En el
brindis navideño de 1980 en la Facultad apareció un señor muy rojo, con un
traje gris lamparroso, que le quedaba ancho, acompañado por un jovencito rubio.
El hombre se puso a hablar un rato con Raimundo Arroio, se despidió, se fue, y
el joven lo siguió, unos pasos detrás. El hombre era un agregado de la embajada
soviética en México, y traía a presentar a un estudiante moscovita, que iba a
hacer su tesis de licenciatura sobre la inversión extranjera en nuestro país,
apoyado por el CEDEM, que en esas fechas encabezaba Arroio.
-Haga
usted que trabaje bien, y si se porta mal, me lo reporta inmediatamente –había dicho en
tono severo el diplomático soviético, según la versión de Raimundo.
Así
apareció en la Facultad, por unos meses, Boris Vladimirovich Mochalov. Ocupó el
cubículo de uno de los colegas que estaba de año sabático. Preguntó por el
horario y Raimundo, por no dejar, le dijo que era de 9 a 3 y de 5 a 7. Llegaba,
enfundado en su trajecito, a las 9 en punto y cumplía el horario con rigor (no
se pasaba, lo que significa que no era, precisamente, un stajanoviano). Saludaba
muy atento a los profesores, pero sólo hablaba, y poquito, con los ayudantes de
investigador: Estela Ramírez (Estelota) y el secretario técnico, cuyo nombre no
recuerdo.
El caso
es que a las pocas semanas los profesores de carrera nos hartamos de lo bien
portadito del tal Boris. Se sentía uno mal de estar las horas cotorreando con
los colegas en el cubículo mientras este pinche rusito leía y leía documentos. Demandamos
al coordinador del Centro que lo pusiera en cintura. Raimundo –que también lo
alucinaba un poco- le dijo, “mira, tú ves que aquí los profesores no vienen de
traje y corbata, y que llegan y se van a distintas horas; tú también puedes
hacerlo”.
-Gracias,
muchas gracias –exclamó Boris, mientras tomaba con ambas manos la de Raimundo.
Temimos que quisiera besarlas.
Al día
siguiente, Mochalov llegó a las 9:05, con una gran sonrisa, vestido en una
combinación de mezclilla que rara vez se quitó. Y se fue unos minutos después
de las 7.
Estelota
lo chingaba: le decía que era Boris Malosnov, y que había dejado en Moscú a su
novia Natasha Fatal. Alguna vez le preguntó qué le parecía la ciudad de México.
-Muy
bonita, pero es un caos.
-Kaos
es la organización para la que trabajas, no te hagas.
-No te
entiendo.
-Sí, tú
eres un espía. Confiesa.
-No,
los espías soviéticos se llaman Serguei –y esbozó una sonrisita.
En una
ocasión, decidimos gastarle una broma. Se votaba para el Colegio de Profesores
o para el Consejo Técnico, y quisimos que pretendiera ir a votar.
-Mira
Boris, te voy a explicar lo que es la democracia burguesa –dijo Raimundo-. Hoy
hay unas elecciones muy importantes en la Facultad. Hay dos planillas. En una
están las fuerzas progresistas y revolucionarias. Esa planilla se llama Unidad
Democrática. En la otra, los maoístas, los troskistas y los enemigos del
proletariado. Tú vas a ir a la casilla, donde estará Pancho (es decir, yo) que
es nuestro representante. Los enemigos del proletariado no van a querer que
votes, pero si Pancho logra convencerlos, tienes que poner una cruz donde dice
Unidad Democrática. Si no lo haces y votas por la otra planilla, te reporto con
la embajada inmediatamente. ¿Entendiste?
-Sí,
entendí.
-Y
ahora ¿qué te parece la democracia burguesa?
-Muy
parecida a la democracia proletaria.
Por
supuesto, los maoístas, troskistas y demás enemigos del proletariado no dejaron
votar al pobre Boris.
Y
también, claro está, Boris hizo lo imposible por prolongar otros meses su estancia
en México (es que era una investigación muy ardua). La verdad, le gustó el “caos”.
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