Significó,
además, que la población gastó $3,200 millones de dólares más por electricidad que
de haberla obtenido mediante alternativas más baratas, que van desde el gas
hasta la energía solar. A cambio, el aumento en el empleo de los mineros fue
marginal, porque se multiplicó la productividad promedio de cada
trabajador: 140 toneladas extraídas al
día.
En otras palabras, perdieron el medio ambiente, la
salud de la población, los consumidores y el fisco; los pocos nuevos trabajos
obtenidos son con niveles altos de explotación. A cambio, las empresas
aumentaron sus ganancias.
En términos políticos, sólo en el estado más
dependiente del carbón, Virginia del Oeste, siguen apoyando esa política. En
los otros, se le han volteado a Trump, por esa y otras razones.
¿De verdad cree López Obrador que se promueve el
empleo a través de la compra masiva de carbón? En las mineras modernas, sólo
habría más productividad por el mismo salario. Y los pozos carboníferos son tan
inhumanos que no pueden considerarse opción.
En cambio, y a pesar de las evidencias, AMLO ataca
constantemente las energías limpias. No importa que ya generen más de la mitad
de la electricidad en la Unión Europea. La razón es una: quienes trabajan con
esas energías no son empresas estatales. Pero en vez de promover, en
congruencia, una reconversión de las empresas públicas hacia las fuentes
energéticas del futuro, se aferra a avanzar, como en todo, hacia el pasado
idealizado de su juventud.
jueves, octubre 29, 2020
Peloteros mexicanos en postemporada (un análisis histórico)
Actualizado a noviembre 2022
En 2020 los Dodgers se coronaron en la Serie Mundial, en un partido cuyas figuras clave fueron los lanzadores mexicanos Julio Urías y Víctor González, causando euforia nacional. A partir de ese momento sacamos el análisis de la actuación de los peloteros mexicanos en la historia de las postemporadas de Grandes Ligas. Sirve también para colocar algunas reacciones en perspectiva.
De entrada, dos puntos. El primero es algo perogrullesco, pero hay que asentarlo. Una cosa es la carrera de un beisbolista en Grandes Ligas y otra, su desempeño en postemporada. Lo que hace relevantes a los peloteros es su desempeño histórico a lo largo de las campañas. Pero a menudo, con excepciones que veremos, lo que los hace famosos son los momentos que viven en los juegos clave de la Serie Mundial.
El segundo punto es hacer notar que la relación entre el desempeño normal de los jugadores en temporada regular y lo que hacen en octubre es muy variable. Hay varias categorías: están, por ejemplo, los que se desinflan en postemporada, donde el caso paradigmático es el de Joakim Soria, aunque vale la pena recordar que Beto Ávila, champion bat en 1954, apenas bateó para .133 en la Serie Mundial de ese año. También están quienes han jugado un poquito abajo de su nivel, realizando un trabajo aceptable, pero no tan estelar: casos de Adrián González y Roberto Osuna. Luego, los que dan una gran postemporada y otra malísima, como Jaime García o Sergio Romo; los que han jugado a su nivel normal, como Fernando Valenzuela, Julio Urías o Aurelio López y los que suelen hacerlo por encima de ese nivel, como Marco Estrada.
Como herramienta principal para este análisis, usaré una medición, el WPA de Baseball Reference. WPA es la Probabilidad de Victoria Añadida de un determinado jugador, medida en relación al promedio de los jugadores en cada una de las series. Para dar un ejemplo, el WPA de Corey Seager, nombrado Jugador Más Valioso en la Serie Mundial de 2020, fue de 0.63; en cambio, el WPA de Kenley Jansen, quien fue incapaz de cerrar un juego, porque le cayeron a palos y lo acabó perdiendo, fue de -0.79.
Si vemos el WPA acumulado a lo largo de las postemporadas, el orden para los peloteros mexicanos es el siguiente:
Fernando Valenzuela 2.09Julio Urías 1.29
Erubiel Durazo 0.81
Roberto Osuna 0.80
Marco Estrada 0.69
Valenzuela tuvo marca de 5 ganados 1 perdido, 1.98 carreras limpias admitidas por cada 9 innings lanzados y 44 ponches. Adicionalmente, 4 juegos completos y 2 blanqueadas.
