1. Chucky Lozano
2. Guadalupe González
3. Alexa Moreno
4. Saúl Canelo Álvarez
5. Aída Román
6. Linda Ochoa
7. Paola Longoria
8. Gaby López
9. Samantha Terán
10. Checo Pérez
miércoles, diciembre 19, 2018
martes, diciembre 11, 2018
AMLO: símbolos y emociones
Si algo hubo alrededor de la toma de posesión de
Andrés Manuel López Obrador ha sido la proliferación de nuevos símbolos, que es
parte integral de la transformación del país que pretende el nuevo gobierno.
Empecemos por lo primero. El nuevo logotipo del
gobierno federal. Queda fuera el águila, y es sustituida por cinco héroes
patrios, reconocibles para toda la población. Hidalgo, Morelos, Juárez con la
bandera, Madero y Cárdenas. La intención es evidente: son los representantes de
las anteriores tres transformaciones; López Obrador representa la cuarta. Y el
logo no dice “gobierno federal” o “gobierno de la República”, sino “gobierno de
México”. Tampoco es dato menor. El nombre de México llega más adentro.
Otro símbolo fue la apertura de la residencia de Los
Pinos, como presunto museo. Olvidemos que fue obra de uno de los héroes que
aparece en el logotipo. Lo importante es que la gente común pueda pasearse por
donde antes estuvieron los otros presidentes, constatar los lujosos acabados,
los amplios espacios. Pensar en las diferencias con su propia vivienda. El
juego simbólico es que sea como visitar el Castillo de Chapultepec y ver la
tina de Carlota o el despacho de Porfirio Díaz. Con ello, constatar que se ha
dado el cerrojazo a una parte de la historia.
Simbólico, sin duda, es el uso del auto blanco
compacto y la ausencia del Estado Mayor Presidencial. Allí hay una diferencia
radical con presidentes anteriores, pero muy especialmente con Peña Nieto, la
camionetota y los convoyes llenos de personal del EMP. Lo que en uno era tomar
distancias del pueblo llano, salvo si trataba de una selfie con admiradores en situaciones bajo control, en el otro es
la búsqueda de identificación y el baño de masas.
Uno de los ejercicios que se hacen con grupos de
enfoque en elecciones es identificar a cada candidato con un auto. En las
condiciones sociales actuales, el que sea identificado con una Suburban está
perdido.
Eso también significó que, en vez del jefe del
Estado Mayor, esta vez estuvieron unos cadetes detrás del Presidente. En vez del
oficial de alto rango, jóvenes bien escogidos por su porte, un hombre y una
mujer. Al mismo tiempo que contrastaban con López Obrador, daban la idea de la
juventud que apoya a la experiencia.
Luego están la ceremonia con representantes de
pueblos indígenas y el acto en el Zócalo. La ceremonia ha sido criticada por
diferentes razones, entre otras que no es algo novedoso. Al menos desde López
Mateos ha habido entregas del bastón de mando. Evidentemente se trata de un
acto sincrético, con elementos new age
y tintes religiosos (ahí está AMLO con una cruz entre las manos, como el criticado
Vicente Fox) y controlado desde arriba.
Al mismo tiempo, sin embargo, tuvo otras
características que lo hicieron diferente. Hacerlo en el Zócalo, en el ombligo
del país, y el día de la toma de posesión (no en campaña o en una gira, como
sus antecesores) es un dato no menor. Arrodillarse ante un indígena también es
fuertemente simbólico. Y al final, a la hora de la foto, aquello parecía una
versión de un mural de Diego.
El propósito de lanzar un largo discurso en el
Zócalo, así como la promesa de hacerlo cada año, después del Informe de
Gobierno, también tiene su simbolismo. El Presidente le habla a los poderes de
la Unión en el evento formal. A la democracia representativa. A los
representantes de la justicia y a los poderes fácticos. Pero no se conforma con
ello. Luego va y habla directamente con el Pueblo, así como mayúsculas. A la
democracia directa. Y el Pueblo es lo mismo que los seguidores más fieles, que
los participantes en la comunidad de la fe en el líder carismático. Ese pueblo
que va a decirle que sí a todo.
El contenido de los discursos, lo han dicho ya
varios, emana una clara nostalgia por un pasado mítico, en el que las
condiciones del contexto internacional eran otras. Y tiene además la característica
de ver al México de hoy como si fuera el de la juventud de Andrés Manuel:
población y recursos naturales como sus activos más preciados. México es una nación
industrial y la aspiración debería ser moverse hacia los servicios, la
tecnología y la economía del conocimiento. Pero no es así, y en eso López
Obrador coincide con la visión de las mayorías, que han aprendido a ver así el
país, como el cuerno de la abundancia natural que nunca da sus frutos a la
gente. Una versión falseada, pero bien enraizada entre la población.
Finalmente, deshacerse del avión presidencial, otro
ejemplo de lejanía, con todo y cama king-size.
No importa si es o no un despropósito en términos económicos. La simbología
está allí y es lo que cuenta.
En resumen, tenemos un Presidente que sabe utilizar
los símbolos para consolidar su poder. De eso se trata, en sentido estricto. Puede
parecer una obvia manipulación de sentimientos y emociones. Pero vale recordar
que precisamente fueron sentimientos y emociones los que lo llevaron a ganar
las elecciones, no un frío análisis racional de diagnósticos y propuestas. Si
no, pregúntenle a Ricardo Anaya.
miércoles, noviembre 28, 2018
Biopics: Mi llegada a El Nacional (y la sección de deportes)
Iniciado
su sexenio, Carlos Salinas de Gortari le encargó a Pepe Carreño la dirección de
El Nacional, el periódico oficial. A
finales de diciembre de 1988, Pepe me llamó a su oficina para hacerme una
propuesta. La verdad, El Nacional era
uno de los pocos periódicos que yo nunca leía: se me hacía retórico, anticuado
y poco atractivo. Tenía yo la impresión, creo que no muy alejada de la
realidad, que sólo se vendía por el póster que traía en las páginas interiores.
De algún artista o deportista, de una vedette o de personajes como Topo Gigio.
Pósters de taller mecánico.
Pepe me
dijo que, tal y como estaba, El Nacional
no le servía al gobierno de Salinas, y que su misión era convertir un periódico
de gobierno en un periódico de Estado. Sabedor de mis prejuicios y de mis
debilidades, Carreño me hizo la única oferta que me iba a interesar: que me
hiciera cargo de la sección de deportes. Eso, pensé con toda ingenuidad,
significaría que no me iba a meter en la parte política, que iba a hacer algo
divertido que me había atraído toda la vida y que iba a ganar algo más de
dinero, cosa muy necesaria a como estaban los tiempos. Acepté, e iniciando 1989
me apersoné en la redacción como nuevo coordinador de la sección.
Sucedía,
sin embargo, que en la sección todavía estaba el jefe de antes, llamado Juan García Vázquez, y que mi tarea, al menos al principio, era intervenir para mejorarla y
hacer un diagnóstico, para luego efectuar un cambio a fondo.
La redacción
de El Nacional, en el edificio de la
calle Ignacio Mariscal, era muy grande y ruidosa, distribuida en dos pisos, con
muchas máquinas viejas de escribir. A algunas les faltaban teclas y los
reporteros le picaban como si nada a las clavijas desnudas.
La
sección de deportes tenía una cantidad de personal que ni La Jornada o el unomásuno
hubieran imaginado en sus sueños más guajiros. Al menos cuatro reporteros de
futbol, tres de boxeo, uno de beisbol, uno de automovilismo, una de natación,
otro de ciclismo, uno de golf y tenis, dos de futbol llanero, otro para lo que
surgiera, un jefe de redacción, tres o cuatro correctores, tres paginadores,
varios cabeceadores, dos fotógrafos dedicados…
y entre todos hacían una sección horrible. La portada de la sección
solía ser un collage espantoso, caótico, con grandes fotos rodeadas de halos,
cabezas de todos colores, harta publicidad mal escondida y un gusto estético
propio de El Sol de Irapuato de 1963.
Al interior, mejoraba un poco, pero igualmente tenía un diseño payo, no había
ninguna nota propia y se presentaban muy mal jerarquizadas.
