Nunca
está de más repetir que los años ochenta fueron difíciles para mí, en particular
por la cuestión económica, que era deprimente. Tal vez por eso recuerdo con más
gusto sus momentos de brillantez. Entre esos, hay uno colectivo, al menos entre
quienes somos aficionados al beisbol, la Fernandomanía.
Vi a
Fernando Valenzuela por primera vez en el último tramo de la temporada de 1980,
un par de veces que entró a relevar para los Dodgers de Los Ángeles. En ambas
se vio impresionante. “Este zurdito greñudo tiene futuro”, me dije.
Al año
siguiente, Tom Lasorda sorprendió al darle la pelota del juego inaugural a
Valenzuela. El Toro de Etchohuaquila
lanzó juego completo y blanqueó a los Astros de Houston. Para su tercera o
cuarta salida, los reflectores ya estaban sobre él, y empezaron a pasar sus
partidos en la tele mexicana. Blanqueada a los Padres, otra a los Astros, una
más a los Gigantes, la siguiente a los Expos, la que sigue a los Mets y de
nuevo a los Expos. Aquello era algo nunca antes visto. El zurdo mexicano se
subía a la loma y los bateadores rivales se mostraban totalmente incapaces de
resolver los acertijos que les enviaba. Cada vez más aficionados se zampaban
las transmisiones nocturnas, con tal de verlo tirar su famosa bola de tirabuzón
con los ojos lanzados al cielo, y dominar a placer a sus enemigos.
Pronto
fuimos conociendo al resto del equipo. A Bobby Castillo, el relevista chicano
que le enseñó el screwball, al
querido Pedro Guerrero, dominicano que impulsaba las pocas carreras que
anotaban los Dodgers, al receptor neoleonés Alex Treviño (luego sustituído por
Mike Scioscia), a Steve Garvey, Davey Lopes, Bill Russell, El Pingüino Ron Cey, Dusty Baker, Ken Landreux, Rick Monday, al
moreno Dave Stewart, que entraba al relevo a lanzar rectas impresionantes…
después al novato Steve Sax, cuyos errores en la segunda base nos desesperaban.
Aun los que nunca habíamos sido fans de los Dodgers llegamos a amar a los
integrantes de ese equipo: eran la cuadrilla del Toro, de nuestro Fernando, del gordito espontáneo y carismático que
hacía explotar la Liga Nacional.
Aquel
1981 estuvo marcado por una huelga que acortó la temporada. Aún así, Valenzuela
ganó 13 juegos, por 7 derrotas (hay que señalar que su equipo lo apoyó con
menos de 4 carreras por cada 9 innings
lanzados), se llevó el premio a Novato del Año y el Cy Young, como mejor
pitcher. Fue clave para que los Dodgers obtuvieran el campeonato. En
postemporada, Fernando ganó varios juegos y luego dio la vuelta a la Serie Mundial
que iban ganando los Yanquis (con Aurelio Rodríguez en sus años finales): el
país entero lo seguía.
Se dijo
que si Valenzuela ganaba 20 juegos en la temporada de 1982, obtendría un contrato
por un millón de dólares (nada qué ver con los sueldazos de ahora). Ese año fue
casi tan espectacular como el anterior, pero el de Etchohuaquila se quedó a una
victoria de la famosa veintena. Para obtener su triunfo 19 tuvo que lanzar
juego completo de diez entradas y sus tres últimas salidas fueron de calidad,
pero se fue sin decisión en dos de ellas y en la otra perdió el juego. Recuerdo
de ese año reuniones de amigos en las que la fiesta se apagaba unas horas
porque todos íbamos al televisor a ver al Toro.
También, que había un compadre sonorense en la Facultad que, según el resultado
de su coterráneo, dictaminaba la dieta del pelotero: “Ayer desayunó huevos con
machaca y cinco cervezas, por eso blanqueó a los Piratas” o “Ayer desayunó
chilaquiles con torta de tamal y una coca y por eso perdió”.