Los números de Urías son 8-3, un juego salvado, 3.68 de PCL y 60 chocolates. Mientras el Toro ponchó a 6.2 rivales cada 9 entradas, Urías ha pasado por los strikes a 9.2.
El alto WPA de Durazo depende mucho de su gran Serie de Campeonato y Serie Mundial de 2001. Participó en 4 postemporadas y sus números son .234 de bateo, con 2 jonrones, 7 producidas y un OPS (porcentaje de embasamiento más slugging) de .771.
Osuna tiene 2-1, 5 salvamentos, 2.97 en carreras limpias, un hold, 2 rescates desperdiciados y 30 ponches.
Estrada tiene 3-3, 2.64 de efectividad y 43 ponches (8.1 por cada 9 innings lanzados)
Como puede verse, Julio Urías ya se separó de los demás, pero le falta todavía para llegar a los números de postemporada de Valenzuela (y no digamos a los de temporada, porque le faltan más de 100 victorias)
Ahora analicemos año con año. ¿Quién tuvo una mejor postemporada, contando Wild Card, Serie Divisional, Serie de Campeonato y Serie Mundial?
Fernando Valenzuela 1.31 (1981)Julio Urías 1.29 (2020)
Erubiel Durazo 0.80 (2001)
Sergio Romo 0.79 (2012)
Roberto Osuna 0.76 (2016)
Aurelio López 0.63 (1984)
Otra vez vemos al Valenzuela de la Fernandomanía adelante, pero apenas por un pelito por encima de Urías en 2020. Durazo tuvo extraordinarias series de campeonato y mundial en aquel 2001 (no tanto la divisional), Sergio Romo fue un jugador clave, como cerrador de los Gigantes de San Francisco en la segunda de sus tres coronas en año par, Osuna estuvo espectacular en aquel año con los Azulejos de Toronto y Aurelio también tuvo un papel esencial para llevar a los Tigres a la cima, ganando de relevo el último juego de la Serie Mundial del 84.
Fernando Valenzuela 0.83 NLDS 1981
Roberto Osuna 0.48 ALDS 2016
Julio Urías 0.44 NLCS 2020
Erubiel Durazo 0.37 WS 2001
Sergio Romo 0.36 WS 2012
Julio Urías 0.36 WS 2020
Hago notar dos cosas. La primera es que, aunque la historia de la grandeza de Valenzuela en postemporada suele estar marcada por aquella victoria sobre los Yankees en la Serie Mundial, la verdadera labor de cargarse encima el equipo fue en al principio de aquella postemporada, en la Serie Divisional contra Houston, en la que lanzó dos juegos: uno fue completo y admitió una carrera; en el otro lanzó 8 entradas, en épico duelo con Nolan Ryan y también sólo le anotaron una vez. Los Yanquis, en cambio, marcaron 4 veces la registradora. La segunda es que Urías es el único que aparece dos veces, y que su contribución en la Serie de Campeonato contra los Bravos, en la que ganó dos juegos, fue superior a la de la Serie Mundial.
Y aquí están -de hecho completando la anterior tablita- las mejores actuaciones de mexicanos en una Serie Mundial:
Erubiel Durazo 0.37 2001
Julio Urías 0.36 2020
Sergio Romo 0.36 2012
Jaime García 0.35 2011
Víctor González 0.26 2020
Nos encontramos, al menos, con tres sorpresas. La primera es que no está el Toro Valenzuela. Su victoria histórica contra los Yankees en 1981 le dio 0.20 de WPA. En la siguiente tabla veremos por qué. La segunda es que, a falta de Fernando, en la cima no se encuentra Julio Urías. Lo que sucede es que el desempeño de Durazo en aquella Serie Mundial que ganó con los Diamantes de Arizona fue opacado por la actuación de Randy Johnson. El sonorense, aunque no alineó contra pitchers zurdos, bateó para .364 y fue pieza clave en juegos cerrados. La tercera es que no está Aurelio López, sino Víctor González. Hicieron Series Mundial parecidísimas. La diferencia, de 3 centésimas, estriba en la cantidad de innings lanzados (tratando de ser exactos, en aquel doble play salvador de la línea al pitcher, digo yo).