Recuerdo
que el primer día fue agotador, a pesar de que, en términos generales,
simplemente había dejado hacer, para entender el método con el que trabajaban. Con
quienes me llevé bien de inmediato fue con los correctores, sobre todo con
David Guzmán, El Oaxaco y con Raúl Chávez,
El Destroyer, porque eran los únicos
que tenían lecturas. También de inmediato supe que Juan García Vázquez intentaría
hacerme la vida de cuadritos. Era la época en la que un auxiliar enviaba el
bonche de cables informativos impresos, y Juan tenía a bien tirar a la basura
algunos importantes, en la idea de que yo no me iba a dar cuenta, el periódico
perdiera la nota y fuera mi culpa.
A cada
rato subía a la oscura oficina de Pepe (su antecesor Mario Ezcurdia la había
querido así, con una tímida lámpara que estaba siempre al lado del visitante
del director, una cosa de film-noir), le comentaba cómo iba y en su oficina también
solía platicar con Fernando Calzada, a quien Carreño le había dado una
encomienda similar a la mía en la sección de Economía y sobre todo con Luis
Almeida, quien estaba haciendo, un paso tras otro, un cambio general en el
diseño del periódico.
Al
cuarto día cambié por completo la portada. Recuerdo que la principal era una
victoria de Pumas sobre el Tampico-Madero. Lo hice de manera radical, para
dejar claro que las cosas ya eran diferentes. Tan radical, que no había una
sola foto en la mitad superior de la página. A partir de ahí empecé a coordinar
la sección, y a jugar al gato y al ratón con García Vázquez, cuyas trampas al cabo de
un tiempo me parecieron muy ingenuas.
Hice
ajuste de fuentes, ordené información, limpié el diseño, hice propuestas de
trabajos propios (recuerdo uno sobre Zague, el mexicano crecido en Brasil y
Martuscelli, el argentino crecido en México) y fui generando alianzas, algunas
que se transformarían en amistades. La sección cambió.
En el
proceso me dí cuenta de que el equipo de Deportes era muy desigual. Los
paginadores eran dúctiles, los correctores salvaban notas escritas con las
patas y varios reporteros tenían conocimientos y contactos. El de beisbol, Abel
Morales, sin embargo, era analfabeta funcional. Otros, se notaba, vivían de
hacer negocio con las páginas: notablemente, el de automovilismo y el que se
dedicaba a regentear –es la palabra correcta- las planas de futbol llanero,
sobre el trabajo de una joven que llevaba meses como “meritoria” sin sueldo
alguno.
Carreño
estaba al tanto de esa situación, que también existía en otras secciones del
diario. Me presentó a un amigo suyo, experto en deportes y en comunicación
social, Rafael García Garza, El Tiburón,
quien conocía bien a varios de los personajes de la sección y cuyo diagnóstico
sobre ellos coincidía con el mío. Después de un par de reuniones con García
Garza, hice una lista con quienes, según yo, sobraban. Eran unos seis
reporteros y un par de cabeceadores, además de García Vázquez. También sugerí que
le dieran plaza a la “meritoria”, Avelina Merino.
La
decisión de sacarlos se dio poco después. El de beisbol no se fue, pero le
dieron licencia sindical. El día antes Pepe me dijo que con eso ya había
terminado mi labor en deportes, que la sección había mejorado mucho y que ahora
había que hacer lo mismo en la sección Ciudad. También me pidió que buscara un nuevo
coordinador para la sección deportiva, alguien de mis confianzas y “que tenga
güevos”. A quien se me ocurrió invitar fue a Fernando Cabral, hermano de mi
amigo Roberto y compañero del futbol de Xochimilco, quien entonces dirigía las
publicaciones de la Dirección General de Deportes de la UNAM.
El día
del cambio fue tenso para mí –no estaba acostumbrado a eso de los despidos-,
pero de gran felicidad para muchos de los que trabajaban en esa sección. Cuando
supieron que se iba Jordá, el hombre del automovilismo, uno de los correctores,
El Destroyer se levantó de su mesa,
exclamó: “¿Promotodo? ¡Promonada!” e hizo lo que años después se conocería como
“roqueseñal”. Promotodo era la agencia a la que el periódico le había hecho la
publicidad gratis (bueno, a cambio de un embute).
Hubo
una queja popular sobre uno de los que estaban en la lista y no debía estar,
Javier Escamilla. Se le mantuvo en el puesto. Con el tiempo nos hicimos cuates,
incluso muchos años después lo ayudé dándole espacios, luego de que perdiera la
vista en un accidente de motocicleta.
Cabral
llegó con ganas, pero con un gran desconocimiento de los tiempos del periodismo
diario, que son demoledores y vertiginosos, y en esa época eran todavía más trituradores.
Con el tiempo se fue acostumbrando. De entrada, le dije que se apoyara en el
jefe de redacción de la sección, un cuate profesional, Juan Carlos Vargas. En
el fondo sabía que, a la postre, Vargas acabaría sustituyendo a Cabral.
No
habían pasado dos meses. A pesar de que sumaba a mis clases matutinas una larga
jornada de trabajo en el periódico, de 5 de la tarde a una de la mañana, estaba
muy contento. Podía decirse que entusiasmado. Y había más que duplicado mis
magros ingresos. Pero a Patricia le molestaba que llegara yo tan noche.
viernes, noviembre 23, 2018
Biopics: una huelga en mal momento
Terminaba
el sexenio de Miguel de la Madrid y yo tenía múltiples chambas. Como profesor
mal pagado de tiempo completo en la Facultad de Economía, asesor de Carlos Payán,
editorialista y columnista en La Jornada,
columnista en Punto y en una agencita
fundada por Fernando Pineda, que colocaba los textos en periodiquitos de
provincia, y comentarista económico dominical en Canal Once. Pero a la hora de
la verdad, yo dependía del trabajo de la UNAM, los trabajadores administrativos
decidieron irse a huelga, y a los profesores que éramos miembros del Stunam nos
retuvieron la paga. Bonito fin de sexenio.
Como
muchos, yo vivía al día, y no me iba a alcanzar con los piquitos de los
trabajos pequeños. No había cobrado en el Once y descubrí que tenía que darme
de alta en Hacienda. Lo hice, cuando las computadoras de SHCP sacaban los
certificados con impresoras de puntos. Mi homoclave responde al oficio de
locutor. Lo curioso, y típico de aquel entonces, es que cuando al fin terminé
de hacer el trámite, todavía hubo que esperar como un mes para cobrar. Ya para entonces, la dichosa e inútil huelga
había terminado.
Por
aquel entonces compartí con mi amigo el Tigre
González Tiburcio una frase: “hay que dejar de usar calzones rotos”. Así
andábamos los profes de jodidos.
Pero no
todo eran tristezas. Por un lado, estaban los hijos, que suelen ser un bálsamo.
Por otro, un par de febriles reuniones con Pepe Zamarripa y Chuy Pérez Cota.
Había espacio para desarrollar encuestas de opinión en los próximos años. Decidimos
que el “proyecto Datavox” se convertiría en una empresa.
Y
lentamente se me estaba gestando una alegría, interrumpida por la huelga. Una
de mis alumnas del Seminario de Desarrollo y Planificación, que me había
demostrado en el segundo semestre de la materia que era una estudiante muy
capaz, era ahora mi adjunta en Introducción a la Economía, con los chavos de
nuevo ingreso. Sí, aquella Taide prendida
de poco tiempo atrás.
Han
pasado los años y me sigue recordando que le puse una calificación injusta en
el primer semestre del Seminario.
viernes, noviembre 16, 2018
Viñetas (y taxistas) de Miami
(Estuve en Miami por unos días, por un evento
deportivo en el que participó Taide. Aquí algunas viñetas):
El centro
Para mí, que había ido a Miami sólo una vez, en
1970, el centro de la ciudad me pareció totalmente desconocido. Ya no era la
ciudad chaparra –para los estándares norteamericanos- y un poco desastrada.
