miércoles, enero 30, 2013

Cassez y la hoguera de las vanidades



Una de las características de la denominada época postmoderna es que han cambiado radicalmente los ejes con los que se hace política.

En los tiempos modernos tenían primacía política la plaza, el discurso, el periódico (la opinión publicada), la escuela, el convencimiento ideológico. Hoy han sido sustituidos por la pantalla, el spot, la encuesta (la opinión pública medida), los medios electrónicos y la seducción mercadotécnica.

Es un problema. Sobre todo, cuando quienes pertenecen, por razones de formación y educación, a la época moderna, deciden tirarla enterita por la ventana y sustituir las tácticas políticas que manejan por otras, de carácter postmoderno, que no saben controlar. Es la historia del aprendiz de brujo.

Cuando los aprendices de brujo juegan con fuego, el asunto se les va de las manos y todo acaba en una hoguera de las vanidades.

El caso de las encuestas nos puede servir como hilo conductor de un asunto que termina en un avión de Air France con una presunta secuestradora a bordo, en clase business.

Hay dos maneras esenciales con las que un político puede hacer uso de las encuestas. En la primera, ve cuáles políticas son aceptadas mayoritariamente por la población y cuáles son rechazadas, y por qué. Entonces lanza campañas, con los argumentos más convincentes en la opinión pública, para reforzar el apoyo de las aceptadas y para disminuir el rechazo a las objetadas.

La otra manera es leer las encuestas como barómetro de popularidad y apostar, a como sea, a mantener dicha popularidad. Esto implica, de entrada, tirar los proyectos de largo aliento al bote de basura y gobernar a contentillo de la opinión pública medida, que a veces ni siquiera sabe lo que quiere.

Al menos durante los tres sexenios anteriores predominó la segunda manera de leer las encuestas, con los resultados que la población conoce: desde el temor de Zedillo por acabar con la infausta huelga de 1999-2000 en la UNAM, hasta la credulidad de Calderón de que, si él no tenía una altísima tasa de rechazo a su gestión, su partido podría retener el poder, pasando por la actitud disparatada de Fox ante el posible desafuero a Andrés Manuel López Obrador.

Esta tendencia coincidió con un uso cada vez más extensivo de los medios electrónicos de comunicación, señaladamente la televisión, para hacer política. En vez de negociar, salir en pantalla a intentar poner la agenda en la opinión pública, para que ésta repartiera culpas. En vez de informar sobre las acciones de gobierno, hacer propaganda sobre las mismas.

Y aquí entra el papel del espectáculo y lo espectacular. En la lógica de que una imagen vale más que mil palabras y una filmación vale más que mil imágenes, la AFI de Genaro García Luna realizó un montaje para capturar “en directo” a una peligrosa banda de secuestradores que, para ponerle más sal al asunto, contaba en sus filas con una joven francesa.

El asunto resultó en un escándalo periodístico, que dio al traste a la carrera del reportero que se prestó al montaje, pero también tuvo resultados positivos en la imagen del gobierno (Fox, en ese entonces), que aparecía solucionando sin miramientos uno de los problemas más sensibles para la sociedad (en 2005 eran los secuestros, todavía no empezaba el combate frontal calderonista al crimen organizado).

En otras palabras, no importó que se torcieran los protocolos legales, porque lo importante eran los datos en la aceptación de las políticas gubernamentales y la popularidad de los gobernantes.

Por eso no fue de extrañar que quien fuera señalado como autor del montaje fuera premiado posteriormente, nada menos que con la secretaría de Seguridad Pública, una institución destinada a estar en el ojo de la opinión pública durante todo el sexenio de Calderón, a partir de la decisión estratégica respecto al combate a la delincuencia organizada.

Lo vivimos todo el sexenio pasado.  Desde el despliegue espectacular de fuerzas del orden en cada estado, hasta las telenovelas con héroes policiacos o militares, pasando por el show en las capturas de capos y armamento y hasta los espectaculares sobre las paredes de las instituciones encargadas de la seguridad.

En ese sentido, lo relevante –en términos de política postmoderna mal entendida- era la percepción de que había un Presidente “valiente”, que se había decidido a enfrentar a los “malosos” y que no claudicaría (ni escucharía consejos) en el intento. Esa percepción funcionó muy bien en los primeros años, después se fue diluyendo, pero nunca dejó de ser mayoritaria. Al parecer, eso importaba más que los resultados reales, porque generaba réditos políticos (se vio que más aparentes que reales).

Inmerso en el regusto hacia la percepción de “duro”, Calderón se enfrascó, en el caso Cassez, con un político todavía más postmoderno y vacío, Nicolas Sarkozy, que utilizó el asunto para posicionarse ante sus electores como un defensor de los franceses de ultramar maltratados en el tercer mundo.

Las reuniones que sostuvieron los dos ex mandatarios fueron una feria de vanidades y de propaganda. Cada quien apelaba a su electorado potencial, en sus respectivos países, y ninguno tenía el menor interés en resolver el diferendo. Era demasiado redituable.

Pasó el tiempo, ambos mandatarios dejaron el poder. Vino la revisión de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, cuyos miembros coincidieron en que a Florence Cassez no se le otorgó el beneficio del debido proceso, pero se dividieron respecto a los alcances del mismo. Al final, fue liberada no porque se le supusiera inocente, sino por las graves fallas procedimentales.

La gran mayoría de la sociedad mexicana repudia esa liberación, según dicen las encuestas. No por ilegal. No porque no supieran del montaje. Simplemente es por la creencia general de que Cassez es culpable –y me incluyo en esta creencia-. Pero no es con creencias -medibles en la opinión pública- como se hace justicia en un estado de derecho. Es con leyes correctamente aplicadas, que es, opino, lo que está tratando de enmendar la SCJN. Por eso tiendo a coincidir con Mexico SOS, cuando dice que “a la ciudadanía no le corresponde determinar la culpabilidad o inocencia de procesados o presuntos culpables, sino exigir al sistema judicial procesos efectivos…”.

Ahí no acaba la cosa. El actual presidente francés, Francois Hollande, sigue poniéndole fuego a la hoguera de las vanidades, al recibir a Cassez como si fuera una heroína (y la cínica verdad, creo que el mandatario no está seguro de su inocencia). Y le da palomita a México de democracia bien portada. Todo sea por la popularidad, aunque queme.

Me pregunto si seguiremos viendo cómo se hace política, mucha política, pero más postmoderna.

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