El que Jaime García haya aparecido en esta lista nos lleva a la última tablita. La calificación de las aperturas de mexicanos en Serie Mundial. Aquí utilizaremos el método de Bill James, papá de la sabermetría: el "game score". Un lanzador inicia el juego con 50 puntos y los va acumulando o perdiendo de acuerdo con hits, outs, bases por bolas, carreras limpias, ponches, innings lanzados, etcétera. Se considera que la apertura está por encima del promedio si termina arriba de 50 puntos. Un hipotético juego perfecto con 27 ponches daría 114.
Game Score de aperturas de mexicanos en Serie Mundial
Jaime García 2011 (juego 2) 77José Urquidy 2019 (juego 4) 67
Julio Urías 2020 (juego 4) 56
José Urquidy 2021 (juego 4) 54
Fernando Valenzuela 1981 (juego 3) 52
Jaime García 2011 (juego 6) 42
García no ganó aquel juego 2, en el que lanzó 7 entradas, colgó 7 ceros y ponchó a 7, aceptando sólo 3 hits, porque el bullpen se lo tiró. Las aperturas de Urquidy y Urías quedan estadísticamente por encima de la de Valenzuela, aunque hayan sido más cortas (la segunda, con injusta salida prematura), pero aquella alcanzó la gloria por la victoria, el rival y el juego completo.
En resumen, el mexicano más grande en la historia de la postemporada sigue siendo el Toro de Etchohuaquila, pero no precisamente por el momento que más se le recuerda. La actuación de Urías en 2020 es excepcional en sus números, sin contar lo asentado que se le vio en la lomita y abajo de ella. Y hay actuaciones injustamente olvidadas: la de Erubiel Durazo en la postemporada de 2001 y aquella apertura de Jaime García diez años después. En esto tiene que ver el equipo (no es lo mismo los Dodgers, a los que la Fernandomanía convirtió en el equipo más seguido en México, junto con los Yankees, que los Diamondbacks de Arizona o, incluso, los Cardenales de San Luis, y más cuando la Serie Mundial coincide con los Juegos Panamericanos), pero también en cómo los medios contribuyen a modelar la memoria colectiva.
miércoles, octubre 28, 2020
La Libreta de racionamiento
En días recientes apareció la noticia de que en Cuba
planean desaparecer la libreta de racionamiento, y también el llamado peso
cubano convertible, como parte de una “nueva normalidad” a la que se dirigiría
la economía cubana. Es un plan sin fechas, para cuando avancen “otras
condiciones económicas financieras para el país”, según el presidente
Díaz-Canel.
Estoy convencido de que el proceso, si se da, se
traducirá en una profundización de la dolarización de la economía cubana, una
devaluación de su peso y aumentos salariales acompañados de un repunte de la
inflación. También, de una mejoría en el abasto, que es un desastre.
No sé cuál sea el saldo neto, pero lo que me da un gusto
enorme es el anuncio del fin de la libreta. Explico por qué.
Cuando la revolución cubana se radicalizó en 1962, se
introdujo la “libreta de abastecimiento” (aquí la palabra “abastecimiento” es
un bonito eufemismo de lo contrario), diseñada con dos objetivos: uno,
garantizar el acceso de todos los ciudadanos a los bienes de la canasta básica;
dos, protegerlos contra las intenciones de acaparamiento y especulación de
parte de los capitalistas. Las raciones que se reparten a personas y familias
están fuertemente subsidiadas: cuestan algo así como la octava parte de su
precio normal. En teoría, sólo los productos escasos son los que se distribuyen
por esta vía. Si no los compras con la Libreta no los puedes conseguir en otro
lado.
Mi madre era cubana y, aunque ella emigró a México
mucho antes de la revolución, toda su familia vivía allí. Aclaro que, al
principio, era una familia cien por ciento fidelista, habiendo sido mi abuelo
un trabajador ferrocarrilero y activista sindical y todos -incluida mi mamá- participado,
de una manera u otra en el Movimiento 26 de Julio.