Ahora uno tras otro se yerguen rascacielos dosmileros, todos de grandes
ventanales verdes, con piscinas en el décimo de los cuarenta pisos. Por el río
pasan los yates de todos tamaños y, en imagen de Metrópolis tropical, por sobre
las autopistas pasa un monorriel. Pero igualmente es un centro estéril, sin
tiendas en las partes bajas, dominado por los automóviles, que obliga a los
peatones a hacer paradas que parecen interminables mientras sufre el fuego
cruzado de los vehículos que le pasan alrededor.
El primer taxista (Centro-Wynwood)
Le preguntamos su nacionalidad al chofer del primer
Uber que tomamos. Venezolano, con claro acento caribeño. De inmediato se pone a
hablar de la situación de su país. Lleva dos años en Miami, y se trajo a su
mujer y a uno de sus hijos. Otro, el mayor, está en Perú. Calcula en tres
millones ya, la diáspora. Nos dice que era supervisor de una cadena de
almacenes, “y ahora manejo un Uber”. Eran 28 los almacenes que supervisaba,
ahora nada más quedan cuatro, “y sin nada qué vender, la empresa va a
desaparecer”. Su hermana murió de un
aneurisma que no le pudieron curar, porque no había la medicina. Y en un
momento dado le dijo a su madre: “yo desde aquí no te puedo ayudar”, y decidió
la partida. Ahora le envía latas de atún, medicina, lo que se pueda.
Wynwood
Wynwood era una zona de Miami en absoluta
decadencia. Almacenes que se vaciaban y casas desastradas, ocupadas en su
mayoría, primero por puertorriqueños y luego por inmigrantes de América
Central. Unos gestores de arte decidieron revitalizarlo promoviendo el uso de grafitis, murales y diversos tipos
de arte urbano. Se abrieron galerías, se hicieron exposiciones y el lugar se
transformó. Dejó de ser un barrio peligroso y oscuro, para convertirse en un
sitio atractivo para los turistas. Wynwood tira rollito buena onda, mientras se
va poblando de restaurantes y lofts
de lujo. En el proceso de gentrificación, expulsa a los habitantes originales,
que irán a otro barrio descuidado. No deja de ser paradójico.
El segundo taxista (Centro-Miami Beach)
El segundo taxista resultó ser también venezolano,
pero de madre ecuatoriana y con más de diez años en Estados Unidos. Al saber
que éramos mexicanos, se puso a hablar acerca de la cancelación del aeropuerto
en Texcoco, externando, primero de manera oblicua y luego directamente, su
preocupación porque López Obrador llegara a ser otro Chávez. No quedó
convencido de nuestras seguridades. “Nosotros estábamos hartos de los gobiernos
corruptos de Caldera y Carlos Andrés Pérez, pero no sabíamos en qué nos
estábamos metiendo”. Luego dice que Maduro es mucho peor que Chávez, pero que
quien verdaderamente gobierna es Diosdado Cabello. “Que no se arregle el suyo con
los militares, y menos con los que están metidos con los narcos”, advierte. Remata:
“en Cuba están mucho mejor que en Venezuela, allí tienen una tarjeta de
racionamiento y al menos comen; allí tienen una que otra medicina en los
hospitales y al menos el enfermo cree que lo están curando. En Venezuela, ni
eso”.
Miami Beach
En una parte de Miami Beach parece haberse detenido
el tiempo. Uno tras otro se suceden edificios art-decó. Muchos son pequeños
hoteles, también muy monos en su interior. Otros son comercios o edificios
públicos. El lugar resulta atractivo porque, al mismo tiempo que es una zona de
playa, parece tener el tamaño humano que en otras partes se está perdiendo. Además,
el tipo de letras, los pequeños detalles ornamentales, el juego de las formas,
se queda en la retina de una manera, que al final uno termina soñándolo. A
veces es inquietante que lo onírico y lo real se confundan, pero eso es
precisamente, algo que buscaba la estética de entreguerras.
Y uno no puede dejar de pensar en los destinos mexicanos de playa, dominados por hoteles-resort gigantescos, que arropan al turista de manera tal que casi nunca sale de ellos, y cierra los ojos y se imagina que en una situación como la de Miami Beach, un presidente municipal, un gobernador, un presidente mexicanos, bien pudieron haber sido convenientemente convencidos para derribar los hoteles “viejitos” y erigir en su lugar tremendas moles all-inclusive. O no. Ya vemos cómo se dejó podrirse al Acapulco tradicional. Se pierde así, también, la noción de estar de paso por un lugar e imaginarse sin problemas, sólo cambiando la moda y el lenguaje corporal de las personas, cómo era aquello allá por 1938. Algo que se puede hacer porque el distrito tiene protección federal (digamos que del equivalente del INBA).
Y uno no puede dejar de pensar en los destinos mexicanos de playa, dominados por hoteles-resort gigantescos, que arropan al turista de manera tal que casi nunca sale de ellos, y cierra los ojos y se imagina que en una situación como la de Miami Beach, un presidente municipal, un gobernador, un presidente mexicanos, bien pudieron haber sido convenientemente convencidos para derribar los hoteles “viejitos” y erigir en su lugar tremendas moles all-inclusive. O no. Ya vemos cómo se dejó podrirse al Acapulco tradicional. Se pierde así, también, la noción de estar de paso por un lugar e imaginarse sin problemas, sólo cambiando la moda y el lenguaje corporal de las personas, cómo era aquello allá por 1938. Algo que se puede hacer porque el distrito tiene protección federal (digamos que del equivalente del INBA).
En la explanada Lincoln, entre cafés, fumaderos y
restoranes de todo tipo y nacionalidad, está una pareja de ancianos cubanos
pidiendo limosna. Y uno piensa qué a veces el destino es atroz: en vez de vivir
en la pobreza, quizás extrema, pero compartida en la isla, huyeron de ahí para
vivir en la miseria y la soledad, ellos islas en el mar de prosperidad que
bulle a su alrededor.
El tercer taxista (Miami Beach – Little Havana)
El tercer hombre del Uber nos preguntó de dónde
éramos, para de inmediato decirnos que él era cubano, pero había vivido en
México. Aquí estuvo 12 años, y llevaba 15 en Miami. Dijo que la decisión de ir
a Estados Unidos fue la peor que tuvo en su vida. “Pensé que aquí iba a vivir
como americano, pero qué va. Aquí uno vive como latino, que no es lo mismo… fui
malaconsejado”. Luego pasó a decirnos que México es el mejor país del mundo
para vivir, por la gente, las posibilidades, la comida. Dijo que entendía que
hubiera mexicanos que se quisieran ir a EU, “pero para sobrevivir, porque aquí
se sobrevive, pero en México se vive”. Se casó con una mexicana y tuvo hijos
mexicanos, “que ahora están acostumbrados a lo de acá, y son más de acá que
nada aunque mi hija quiere vivir en Europa”. Dijo conocer todos los estados de
la República, como vendedor. Tiene una casita en Jiutepec, que usa un cuñado.
Allá sueña con regresar, dentro de cuatro años, cuando haya conseguido lo
necesario para la jubilación “porque trabajo en una empresa, el Uber es para
completar, porque aquí uno no vive la vida, como en México, aquí uno vive para
trabajar”. Nos recomendó un lugar para comer auténtica comida cubana, muy
sabroso y con un café espectacularmente bueno, pero que no estaba precisamente
en la Pequeña Habana.
Little Havana
Tomamos un camión para la Pequeña Habana. O más bien
habría que decir una guagua, porque el ambiente que traía era parecido a los
relatos de juventud de mi madre. En una guagua todos hablan como si se
conocieran de toda la vida, empezando por el chofer. Comparativamente,
cualquier camión mexicano es una tumba. La gente te envuelve, en sus ganas de
mover la sinhueso (que en Cuba es la lengua) y entonces ya no te parece tan
raro ver al tipo que lleva a pasear a un pececito dentro de una copa de agua.
