Hay quienes quieren leer el asunto de la consulta
popular y la decisión sobre el aeropuerto capitalino desde un punto de vista
técnico o económico. Creo que con Andrés Manuel López Obrador todo tendrá ser
leído en clave política. Y el mensaje que envía a la sociedad y al mundo es uno
solo: “el que manda aquí soy yo”.
En ese sentido, lo sucedido en estos días va mucho
más allá de la cuestión aeroportuaria, que es un hecho aislado y de menos
importancia de la que le ha querido otorgar. No es un tema de aeropuerto allá o
acullá. Es un asunto de (re)definición de las redes, y las riendas, del poder.
Todas las voces sensatas del mundo de la aeronáutica
civil se habían pronunciado por la continuación de la obra en Texcoco. Pero esa
obra tenía el pecado original de ser un megaproyecto organizado por el gobierno
saliente, y había sido criticada en campaña por López Obrador.
Tras las elecciones, existían distintas maneras de
abordar el tema. Una era la aceptación de que Texcoco era la opción más viable,
pero acompañada de un ejercicio de auditoría y depuración de los contratos,
para evitar sobrecostos e irregularidades varias. Otra era la decisión
abiertamente vertical de cancelar la obra, cumpliendo las promesas de campaña.
La tercera, que fue la que utilizó, fue organizar un proceso dirigido de
consulta para velar la decisión vertical y, con ello, inaugurar un mecanismo
que puede servir para avalar, con un barniz popular, otras decisiones
personales.
Todo mundo sabe que ese mecanismo estuvo amañado. La
consulta fue organizada por el partido político hoy mayoritario, y avalada formalmente por una fundación
conocida por su falta de rigor. La distribución de las casillas tenía más
relación con la implantación de Morena a nivel nacional que con la distribución
de la población del país (no digamos con la de los principales afectados con la
construcción del aeropuerto). Se trató, pues, de un ejercicio cuyos principales
actores fueron los militantes afines a López Obrador.
Que se haya tratado, fundamentalmente, de un
ejercicio militante es un dato no menor. Pero no, como se vería desde un cierto
ángulo, para descalificar la consulta y evidenciarla como mascarada, sino para
dotarla de significado político. Se trata de un ejército ciudadano dispuesto a
seguir a AMLO de manera fiel y activa. Esta militancia toma el lugar del pueblo
y obedece al mandar… porque manda lo que el caudillo le pide.
Si Andrés Manuel contaba con 30 millones de votantes
el día de las elecciones, hoy ya puede afirmar que cuenta al menos con 750 mil
ciudadanos dispuestos a avalar lo que él les pida. Y a hacerlo, en la mayoría
de los casos, más allá de razones y argumentos. Esta masa crítica puede crecer
en los próximos años, y servir para otras consultas –esperemos que mejor
hechas- en diversos temas, en los que López Obrador considere que es necesario
utilizar esa vía.
Cuando AMLO hace la pregunta “¿Quién manda, los
mercados o el pueblo?”, está siendo clarísimo, salvo por el detalle de que al
pueblo lo representa él solito. El mensaje que ha enviado a los dueños del
capital es que no se va a plegar a sus deseos y necesidades, a veces
disfrazados de “fuerzas del mercado”, sino que va a hacer lo que él considere
correcto. Que el que manda es el Señor Presidente.
Por eso mismo, López Obrador se mostró confiado en
que no va a haber pataletas ni denuncias de parte de los empresarios afectados,
sino buena voluntad negociadora. Les ha mostrado que puede doblarles la mano. Y
en eso hay una gran diferencia respecto a lo que ha vivido toda una generación
de mexicanos. El mensaje de calma se puede traducir en “se van a alinear”.
Bajo esta luz, la reacción de los mercados tiene que
interpretarse por partida doble. Por una parte, por supuesto que no les gustó
que se haya tomado una decisión económicamente irracional y que mete
incertidumbre sobre las inversiones. Por la otra, está quedando en evidencia
que, a estas alturas, el capital es incapaz de encabezar una rebelión sin
dispararse en el pie. Con mohines, pero se están alineando.
Tampoco parece haber claridad en la oposición
política. Esos partidos denuncian lo que considera una farsa, pero se hacen a
un lado, tal vez conscientes de su bien ganada debilidad. Oposición social,
casi no la hay, y no la habrá en la medida en que López Obrador cumpla con sus
propósitos redistributivos –lo que está por verse-. Queda sólo la crítica
posible, pero limitada, de los medios. Y contra ellos ya se apuntan varios
dardos.
El experimento de la consulta popular probablemente
podrá repetirse pero, por lo visto, no servirá tanto como escuela de democracia
directa, sino como barniz de participación social a las decisiones de AMLO y
como método de apuntalamiento de su autoridad.
Nos queda más claro que nunca: Andrés Manuel va
p’alante y no se quita. Bajo esas circunstancias, sólo queda tener la esperanza
de que las próximas decisiones del líder tengan racionalidad social y
congruencia económica, y no sean solamente para acumular más y más poder.
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