Recuerdo de niño las pláticas telefónicas entre mi
mamá y mi abuela en aquellos años, que eran a gritos, porque la larga distancia
no tenía una conexión muy buena que digamos. Siempre una parte versaba sobre
cuántas libras de qué daba la Libreta. Y luego había discusiones en la casa
sobre si las cantidades alcanzaban o no. A mí me parecía, entonces, que había
mucha azúcar, mucho arroz, suficiente huevo y muy poca carne.
Con los años, las cantidades que se platicaban fueron
disminuyendo, porque así es esto de la ineficiencia. Y cada vez más productos
se iban agregando a la Libreta: los cigarros, el gas, la cerveza, los focos,
zapatos, ropa o tela y, señaladamente, artículos de limpieza. En algunos
productos la oferta era de verdad escasa: un par de zapatos al año por persona;
al año dos barras de jabón, dos rollos de papel de baño (lo que llevó a un
nuevo uso tanto a directorios telefónicos como al diario Granma). Cuando
faltaron severamente los licores, mi tío y mi primo construyeron un alambique
para hacer licor de arroz. Luego faltaron vasos, pero se podían hacer unos
hechizos, partiendo una botella y cubriendo los bordes con cera. Así es esto de
la inventiva popular.
Por supuesto, en la medida en que los productos de la
Libreta fueron bajando de calidad y cantidad, aparecían “por la libre” a
precios elevados o de plano en el mercado negro a precios prohibitivos. El robo
hormiga era de lo más común. A mi abuela, que siempre fue muy ortodoxa, le
mentían y le decían que habían comprado todo por la Libreta, pero en corto
sabían que con su pensión de “viuda de obrero destacado” hubiera pasado hambre.
Junto con esto, se dieron otro tipo de distorsiones.
Por ejemplo, todos los niños de siete años o menos tenían derecho a un litro
diario de leche. A los ocho, lo perdían. Y no faltara quien permutara la leche
al vecino por cerveza. Un niño pequeño se quedaba sin leche, pero su papá quedaba
bien servido. O más representativo: durante años, las ventas particulares de
productos preparados por la misma persona (digamos, alguien que vende queso de
casa en casa) fueron consideradas como delitos económicos. El concepto de
“acaparador” y “especulador” fue descendiendo de escala social hasta llegar a
las más bajas. Claro está que no todos los que cometían delito económico
recibían el mismo trato a la hora de enfrentar la ley: hay igualdad, pero unas
personas son más iguales que otras.
Llegó el momento en que la gente iba a la bodega a ver
qué había. Una vez sólo hubo pimientos. Y de regreso a la casa con un saco de
pimientos. En la semana habría ensalada de pimientos, pastel de pimientos y
mermelada de pimientos. Y si en la calle ves una cola, hay que formarse, no
importa por cuántas horas: de seguro llegó un producto escaso. Tampoco importa
cuál, hay que formarse.
¿Qué ha significado la Libreta? Significó una tablita
de salvación para la población más pobre durante los años más difíciles de la
economía cubana, que no han sido pocos. Pero significó, para la gran mayoría,
el eterno desabasto de productos básicos: alimentos, medicinas, productos del
hogar y de uso personal. Y significó, sobre todo que, en aras de acabar con el
acaparamiento, la especulación y la desigualdad, se generaran acaparamiento,
especulación y desigualdades de nuevo tipo, limitando las posibilidades de
desarrollo de la sociedad. Es el resultado de la combinación de la ineptitud
administrativa con la prevalencia de lo ideológico sobre lo práctico y lo
social.
En 1979, visitaba yo Cuba y mi primo la hacía de
Cicerón (o de Virgilio, según el cristal con que se mire), llegamos a Plaza de
la Revolución y ahí estaba la imagen gigantesca del Che Guevara. Un
amigo que venía conmigo, del mismo apellido que el Che, dice una frase
de admiración hacia el mítico guerrillero. Mi primo le responde, con un dejo de
desaprobación: “Estoy con la revolución, pero el Che fue quien impuso la
Libreta”.
Me parece significativo que el anuncio del fin de la
Libreta (hago votos porque sea real) haya coincidido con el aniversario de la
muerte de Guevara.
viernes, octubre 23, 2020
"Ese deporte no me gusta"
Futbol:
Aquí sí no pasa nada de nada. Hay al menos 30 segundos entre un lanzamiento y otro. Total, para que el bateador pegue el enésimo faul. El juego dura como cuatro horas y si hay diez minutos de acción son muchos. Casi todas las carreras son por jonrones que duran como dos segundos para llegar al otro lado.
Deporte fifí. Se pasan la pelota de un lado a otro de la red, en una cosa interminable. La razón de que es interminable está en la puntuación. De entrada, empiezan a contar de 15 en 15 y luego suman 10, y uno no sabe si el que ganó el juego terminó con 50, 55 o más puntos. Después, no importa ganar un juego con amplitud, o incluso un set. El tenis está hecho para prolongar la partida lo más que se pueda, para hacer que estén empatados aunque uno haya ganado muchos más puntos que otro. Es como un fraude electoral. Al final gana el que menos agotado termina.
100 metros planos. Se pasan cinco minutos presentándote a los corredores; otros cinco o más, cuando están en los bloques de salida. La carrera apenas dura diez segundos y normalmente llegan tan apretados que no sabes quién ganó. Los locutores se equivocan al menos con uno de los tres primeros.
jueves, octubre 22, 2020
Nostalgia por el ruizcortinismo
lunes, septiembre 28, 2020
El club de los pitchers efectivos
Víctor González |
Mexicanos en GL. 2020
Se fue casi tan rápido como llegó. Terminó la breve
campaña regular en Grandes Ligas, los aficionados nos preparamos a una
postemporada con nuevo formato, en la que participarán diez compatriotas, y
llegó la hora de hacer cuentas con lo poco que pudimos ver de los mexicanos en
este año. Subrayaré dos cosas. Una es la gran cantidad de debuts nacionales en
tan poco tiempo: siete jugadores se estrenaron en la Gran Carpa. La otra es
que, salvo por dos de los novatos, los lanzadores mexicanos se caracterizaron
por su buena efectividad (de no ser porque el último día le metieron dos
carreras a Sergio Romo sin que sacara un out, todos habrían acabado con PCL
debajo de las 4 carreras limpias por cada 9 entradas lanzadas).
Aquí el balance del contingente nacional en el año,
ordenado de acuerdo con el desempeño de cada uno en la temporada (como siempre,
incluimos a los paisanos que han jugado representando a México
en el Clásico Mundial o en otro torneo de primer nivel)
Alex Verdugo fue el mexicano más destacado, una de las pocas
bujías que le funcionaron a los tristes Red Sox de 2020. El originario de
Arizona quedó en cuarto lugar de porcentaje de bateo en la Liga Americana, con
.308 y demostró que es capaz de grandes cosas. Su fildeo es extraordinario, se
poncha poco, corre bien las bases. Podría tener algo más de poder. Una lesión
de último momento contribuyó en bajarle el porcentaje unas 20 milésimas, porque
terminó en un slump. Sus numerotes: .308 de porcentaje de bateo, 6
jonrones, 15 carreras impulsadas, 36 anotadas y 4 robos de base.
Víctor González fue la revelación de la temporada entre los
mexicanos y. sin duda, el mejor entre ellos el mes de septiembre. El slider venenoso
de este zurdo hizo estragos en los bateadores rivales y lo ha hecho ganar
confianza con el manager Dave Roberts, de los Dodgers. Terminó la temporada con
3 ganados y 0 perdidos, un estelar 1.33 de carreras limpias, 23 ponches (sólo
dos bases por bolas otorgadas) y dos holds (ventajas sostenidas en
situación de rescate).
Giovanny Gallegos no tuvo un septiembre tan espectacular como
el mes anterior, en particular porque se lesionó la ingle, tuvo que dejar la
casa llena en un partido, entraron tooodas esas carreras y perdió el juego. Aún
así, el taponero sonorense de los Cardenales, finalizó la minitemporada con
marca de 2-2, 4 salvamentos, un decento 3.60 de PCL,21 sopitas de pichón
servidas y un hold.
