Por
aquellas fechas (estamos en 1983) vinieron a la Facultad de Economía dos
profesores de la Universidad de La Habana. La directora de la carrera allá y
otro catedrático. Dieron sendas conferencias sobre la historia económica reciente
de la isla. Resultaba interesante constatar que en un cuarto de siglo, la
estrategia había sufrido una gran cantidad de ajustes: se movían bajo la lógica
de “prueba y error”.
En un par de ocasiones tuve la posibilidad de hablar con ellos de una manera un poco más relajada. Una fue en los cubículos del CEDEM; la otra, en una parrillada que organizaron los compañeros. Allí empezaron a caer las cosas por su peso.
En un par de ocasiones tuve la posibilidad de hablar con ellos de una manera un poco más relajada. Una fue en los cubículos del CEDEM; la otra, en una parrillada que organizaron los compañeros. Allí empezaron a caer las cosas por su peso.
-Chico,
es que nosotros usamos infinitamente infinitamente.
-Pero
admites que es un uso retórico y no científico de la palabra.
-En
Cuba, sin retórica revolucionaria, no habría Revolución –concluyó, luego pensó
unos segundos y matizó-… pero nuestro sistema es superior al capitalista.
El otro
profesor en su exposición había señalado que la Revolución (así, en singular)
había cometido, en diferentes ocasiones, el error de “no seguir las leyes
objetivas de la construcción del socialismo”, de las cuales no especificaba
postulado alguno. Lo dejamos ir vivo en el auditorio –supongo que por
solidaridad con Cuba-, pero a la hora de la parrillada, ya todos con unos
cuantos tequilitas y cervezas encima, le insistimos en que nos explicara las
famosas Leyes Objetivas.
-Es muy
fácil, compañeros –explicó-. Las leyes objetivas de la construcción del
socialismo son las leyes subjetivas del Comandante en Jefe en ese momento
histórico específico. ¿Entendido?
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