Para la
temporada de 1983 había nuevas caras en los Dodgers. Recuerdo al cátcher Steve
Yeager, a Candy Maldonado, a Mariano Duncan, al güerito novato Greg Brock, A
Niedenfeuer y Steve Howe en el relevo. Los números del Toro bajaron un poco, pero seguían siendo sensacionales, y fue el
único pitcher dodger que ganó en postemporada. La Fernandomanía continuaba.
Por
supuesto, los mejores juegos eran los duelos de pitcheo. Un clásico, contra El Gesticulador Steve Carlton; otros,
contra Joaquín Andújar y Mario Soto, y más tarde, contra Dwight Gooden y Mike Scott.
Eran juegos particularmente agradables, sobre todo para quienes consideramos
que el pitcheo es el nombre del juego, y al final no importaba tanto si
Valenzuela salía o no con la victoria. Los beisboleros los comentábamos a
detalle al día siguiente, casi siempre desvelados y satisfechos.
A
mediados de la década empezó a quedar claro que Lasorda sobreutilizaba a
Valenzuela, eterno caballito de batalla. Demasiadas entradas lanzadas, poco
descanso entre aperturas. El brazo ya no parecía ser el mismo. Aún así, en un “mal
año”, el Toro recibía apenas 3 carreras limpias por nueve innings lanzados, algo
que muy pocos pueden presumir. Y ganó sus partidos de postemporada en 1985.
En
1986, la fernandomanía alcanzaría nuevos picos. Valenzuela finalmente superó la
marca de 20 victorias (ganó 21, contra 11 derrotas, y hacía ya un rato que
ganaba más del millón de dólares). Y en el Juego de Estrellas empató la mítica marca
de Carl Hubbell, al ponchar a cinco bateadores de manera consecutiva: Mattingly,
Ripken Jr., Barfield, Whitaker y Teodoro Higuera (quien también ganó 21 juegos
ese año). Kirby Puckett rompió la racha con una rolita al short. De niño había
leído la historia del Hubbell y el Juego de Estrellas de 1934 como algo dotado
de un aura mágica. En la tele pude ver como la magia se repetía de la mano de
Fernando.
Para
los años siguientes, poco a poco, la fernandomanía se fue apagando, junto con
las lesiones del sonorense. Pero todavía el Toro
tenía una sorpresa en su chistera. Corría 1990, se jugaba la Copa Mundial de
Italia y el país estaba futbolizado a pesar de que México había sido excluido.
Un dia voy cambiando canales, y ahí está el bueno de Valenzuela en el
montículo. Noto el box-score, está ganando por blanqueada. Me quedo a verlo y
me entero que está lanzando un juego sin hit. De los Dodgers reconozco a pocos,
y Pedro Guerrero está en el equipo contrario, los Cardenales. Pero Fernando es
el de sus primeros años y está lanzando como los dioses. Ya es la última
entrada, con un out, El Venado Willie McGee ha recibido base por
bolas, pero Valenzuela se concentra y obliga a Guerrero a rodar para doble
play. El canto del cisne.
Más
tarde me enteré que Valenzuela, como Babe Ruth con su mítico jonrón, pronosticó
que tiraría un doble cero. Ese mismo día, su ex compañero Dave Bola de Fuego Stewart había lanzado sin
hit para los Atléticos de Oakland. Valenzuela le dijo a los demás Dodgers –la versión
es de Mike Scioscia-: “Ya vieron un sin hit en la tele, ahora van a ver otro en
el campo de juego”. Lo cumplió, como los auténticos magos, como los inmortales.
Al Toro le agradezco ser una luz en tiempos grises para México. Creo que muchos deberíamos hacerlo. Corría el chiste en los primeros años de la presidencia de Miguel De la Madrid, de que estaba tan salado que un día, mientras Valenzuela y Hugo Sánchez visitaran al pandita Tohuí, el satélite Morelos caería sobre ellos, destruyendo absolutamente todo lo que daba orgullo al país. Imaginé el evento varias ocasiones. Ya vivíamos una pesadilla, pero aquello era la Pesadilla Total.
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