La Pequeña Habana es más pequeña de lo que imaginaba
(en 1970 había estado en La Sagüesera,
South West Miami, que es donde vivía la comunidad cubana, pero no en esa parte
considerada como típica). Más allá de un tendajón y dos tiendas de buen café,
no tiene nada de relevante, entre otras cosas porque, aunque todo mundo habla
español, esa es ya una característica de toda la ciudad, que me pareció mucho
más hispanohablante que Houston o Los Ángeles. Tal vez lo más representativo
sea un monumentito que tienen a “los mártires de la brigada de asalto”, organizada
por la CIA en 1961, que intentó invadir Cuba y recibió una derrota histórica de
parte de los revolucionarios en Playa Girón (o Bahía de Cochinos, como dicen en
Miami). Junto a ese, hay otro con uno como guerrillero que se enfrentó a los
sandinistas en 1979 (es decir, uno que apoyaba a Somoza) y que resulta que es
un sospechoso de haber participado en el asesinato de Kennedy. Monumentos
tristes, derrotados y mohosos. Se me quedó la palabra “mártires”. Parece que se
utiliza para aquellos que murieron sin paladear la victoria. Como nuestros
pobres irlandeses. Como los de Tacubaya. Como los de Chicago.
El cuarto taxista (Little Havana – Miami Beach)
El último taxista platicador también era cubano.
Usaba su apellido porque su nombre era de esos impronunciables que se pusieron
de moda en la Isla. Había nacido en Santa Clara, pero se fue de niño a Estados
Unidos, en el año 2000. Aclaró que él se fue en avión, pero su papá se fue de
balsero “y todavía no puede ver el mar de noche, se pone nervioso, porque
después de tres días de remar, llegó un momento en que tres tiburones rodearon
la balsa y nadaban alrededor de ella, como esperando su momento”. Dijo que su
padre los llegó a visitar y usaba a México como trampolín, que una vez le llevó
dulces y una golosina enchilada “yo no sabía lo que era eso, yo sólo sabía de
arroz y frijoles y puerco, me tuve que tomar un cubo de agua”. Tampoco maneja
todo el día, su trabajo fuerte es de cantinero en un club nocturno. Tal vez el
que hubiera tenido si en Cuba no hubiera habido la revolución que hubo.
lunes, noviembre 05, 2018
El que manda aquí soy yo
Hay quienes quieren leer el asunto de la consulta
popular y la decisión sobre el aeropuerto capitalino desde un punto de vista
técnico o económico. Creo que con Andrés Manuel López Obrador todo tendrá ser
leído en clave política. Y el mensaje que envía a la sociedad y al mundo es uno
solo: “el que manda aquí soy yo”.
En ese sentido, lo sucedido en estos días va mucho
más allá de la cuestión aeroportuaria, que es un hecho aislado y de menos
importancia de la que le ha querido otorgar. No es un tema de aeropuerto allá o
acullá. Es un asunto de (re)definición de las redes, y las riendas, del poder.
Todas las voces sensatas del mundo de la aeronáutica
civil se habían pronunciado por la continuación de la obra en Texcoco. Pero esa
obra tenía el pecado original de ser un megaproyecto organizado por el gobierno
saliente, y había sido criticada en campaña por López Obrador.
Tras las elecciones, existían distintas maneras de
abordar el tema. Una era la aceptación de que Texcoco era la opción más viable,
pero acompañada de un ejercicio de auditoría y depuración de los contratos,
para evitar sobrecostos e irregularidades varias. Otra era la decisión
abiertamente vertical de cancelar la obra, cumpliendo las promesas de campaña.
La tercera, que fue la que utilizó, fue organizar un proceso dirigido de
consulta para velar la decisión vertical y, con ello, inaugurar un mecanismo
que puede servir para avalar, con un barniz popular, otras decisiones
personales.
Todo mundo sabe que ese mecanismo estuvo amañado. La
consulta fue organizada por el partido político hoy mayoritario, y avalada formalmente por una fundación
conocida por su falta de rigor. La distribución de las casillas tenía más
relación con la implantación de Morena a nivel nacional que con la distribución
de la población del país (no digamos con la de los principales afectados con la
construcción del aeropuerto). Se trató, pues, de un ejercicio cuyos principales
actores fueron los militantes afines a López Obrador.
Que se haya tratado, fundamentalmente, de un
ejercicio militante es un dato no menor. Pero no, como se vería desde un cierto
ángulo, para descalificar la consulta y evidenciarla como mascarada, sino para
dotarla de significado político. Se trata de un ejército ciudadano dispuesto a
seguir a AMLO de manera fiel y activa. Esta militancia toma el lugar del pueblo
y obedece al mandar… porque manda lo que el caudillo le pide.
Si Andrés Manuel contaba con 30 millones de votantes
el día de las elecciones, hoy ya puede afirmar que cuenta al menos con 750 mil
ciudadanos dispuestos a avalar lo que él les pida. Y a hacerlo, en la mayoría
de los casos, más allá de razones y argumentos. Esta masa crítica puede crecer
en los próximos años, y servir para otras consultas –esperemos que mejor
hechas- en diversos temas, en los que López Obrador considere que es necesario
utilizar esa vía.
Cuando AMLO hace la pregunta “¿Quién manda, los
mercados o el pueblo?”, está siendo clarísimo, salvo por el detalle de que al
pueblo lo representa él solito. El mensaje que ha enviado a los dueños del
capital es que no se va a plegar a sus deseos y necesidades, a veces
disfrazados de “fuerzas del mercado”, sino que va a hacer lo que él considere
correcto. Que el que manda es el Señor Presidente.
Por eso mismo, López Obrador se mostró confiado en
que no va a haber pataletas ni denuncias de parte de los empresarios afectados,
sino buena voluntad negociadora. Les ha mostrado que puede doblarles la mano. Y
en eso hay una gran diferencia respecto a lo que ha vivido toda una generación
de mexicanos. El mensaje de calma se puede traducir en “se van a alinear”.
Bajo esta luz, la reacción de los mercados tiene que
interpretarse por partida doble. Por una parte, por supuesto que no les gustó
que se haya tomado una decisión económicamente irracional y que mete
incertidumbre sobre las inversiones. Por la otra, está quedando en evidencia
que, a estas alturas, el capital es incapaz de encabezar una rebelión sin
dispararse en el pie. Con mohines, pero se están alineando.
Tampoco parece haber claridad en la oposición
política. Esos partidos denuncian lo que considera una farsa, pero se hacen a
un lado, tal vez conscientes de su bien ganada debilidad. Oposición social,
casi no la hay, y no la habrá en la medida en que López Obrador cumpla con sus
propósitos redistributivos –lo que está por verse-. Queda sólo la crítica
posible, pero limitada, de los medios. Y contra ellos ya se apuntan varios
dardos.
El experimento de la consulta popular probablemente
podrá repetirse pero, por lo visto, no servirá tanto como escuela de democracia
directa, sino como barniz de participación social a las decisiones de AMLO y
como método de apuntalamiento de su autoridad.
Nos queda más claro que nunca: Andrés Manuel va
p’alante y no se quita. Bajo esas circunstancias, sólo queda tener la esperanza
de que las próximas decisiones del líder tengan racionalidad social y
congruencia económica, y no sean solamente para acumular más y más poder.
jueves, octubre 18, 2018
¿Y si Santa Anna hubiera caído del caballo?
En enero de 2016 publiqué en este blog un texto sobre las
ucronías, ejercicios literarios de ficción que reescriben la historia,
especulando a partir de algunos hechos que la habrían cambiado. Cada una de
ellas es la recreación de un mundo paralelo cuyas diferencias con el actual nos
deben mover a la reflexión.
En aquel texto me quejé de la notable escasez de
ucronías mexicanas que atribuí a que los mexicanos, en el fondo, le tenemos demasiada
reverencia a la Historia, con mayúsculas.
Casi tres años después acaba de aparecer una ucronía
mexicana, la novela Si tú quieres, moriré,
de Gerardo Laveaga. En ella, el autor se imagina que, en uno de sus intentos
tempranos por convertirse en el hombre indispensable, cuando va camino a
retomar el poder, Antonio López de Santa Anna es expulsado por su caballo, se
rompe el cuello y muere. Este suceso, que encumbra como presidente a Valentín
Gómez Farías, desencadenará otros, en los que quien participa como principal partera
de la historia no es la violencia, sino una bella y astuta mujer, totalmente
ficticia.
