lunes, noviembre 05, 2018

El que manda aquí soy yo


Hay quienes quieren leer el asunto de la consulta popular y la decisión sobre el aeropuerto capitalino desde un punto de vista técnico o económico. Creo que con Andrés Manuel López Obrador todo tendrá ser leído en clave política. Y el mensaje que envía a la sociedad y al mundo es uno solo: “el que manda aquí soy yo”.

En ese sentido, lo sucedido en estos días va mucho más allá de la cuestión aeroportuaria, que es un hecho aislado y de menos importancia de la que le ha querido otorgar. No es un tema de aeropuerto allá o acullá. Es un asunto de (re)definición de las redes, y las riendas, del poder.

Todas las voces sensatas del mundo de la aeronáutica civil se habían pronunciado por la continuación de la obra en Texcoco. Pero esa obra tenía el pecado original de ser un megaproyecto organizado por el gobierno saliente, y había sido criticada en campaña por López Obrador.

Tras las elecciones, existían distintas maneras de abordar el tema. Una era la aceptación de que Texcoco era la opción más viable, pero acompañada de un ejercicio de auditoría y depuración de los contratos, para evitar sobrecostos e irregularidades varias. Otra era la decisión abiertamente vertical de cancelar la obra, cumpliendo las promesas de campaña. La tercera, que fue la que utilizó, fue organizar un proceso dirigido de consulta para velar la decisión vertical y, con ello, inaugurar un mecanismo que puede servir para avalar, con un barniz popular, otras decisiones personales.

Todo mundo sabe que ese mecanismo estuvo amañado. La consulta fue organizada por el partido político hoy mayoritario, y  avalada formalmente por una fundación conocida por su falta de rigor. La distribución de las casillas tenía más relación con la implantación de Morena a nivel nacional que con la distribución de la población del país (no digamos con la de los principales afectados con la construcción del aeropuerto). Se trató, pues, de un ejercicio cuyos principales actores fueron los militantes afines a López Obrador.

Que se haya tratado, fundamentalmente, de un ejercicio militante es un dato no menor. Pero no, como se vería desde un cierto ángulo, para descalificar la consulta y evidenciarla como mascarada, sino para dotarla de significado político. Se trata de un ejército ciudadano dispuesto a seguir a AMLO de manera fiel y activa. Esta militancia toma el lugar del pueblo y obedece al mandar… porque manda lo que el caudillo le pide.

Si Andrés Manuel contaba con 30 millones de votantes el día de las elecciones, hoy ya puede afirmar que cuenta al menos con 750 mil ciudadanos dispuestos a avalar lo que él les pida. Y a hacerlo, en la mayoría de los casos, más allá de razones y argumentos. Esta masa crítica puede crecer en los próximos años, y servir para otras consultas –esperemos que mejor hechas- en diversos temas, en los que López Obrador considere que es necesario utilizar esa vía.

Cuando AMLO hace la pregunta “¿Quién manda, los mercados o el pueblo?”, está siendo clarísimo, salvo por el detalle de que al pueblo lo representa él solito. El mensaje que ha enviado a los dueños del capital es que no se va a plegar a sus deseos y necesidades, a veces disfrazados de “fuerzas del mercado”, sino que va a hacer lo que él considere correcto. Que el que manda es el Señor Presidente.

Por eso mismo, López Obrador se mostró confiado en que no va a haber pataletas ni denuncias de parte de los empresarios afectados, sino buena voluntad negociadora. Les ha mostrado que puede doblarles la mano. Y en eso hay una gran diferencia respecto a lo que ha vivido toda una generación de mexicanos. El mensaje de calma se puede traducir en “se van a alinear”.

Bajo esta luz, la reacción de los mercados tiene que interpretarse por partida doble. Por una parte, por supuesto que no les gustó que se haya tomado una decisión económicamente irracional y que mete incertidumbre sobre las inversiones. Por la otra, está quedando en evidencia que, a estas alturas, el capital es incapaz de encabezar una rebelión sin dispararse en el pie. Con mohines, pero se están alineando.

Tampoco parece haber claridad en la oposición política. Esos partidos denuncian lo que considera una farsa, pero se hacen a un lado, tal vez conscientes de su bien ganada debilidad. Oposición social, casi no la hay, y no la habrá en la medida en que López Obrador cumpla con sus propósitos redistributivos –lo que está por verse-. Queda sólo la crítica posible, pero limitada, de los medios. Y contra ellos ya se apuntan varios dardos.

El experimento de la consulta popular probablemente podrá repetirse pero, por lo visto, no servirá tanto como escuela de democracia directa, sino como barniz de participación social a las decisiones de AMLO y como método de apuntalamiento de su autoridad.


Nos queda más claro que nunca: Andrés Manuel va p’alante y no se quita. Bajo esas circunstancias, sólo queda tener la esperanza de que las próximas decisiones del líder tengan racionalidad social y congruencia económica, y no sean solamente para acumular más y más poder.  

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