Julio Urías por fin se afianzó en la rotación de los
Dodgers, aunque al ideático manager ya le dio por ponerlo a “abrir” a partir de
la segunda entrada. El zurdito de Culiacán tuvo 10 aperturas, en el año, de las
cuales 5 fueron de calidad, aunque casi nunca llegó a la séptima entrada. Termina
la campaña con 3-0, 3.27 de efectividad y 45 rivales pasados por los strikes.
José Urquidy no reapareció hasta septiembre, porque salía
positivo a la prueba de COVID, aun cuando ya había superado la enfermedad.
Pocas aperturas, pero muy buenas. Cuatro de las cinco fueron de calidad. Tuvo
una suerte del nabo con el apoyo de bateo de los Astros y con el relevo. Por
eso acabó con marca de 1-1, 2.73 de carreras limpias y 17 ponches.
Joakim Soria, ya veterano, es parte importante del bullpen más
exitoso de Grandes Ligas, que es también el más trabajado: el de los Atléticos
de Oakland. Participó en 15 juegos y sólo
en cinco admitió carrera. Su marca de 2020: 2-2, con 2 juegos salvados y 4 holds.
Su efectividad quedó en 2.82 y ponchó a 24.
Oliver Pérez, en el año en que estableció su récord, ha dejado
en claro que los años no pasan por él y ha sido muy útil en el relevo para los
Indios de Cleveland. Culminó la campaña regular con 1-1, un excelente 2.00 de
carreras limpias, 14 ponches y 3 holds. Cada nuevo año que juegue en Ligas
Mayores establecerá marca de longevidad para mexicanos.
Sergio Romo. El menudo Mechón estuvo muy activo en
septiembre, combinando labores de preparación con las de cierre, para los
Mellizos de Minnesota. Como suele suceder con este maestro de la moña,
normalmente se despacha a todos sus rivales, pero cuando le pegan, le pegan
duro. Sus números del año: 1-2, 5 salvamentos, 10 holds, 4.05 de
efectividad y 23 pasados por los strikes.
Luis Cessa, aunque suele ser relegado a labores de trapeo de
innings por los Yanquis, año con año mejora sus números y su seguridad. El
derecho de Córdoba cumplió con marca de 0-0, un salvado y un hold, 3.32
de ERA y 17 ponches.
Roberto Osuna se lesionó en su tercer juego. Su marca del
año 0-0, 2.08 de carreras limpias, un rescate y un hold. Reportan
que está lanzando de nuevo, en un proceso de rehabilitación con el que busca
evitar la cirugía Tommy John, que lo sacaría un año entero del montículo.
Luis Urías disputó la titularidad en el infield de los Cerveceros
de Milwaukee, y no la terminó asegurando. Como cuando estaba en San Diego, sigue
enorme con el guante y desilusionante con el bat. Sus números: .239 de
porcentaje, 11 producidas y dos robos.
Alejandro Kirk tuvo un interesante debut con los Azulejos de
Toronto. De este receptor de Tijuana, de apenas 21 años, bajito y pesado, se
hablan maravillas, sobre todo en materia ofensiva. Llegó a asustar a Danny Jansen,
el titular que estaba en medio slump y probablemente le hubiera
arrebatado la titularidad en una temporada más larga. Kirk bateó para .375 con
un cuadrangular y 3 producidas. Habrá qué ver cómo funciona a la defensiva y,
sobre todo, manejando a los lanzadores. No es buen dato que en dos de sus cinco
apariciones como titular en la receptoría, su equipo haya sido apaleado.
Ramón Urías tuvo dos momentos con los Orioles de Baltimore.
Mucho mejor el segundo. El hermano de Luis acabó con números casi idénticos a
los de Kirk. .360, un jonrón y 3 producidas. Y como el otro mexicano, no se vio
muy bien a la defensiva.
Isaac Paredes compartió la tercera base de los Tigres de Detroit,
que lo ven como apuesta para el futuro, ya que tiene sólo 21 años. Se le ven
hechuras, pero también que está verde. En la temporada: .220 de promedio, un
vuelacercas y 6 impulsadas.
Humberto Castellanos fue el mexicano a quien le tocó estar en la puerta
giratoria, entre el equipo grande y la sucursal (que esta vez fue el “grupo
taxi”). Cuatro veces entre unos y otros. A final, 0-1 en ganados y perdidos.