El quid de la novela de Laveaga es una suerte de
“compromiso histórico” entre los liberales y al menos una facción de los
conservadores (no de todos: a los extremistas de ambos bandos terminan
pasándolos por las armas) que permite, no sin contradicciones, la desaparición
de los fueros, el desarrollo educativo y la promoción de la industria y el
comercio. Ese país posible que Laveaga imagina pierde Texas –no a través de una
guerra-, pero es capaz de conservar el resto del territorio que Estados Unidos
se llevó, es una nación respetada, que dirime de manera pacífica sus
diferencias internas y que se dirige con claridad a la prosperidad. Una nación
que no tuvo guerra civil ni tendría intervención francesa.
La intención de Laveaga, tal vez tardía, es trazar
paralelismos entre esa etapa de la historia nacional y la actual. Recordemos
que la generación que consumó la independencia de México, que es la de los
personajes de la novela, se caracterizó por el oportunismo. Salvo unos cuantos
convencidos –que no casualmente son los personajes centrales: el liberal Gómez
Farías, el conservador Lucas Alamán, el gran reformador Francisco García
Salinas– la mayoría de la clase política de entonces se la pasaba en un vaivén
constante de posiciones. En medio de la disputa entre centralismo y federalismo
–que en realidad era una batalla en pro y en contra de los fueros– cambiaban de
posición a conveniencia, mutaban alianzas y hacían del transformismo político
práctica cotidiana. Esbozaban proyectos de nación, pero por encima de ellos a
menudo pasaban los proyectos personales: el poder por el poder mismo. Y
luchaban encarnizadamente, de espaldas al país, por obtenerlo o mantenerse en
él. Todo ello, envuelto en una gruesa capa retórica: cada caudillo se declaraba
dispuesto a derramar por la patria hasta la última gota de su sangre.
Esta falta de principios que pretende sustituir con
demagogia la falta de rumbo, ese boato y ese gusto por el encono han sido
características, también, de la generación de la “consumación de la
democracia”. La diferencia, a favor nuestro y en contra de nuestros
compatriotas del siglo XIX, es la existencia de instituciones democráticas, que
algunos miembros de la actual generación contribuyeron a edificar. Estas
instituciones son el valladar contra el caos.
Regreso a la novela. El México pujante de mediados
del siglo XIX que pinta Laveaga es posible de imaginar porque se liberaron los
detonantes de su desarrollo. Si atendemos las tasas históricas de crecimiento
de la economía mexicana, veremos que durante el periodo inmediatamente
posterior a la independencia, fue de la mitad del promedio mundial y que a
partir de las Leyes de Reforma, que liberaron tierras y capital de “manos
muertas”, fue uno de los más dinámicos del mundo: 60 por ciento más que el
promedio global. La eliminación de fueros es la clave.
Si analizamos los datos históricos, encontraremos
que hay una correlación positiva entre estabilidad político-institucional y
dinamismo de las economías (en el caso mexicano, esa estabilidad ha tendido a
ser autoritaria). La democracia en México ha sido socialmente ineficaz no por
democrática, sino por la incapacidad de sus principales actores para generar
acuerdos duraderos, y para acabar con los nuevos fueros, el boato y los
privilegios, que siguen estando en el centro de todos los problemas nacionales.
Esto es también un asunto de valores. Los que no
tuvo la generación dominada por Santa Anna (y ahí está tal vez la parte utópica
de la ucronía de Laveaga: suponer que los hombres de principios eran capaces de
imponerse, no sólo a sus pasiones ideológicas, sino a la caterva de
oportunistas que les rodeaba). Es un asunto de poner por delante la solidaridad,
la justicia, la honestidad, el trabajo como formador de riqueza material y
espiritual, la educación integral… No es poco.
Agrego un par de apuntes: una debilidad y una fortaleza de la novela. La debilidad es que la época que aborda Laveaga tiene la desgracia de que, a pesar de su relevancia en el devenir del país, es poco estudiada y poco conocida por la mayoría de los lectores (por ejemplo, yo no sabía de la existencia de ese personaje real que fue Francisco García Salinas) y, como la historia verdadera es a veces tan absurda, es fácil que el lector confunda lo histórico con lo ficticio. La fortaleza es que Laveaga aprovecha bien los espacios que abren las ucronías para ser juguetón. Permiten, por ejemplo, jugar con la relación entre Alexander von Humboldt y Lucas Alamán, con el futuro de Estados (Des)Unidos, con Manuel Payno escritor de ucronías distópicas y con campañas electorales inverosímiles (Juárez contra Miramón) que de repente, en esa realidad alterna, llegan a ser creíbles.
Finalmente, una especulación. ¿Qué tal el mundo en el que vivimos es el alterno, ese mundo raro en el que en Estados Unidos ganó Donald Trump y Brasil vota por un fascista? ¿Si de verdad hay otro México cuya frontera llega a San Francisco y sus historiadores debaten acerca de las presidencias de Alamán y García Salinas?
miércoles, octubre 03, 2018
Sólo uno de élite
Mexicanos en GL. 2018
Terminó la temporada regular de las Grandes Ligas en 2018, y
en el balance hay más arena que cal. Al final de la historia, queda claro que
sólo uno de los peloteros mexicanos está estrictamente en la élite del beisbol
organizado: el taponero Roberto Osuna. También, que la generación de abridores
que algún día descolló está claramente a la baja.
Roberto Osuna hubiera tenido una temporada histórica de no haber sido por el problema legal en el que se metió y que le costó estar fuera la mitad de los juegos. Inició a tambor batiente con Toronto y terminó siendo la pieza que el trabuco de Houston necesitaba para llegar sin huecos a la postemporada. Durante septiembre, estuvo sensacional, salvando la friolera de 10 juegos. En la temporada, su marca fue 2-2, 21 partidos salvados, un solo rescate desperdiciado, 2 holds (ventajas sostenidas en situación de salvamento), 2.37 carreras limpias por cada 9 innings lanzados y 32 ponches.
Joakim Soria demostró que es un jugador muy valioso. En la primera parte de la campaña se llevó el puesto de cerrador con los Medias Blancas de Chicago y luego pasó para reforzar el tremendo bullpen de los Cerveceros, como preparador de cierre. Septiembre no fue su mejor mes, pero empezó octubre sacando un out clave en el partido decisivo para que los de Milwaukee se llevaran el título de su división. Su récord: 3-4, efectividad de 3.12 y 75 ponches, con 16 salvamentos, 13 holds y cinco rescates desperdiciados.
Oliver Pérez, durante su carrera ha sido una combinación del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde. En la pretemporada, Mr. Hyde fue echado de los Rojos porque no sacaba ni un out. Los Indios de Cleveland apostaron a que regresaría el Dr. Jeckyll y así fue. En términos de efectividad, 2018 ha sido el mejor año de su carrera, aunque –claro- no es lo mismo ser abridor que jugar como especialista zurdo en el relevo. Terminó con 1-1, 15 holds, 43 ponchados y un magnífico 1.39 de efectividad.
Sergio Romo inició dando tumbos y terminó la campaña de manera similar. Lo bueno fue que en medio estuvo intratable en la lomita. Se ganó el puesto de cerrador de Tampa Bay, aunque quién sabe si lo retenga para 2019, dada su medición de efectividad. Sus números del año: 3-4, 4.14 de limpias, 25 juegos salvados, 8 rescates desperdiciados, 8 holds y 75 despachados por la vía de los strikes.
Víctor Arano se asentó como personaje importante en el bullpen de los Filis. El joven veracruzano fue de los pocos que no se cayeron cuando el equipo de Filadelfia se deslizó por un empinado tobogán al final de la temporada. Sus números: 1-2, tres juegos salvados, PCL de 2.73, 60 ponches y 10 holds.
Héctor Velázquez combinó aperturas spot con relevos largos en la fenomenal campaña de los Medias Rojas, y estuvo muy a la altura del equipo. Extrañamente –o, no tan extraño, por no dar la impresión de que invirtieron mal en otros peloteros- no entró al roster de la serie divisional de Boston. Terminó 2018 con marca de 7-2, 3.18 de PCL, 3 holds y 53 chocolates recetados.
