(Estuve en Miami por unos días, por un evento
deportivo en el que participó Taide. Aquí algunas viñetas):
El centro
Para mí, que había ido a Miami sólo una vez, en
1970, el centro de la ciudad me pareció totalmente desconocido. Ya no era la
ciudad chaparra –para los estándares norteamericanos- y un poco desastrada.
Ahora uno tras otro se yerguen rascacielos dosmileros, todos de grandes
ventanales verdes, con piscinas en el décimo de los cuarenta pisos. Por el río
pasan los yates de todos tamaños y, en imagen de Metrópolis tropical, por sobre
las autopistas pasa un monorriel. Pero igualmente es un centro estéril, sin
tiendas en las partes bajas, dominado por los automóviles, que obliga a los
peatones a hacer paradas que parecen interminables mientras sufre el fuego
cruzado de los vehículos que le pasan alrededor.
El primer taxista (Centro-Wynwood)
Le preguntamos su nacionalidad al chofer del primer
Uber que tomamos. Venezolano, con claro acento caribeño. De inmediato se pone a
hablar de la situación de su país. Lleva dos años en Miami, y se trajo a su
mujer y a uno de sus hijos. Otro, el mayor, está en Perú. Calcula en tres
millones ya, la diáspora. Nos dice que era supervisor de una cadena de
almacenes, “y ahora manejo un Uber”. Eran 28 los almacenes que supervisaba,
ahora nada más quedan cuatro, “y sin nada qué vender, la empresa va a
desaparecer”. Su hermana murió de un
aneurisma que no le pudieron curar, porque no había la medicina. Y en un
momento dado le dijo a su madre: “yo desde aquí no te puedo ayudar”, y decidió
la partida. Ahora le envía latas de atún, medicina, lo que se pueda.
Wynwood
Wynwood era una zona de Miami en absoluta
decadencia. Almacenes que se vaciaban y casas desastradas, ocupadas en su
mayoría, primero por puertorriqueños y luego por inmigrantes de América
Central. Unos gestores de arte decidieron revitalizarlo promoviendo el uso de grafitis, murales y diversos tipos
de arte urbano. Se abrieron galerías, se hicieron exposiciones y el lugar se
transformó. Dejó de ser un barrio peligroso y oscuro, para convertirse en un
sitio atractivo para los turistas. Wynwood tira rollito buena onda, mientras se
va poblando de restaurantes y lofts
de lujo. En el proceso de gentrificación, expulsa a los habitantes originales,
que irán a otro barrio descuidado. No deja de ser paradójico.
El segundo taxista (Centro-Miami Beach)
El segundo taxista resultó ser también venezolano,
pero de madre ecuatoriana y con más de diez años en Estados Unidos. Al saber
que éramos mexicanos, se puso a hablar acerca de la cancelación del aeropuerto
en Texcoco, externando, primero de manera oblicua y luego directamente, su
preocupación porque López Obrador llegara a ser otro Chávez. No quedó
convencido de nuestras seguridades. “Nosotros estábamos hartos de los gobiernos
corruptos de Caldera y Carlos Andrés Pérez, pero no sabíamos en qué nos
estábamos metiendo”. Luego dice que Maduro es mucho peor que Chávez, pero que
quien verdaderamente gobierna es Diosdado Cabello. “Que no se arregle el suyo con
los militares, y menos con los que están metidos con los narcos”, advierte. Remata:
“en Cuba están mucho mejor que en Venezuela, allí tienen una tarjeta de
racionamiento y al menos comen; allí tienen una que otra medicina en los
hospitales y al menos el enfermo cree que lo están curando. En Venezuela, ni
eso”.
Miami Beach
En una parte de Miami Beach parece haberse detenido
el tiempo. Uno tras otro se suceden edificios art-decó. Muchos son pequeños
hoteles, también muy monos en su interior. Otros son comercios o edificios
públicos. El lugar resulta atractivo porque, al mismo tiempo que es una zona de
playa, parece tener el tamaño humano que en otras partes se está perdiendo. Además,
el tipo de letras, los pequeños detalles ornamentales, el juego de las formas,
se queda en la retina de una manera, que al final uno termina soñándolo. A
veces es inquietante que lo onírico y lo real se confundan, pero eso es
precisamente, algo que buscaba la estética de entreguerras.
Y uno no puede dejar de pensar en los destinos mexicanos de playa, dominados por hoteles-resort gigantescos, que arropan al turista de manera tal que casi nunca sale de ellos, y cierra los ojos y se imagina que en una situación como la de Miami Beach, un presidente municipal, un gobernador, un presidente mexicanos, bien pudieron haber sido convenientemente convencidos para derribar los hoteles “viejitos” y erigir en su lugar tremendas moles all-inclusive. O no. Ya vemos cómo se dejó podrirse al Acapulco tradicional. Se pierde así, también, la noción de estar de paso por un lugar e imaginarse sin problemas, sólo cambiando la moda y el lenguaje corporal de las personas, cómo era aquello allá por 1938. Algo que se puede hacer porque el distrito tiene protección federal (digamos que del equivalente del INBA).