6.75 de PCL,12 ponches y un futuro incierto en las Mayores.
Jesús Cruz lanzó una entrada con San Luis, ponchó a dos, pero le
anotaron dos carreras y a los pocos días perdió la chamba.
Luis González no volvió en septiembre. En agosto tomó dos turnos
como emergente para los Medias Blancas de Chicago. La primera vez lo golpearon
(y anotó carrera); la segunda lo poncharon.
domingo, septiembre 20, 2020
Mis villanos (fílmicos) favoritos
Los villanos son indispensables en el cine, y también son abundantes. Si uno ha visto mil filmes, ha conocido a más de mil villanos. Pero hay unos inolvidables, casi siempre porque son particularmente odiosos. Aquí una lista de los que considero los mejores, por razones varias. Son mis villanos fílmicos favoritos.
Harry Powell, The Night of the Hunter (1955)
Harry Powell, interpretado por Robert Mitchum, es el villano más completo que me ha tocado ver. Es un asesino despiadado, que se ceba en las personas débiles. Es un misógino y abusador de niños. Pero además es un falsario, que utiliza la moral y la hipocresía para dar otra imagen de sí. Si tiene un Dios, es el dios de los cínicos. A diferencia de otros, que utilizan las normas morales para hacer el mal (como la enfermera Ratchet, en One Flew Over the Cuckoo's Nest (1975) o que son completamente amorales, como Anton Chigurh, de No Country for Old Men (2007), el Reverendo Harry Powell sí conoce la diferencia entre el bien y el mal. Y elige el mal. Y durante toda la película el espectador no hace más que odiarlo.
Coronel Hans Landa, Inglorious Basterds (2009)
Hans Landa, genialmente interpretado por Christopher Waltz, es el caso más acabado del villano que amas odiar. Astuto, cultivado, cínico, provisto de un fino sadismo, arrogante, pero sobre todo ambicioso y oportunista. Es el político que es cortés porque está esperando el momento para atrapar su presa, el militar capaz de matar a sangre fría. El hombre que no tiene más lealtad que con sus intereses. Y todo lo hace con una vena sarcástica que termina por crear un personaje inolvidable.
Phyllis Dietrichson, Double Indemnity (1944)
En este film, uno de los más logrados del género del film-noir, Barbara Stanwyck es el epítome de la femme fatale. Una mujer fría y manipuladora, que utiliza el arte de la seducción para sus propios fines, y que no se toca el corazón para matar, traicionar y deshacer a todo el que se ponga en su camino. La película tiene la ventaja de que, desde el principio uno sabe quienes son los asesinos, y eso permite ir estudiando el terrible personaje.
El Jaibo, Los Olvidados (1950)
Hay distintas maneras con las que se responde a la marginación. El Jaibo, en la interpretación legendaria de Roberto Cobo, responde con violencia, traición y una dosis de sadismo, que se ensaña en los más débiles. Es un auténtico hijo de la chingada, aunque en el fondo sea débil, él también.
Hans Beckert, M (1931)
Hay distintos tipos de sicópatas en el cine, todos terribles. Pero hay unos que están tan pirados que no s dan cuenta. como Jack Torrance, en The Shining (1980) o que entienden su condición con cinismo, como el excelente Guasón en The Dark Night (2008), pero Hans Beckert, en la interpretación de Peter Lorre, la sufre. Es algo que puede más que él, un monstruo interno. Eso lo hace humano y, al mismo tiempo, doblemente horroroso.
Terminator, The Terminator (1984)
Por una parte, Brick Top, actuado por Alan Ford es de los pequeños jefes del crimen organizado más creíbles; por la otra, es cruel, tramposo, mal hablado, iracundo y no exento de torpezas. Eso lo hace un villano particularmente aborrecible. No importa que sea un personaje menor. Esa misma película tiene otro malo difícil de olvidar: Boris The Blade, que es prácticamente inmorible.
Termino, por ahora, con una villana de caricatura. Está en la lista por mala, por fea, y porque es de muy mal gusto usar pieles de perritos dizque para implantar una moda. De niño odié a esa cacatúa.