Vidal Nuño llegó tarde y estuvo un rato largo en la lista de lesionados de Tampa, pero en lo poco que lanzó el relevista californiano fue muy eficaz. Sus números: 3-0, 1.64 de efectividad y 29 sopitas de pichón.
Christian Villanueva fue el novato del mes de la Liga Nacional en abril. El tapatío mostró poder con un partido de tres cuadrangulares y, más tarde, con tres juegos consecutivos volándose la barda. En la medida en que la temporada se hizo vieja, sus números fueron a la baja, hasta que decidió chocar la pelota y no intentar siempre el batazo grande. Excelente contra los zurdos, pobre contra los derechos, terminó con .236 de porcentaje, 20 jonrones, 46 impulsadas y tres robos de base. Jugó tres posiciones de cuadro, sobre todo tercera base.
Julio Urías salió de una operación que lo tuvo inactivo por más de un año a tomarse una taza septembrina de café con los Dodgers de Los Ángeles. El joven sinaloense no lo pudo haber hecho mejor en ese ratito. Demostró que sigue siendo una estrella en potencia. Lanzó 4 entradas, en las que sólo se le embasó un bateador y ponchó a 7.
Jorge De la Rosa pasó a los Cachorros de Chicago luego de que los Diamantes de Arizona lo dejaran ir. El regiomontano, convertido en especialista zurdo en el relevo terminó la campaña con 0-2, un juego salvado, 9 holds, 3.38 de PCL y 51 ponches.
Fernando Salas estuvo cuatro meses con los Diamantes de Arizona, que le dieron las gracias. Para el de Topolobampo, 4-4, efectividad de 4.50, 30 ponches y 4 holds.
Adrián González vivió su última temporada de contrato y, probablemente, la final como pelotero profesional. El gran primera base, que jugó un par de meses con los Mets, acumuló en 2018 .237 de porcentaje, 6 cuadrangulares y 26 carreras empujadas.
Marco Estrada tuvo una de sus temporadas más flojas. Peleó por el dudoso honor de ser el lanzador con más derrotas en la campaña, pero estaba difícil con los pitchers de Baltimore. De sus 28 aperturas, apenas 10 fueron de calidad (6 entradas o más; 3 carreras limpias o menos). Sus números: 7-14, 5.64 de carreras limpias y 103 ponches
Yovani Gallardo inició la temporada desastrosamente, en el relevo de los Rojos de Cincinnati. Tras un rato sin trabajo, el michoacano fue recuperado por los Rangers de Texas. Con ellos abrió 18 juegos, y sólo 4 de sus aperturas fueron de calidad (nunca pasó del sexto inning). Que se le cayera el soporte ofensivo en septiembre puso sus números finales en 8-8, 6.39 de carreras limpias y 58 ponches. Está a tres victorias de igualar a Esteban Loaiza en el segundo lugar de juegos ganados de por vida, entre los lanzadores mexicanos en Grandes Ligas. Falta que lo contraten el año próximo.
Giovanny Gallegos se la vivió entre AAA y las Mayores, primero con los Yanquis, luego con los Cardenales de San Luis: 0-0, un salvado, 3.97 de limpias y 17 ponches.
Luis Cessa, siempre con los Yanquis, funcionó como pelotero de reemplazo, con 5 aperturas (una de calidad), pero esencialmente como relevo largo. 1-4, 5.24 de limpias, un salvado y 39 ponches.
Alex Verdugo fue llamado por los Dodgers en julio y luego en septiembre. La joven promesa bateó para .260, con un jonrón y 11 anotadas.
Jaime García tuvo un mal año. Inició como abridor con Toronto, le fue mal y, tras un rato en la lista de lesionados, lo degradaron al bullpen. De ahí los canadienses lo soltaron y pasó a los Cachorros, donde también actuó como relevista. De sus 14 aperturas, 3 fueron de calidad. 3-7, PCL de 5.82, 4 holds y 73 ponchados.
Luis Urías debutó a fines de agosto con los Padres de San Diego, jugando la segunda base. Se suponía que sería titular durante septiembre, pero se lesionó pronto..208 de porcentaje, 2 jonrones, 5 empujadas y un robo.
Daniel Castro acumuló .176 de porcentaje, 1 cuadrangular y 6 impulsadas, para los Rockies en el ratito que estuvo.
Carlos Torres lanzó un rato para los Nacionales de Washington. 6.92 de PCL y 9 ponches.
Miguel González, operado del hombro de lanzar, tras una lamentable actuación con los Medias Blancas. Tristes, los numeritos del Mariachi: 0-3, 12.41 de limpias y 5 ponches.
Efrén Navarro, un hit en seis turnos, en la tacita de café que se tomó con los Cachorros, antes de emigrar a la pelota japonesa.
viernes, septiembre 28, 2018
La quiebra de Lehman Brothers y los feligreses del mercado
El 15 de septiembre se cumplieron diez años de la
quiebra de Lehman Brothers, el cuarto mayor banco de inversión en Estados
Unidos, y del inicio formal de una crisis económica mundial que se venía
gestando de tiempo atrás y que marcó el fin de un modelo económico.
Como en toda crisis, lo que teníamos era un exceso
de capital que no encontraba acomodo. A diferencia de las tradicionales (pensemos
en la Gran Depresión de 1929-33) en las que este exceso era de capacidad
instalada o inventarios sin vender, en la primera década del siglo el sobrante
estaba en forma de activos financieros, con más créditos concedidos que los que
era posible cobrar.
Recordemos: las finanzas del mundo estaba llenas de
paquetes de deuda de baja calidad que habían sido vendidas como si fueran muy
rentables. Las calificadoras, tan rudas con las naciones endeudadas, recomendaban
invertir en empresas financieras que estaban a punto de quebrar. Tras la caída
de Lehman Brothers, vinieron otras instituciones aún más grandes, y entonces
tuvieron los gobiernos que intervenir para evitar un efecto dominó de
consecuencias devastadoras.
Vinieron rescates sucesivos de aseguradoras, bancos,
armadoras de autos… se salvó in extremis
al sistema financiero mundial y se establecieron algunos, pocos, elementos de
control sobre el mismo. Después de ello, volvió el crecimiento mundial, pero
más lento que antes, y con la creación de pocos empleos.
Sucedió que se había roto un modelo de crecimiento
sin regulación, en el que la acumulación había tenido mucho de especulativa y
poco de productiva. Pero no hubo quien se hiciera cargo de este hecho. La
política de rescate de los sistemas financieros no fue acompañada de una
revisión seria de las políticas a seguir, ni de una regulación digna de ese
nombre. En lo fundamental, aunque sin tantos bonos chatarra, el desbarajuste ha
seguido.
Al mismo tiempo, no hubo un cambio en las voces
económicas. Otra vez hay diferencias con el crac de 1929. En aquella ocasión,
se hizo fuerte una teoría, el keynesianismo, que contenía un método para dejar
atrás los problemas de la depresión económica global (esa medicina crearía
otros problemas, pero se tardaría cuatro décadas en hacerlo). Ahora no hubo
nada, los economistas ortodoxos, que tomaron los puestos de control en la
academia y en la realidad en los años setenta, siguieron tan campantes: si la
realidad no se adecuaba a sus teorías, peor para la realidad.
La crisis mundial pedía a gritos por lo menos releer
a Schumpeter, pero no: Friedman y la versión más derechista del liberalismo
seguían sentando sus reales.
Pensemos, de entrada, que a lo largo de estos diez
años, si bien las entidades financieras se han recuperado, ahora las grandes
empresas son Facebook, Google, Netflix, Amazon… se ha llevado a cabo, efectivamente,
una alteración de los antiguos equilibrios que ha destruido un tipo de empresas
y fortalecido otras, signadas por la creatividad y las nuevas tecnologías.
Los antiguos equilibrios desaparecieron, pero no la
forma dominante de ver la economía. Las viejas recetas que le endilgó el FMI a
México en los años ochenta las vimos repetidas en Grecia, hace diez años y en
Argentina, hoy. Y los magros resultados serán los mismos: estabilidad a cambio de
pauperización.
Los “nuevos equilibrios” del sistema tienen la
característica de ser desequilibrantes en lo político y lo social. Ya se ha
visto que la creación de empleos es lenta, y que éstos tienden a ser precarios.