Y uno no puede dejar de pensar en los destinos mexicanos de playa, dominados por hoteles-resort gigantescos, que arropan al turista de manera tal que casi nunca sale de ellos, y cierra los ojos y se imagina que en una situación como la de Miami Beach, un presidente municipal, un gobernador, un presidente mexicanos, bien pudieron haber sido convenientemente convencidos para derribar los hoteles “viejitos” y erigir en su lugar tremendas moles all-inclusive. O no. Ya vemos cómo se dejó podrirse al Acapulco tradicional. Se pierde así, también, la noción de estar de paso por un lugar e imaginarse sin problemas, sólo cambiando la moda y el lenguaje corporal de las personas, cómo era aquello allá por 1938. Algo que se puede hacer porque el distrito tiene protección federal (digamos que del equivalente del INBA).
En la explanada Lincoln, entre cafés, fumaderos y
restoranes de todo tipo y nacionalidad, está una pareja de ancianos cubanos
pidiendo limosna. Y uno piensa qué a veces el destino es atroz: en vez de vivir
en la pobreza, quizás extrema, pero compartida en la isla, huyeron de ahí para
vivir en la miseria y la soledad, ellos islas en el mar de prosperidad que
bulle a su alrededor.
El tercer taxista (Miami Beach – Little Havana)
El tercer hombre del Uber nos preguntó de dónde
éramos, para de inmediato decirnos que él era cubano, pero había vivido en
México. Aquí estuvo 12 años, y llevaba 15 en Miami. Dijo que la decisión de ir
a Estados Unidos fue la peor que tuvo en su vida. “Pensé que aquí iba a vivir
como americano, pero qué va. Aquí uno vive como latino, que no es lo mismo… fui
malaconsejado”. Luego pasó a decirnos que México es el mejor país del mundo
para vivir, por la gente, las posibilidades, la comida. Dijo que entendía que
hubiera mexicanos que se quisieran ir a EU, “pero para sobrevivir, porque aquí
se sobrevive, pero en México se vive”. Se casó con una mexicana y tuvo hijos
mexicanos, “que ahora están acostumbrados a lo de acá, y son más de acá que
nada aunque mi hija quiere vivir en Europa”. Dijo conocer todos los estados de
la República, como vendedor. Tiene una casita en Jiutepec, que usa un cuñado.
Allá sueña con regresar, dentro de cuatro años, cuando haya conseguido lo
necesario para la jubilación “porque trabajo en una empresa, el Uber es para
completar, porque aquí uno no vive la vida, como en México, aquí uno vive para
trabajar”. Nos recomendó un lugar para comer auténtica comida cubana, muy
sabroso y con un café espectacularmente bueno, pero que no estaba precisamente
en la Pequeña Habana.
Little Havana
Tomamos un camión para la Pequeña Habana. O más bien
habría que decir una guagua, porque el ambiente que traía era parecido a los
relatos de juventud de mi madre. En una guagua todos hablan como si se
conocieran de toda la vida, empezando por el chofer. Comparativamente,
cualquier camión mexicano es una tumba. La gente te envuelve, en sus ganas de
mover la sinhueso (que en Cuba es la lengua) y entonces ya no te parece tan
raro ver al tipo que lleva a pasear a un pececito dentro de una copa de agua.
La Pequeña Habana es más pequeña de lo que imaginaba
(en 1970 había estado en La Sagüesera,
South West Miami, que es donde vivía la comunidad cubana, pero no en esa parte
considerada como típica). Más allá de un tendajón y dos tiendas de buen café,
no tiene nada de relevante, entre otras cosas porque, aunque todo mundo habla
español, esa es ya una característica de toda la ciudad, que me pareció mucho
más hispanohablante que Houston o Los Ángeles. Tal vez lo más representativo
sea un monumentito que tienen a “los mártires de la brigada de asalto”, organizada
por la CIA en 1961, que intentó invadir Cuba y recibió una derrota histórica de
parte de los revolucionarios en Playa Girón (o Bahía de Cochinos, como dicen en
Miami). Junto a ese, hay otro con uno como guerrillero que se enfrentó a los
sandinistas en 1979 (es decir, uno que apoyaba a Somoza) y que resulta que es
un sospechoso de haber participado en el asesinato de Kennedy. Monumentos
tristes, derrotados y mohosos. Se me quedó la palabra “mártires”. Parece que se
utiliza para aquellos que murieron sin paladear la victoria. Como nuestros
pobres irlandeses. Como los de Tacubaya. Como los de Chicago.
El cuarto taxista (Little Havana – Miami Beach)
El último taxista platicador también era cubano.
Usaba su apellido porque su nombre era de esos impronunciables que se pusieron
de moda en la Isla. Había nacido en Santa Clara, pero se fue de niño a Estados
Unidos, en el año 2000. Aclaró que él se fue en avión, pero su papá se fue de
balsero “y todavía no puede ver el mar de noche, se pone nervioso, porque
después de tres días de remar, llegó un momento en que tres tiburones rodearon
la balsa y nadaban alrededor de ella, como esperando su momento”. Dijo que su
padre los llegó a visitar y usaba a México como trampolín, que una vez le llevó
dulces y una golosina enchilada “yo no sabía lo que era eso, yo sólo sabía de
arroz y frijoles y puerco, me tuve que tomar un cubo de agua”. Tampoco maneja
todo el día, su trabajo fuerte es de cantinero en un club nocturno. Tal vez el
que hubiera tenido si en Cuba no hubiera habido la revolución que hubo.
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