A
mediados de 1983 llegó a México mi amigo Carlos Mársico, de las muchas
aventuras en Italia. Tenía la intención de quedarse unos meses y terminar aquí
su tesis para recibir el título de Dottore
in Agraria. Se quedó a vivir en casa de Jorge Carreto y le ofrecí un
cubículo del CEDEM, que algún profesor había dejado vacante en su año sabático.
Carlos había pensado hacer su tesis sobre el ejido mexicano –tal vez como resultado de las tantas pláticas que tuvo con nosotros durante nuestra estancia italiana-, pero se entusiasmó particularmente con la Coalición de Ejidos Colectivos del Valle del Yaqui y Mayo. Estuvo unos tres o cuatro meses en la ciudad de México y otros tantos en Sonora, invitado por Gustavo Gordillo, luego regresó a la capital y al poco tiempo partió de regreso a Europa.
Una de sus primera impresiones fue que el país se encontraba "en una clara situación prerrevolucionaria". Le dije que sí, pero en realidad estaba en una situación post-prerrevolucionaria y la tal revolución nunca ocurrió. Con él hice una visita a Taxco. Recuerdo bien una imagen. Estábamos parados junto a la carretera a la altura de Tres Marías, nos vimos y nos carcajeamos. Efectivamente, Carlos estaba en México.También fuimos al futbol, junto con Eduardo Mapes; un partido en el Azulgrana entre el Atlante del Ratón Ayala y Gregorz Lato y el América. Carlos quedó sorprendido por la mezcla y la civil convivencia en las gradas de aficionados de ambos clubes (algo imposible en Italia, impensable en Argentina y cada vez menos común en México).
A
Mársico le tocó estar en un par de ocasiones en asambleas de la Facultad
cargadas de grilla. En una se discutía la necesidad de cambiar el plan de
estudios, con demasiados semestres dedicados al estudio de El Capital. Nosotros estábamos por mantener al marxismo como uno de
los ejes, pero también por quitarle peso y porque hubiera más materias
relacionadas con la política económica. La discusión era complicada por las
interrupciones groseras de estudiantes ultras, azuzados por sus profesores, en
su mayoría argentinos… una práctica, la de querer callar a quien disiente con gritos
y malos chistes, que ha cobrado carta de ciudadanía en el país. No llegamos a
nada. Al término, Carlos estaba indignadísimo, y me sentenció:
-Por culpa
de hijos de puta como esos tomaron los militares el poder en Argentina.
De su
experiencia en Sonora llegó muy entusiasmado. Los campesinos le apodaron “El
cochi”, que porque los dedos que le habían quedado inmóviles por las quemaduras
parecían pezuñas de cerdo. Pero él en más de una ocasión utilizó su drama en
plan ligador: a las chavas les decía que se había quemado la mano desactivando unas
bombas de la contra nicaragüense.
Como era de esperarse, Carlos se enamoró de México. Volvería muchas veces, durante los años que trabajó en Nicaragua y en Bolivia.
Como era de esperarse, Carlos se enamoró de México. Volvería muchas veces, durante los años que trabajó en Nicaragua y en Bolivia.
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