También, que en la mayor parte de las naciones los salarios han crecido muy por
debajo de la productividad. El crecimiento es cada vez más desigual, en lo
social y en lo regional. Y eso hace que tenga cada vez menos sentido aquella
frase de “primero crear riqueza y luego compartirla”, porque la poca que se
crea se comparte menos que antes.
Se ha dicho que la crisis que estalló en 2008 (ese
“catarrito” que mató industrias enteras y lanzó a millones a empleos precarios)
está en la raíz del éxito de distintos personajes políticos que han manejado
ideas populistas de diferente corte. El empeoramiento de las expectativas
económicas de la gente y el funcionamiento socialmente poco eficaz de las
democracias contribuyeron para ello.
Sin embargo, tal vez lo más preciso sea afirmar que
lo que trajo los cambios políticos no fue la crisis económica en sí, sino la
respuesta a ella de parte de los políticos tradicionales (que, como todos, son
esclavos de algún economista muerto). No cambiaron el discurso ni las
políticas: el contexto se encargo de hacer de ello una combinación socialmente
tóxica. Eso también explica la crisis en la que cayó, a nivel mundial, la
socialdemocracia.
No falta el mandatario –por ejemplo, Enrique Peña
Nieto– que presuma, honestamente, de cuánto ha crecido el nivel de las
exportaciones nacionales en los últimos años. Uno ve que se han multiplicado y a
lo mejor exclama “¡Wow!” Y luego nos da las cifras de la Inversión Extranjera
Directa, que se han multiplicado exponencialmente, etcétera etcétera.
El problema es que esas cifras, y otros indicadores
económicos tradicionales no tienen la misma relevancia que antes a la hora de
medir el bienestar de la población. Incluso la tasa de crecimiento del PIB, el
indicador por excelencia, a estas alturas mide solamente la dinámica económica,
no el proceso de desarrollo. Otra serie de indicadores, de bienestar social,
deberían tener más peso. Habría que ser capaces de medir mejor la innovación,
la desigualdad, la distribución de oportunidades, las expectativas (porque de
eso también se vive).
Lo más curioso es que, así como hay feligreses de
las promesas populistas, existe la comunidad de la fe en las leyes
indestructibles de la economía tradicional de mercado, apegados a las teorías
aprendidas en la escuela, que pronostican el caos si no se siguen los dictados
de sus textos sagrados.
No es así. El espacio existe para generar otro tipo
de economía, con libertades y en la que haya espacios para la innovación y la
capacidad empresarial, pero que mida sus metas de manera diferente. Se
requieren, para ello, básicamente tres cosas: mantener un prudente sentido
común financiero (para evitar fugas hacia adelante), poner por delante los
intereses de la gente de carne y hueso (y no de entelequias como los mercados)
y entender que se trata de cambiar el sistema, no de liquidarlo.
Tarde o temprano eso pasará. Ya sabemos que, si no,
el hartazgo social cobra factura.
miércoles, septiembre 05, 2018
El Mechón hace su chamba
Mexicanos en GL. Agosto 2018
Cuando la temporada regular de las Grandes Ligas en 2018 se
acerca a su fin, el paso de los mexicanos se hace cansino. Pocas cosas que
contar a casa, a no sea por el regreso de Roberto Osuna luego de su suspensión,
el debut del jovencito Luis Urías y el buen paso como cerrador de Sergio Romo,
porque El Mechón está haciendo lo que
a muchos otros se les dificulta: salvar juegos. Otro dato, que al cambiar de
equipo, varios mexicanos están con amplias posibilidades de participar en la
postemporada. Habría hasta 10 con oportunidad de hacerlo.
Aquí el balance del contingente nacional en lo que va del año, ordenado de acuerdo con el desempeño de cada uno en la temporada (como siempre, incluimos a los paisanos que han jugado con México en el Clásico Mundial)
Sergio Romo. Tras un arranque de temporada trastabillante, El Mechón acumula tres meses en los que ha estado intratable, recibiendo menos de dos carreras limpias por cada nueve entradas lanzadas. Romo demuestra que el tamaño de un pitcher es lo de menos cuando tiene la habilidad para combinar los lanzamientos. En agosto acumuló, para las Rayas de Tampa dos victorias, una derrota, 6 salvamentos y un rescate desperdiciado. Inició septiembre con otro juego salvado. Se ve que cerrar juegos es lo que se le da mejor. Sus números del año: 3-3, 3.47 de limpias, 19 juegos salvados, 7 rescates desperdiciados, 8 holds (ventajas sostenidas en situación de salvamento) y 65 despachados por la vía de los strikes.
Joakim Soria, ahora con los Cerveceros de Milwaukee, cambio su función: de cerrador pasó a preparador de cierre. En agosto ganó un juego y empezando septiembre perdió otro, al admitir 4 carreras en una entrada. Lleva récord de 1-4, efectividad de 2.48 carreras admitidas por cada 9 innings lanzados, y 64 ponches. Tiene 16 salvamentos, 8 holds y cinco rescates desperdiciados.
Roberto Osuna regresó de la suspensión que le decretara MLB, pero incorporándose a los Astros, como cerrador. El de Juan José Ríos ha cubierto con éxito un puesto en el que los de Houston tenían un hueco serio. Con ellos lleva marca de 2-2 y 4 salvados. En la temporada, su marca es 0-0, 13 partidos salvados, un rescate desperdiciado, 2 holds, 2.45 de PCL y 28 pasados por los strikes.
Oliver Pérez ha sido una de las mejores historias del año. Descartado al principio de la campaña, fue llamado por los Indios de Cleveland para fungir como especialista zurdo y lo ha hecho de maravilla. Tiene record de 0-1, con 12 holds, 30 ponches y 1.07 de efectividad.
Víctor Arano sigue cumpliendo más que bien sus tareas en el relevo de los Filis. El de Cosamaloapan es algo así como la estrella invisible del bullpen. Sus números: 1-2, tres juego salvados, PCL de 2.60, 55 ponches y 9 holds.
Héctor Velázquez se llevó dos derrotas en agosto –una de ellas en una apertura terrible- y no ha estado tan fino como en los otros meses. De cualquier forma, sigue siendo una pieza importante, una suerte de utility de pitcheo, para los Medias Rojas de Boston Tiene marca en el año de 7-2, 3.24 de PCL, un hold y 46 chocolates recetados.
Vidal Nuño salió de la lista de lesionados de Tampa, pero no lo han puesto a lanzar. Sus números: 3-0, 1.50 de efectividad y 17 sopitas de pichón.
Christian Villanueva fue puesto a jugar primera y segunda base con los Padres, aunque su posición natural es la tercera. En eso estaba cuando, al atrapar un tremendo roletazo en segunda, se fracturó un dedo. Pasó a la lista de lesionados y tal vez no regrese. El mes le alcanzó para mejorar su porcentaje, pero bajó su slugging. Sus números: .236 de porcentaje, 20 jonrones, 46 impulsadas y tres robos de base.
Yovani Gallardo ha seguido ganando juegos en los que tira menos mal que el rival, aunque en agosto llegó a tener dos salidas de calidad. Sus números de 2018: 8-3, un feo pero ya no tan horrible 5.97 de carreras limpias, 43 ponches (y casi tantas bases por bolas: 34).
Jorge De la Rosa pasó a los Cachorros de Chicago luego de que los Diamantes de Arizona lo dejaran ir. Funciona como especialista zurdo en el relevo. Lleva 0-2, con 7 holds, 4.08 de PCL y 38 ponches.
Marco Estrada ha dado una de cal por varias de arena. Tras una gran salida en agosto, donde dejó en un hit a los Marineros de Seattle, tuvo aperturas que van de lo mediocre a lo muy malo. Así ha estado todo el año, y no se sabe si trae una lesión latente. Su marca al momento: 7-11, 5.43 de carreras limpias y 90 ponches
Fernando Salas, inactivo, tras haber sido dejado fuera por los Diamantes de Arizona. Acumula 4-4, efectividad de 4.50, 30 ponches y 4 holds.
