En los chistes de moda los médicos estudian seis años de carrera, más su residencia, más su especialidad, y terminan recetando paracetamol para todo. Pareciera que algo similar sucede con las autoridades económicas del país: para cualquier problema, coyuntural o estructural, recetan recorte del gasto y aumento en las tasas de interés.
En el camino, el uso reiterado de la receta produce iatrogenia: es decir, un daño a la salud provocado por el acto médico.
Esta actitud deriva de dos hechos. Uno es la esclavitud ideológica hacia un economista muerto (en este caso, Milton Friedman). Otro, ligado a la primera, pero también a un mandato legal entendido a pie juntillas, la obsesión, rayana en lo enfermizo, por atender sólo una de las muchas variables económicas en juego: el índice inflacionario.
Varios analistas internacionales han señalado que el mercado cambiario del peso mexicano no tiene ya nada qué ver con la situación de las finanzas de nuestro país. Se le ha utilizado, en cambio, como un proxy de la percepción mundial de riesgo económico. En otras palabras, los especuladores mundiales juegan con el peso porque es una divisa muy líquida, que se intercambia a toda hora todos los días y puede ser convertida en una suerte de termómetro. “Cubrirse contra el peso es como sacar un kleenex cuando sientes que vas a estornudar”.
Por eso mismo, era de esperarse que el triunfo del Brexit en el referéndum británico trajera consigo una ola contra el peso. Las autoridades de Hacienda, ni tardas ni perezosas, respondieron con un recorte al gasto público por 31.7 miles de millones de pesos, que se suma al de 135 mil millones anunciado desde el año pasado.
La idea detrás de este recorte es mostrar que las finanzas públicas de México se manejan de manera responsable y prudente, en la esperanza de que los mercados reaccionen positivamente a ello. El problema es que los mercados no están viendo el comportamiento de las finanzas públicas mexicanas más que de soslayo, porque no es el factor determinante del mercado cambiario, como tampoco lo es la inflación. Una encuesta en la que Trump empareje a Clinton o una negativa griega a pagar sus adeudos tendrían más peso.
A cambio de un respiro cambiario de algunos días, el gobierno ha recortado millones de pesos en salud y educación. Hospitales que no se construirán, escuelas de tiempo completo que seguirán siendo de tiempo parcial, trabajos que no se crearán –y otros que desaparecerán-. Así es esto de las prioridades. Y así es, también, esto de los efectos perversos de la globalización financiera: el voto del metalmecánico desempleado de Sunderland pega en el centro de salud de la sierra mexicana.
Lo paradójico del caso es que la decisión del recorte se dio dos días después de que se anunciara un superávit fiscal primario de 12,478 millones de pesos, “apoyado en una sólida recaudación tributaria y un gasto moderado”.
Tras la decisión de Hacienda, llegó la del Banco de México: aumentó la tasa de interés de referencia, en la lógica de que los mercados responden a los precios (en este caso, la tasa de interés es el precio del dinero) de acuerdo con el librito: aumentar intereses equivale a encarecer el peso internamente. El problema es que la moneda no es una mercancía cualquiera: se le demanda no sólo por motivos transaccionales, sino también por motivos especulativos. El efecto negativo interno es mucho más fuerte que el efecto positivo externo.
El resultado neto es un freno a la actividad económica, en un momento en el que todos los indicadores ya marcaban una tendencia a la baja. Recordemos nada más que, antes de estos anuncios, el gasto corriente del sector público había bajado 5% real y la inversión física casi 16%.
¿Cuál es la intención declarada de esas medidas? Contener la inflación, evitar que el precio del dólar tenga efecto sobre los demás bienes y servicios. A cambio de mantener la meta de Banxico, se sacrifican el empleo, la inversión y el gasto social.
Peor aún, como dice el Centro de Estudios Económicos del Sector Privado, se trata de un “recorte sin ningún análisis de costos, que seguirá fortaleciendo una asignación de recursos ineficiente”. Lo que dice el CEESP es que se requiere más inversión.
La cereza del pastel de este inicio de mes ha sido la decisión de aumentar los precios de las gasolinas y de la energía eléctrica. El recorte preventivo de hace meses fue por la baja de los precios de los hidrocarburos; el incremento recientemente anunciado de precios y tarifas, por su alza. Estiran la cuerda, pero no saben empujarla.
Si la madre de todas las variables era la tasa de inflación, las alzas a las tasas de interés, a la gasolina y a la electricidad no hacen sino abonar a que no se cumpla la meta. Puede usted apostar que, cuando se vea el aumento en la inflación subyacente, la respuesta será paracetamol: un nuevo recorte.
Si no se quiere utilizar ni una parte de las sacrosantas reservas de Banxico para acotar la devaluación del peso (conste que hacerlo al otro día del Brexit hubiera sido suicida), y si no se quiere decir que el peso ha sido sometido a una ola especulativa sin precedentes (no se vaya a enojar el buen capital financiero internacional), entonces al menos se podría aprovechar la caída del peso para aumentar los salarios mínimos en una proporción similar (seguirían siendo ridículamente bajos), pero no, es anatema en el librito de texto.
El mercado mexicano ha sido objeto de incursiones especulativas porque es grande. Precisamente por eso, el gobierno debería apostar por el mercado interno, empujado por un alza en la masa salarial. No lo hará: el economista muerto lo prohíbe. Mejor una nueva dosis de paracetamol. Y luego se preguntarán, rascándose la cabeza, por qué hay malestar social.
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