jueves, octubre 18, 2018

¿Y si Santa Anna hubiera caído del caballo?


En enero de 2016 publiqué en este blog un texto sobre las ucronías, ejercicios literarios de ficción que reescriben la historia, especulando a partir de algunos hechos que la habrían cambiado. Cada una de ellas es la recreación de un mundo paralelo cuyas diferencias con el actual nos deben mover a la reflexión.

En aquel texto me quejé de la notable escasez de ucronías mexicanas que atribuí a que los mexicanos, en el fondo, le tenemos demasiada reverencia a la Historia, con mayúsculas.

Casi tres años después acaba de aparecer una ucronía mexicana, la novela Si tú quieres, moriré, de Gerardo Laveaga. En ella, el autor se imagina que, en uno de sus intentos tempranos por convertirse en el hombre indispensable, cuando va camino a retomar el poder, Antonio López de Santa Anna es expulsado por su caballo, se rompe el cuello y muere. Este suceso, que encumbra como presidente a Valentín Gómez Farías, desencadenará otros, en los que quien participa como principal partera de la historia no es la violencia, sino una bella y astuta mujer, totalmente ficticia.

El quid de la novela de Laveaga es una suerte de “compromiso histórico” entre los liberales y al menos una facción de los conservadores (no de todos: a los extremistas de ambos bandos terminan pasándolos por las armas) que permite, no sin contradicciones, la desaparición de los fueros, el desarrollo educativo y la promoción de la industria y el comercio. Ese país posible que Laveaga imagina pierde Texas –no a través de una guerra-, pero es capaz de conservar el resto del territorio que Estados Unidos se llevó, es una nación respetada, que dirime de manera pacífica sus diferencias internas y que se dirige con claridad a la prosperidad. Una nación que no tuvo guerra civil ni tendría intervención francesa.

La intención de Laveaga, tal vez tardía, es trazar paralelismos entre esa etapa de la historia nacional y la actual. Recordemos que la generación que consumó la independencia de México, que es la de los personajes de la novela, se caracterizó por el oportunismo. Salvo unos cuantos convencidos –que no casualmente son los personajes centrales: el liberal Gómez Farías, el conservador Lucas Alamán, el gran reformador Francisco García Salinas– la mayoría de la clase política de entonces se la pasaba en un vaivén constante de posiciones. En medio de la disputa entre centralismo y federalismo –que en realidad era una batalla en pro y en contra de los fueros– cambiaban de posición a conveniencia, mutaban alianzas y hacían del transformismo político práctica cotidiana. Esbozaban proyectos de nación, pero por encima de ellos a menudo pasaban los proyectos personales: el poder por el poder mismo. Y luchaban encarnizadamente, de espaldas al país, por obtenerlo o mantenerse en él. Todo ello, envuelto en una gruesa capa retórica: cada caudillo se declaraba dispuesto a derramar por la patria hasta la última gota de su sangre.

Esta falta de principios que pretende sustituir con demagogia la falta de rumbo, ese boato y ese gusto por el encono han sido características, también, de la generación de la “consumación de la democracia”. La diferencia, a favor nuestro y en contra de nuestros compatriotas del siglo XIX, es la existencia de instituciones democráticas, que algunos miembros de la actual generación contribuyeron a edificar. Estas instituciones son el valladar contra el caos.

Regreso a la novela. El México pujante de mediados del siglo XIX que pinta Laveaga es posible de imaginar porque se liberaron los detonantes de su desarrollo. Si atendemos las tasas históricas de crecimiento de la economía mexicana, veremos que durante el periodo inmediatamente posterior a la independencia, fue de la mitad del promedio mundial y que a partir de las Leyes de Reforma, que liberaron tierras y capital de “manos muertas”, fue uno de los más dinámicos del mundo: 60 por ciento más que el promedio global. La eliminación de fueros es la clave.

Si analizamos los datos históricos, encontraremos que hay una correlación positiva entre estabilidad político-institucional y dinamismo de las economías (en el caso mexicano, esa estabilidad ha tendido a ser autoritaria). La democracia en México ha sido socialmente ineficaz no por democrática, sino por la incapacidad de sus principales actores para generar acuerdos duraderos, y para acabar con los nuevos fueros, el boato y los privilegios, que siguen estando en el centro de todos los problemas nacionales.


Esto es también un asunto de valores. Los que no tuvo la generación dominada por Santa Anna (y ahí está tal vez la parte utópica de la ucronía de Laveaga: suponer que los hombres de principios eran capaces de imponerse, no sólo a sus pasiones ideológicas, sino a la caterva de oportunistas que les rodeaba). Es un asunto de poner por delante la solidaridad, la justicia, la honestidad, el trabajo como formador de riqueza material y espiritual, la educación integral… No es poco.

Agrego un par de apuntes: una debilidad y una fortaleza de la novela. La debilidad es que la época que aborda Laveaga tiene la desgracia de que, a pesar de su relevancia en el devenir del país, es poco estudiada y poco conocida por la mayoría de los lectores (por ejemplo, yo no sabía de la existencia de ese personaje real que fue Francisco García Salinas) y, como la historia verdadera es a veces tan absurda, es fácil que el lector confunda lo histórico con lo ficticio. La fortaleza es que Laveaga aprovecha bien los espacios que abren las ucronías para ser juguetón. Permiten, por ejemplo, jugar con la relación entre Alexander von Humboldt y Lucas Alamán, con el futuro de Estados (Des)Unidos, con Manuel Payno escritor de ucronías distópicas y con campañas electorales inverosímiles (Juárez contra Miramón) que de repente, en esa realidad alterna, llegan a ser creíbles.

Finalmente, una especulación. ¿Qué tal el mundo en el que vivimos es el alterno, ese mundo raro en el que en Estados Unidos ganó Donald Trump y Brasil vota por un fascista? ¿Si de verdad hay otro México cuya frontera llega a San Francisco y sus historiadores debaten acerca de las presidencias de Alamán y García Salinas?
   

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