martes, julio 19, 2011

La caída del tigre británico de papel


El caso del tabloide News of the World y la rápida caída en desgracia del magnate Rupert Murdoch dan para una reflexión más amplia sobre el papel de los medios en las democracias modernas.

Nos hemos enterado –o, más precisamente, se ha comprobado legalmente- que parte de la política editorial del periódico británico consistía en intervenir teléfonos y sobornar policías para obtener exclusivas y no ser perseguidos. Las exclusivas se transformaban en lectores, en anunciantes y en grandes ganancias.

Pero mal haríamos en suponer que los intereses del grupo editorial transnacional que encabeza Murdoch se limitan exclusivamente a la maximización de ganancias y la búsqueda de la expansión de su imperio empresarial. Mal haríamos, también, en suponer que el asunto se queda sólo en los malos manejos éticos de un empresario sin escrúpulos.

Es un asunto político, que aborda la relación entre los grandes medios de comunicación y el poder, que en estos tiempos, y no sólo en Gran Bretaña, se ha vuelto simbiótica y perversa.

Recordemos que la buena estrella del magnate australiano se hizo refulgente cuando Margaret Thatcher le dio el control del 40 por ciento de los medios británicos, a cambio del ferviente apoyo editorial a las políticas de la Dama de Hierro. Recordemos que Tony Blair utilizó a Murdoch para ganar algo de apoyo a la intervención británica en Irak. Tengamos en cuenta, finalmente, que la relación  entre las publicaciones de Murdoch y los laboristas, a menudo difícil, se rompió de manera definitiva cuando Gordon Brown se convirtió en primer ministro.

Esta relación se reproduce en muchas otras partes del mundo. Magnates y políticos que aparentemente son amigos, pero que en realidad están en una alianza de intereses. Los políticos aprecian que los medios apuntalen el status quo, y sus propias carreras personales, pero al mismo tiempo los ven como una posible amenaza a través de su capacidad de lanzar campañas de desprestigio. Los políticos suelen sobredimensionar el poder de los medios. Creen que éstos pueden llevar a pasear a la población.

Un ejemplo dramático de esto lo vivió el propio Gordon Brown. El ex primer ministro cree que News Corp. hackeó sus archivos bancarios, médicos y quizá también los fiscales. Declaró que llegó a las lágrimas cuando Rebekah Brooks, entonces editora de The Sun, le habló por teléfono para decirle que ese periódico revelaría que su hijo de cuatro años, Fraser, tenía fibrosis quística. Y sin embargo, poco después, Brown asistió a la boda de Brooks. De seguro consideró que ella era demasiado poderosa para que la ninguneara un primer ministro en busca de reelección. 

Ahora, esa Fata Morgana del periodismo sensacionalista está bajo juicio, y el imperio de Murdoch, si bien está todavía lejos de desmoronarse, evidentemente ya rebasó su zenit, y se dirige hacia la decadencia.

Extraña un poco la rapidez con la que se ha precipitado la situación. Pero hay razones de fondo que lo explican.

La primera es la existencia de un periodismo serio de investigación, propio de una democracia. Durante años, The Guardian, periódico rival del Times londinense propiedad de Murdoch, estuvo denunciando las prácticas ilícitas y poco éticas del periodismo-basura que ejercían The Sun, News of the World y otras publicaciones. Fue creando conciencia, poco a poco.

La segunda es que hubo una historia que unió a toda una nación en la aflicción. La de Milly Dowler, la niña que fue secuestrada y asesinada y cuyo teléfono celular fue intervenido por la gente de News of the World. Cuando se supo, terminó de sumarse la masa crítica y la indignación popular tumbó anunciantes, despertó a los políticos adormilados y les hizo sacudirse de la extorsión que sufrían. La gran audiencia se volvió en contra de los aprendices de brujo.

La tercera es la capacidad de las instituciones para reaccionar.  El caso fue llevado a tribunales, revisado, y el periódico fue castigado.
Se obligó a los responsables periodísticos a rendir cuentas (nada de ampararse en una abstracta libertad de expresión) y las autoridades parecen dispuestas a llevar la investigación hasta sus últimas consecuencias (no se limitan a declarar que lo harán).  

Es obvio, reiteramos, que con este escándalo no muere el periodismo amarillista y impúdico que ha proliferado en años recientes en todo el mundo, y que desplaza a la información de calidad. Sigue vigente la creencia de que venden más la dramatización y el chantaje, de que no hay que apelar a la inteligencia de lectores, radioescuchas y televidentes, sino a sus sentimientos y a sus instintos primarios. De que hay que seducir, en vez de convencer.  

Es un tipo de periodismo que conocemos. Basta con sintonizar la mayoría de las emisiones de la televisión abierta mexicana.

Es un periodismo que no muere, pero que ha demostrado no ser indestructible. Ahora se ha visto que News Corp. es un tigre de papel. No es el único monopolio de medios que aparenta más fuerza de la que tiene.

También se ha visto que quien consiente el abuso, está destinado a sufrir las consecuencias. Sean personajes políticos, celebridades, o las sociedades enteras, cuya política se ve envenenada por la perversa colusión de intereses.

Pero quien es capaz de resistirse, termina por ganar mucha credibilidad ante el público. En el caso británico, instituciones como el parlamento, la BBC y hasta la familia real salieron bien libradas y fortalecidas del escándalo del periodismo-basura.  También salió fortalecida la democracia.

Cosas que pasan del otro lado del Atlántico. Pero podrían –algún día, se vale soñar- también pasar aquí.

No hay comentarios.: