“Ai te dejo esos dos pesos. Pagas la renta, el
teléfono y la luz”
Cuando,
en febrero pasado, el secretario de Hacienda Ernesto Cordero, para justificar
el supuesto efecto social de la deducibilidad fiscal de las colegiaturas
particulares, declaró que había familias “muy luchadoras” que con seis mil
pesos mensuales y “muchos esfuerzos” pagaban hipoteca, mensualidad del auto y
colegiatura en escuela privada, inauguró la era Chava Flores del gabinete,
caracterizada por imprecisiones declarativas que muestran una notable
ignorancia sobre las condiciones reales de vida de la población.
El
20 de febrero, queriendo arreglar, el secretario Cordero declaró en televisión
que el decil X de ingreso corriente de las familias (es decir, el 10 por ciento
más rico) iniciaba en los 15 mil pesos mensuales. Al día siguiente bajó la
cifra a 13 mil pesos, y dio como referencia los datos del INEGI.
Como
la cifra me pareció muy baja, consulté la Encuesta Nacional de Ingreso Gasto de
los Hogares más reciente disponible, la de 2008. Según ésta, las familias del decil
X tuvieron en aquel año un ingreso mensual promedio de 45 mil 333 pesos, una
cantidad suficientemente alejada de los 13 mil como para suponer que ahí no
está el umbral.
En otras palabras, en 2008, un tercio de la población ganaba más de 13 mil pesos actuales al mes. Lo jodido es que dos terceras partes ganaban menos que eso.
En
ese año, el gasto monetario promedio nacional trimestral por hogar fue de 21
mil 984 pesos (casi 13 por ciento menos que dos años antes). La familia
promedio del decil VI gastaba 18 mil 945 pesos al trimestre. 40 por ciento de
las familias mexicanas gastaban más que las del decil VI.
Eso
es el gasto. Más de la mitad de las familias ingresaron un promedio superior a
los 6 mil pesos al mes.
¿De
dónde sacó Cordero el ingreso de 13 mil pesos para definir el decil más alto de
la población? De que confundió el ingreso trimestral per cápita con el ingreso
familiar. Error imperdonable. Recordemos que es el Secretario de Hacienda.
“Entré
hasta la salita y había un televisor, allí, sobre carpetas, las fotos del
señor… y luego de este lado, junto al aparador, está todo amolado su
refrigerador”
La
segunda intervención chavafloresca de Cordero fue en marzo, cuando declaró que
México “hace mucho que dejó de ser un país pobre”, señalando que, de acuerdo
con las mediciones internacionales “ahora
es de renta media que viene a consolidar las clases medias como hace tiempo no
lo lograba”.
El
presidente Calderón respaldó esta idea, dando como elementos de apoyo al
crecimiento de la clase media, la cantidad de familias mexicanas que tienen
televisión y refrigerador.
Aquí
lo que hay es un problema de conceptos. Las mediciones internacionales no hacen
referencia a clases sociales, sino a niveles relativos de desarrollo. Desde
hace décadas se reconoce que hablar de “naciones proletarias” es un sinsentido.
Y si bien es cierto que México se ubica ligeramente por encima de la media
mundial en casi todas las mediciones, esto no significa, automáticamente, que
se haya movido hacia una hipotética “clase media mundial” (entre otras cosas
porque desde que la ONU hace mediciones hemos estado por encima del promedio
internacional en casi todo).
El
secretario se vio obligado a matizar, y reconocer que el país tiene la tarea de
resolver el severo problema de la pobreza de millones de sus habitantes.
El
Presidente, en cambio, se quedó muy orondo con su frase. Y allí hay otro
problema. La posesión de televisión y refrigerador era, junto con la de otros
electródomésticos, un indicador de pertenencia a las clases medias en la época
del desarrollo estabilizador, cuando Calderón y Cordero eran niños. Hoy ya no
lo es: se trata de productos de consumo casi generalizado. En estos días, los
consumos que definirían la entrada a la clase media serían, más bien, la
posesión de conexión doméstica a internet y de televisión de paga.
En
otras palabras, es como si Ortiz Mena o López Mateos hubieran dicho que México
era país de clase media en 1963 porque la mayoría de los habitantes tenían
zapatos y luz eléctrica (que eran símbolos de status a principios de los años
veinte del siglo pasado).
“Yo por
eso no soy rico, por ser despilfarrador”.
Pasemos
ahora Bruno Ferrari y el sentimiento de los bolsillos. El secretario de
Economía hace un par de semanas, tomó literalmente la frase de que los
mexicanos no ven la recuperación en sus bolsillos y encontró la solución a ese
peliagudo problema. No la ven en sus bolsillos, porque se la gastaron, y dio
como prueba el crecimiento de 4 por ciento real en las ventas de las tiendas de
autoservicio afiliadas a la ANTAD.
Habría
que decirle al señor Ferrari que eso de “ver la recuperación en los bolsillos” se
llama metáfora, y se refiere al bienestar económico general que percibe la
población. Habría que explicarle que a
la gente le suelen importar más sus posibilidades de gasto o inversión, que lo
que tiene en sus bolsillos. Ahorro no es igual a bienestar.
Probablemente
el señor secretario de Economía –una de cuyas tareas en las actuales
circunstancias de escaso dinamismo económico, entendemos, debería ser la
promoción de un mayor consumo- crea que no son los salarios e ingresos reales,
sino la proporción de ahorro respecto al producto, lo que genera satisfacción
económica a la población.
“Guárdate
algo pa’ mañana, que hay que ser conservador, ya verás como te ahorras pa’ un
abrigo de visón”.
Ese
precandidatazo que es Ernesto Cordero envió la semana pasada un mensaje a los
jóvenes. Ahorren, porque si no, se convertirán en una carga para el Estado y
para sus familias.
La
verdad, el secretario de Hacienda se vio algo lúgubre. Lo que está diciendo es
que en las próximas décadas va a haber poco dinero para las pensiones. Está
pronosticando que nos dirigimos, inexorablemente, a otra crisis fiscal del
Estado. Está admitiendo que ya nos quemamos el famoso bono demográfico. El que no ahorre, será una carga onerosa. El
joven previsor que sí lo haga durante las próximas décadas, podrá utilizar esos
dineritos para su todavía lejana vejez. La cosa estará dura.
¡Ahorren,
jóvenes! Aunque los empleos sean escasos y mal pagados. No caigan en la
tentación del consumo en la que cayeron sus despilfarradores padres (veáse Ferrari supra). Ahorren o el
futuro los alcanzará.
Por
otra parte, a los grupos alguna vez
beneficiarios del corporativismo, el gobierno federal “antes sacaba del
mandado, les daba pa’ su helado, su cine y su futbol” y “ora con lo que les ha
pasado, los tiene más enfriados que un hielo de jaibol”, por lo que recurren a
las administraciones locales.
En
fin, ante la visión de otros políticos, que, -en los discursos de campaña,
porque en la realidad jamás podrían- te regalan el sol, la luna, la estrella,
el mar, el millón y Nueva York, el gabinete Chava Flores opone “puras habas”,
“pa’ que no te pase nada”. Las habas, por cierto, tienen entre ellos el pomposo
nombre de “estabilidad macroeconómica”.
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