Adrián González en agosto estuvo en una reunión de peloteros con el presidente electo López Obrador, pero ya no jugará. Los numeritos del Titán en 2018: .237 de porcentaje, 6 cuadrangulares y 26 carreras empujadas.
Giovanny Gallegos no ha sido llamado por los Cardenales de San Luis… Sus números (todos con los Yanquis): 0-0, un salvado, 4.50 de limpias y 10 ponches.
Luis Cessa regresó al equipo grande de los Yanquis. El veracruzano, sin embargo, se ha visto inconsistente: Sus dos aperturas fueron muy malas. En cambio logró el primer salvamento de su carrera en un relevo largo. 1-3, 5.34 de limpias, un salvado y 23 ponches.
Alex Verdugo fue llamado por los Dodgers en septiembre. Se pasó octubre en AAA. Batea para .280, con un jonrón y 6 impulsadas.
Jaime García estuvo un ratito en el bullpen de Toronto y rapiño una victoria, pero la química con John Gibbons se había acabado, y lo dejaron ir. Lo recontrataron los Cachorros de Chicago, para reforzar su bullpen con un brazo veterano. Rumbo a la postemporada, el tamaulipeco competirá, en desventaja, con Jorge de la Rosa por el puesto de especialista zurdo. 3-6, PCL de 5.93, 3 holds y 69 ponchados.
Luis Urías. El joven de Magdalena de Kino, Sonora, debutó el 28 de agosto con los Padres de San Diego, jugando la segunda base. En la primera entrada, se lució con un atrapadón. Se dice de él que es un bateador natural, de porcentaje más que de poder. En sus primeros días en las mayores lleva .194 de porcentaje, un jonrón, dos empujadas y un robo.
Daniel Castro Con 176 de porcentaje, 1 cuadrangular y 6 impulsadas, para los Rockies, tiene pocas posibilidades de regresar al equipo grande. Ya está el róster de 40 y el de Guaymas no fue llamado.
Carlos Torres estuvo un rato con los Nacionales de Washington. 6.92 de PCL y 9 ponches.
Miguel González, operado del hombro de lanzar, lo veremos –si acaso- dentro de un año. Numeritos feos en 2018: 0-3, 12.41 de limpias y 5 ponches.
Efrén Navarro, un hit en seis turnos, en la tacita de café que se tomó con los Cachorros. Juega en Japón.
miércoles, agosto 29, 2018
1968: el manotazo a Papá Gobierno
Se cumplen 50 años del movimiento
estudiantil de 1968 y será útil para la sociedad hacer un ejercicio de memoria
colectiva, que sirva no sólo para entender aquella circunstancia y momento,
sino también para comprender mejor algunos de los resortes políticos del México
de hoy.
Un problema que se ha hecho notar en las nuevas
generaciones es la propensión a condensar la historia reciente en una cosa
nebulosa llamada “el pasado”. En vez de una visión más o menos ordenada sobre
distintos procesos históricos que se sucedieron en orden cronológico, a menudo
tenemos una revoltura confusa en la que se mezclan elementos de décadas muy
distintas y, encima de eso, se considera que al final no importa, al cabo que
ya pasó.
No es así. El largo y sinuoso proceso de
democratización de México tuvo sus prolegómenos en los años cincuenta, pero
tiene como base aquel movimiento estudiantil que se gestó cuando el sistema
autoritario unipartidista estaba en su cénit, y a punto de presumir al mundo
sus logros, a través de la organización de los juegos de la XIX Olimpiada.
Lo que empezó como una represión excesiva a desmanes
estudiantiles –probablemente, una torpe maniobra gubernamental para tener
encarcelados a los comunistas durante los juegos olímpicos–, continuó con un
despertar estruendoso de las clases medias escolarizadas, tuvo su momento más
negro en la Plaza de las Tres Culturas y desembocó en una sociedad que exigía
más participación política y una relación distinta con el poder. El México
moderno no se entiende sin ese cambio.
El concepto de gobierno paternalista es ya lugar
común en los análisis políticos. Pero si hubo alguna vez un “Papá Gobierno”,
ese era el de Díaz Ordaz. No principalmente por el lado de las dádivas, que ha
sido una característica de siempre, sino sobre todo por la idea de que la
población era considerada como menor de edad en términos políticos. Al gobierno
se le debía respeto y obediencia. Un gobierno que era como don Cruz Treviño, el
padre atrabiliario de “La Oveja Negra”.
Cuando estalló el movimiento, la primera reacción
gubernamental no fue la de dirigirse a los estudiantes, sino a sus padres. Instaba
a los progenitores a hacerse responsables del buen comportamiento de sus hijos,
a quienes consideraba abiertamente incapaces, auténticos menores de edad. Bajo
esa lógica profundamente miope, era imposible que las demandas democratizadoras
fueran obra de los estudiantes porque los niños no piensan por sí mismos:
alguna mano ajena y adulta (no podía ser sino otro gobierno) era la que los
estaba azuzando.
Durante aquellos meses de 1968 la propaganda del
gobierno fue tan abrumadora, que en las secciones de sociales de los periódicos
se podían leer consejos a las madres, para que les explicaran a sus hijos
pequeños que, aunque sus hermanos fueran estudiantes, eso no quería decir que
fueran malos.
Se trataba de un gobierno que se había aislado de la
realidad de aquel México en acelerado proceso de modernización, que se había
intoxicado en su propia retórica nacionalista y que no entendía que las clases
medias que había ayudado a crear no se conformaban con tener electrodomésticos,
sino que buscaban espacios más amplios de libertad personal y social.
Frente a ese gobierno se plantaron los jóvenes
beneficiados por los gobiernos emanados de la revolución, que habían tenido
acceso a la educación superior –a menudo, eran los primeros en su familia– y
que, para decirlo en palabras de Luis González de Alba, dieron un manotazo en
la mesa de las tías.
Porque, más allá de las demandas de cese a la
represión, destitución de mandos y derogación de artículos persecutorios, y más
allá del proceso de ideologización que acompañó al movimiento, lo que hicieron
los estudiantes aquel año fue una fiesta. Fue romper filas ante quienes los
querían dóciles y uniformados y bien dispuestos a continuar llevando el país
por la senda del desarrollo, bajo la sabia dirección gubernamental.
También fue un despertar como ciudadanos,
entendiendo el concepto de ciudadanía como algo colectivo y participativo.
Exactamente lo contrario de lo que suponían las autoridades: para ellas, el
individuo que se comportaba de manera ordenada era un ciudadano; quien lo hacía
de manera colectiva –y no controlada por el PRI– ya no lo era: se convertía en
un agente de la disolución social: en un delincuente, contrarrevolucionario y
antimexicano.
En otras palabras, cualquier oposición organizada era
vista como obstrucción a las tareas patrióticas del gobierno. ¡Qué sociedad
civil ni qué ocho cuartos!
El manotazo del 68 fue cultural y político. No fue,
en principio, un movimiento de las clases trabajadoras ni tenía en primer lugar
a las reivindicaciones sociales, aunque la dirigencia fuera de izquierda. Fue
primordialmente clasemediero, y sus efectos fueron permeando al resto de la
sociedad a lo largo de los años.
La cruel represión de que fueron objeto los
estudiantes –no debemos olvidar, de paso, que los dirigentes pagaron un duro e
injusto precio de tortura y cárcel– creyó haber aplastado ese movimiento
libertario, y convertirlo en sólo un momento. Pero no fue así. Ya el cambio
estaba en marcha, destinado a romper los moldes de un sistema que había dado de
sí.
La transformación fue paulatina, pero constante. Los
avances en materia democrática se fueron dando, en parte por necesidades de
adaptación del sistema, pero sobre todo porque el 68 mexicano había abierto
camino a las libertades, originado inquietudes en las conciencias; porque había
sido semilla de muchas organizaciones políticas y sociales, de medios de
comunicación de nuevo tipo, de grupos organizados de trabajadores del campo y
la ciudad.
Antes del 68 había un erial; después, florecieron la
nueva sociedad política y la sociedad civil.
No es cualquier cosa. Por lo mismo, vale recordarlo,
y no poner todo el pasado revuelto en una misma cubeta.
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